El experimento es lo que cuenta

Por Omalaled, el 25 agosto, 2010. Categoría(s): Divulgación • Escepticismo

Mapache
En multitud de ocasiones me encuentro con personas que me hacen preguntas del tipo: ¿No crees que dos personas se pueden comunicar telepáticamente? ¿No crees que una persona mover objetos sin tocarlos? Y un larguísimo etcétera. Cuando contesto que no hay un solo experimento realmente convincente recibo la consabida respuesta: «¿Lo ves? Eres un dogmático. Los científicos sois (me enorgullece que me consideren como tal, aunque no lo suelo decir en esas conversaciones) unos dogmáticos. No crees en nada que no cuadre con tu forma de ver el mundo».

¿Debo creer las cosas sin que me den una sola prueba tangible, válida e irrefutable de su existencia? ¿Es acaso eso malo no creer en este tipo de cosas? ¿Debo creer sin preguntar? En realidad, la astrología, los OVNIs, la telepatía, los dioses y los ángeles son como el dragón en el garaje de Carl Sagan. Como decía el mismo Sagan, si compro un coche de segunda mano miraré el motor, los frenos, la chapa, las ruedas, llamaré a un amigo mecánico que me verifique que todo está bien, etc. Y lo haré aunque el vendedor me diga una y otra vez que el coche está perfecto. Y si ante algo tan banal como la compra de un coche tomamos tantas precauciones, ¿por qué no debemos tomarlas ante estas afirmaciones, mucho más trascendentales, sin una sola prueba material?

Y es que, en ciencia, quien tiene la última palabra es el experimento. Y si pedir experiencias que corroboren las predicciones es ser dogmático, pues eso debo ser. Esta misma tesis, la de que el experimento es quien manda, nos la ofrece Robert L. Park, en su libro «Ciencia o vudú» en una bonita y personal historia.

Cuando era un muchacho interesado en la Naturaleza, leí en uno de mis libros que los mapaches siempre lavan su comida antes de comérsela. Mi padre me había dicho lo mismo y, por otra parte, siempre había visto a los mapaches haciendo chasquear su comida junto a un torrente, de modo que no tenía demasiadas razones para dudar.

El libro explicaba que su conducta no consistía realmente en limpiar los alimentos, sino sólo en humedecerlos, debido a que los mapaches carecen de glándulas salivales. Me parecía una explicación razonable, y durante mucho tiempo conservé en mi cabeza aquel fragmento de saber tradicional, que pasó a formar parte de mi propia infancia.

Un verano, sin embargo, durante un periodo de prolongada sequía, una familia de mapaches hambrientos empezó a acercarse a nuestra casa cada día al anochecer en busca de comida. Nos fue imposible no ayudarlos, y empezamos a comprarles galletas de perro, que guardábamos en un cobertizo detrás de la casa. Dado que los pobres mapaches no tenían glándulas salivales, yo solía sacar primero una olla con agua para que pudieran humedecer su comida. Luego, en cuanto abría el cobertizo y sacaba la bolsa de papel con las galletas, se arremolinaban a mi alrededor.

Sin embargo, muy pronto descubrí que, apenas oían el ruido de la bolsa de papel, los mapaches empezaban a salivar: la saliva caía literalmente de sus fauces. ¡Y eso que no tenían glándulas salivales! Después de eso, probé a darles de comer sin la olla de agua. No pareció importarles: comían de todas formas. Si el agua estaba allí, la usaban; si no estaba, se iban derechos a la comida.

Sigo sin saber por qué a los mapaches les gusta mojar sus alimentos en el agua; supongo que los lavan.

La moraleja es que, por muy plausible que parezca una teoría, el experimento tiene siempre la última palabra.

¡Será dogmático el hombre éste! 🙂



Por Omalaled, publicado el 25 agosto, 2010
Categoría(s): Divulgación • Escepticismo