Un Hitler en Estados Unidos

Por ^DiAmOnD^, el 8 septiembre, 2010. Categoría(s): Curiosidades • Historia • Personajes
Kurt Gödel

Es evidente que los genios tienen algo especial. Claro, no se es un genio por nada, algo hay que tener. De hecho posiblemente haya que tener muchas cosas, pero bueno, la cuestión es que si uno estudia la vida de muchos genios de la ciencia en general y de las matemáticas en particular seguro que encontrará detalles que le permitirán clasificarlos como personas especiales.

Una característica que suele presentarse con cierta frecuencia es la rareza (no se entienda este calificativo como peyorativo). Un genio es raro, extraño. No digo que lo sean todos, pero bien es cierto que muchos de ellos han tenido una personalidad bastante peculiar en comparación con sus semejantes.

Quizás de entre los más cercanos a nosotros en el tiempo el genio Albert Einstein sea uno de los que no poseían dicha característica. Einstein era un tipo agradable, sociable, con sentido del humor. Y es posible que uno de sus mejores amigos sea precisamente lo contrario: uno de los máximos exponentes de los últimos tiempos en lo que a personalidad extraña se refiere (posiblemente compartiendo podio con John Nash, o al menos con el Nash que se nos muestra en la película Una mente maravillosa). Nos referimos a otro genio, Kurt Gödel, el mayor exponente de la lógica del siglo XX (y uno de los mayores de la historia, si no el que más).

No voy a realizar una reseña biográfica de Gödel, ni hablar de sus teoremas de incompletitud, todo eso quedará para ocasiones posteriores. Lo que quiero hacer en esta entrada es contar una anécdota de su vida que puede ejemplificar esa característica de rareza que sin duda Kurt poseía.

A pesar de que Gödel no era judío, muchos pensaron lo contrario, posiblemente por su apariencia y por tener entre sus amistades a muchos judíos. Hasta en la Universidad de Viena tuvo problemas por el hecho de realizar la tesis junto a un judío. A pesar de ello nunca reparó demasiado en la situación política de Austria en aquella época (hablamos de 1930-40, en plena subida del Partido Nazi, con todo lo que sucedió después).

Pero fue posiblemente una agresión a él y a su mujer por parte de un grupo de nazis que los confundieron con judíos la que provocó que los Gödel decidieran salir de Viena. Después de un largo y tortuoso viaje Kurt y Adele, su esposa, llegaron a Princeton a finales de marzo de 1940. Allí les esperaba el economista Oskar Morgenstern, compatriota y amigo suyo que preguntó a Gödel por Viena nada más verle. La respuesta de éste no puede reflejar mejor el carácter raro y despistado de Gödel:

El café es pésimo

Pero la anécdota que os quería contar, el detalle que quería que conocierais sobre la rareza de Gödel se produjo cuando éste comenzó a tramitar su nacionalidad estadounidense. La adquisición de dicha nacionalidad culminaba en una audiencia ante un juez que tenía potestad para preguntar al interesado sobre cuestiones relacionadas con la Constitución.

Godel y Einstein

Como hemos dicho antes, Gödel no mostraba excesivo interés por la política. Su actividad se centraba casi exclusivamente en pensar: en pensar en matemáticas, en pensar en lógica, en pensar en filosofía. Pero este tema de la nacionalización le hizo empaparse la Constitución de cabo a rabo para poder salvar ese escollo de las preguntas. Y la estudió con tanto esmero como se puede intuir teniendo en cuenta de la persona de la que hablamos.

Tal fue la profundidad a la que llegó que aseguraba haber encontrado una contradicción en el texto de la Constitución que podía llevar a Estados Unidos a una dictadura como la de Hitler en Alemania. Casi nada. Es a todas luces evidente que lo mejor para que Kurt obtuviera la nacionalidad era que obviara este detalle. Pero él no podía hacerlo. En el transcurso de la audiencia con el juez Gödel comenzó a hablarle a éste sobre ello, con el consiguiente peligro de denegación de nacionalidad. Pero ahí estaba Einstein, su amigo y uno de sus testigos en la ceremonia (el otro fue Morgenstern) para sacarlo del atolladero, para ayudarlo, para protegerlo, como parece ser que lo hizo más de una vez. Albert aprovechó que el juez era el que había oficiado su propia audiencia de nacionalización para intervenir y reconducir la situación hacia cauces más favorables para Gödel. Al final la sangre no llegó al río.

Como podéis ver, Gödel fue una persona, como decía antes, bastante rara en lo que a pensamiento se refiere. Pero también sufrió de ciertos problemas mentales que le hacían convertirse en un tremendo paranoico. Tanto es así que una de sus crisis resultó ser fatal. Con su mujer hospitalizada, Gödel tuvo uno de sus ataques. Sus paranoias sobre un complot para envenenarle le llevaban a dejar de comer. En ocasiones anteriores era su esposa quien le alimentaba, probando ella antes la comida para convencer a Kurt de que no había peligro. Pero en esta ocasión Adele no estaba allí para ello…y Gödel no comió. Hasta tal punto que murió por ello. Oficialmente falleció por desnutrición e inanición como resultado de un trastorno de la personalidad. Vamos, que murió de hambre. Una lástima.

Y para terminar, por si alguien se lo ha preguntado, no, no he encontrado nada relacionado con esa supuesta contradicción que Gödel encontró en la Constitución estadounidense. ¿Habrá quedado constancia de ello?


Esta anécdota está sacada del libro Pasiones, piojos, dioses…y matemáticas, de Antonio J. Durán.