«El que quiera peces…

Por Rosa García-Verdugo, el 17 marzo, 2011. Categoría(s): Divulgación
Subir cuesta trabajo, incluso a Spiderman

..que se moje el culo». Esta era la frase que solía repetirnos nuestro profesor de matemáticas del Instituto cuando quería recordarnos el valor del esfuerzo para conseguir triunfar (en este caso el triunfo no significaba nada más que aprobar para poder ir de vacaciones en verano, pero igual).

En estos tiempos en donde parece que cualquiera puede triunfar simplemente con tener sus 15 minutos de ¿gloria? televisiva por hacer el ridículo ¿qué valor tiene el esfuerzo en la consecución del éxito profesional?

Hasta hace poco se creía que uno nacía genio, es decir, que si ibas para Mozart era porque lo llevabas en los genes y que el que dedicaras un poco más de tiempo a la práctica o no sólo podía hacerte mejorar un poco pero no marcaría la diferencia. Sin embargo en los últimos años se ha demostrado que la influencia del tesón y del tiempo dedicado a la práctica y la mejora de las aptitudes naturales es lo que marca la diferencia entre un genio y un «aficionado» (en el caso de la mayoría de las aptitudes sin embargo, sí es cierto que el límite lo marca la biología).

El doctor Ericsson de la Universidad de Estocolmo ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar qué hace a los expertos ser tales llegando a concluir que para sobresalir en algo han de invertirse horas de entrenamiento (un ejemplo numérico son esas 10.000 horas de práctica que consiguen convertirte en un violinista experto, dicen). Pero dedicar tiempo a practicar de forma constante y DELIBERADA, esto es, por voluntad propia (no porque tengas a alguien detrás empujándote a ir a clase de ballet) requiere ciertas cualidades de carácter, una de ellas son agallas, o mejor dicho un par (de narices/cojones/ovarios) ya sabéis.

Así que en un estudio también firmado por el mismo doctor Ericsson, la psicóloga Angela Duckworth estudió un grupo de niños participantes en esos concursos de deletrear tan famosos en los Estates y además de comprobar que aquellos que dedicaban más horas a practicar eran más exitosos (como era de esperar) también descubrió que una de las capacidades que los distinguía de los otros era que eran capaces de forzarse a practicar incluso cuando esta actividad no les resultara especialmente divertida y según los autores del estudio esto se debe a las «agallas» (no pensemos en peces ahora, que no) que pueden evaluarse en una escala a razón de la consistencia de las pasiones (durante cuánto tiempo has estado interesado en ser el próximo Picasso) y la consistencia del esfuerzo (cuanto tardas en tirar la toalla).

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No creo que a nadie le sorprenda que, en conclusión, aquellas personas capaces de obsesionarse con sus pasiones son más capaces de resistir los embates de la adversidad y de hacer lo que haga falta para cumplir sus objetivos…y no hablo sólo de deletrear.

A riesgo de caer en el autobombo, dadas las circunstancias de las pasadas semanas con la carta-noticia-bomba de nuestra querida Ministra de ¿Ciencia? (Si no lo habéis hecho aún, echad un vistazo a la genial carta en respuesta de Arturo Quirantes) me parece que si hay algo que los científicos -y no sólo los españoles- aunque especialmente los que están en casa tienen, son «agallas» para seguir luchando por llevar a cabo un trabajo que es su pasión y que no está reconocido ni socialmente ni en términos salariales. Ni siquiera por nuestra Ministra.

Pero seguiremos invirtiendo trabajo y esfuerzo en la Ciencia, incluso a su pesar, aquí o en el extranjero…con un par.



Por Rosa García-Verdugo, publicado el 17 marzo, 2011
Categoría(s): Divulgación