Critón, le debemos un gallo a Asclepio

Por Daniel Torregrosa, el 12 enero, 2011. Categoría(s): Divulgación • Historia

En el año 399 a.C. un jurado compuesto por 550 ciudadanos atenienses fue convocado para juzgar a un hombre. La acusación fue formulada ante el arconte -magistrado competente para iniciar los juicios en la antigua Grecia- por tres destacados miembros de la ciudadanía: el influyente y poderoso Anito, el poeta erótico Meleto y el orador Licón. A un insigne y conocido ciudadano de Atenas se le imputaban los delitos de corrupción de la juventud y de no creer en los dioses. El acusado tuvo la oportunidad de defenderse en público de los cargos, y lo hizo en un discurso lleno de sabiduría y valentía. Pero al final la sentencia fue propuesta y reafirmada: el ciudadano Sócrates debía morir, y lo haría ingiriendo cicuta.

Sócrates (470-399 a.C) fue uno de los filósofos que más han influido en la historia del pensamiento universal. Su obra no ha pasado directamente a nosotros sino que lo ha hecho a través de algunos de sus discípulos, como Platón o Jenofonte; o a través de Aristóteles, que aunque no conoció a Sócrates en vida, se le considera también como una fuente fidedigna. El propio Platón fue quien relató el injusto proceso que sufrió su maestro en su diálogo de imprescindible lectura Apología de Sócrates.

Tras el juicio, Sócrates fue encarcelado hasta que le llegó la hora de ser ajusticiado. La muerte debía producirse por ingestión de una bebida preparada con cicuta, una planta bastante conocida desde la antigüedad por su toxicidad y que era el veneno oficial en la antigua Grecia para rendir cuentas con los condenados a la pena capital.

Pero ¿qué es la cicuta y por qué es tan tóxica?

La cicuta (Conium maculatum) es una planta, bastante común en Europa y América, la cual podemos reconocer fácilmente por sus grandes tallos maculados de color pardo-púrpura, y cuyos frutos y hojas son muy ricos en alcaloides de gran toxicidad, siendo el principal responsable de sus terribles y tóxicos efectos la conina (cicutina).

Conium maculatum

La conina, un alcaloide derivado de la piperidina, se presenta como un líquido incoloro y oleaginoso con un fuerte y nauseabundo olor. Es un agente químico neurotóxico que actúa como bloqueante de los receptores nicotínicos, situados en las membranas postsinápticas de las uniones neuromusculares; en resumen -y por simplificar-, la conina impide que la señal eléctrica de los nervios llegue a los músculos, provocando una progresiva parálisis de los mismos.

Se estima que unos 6 u 8 gramos de hojas de cicuta son suficientes para producir la muerte. Una muerte que viene precedida por vómitos, diarrea y dolor abdominal, seguidos de una sensación de hormigueo en los miembros y una disminución progresiva de la fuerza muscular con sensación de frío,  que se transforma finalmente en una parálisis del centro respiratorio central que transcurre hacia un fatal desenlace entre tremendas convulsiones.

El día y la hora señalada por el tribunal que condenó a Sócrates, un verdugo preparó una poción triturando las hojas de cicuta y cociéndolas después en un poco de agua. A la mezcla resultante se le solía añadir vino para enmascarar el desagradable sabor y “dulcificar” el tránsito hacia la otra vida. Para acelerar los efectos tóxicos del veneno, los verdugos aconsejaban caminar un rato tras beber la pócima, así los efectos surgían antes debido a la activación del tono muscular. Sócrates, acompañado de discípulos y amigos, bebió resignado la mortal pócima y caminó…

Así fue la muerte de Sócrates. Y así lo plasmó su fiel discípulo Platón, quién en su obra Fedón, nos relata de la siguiente manera los últimos momentos de la vida de su querido maestro.

Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:

-Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides .
-Así se hará -dijo Critón-. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada.

Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.”

La muerte de Socrates

Platón no fue testigo directo de la muerte de Sócrates, ya que tuvo que huir tras el juicio, pero reflejó fielmente –como hemos podido leer- los últimos instantes de la vida de su mentor, a través de los testimonios de otros compañeros y amigos como Critón de Atenas, que sí estuvieron presentes.

Las últimas palabras de Sócrates según Platón fueron: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.” …¿Un gallo a Asclepio? ¿el dios? No deja de ser sorprendente que un Sócrates moribundo invocara a una divinidad en la que al parecer no creía –de hecho, muchos estudiosos de su obra lo insinúan- y que había criticado en sus enseñanzas, unas enseñanzas por las que había sido condenado injustamente a muerte. ¿Alucinaciones al ver el túnel? Lo dudo mucho. De hecho, las intoxicaciones por cicuta mantienen a las personas envenenadas en plenas facultades mentales hasta el final. Me inclino a pensar –y es una licencia que me permito, y que me perdonen los historiadores- que el gran maestro de filósofos no perdió ni un ápice su conocida ironía y su sentido del humor, ni aún en el momento y trágico final de su vida. ¿Quiso dejar Sócrates un mensaje para la posteridad, cuando menos, original? Quién sabe.

Referencias:
– «Medicina Legal y Toxicología Forense». Gisbert Calabuich. Editorial Masson 7ª edición
– “Fedón”. Platón



Por Daniel Torregrosa, publicado el 12 enero, 2011
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