Mario Capecchi, el niño de la calle que llegó a Premio Nobel

Por Cabovolo, el 15 noviembre, 2010. Categoría(s): Curiosidades

“No queda claro si las experiencias de mi infancia ha contribuido a mis éxitos o si estos logros han sido obtenidos a pesar de ellas”, respondió Capecchi en 1996 en Japón al recoger el premio Kyoto en Ciencia Básica.

Capecchi trabajando en su laboratorio

Capecchi vino al mundo un 6 de octubre de 1937 en la ciudad italiana de Verona. Su padre Luciano era un aviador. Su madre, Lucy Ramberg, una poetisa norteamericana perteneciente a una familia de artistas que, tras conocer, a Luciano se mudó a Italia. Allí pasó a formar parte de un grupo de artistas llamado “Los Bohemios”. Viajaba mucho y había dado clases en la universidad de la Sorbona en París.

En un comienzo, la pareja llevaba una vida plácida, pero la cosa cambiaría después de la aprobación de las “Leyes Raciales”. La madre, que hasta entonces no se había implicado en política, comenzó a escribir y repartir panfletos antifascistas y contra los alemanes. Paralelamente, el padre fue llamado a filas y partió hacia África para integrarse en una unidad de artillería antiaérea.

Antes de partir para África, el padre de Mario, consciente que era más que probable que el espíritu rebelde de su mujer le acabara trayendo problemas con las autoridades, acordó con una familia de campesinos de Bolzano que, a cambio de una cantidad de dinero, si su mujer era detenida, ellos se hicieran cargo del hijo de ambos. En otras versiones de la historia es la propia Lucy, la que decide vender todo lo que tiene y con el dinero que obtiene hace un trato con la familia.

En cualquier caso, los temores se vieron cumplidos un día de 1941, cuando Lucy fue arrestada por agentes de la Gestapo y, a los pocos días, deportada al campo de concentración de Dachau. Mario tenía entonces sólo tres años y medio. Afortunadamente, gracias a la previsión de su padre, o de su madre, el pequeño Mario no quedó tirado en la calle. Tal como habían acordado, la familia de Bolzano se hizo cargo de él.

Todo fue bien durante el primer año, pero entonces lo echaron de casa. Capecchi no entiende ni recuerda que fue lo que sucedió, tampoco ha sobrevivido nadie que pueda aclararlo. Tal vez, se les acabara el dinero, tal vez, fueran otros los motivos, pero con apenas cuatro años y medio, Mario tuvo que buscarse la vida por su cuenta. Su padre, estaba desaparecido en combate, y su madre, si es que vivía, estaría en el campo de Dachau.

Capecchi comenzó a vagar por la carretera que unía Bolzano con Verona y acabó uniéndose a varias pandillas de niños que estaban en su misma situación. Sin adultos que cuidaran de ellos, el grupo se las arreglaba para comer de lo que iban pillando en los caseríos y en las ciudades por las que pasaban. El propio Mario no lo oculta, eran una banda de ladronzuelos, tampoco es que tuvieran otra salida. Iban de un lugar para otro y se escondían donde podían para evitar ser atrapados. Su única preocupación era la de sobrevivir un día más. Durante este tiempo, Capecchi pasó por unos cuantos orfanatos, de los que se acababa escapando.

Pero las cosas se pusieron aún más feas para el pequeño Mario cuando un día comenzó a sentirse mal. Mario no recuerda muy bien lo que pasó, pero de repente un día de 1945 se encontraba en el pasillo del hospital de la ciudad de Reggio Emilia. Afortunadamente, parecía que algún buen samaritano lo había recogido de la calle y lo había llevado hasta allí. Padecía tifus y habría muerto de no haber sido tratado a tiempo por los médicos del hospital.

Su salud mejoraba, pero, sin padres, su futuro continuaba siendo incierto. Reconoce que varías veces se le pasó por la cabeza escaparse del hospital, como antes lo había hecho de los orfanatos. Pero, afortunadamente para Mario, esta vez la debilidad y las fiebres se lo impidieron. Aunque él casi no podía ni imaginarlo, un día de 1946, en la habitación de aquel mismo hospital iba a recibir una visita que cambiaría para siempre su vida, la de una mujer que él creía muerta, su madre. La sorpresa fue mayúscula para ambos.

Mostrando la portada del Dolomiten con la noticia del reencuentro con su hermanastra.
Aunque el pequeño Mario no tenía ni idea, su madre había conseguido sobrevivir a Dachau y después de la liberación del campo por parte de los norteamericanos había regresado a Italia y había comenzado a buscarle de manera incansable. Como si se tratara de un milagro, después de más de 5 años separados, su madre había conseguido dar con él.

