¿Y si «The Core» fuera real?

Por Txema Campillo, el 30 noviembre, 2010. Categoría(s): Curiosidades • Divulgación • Física

El “Amazing” Eugenio Manuel vino  a revolucionar la lista de correo de los colaboradores con una “inocente” pregunta que le planteó uno de sus alumnos (sí, esos alumnos): “Si la Tierra muriese geológicamente hablando ¿afectaría de algún modo a la vida sobre el planeta?” . Es decir, ¿qué sucedería si se enfriara el núcleo al dejar de descomponerse los isótopos radiactivos?

Para empezar, tenemos que partir de la hipótesis improbable de que esto ocurra de golpe. Actualmente, el proceso de descomposición y enfriamiento ya se está produciendo, e incluso existen estimaciones de cuánta vida geológica le queda a la Tierra. Pero incluso con las hipótesis más optimistas, el Sol se convertirá en una Gigante Roja antes de que eso sucediera (dentro de 7,5 miles de millones de años), terminando con la Tierra tal y como la conocemos antes de que llegase esa posible muerte geológica.

La primera consecuencia evidente es que se terminaría el vulcanismo y con él la renovación del agua por las fuentes termales y la formación de los minerales. Todos los ecosistemas asociados a este tipo de fuentes como, por ejemplo, los que viven en las dorsales oceánicas, se extinguirían. En el caso concreto de las dorsales, desaparecerían las bacterias quimiosintéticas, que ejercen de productores primarios, al no tener minerales con los que alimentarse (generalmente hierro y azufre) ya que éstos llegan a la superficie de la corteza disueltos en el agua termal. No sé fehacientemente qué cantidad de agua se filtra al subsuelo al cabo de un año pero de toda ésta sólo volvería a salir a la superficie aquella que lo haga en manantiales de zonas calizas.

El magnetismo terrestre también se vería afectado enormemente si el núcleo se enfriara y detuviese, surgiendo dos posibilidades.
La primera de ellas sería la desaparición completa del campo geomagnético, debido a que la dinamo interna que suponemos que lo genera ya no estaría en movimiento. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que ocurra todo lo contrario, pues el hierro que conforma el núcleo terrestre, al igual que todos los materiales ferromagnéticos, esta compuesto por múltiples microimanes que, si se encuentran en las condiciones óptimas, podrían orientarse coherentemente conforme se enfría el material, dando lugar a un campo magnético remanente.

La respuesta a cuál de estas situaciones llegaríamos en caso de sufrir la espantosa catástrofe de la que hablamos está, como casi todo, en la termodinámica.

El proceso de enfriado es, al fin y al cabo, un proceso de intercambio térmico entre los átomos del hierro fundido del núcleo y el entorno; y un pequeño modelo de esfera cargada a la que se obliga a detener su rotación es suficiente para entender, al menos cualitativamente, el estado del núcleo tras su muerte geológica.

Es obvio que, conforme el núcleo se va frenando desde su estado actual, el campo magnético que genera descenderá debido a que la contribución de la dinamo será menor. Sin embargo, conforme el material sigue su camino hacia el reposo, aparece la clara dicotomía comentada antes; y es que el resultado final depende fuertemente de lo rápido que se detenga y enfríe el núcleo.

Si el tiempo de frenado es suficientemente largo, como ocurriría en un proceso geológico normal, los pequeños imanes que conforman el hierro fundido tendrán tiempo suficiente para orientarse en la misma dirección del campo creado durante la rotación. El resultado es un campo magnético neto, no muy grande, pero seguro que suficiente para evitarles incómodos tortazos a las palomas ciegas de The Core ya que, según los últimos estudios, las aves migratorias se orienta usando el efecto Zenon con el campo magnético terrestre.

La otra cara de la moneda es la situación en que el núcleo se detuviese muy rápido, fruto del maquiavélico plan de algún genio del mal. En esta situación, los imanes microscópicos no tendrían tiempo a orientarse y generar un campo magnético total neto, sino que se contrarrestarían entre sí, formando un material magnéticamente homogéneo y condenando a las aves migratorias al GPS, impidiendo su migración estacional. Esto tendría una gran repercusión en aquellos ecosistemas en el que estas aves, y todas aquellas que lleven a cabo su migración guiándose con el geomagnetismo, ejercen un papel importante en los ciclos depredador-presa. Tenemos pues, que la desaparición del campo magnético terrestre tendría consecuencias más graves que la simple inutilidad de nuestras brújulas.

De todas formas, en los dos escenarios tendríamos un campo magnético más débil que el actual, y en consecuencia la protección contra las partículas cargadas provenientes principalmente del viento solar quedaría mermada. Algunas simulaciones numéricas indican que la propia interacción del viento solar con la Tierra crearía un campo magnético inducido en la ionosfera, de una intensidad no mucho menor a la de la geodinamo actual, con una forma parecida a una onda de choque por la colisión entre este flujo de partículas y nuestro planeta. Sin embargo, la protección sería menor en la región donde la luz del Sol llega perpendicular a la superficie terrestre, y las capas superiores de la atmósfera aún se verían afectadas. Uno podría pensar que el bombardeo de partículas del viento solar excitaría las moléculas de la atmósfera produciendo auroras globales, pero esta interacción se daría sólo en el lado diurno de la Tierra. La posibilidad de contemplar este espectáculo desaparecería.

Consecuencia de la pérdida del dipolo y del vulcanismo, además, nuestra atmósfera no se renovaría, cada vez sería menos densa debido a que el viento solar iría arrastrando sus moléculas al espacio y el clima sería cada vez más extremo al carecer de esa manta gaseosa.

La tectónica de placas tardaría algo más en desactivarse porque el núcleo, al disminuir su temperatura, disminuiría también su presión y por ende, su volumen aumentaría, lo que aun ensancharía un poco las dorsales. Una vez parada la tectónica de placas entraría en juego la erosión y tendríamos, con el tiempo suficiente, un precioso yermo donde no habría valles ni montañas. Estas serían demolidas por los agentes erosivos y sus sedimentos irían a parar a zonas donde jamás serían elevados a montañas ni fundidos para surgir como nuevas rocas volcánicas. No todo sería malo, el CO2 que se fija en forma de carbonatos en el fondo del mar no viajaría nuevamente al fondo del manto y nunca volvería a la atmósfera a través de los volcanes, el exceso de efecto invernadero se paliaría un poco. 😛

Pero bueno, si quieren saber lo que no pasaría si solidificara el núcleo de forma más amena, disponte a disfrutar de ese compendio de mala ciencia que es “The Core”

Quisiera agradecer las aportaciones de todos los colaboradores que han cooperado a través de la lista.



Por Txema Campillo, publicado el 30 noviembre, 2010
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