Mi nombre es Sputnik

Por El Nocturno, el 18 julio, 2011. Categoría(s): Curiosidades • Historia

El inicio de la carrera espacial presentó el reto de dar nombre a las naves, especialmente las tripuladas,de los participantes en la competencia por la supremacía fuera de la atmósfera (lo que era entonces la URSS y los Estados Unidos), tal como se da nombre a las embarcaciones.

La URSS llegó al espacio con nombres poco inspiradores. Sputnik que significa simplemente “compañero de viaje”, fue el nombre del primer satélite artificial lanzado en 1957, de la primera nave que llevó a un ser vivo al espacio (Sputnik 2 con la perrita Laika) y un total de 41 proyectos hasta 1998. Vostok, el nombre que llevaron las misiones tripuladas de un solo ocupante, como la 1, de Yuri Gagarin, y la 6, de Valentina Tereshkova, significa simplemente “Oriente”. Pero pronto los rusos adoptaron nombres con un significado más poético con las cápsulas Voskhod (“ascenso”) para dos o tres tripulantes y las Soyuz (“unión”) que se utilizan hasta la actualidad, así como para las estaciones espaciales Salyut (“saludo”) y Mir (“paz”).

Entretanto, los estadounidenses optaban por un dejo clásico y nombraban a su primer proyecto de cápsulas de un solo tripulante Mercury, por el dios romano del comercio y mensajero de los dioses Mercurio. La NASA dio libertad a los astronautas de darle nombre a la misión, lo que hicieron desde la Freedom 7 (Libertad 7) de Alan Shepard pasando por la Friendship 7 (Amistad 7) de John Glenn, primer estadounidense en órbita, hasta la última misión del proyecto, Faith 7 (Fe 7) de Gordon Cooper. ¿Y por qué el número 7? Shepard lo eligió como homenaje a los 7 primeros candidatos a astronautas que entrenaron juntos, y la tradición se mantuvo en las siguientes misiones.

El programa Gemini fue el siguiente, con naves para dos tripulantes, por lo cual su nombre era bastante obvio, tomado de la constelación de Géminis, los gemelos. Pero la NASA decidió suprimir los nombres de las misiones dados por los astronautas, y las misiones de estas cápsulas pasaron a distinguirse sólo por números romanos consecutivos.

El siguiente programa tripulado, destinado a llegar a la Luna, el Apolo, fue nombrado por el ingeniero Abraham Silverstein pensando en el dios griego de la luz y la música. Diría Silverstein que “les ponía nombres a las naves espaciales como si se los pusiera a mis hijos”, es decir, sin explicación alguna. Como el programa Apolo incluía de hecho dos naves: el módulo de comando y servicio, que quedaba en órbita alrededor de la Luna y devolvía a los astronautas a Tierra, y el módulo de descenso lunar, se dieron nombres a cada uno. En la misión Apolo XI, la primera que llegó a la Luna, el módulo de comando era el Columbia (por el nombre de la nave de la novela De la Tierra a la Luna de Jules Verne y probablemente por ser la personificación femenina de los Estados Unidos) y el módulo lunar fue el Eagle o Águila.

El programa espacial que ha llegado ahora a su fin, el del transbordador espacial, fue el primero cuyo nombre técnico era francamente aburrido y desprovisto de toda imaginación: STS, siglas en inglés de “Sistema de Transporte Espacial”. Este desastre de relaciones públicasy falta de imaginación se solventó dando nombre a cada una de las seis lanzaderas espaciales que se construyeron. La primera nunca salió al espacio, fue construida únicamente para pruebas de aerodinámica y vibración tanto en tierra como lanzada desde un Boeing 747. Dado que su fecha de presentación era el 17 de septiembre, día de la Constitución de los Estados Unidos, en 1976, se decidió darle el nombre Constitution.

Sin embargo, los fans de la serie de televisión Star Trek tenían otros planes y organizaron una recogida masiva de firmas para que el transbordador fuera bautizado como la mítica nave de la serie: “Enterprise”. Y triunfaron. El transbordador fue presentado el día previsto, pero con el nombre de la nave ficticia y en presencia de Gene Roddenberry, creador de Star Trek, y de buena parte del elenco del programa.

Transbordadores espaciales

La NASA decidió que los siguientes transbordadores llevaran los nombres de famosos buques de exploración y aventura. Se echó de menos un Beagle que honrara al barco en el que Darwin viajó y reunió los datos con los que revolucionó el conocimiento, pero probablemente esto se debió también a que “beagle” significa “perro sabueso”, de modo que eligieron nombres más rimbombantes y de significado más halagüeño en su opinión.

En el orden de su construcción y puesta en servicio, son los siguientes:

Columbia, nuevamente, pero ahora también por un pequeño velero que a fines del siglo XVIII exploró la desembocadura del río Columbia, por uno de los primeros barcos estadounidenses que circunnavegó el planeta.
Challenger, “el que desafía”, tomó su nombre de la embarcación británica HMS Challenger, que exporó el Atlántico y el Pacífico durante la década de 1870.
Discovery, “descubrimiento”, homenajeaba a dos famosos veleros homónimos, uno de Henry Hudson que a principios del siglo XVII buscó el mítico paso noroeste entre el Atlántico y el Pacífico y el otro el barco consorte de la tercera expedición de James Cook, que descubrió las islas hawaianas.
Atlantis fue bautizado por un velero de dos palos del Instituto Oceanográfico Woods Hole que navegó de 1930 a 1966.
Endeavour, el último transbordador construido, lleva el nombre de la primera embarcación comandada por James Cook, a la que se le encomendó la observación del pasaje de Venus dentre la Tierra y el Sol en los mares aledaños a Tahiti, y con la que descubrió para Europa los territorios de Nueva Zelanda, Australia y el arrecife de la Gran Barrera de Coral.

Un caso aparte es la primera gran empresa espacial cooperativa internacional, que ahora, por cierto, verá sus necesidades de transporte de personal atendidas únicamente por las naves Soyuz rusas, la Estación Espacial Internacional o ISS por sus siglas en inglés. Nombre ciertamente descriptivo y preciso, pero bastante poco digno de su enorme papel histórico. Vamos, que incluso su apodo de radiocomunicaciones, “Alfa”, es más inspirador. Que realmente es un desafío el intento lírico dedicado arrebatadamente a la gran aventura de la “Estación Espacial Internacional”.

Todavía estamos a tiempo de darle un bautismo que halague más el oído y proporcione inspiración y fuentes metafóricas a quienes narran la aventura humana en el espacio.



Por El Nocturno, publicado el 18 julio, 2011
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