Después del asombroso reencuentro, se mudaron a Roma y desde allí prepararon su regreso a los Estados Unidos. Gracias al dinero que les envió el hermano de su madre, Henry, pudieron hacerse con unos pasajes de barco para Estados Unidos y, al cabo de unos días, partían del puerto de Nápoles rumbo a Nueva York.

Capecchi recuerda como a las pocas horas de su llegada a Ellis Island, ya estaban subidos a un tren con su tío Edward dirección a Princeton, donde vivía la familia, y al día siguiente ya estaba asistiendo a clase, aunque no tenía ni idea de inglés. Más tarde madre e hijo, se mudarían con la familia de su hermano a Ben Gweled, una pequeña comunidad “colaborativa” de Pennsylvania, algo así como una comuna Cuáquera, de la que su tío había sido cofundador y en la que viviría hasta cumplir los 18. Capecchi valora la experiencia como positiva y cree que le ayudó a adquirir una cierta consciencia social difícil de encontrar en un tiempo en el que en Estados Unidos imperaba el individualismo.

Su madre, sin embargo, nunca se recuperó del todo de su paso por Dachau, nunca volvió a ser la misma. Según Capecchi, vivió toda su vida alejada de la realidad en su “mundo de imaginación”, y es por ello que tuvieron que ser su tío Edward y su mujer los que se hicieran cargo de él.

A partir de aquí, la vida de Mario Capecchi podría haber sido similar a la vida de cualquier otro Premio Nobel, pero la vida aún le tenía reservada una sorpresa más. En 2007, después de serle concedido el Premio Nobel en Medicina y de que su nombre apareciera en periódicos y televisiones de medio mundo, una mujer de Carintia (Austria) llamada Marlene Bonelli reconoció su apellido y reconoció en aquel investigador italoamericano a su hermanastro del que no sabía nada desde hacía casi 60 años.

Era cierto. Aunque su madre, ya muerta, jamás le había hablado de ella, Mario tenía una hermanastra. Sucedió dos años después de la desaparición de su padre, cuando Lucy conoció a un brasileño de origen alemán. Esta vez, sí que queda claro que fue ella la que se encargó de asegurarse que en caso de problemas Marlene estuviera a salvo y la que confió a unos amigos, Max Bonelli y Luise Linder, su hija.

Tropas americanas hacen guardia en la entrada del Campo de Dachau, justo después de su liberación
Marlene tuvo una infancia más fácil que la de Mario. Fue adoptada por los amigos de su madre y, con el tiempo, gracias a que sus padres adoptivos no le ocultaron sus orígenes, pudo conocer a su padre biológico. Marlene sabía que había tenido un hermanastro y que su madre había sido deportada, pero tanto ella como su entorno creían que ambos habrían muerto durante la guerra. La consulta de los papeles de su adopción durante un viaje a Trento tampoco le ayudó a saber mucho más.

Por su parte, los esfuerzos de Capecchi de averiguar algo más sobre su pasado tampoco habían dado resultado. En 2002, durante un congreso científico celebrado en la ciudad de Verona, pasó un día investigando en los archivos municipales, pero no encontró ninguna pista.

Después de que Marlene se pusiera en contacto con el periódico italiano Dolomiten, este se encargó de hacerle llegar al Premio Nobel unas fotos de su supuesta hermanastra. Sólo con las fotos, y gracias al enorme parecido que guardaba con su madre, Capecchi ya estaba casi totalmente convencido de que era su hermanastra. Tuvieron que pasar unos meses hasta que el mismo periódico organizara el reencuentro de los dos hermanastros en mayo del 2008. Mario tenía 71 y Marlene, 69.

Aunque de pequeños apenas habían coincidido unos meses, fue un momento más que emotivo para ambos. Tampoco fue un obstáculo que, al no hablar Marlene inglés ni Capecchi, alemán, que necesitaran un traductor. Después de los abrazos, pasaron un buen rato hablando y compartiendo las fotos de sus vidas separadas. Al acabar Capecchi afirmó que su hermana era “una persona muy agradable, como debería ser cualquier hermana”.

Más info:

Mario Capecchi en Wikipedia
“Era un niño de la calle, me salvó mi madre” (El País)
Mario Capecchi: The man who changed our world (The Independent)
El Nobel de la Calle (El País)
La hermanastra perdida del Nobel (BBCMundo)