Una bacteria inexistente, un pato inocente y unas amenazas insensatas

Por Fernando Frías, el 17 agosto, 2011. Categoría(s): Escepticismo • Medicina

La del oscillococcinum es una de esas historias que solo pueden ocurrir en el fantástico mundo de la homeopatía. Todo comenzó en los años 20 del pasado siglo, cuando un médico militar francés, Joseph Roy, anunció al mundo que había descubierto una nueva bacteria presente en la sangre de las víctimas de la tristemente célebre gripe española.

La bacteria tenía dos características distintivas: en primer lugar, mostraba un movimiento vibratorio muy peculiar, que hizo que Roy la bautizase con el nombre de “oscillococco”. Y, en segundo lugar, resultó que solo Roy fue capaz de verla: la bacteria en realidad no existe, aunque para compensar Roy se las arregló para “descubrirla” en la sangre y los tejidos de personas, animales y plantas afectados por todas las enfermedades que uno pueda imaginar.

Pero la dura realidad no fue suficiente para frenar a Roy, que siguiendo los principios homeopáticos decidió que, puesto que sus imaginarios “oscillococci” eran la causa de tantas enfermedades, también podrían servir para curarlas. Claro que, como no hubo forma de aislarlos (por razones evidentes para todo el mundo excepto para él), en vez de emplear las supuestas bacterias utilizó los órganos internos del pato almizclado, vaya usted a saber por qué. Y dado que el animalito en cuestión es conocido en el ámbito de la cocina francesa como Pato de Berbería, Roy no empleó su nombre linneano correcto (cairina moschata) y en su lugar presentó su remedio como “Anas Barbarie, Hepatis et Cordis Extractum”.

Hasta aquí tenemos un remedio a base de una bacteria imaginaria y elaborado con las entrañas de un pato de nombre equivocado. ¿Hay más? Pues sí, claro. Siguiendo los postulados de la homeopatía, el remedio debe ser “dinamizado”, es decir, diluido hasta que desaparezca materialmente y solo quede de él, como decía Hahnemann, su “espíritu curativo”.

En su versión comercial, el Oscillococcinum de Laboratorios Boiron, la dilución se realiza a una “potencia” de 200K. La sigla se refiere al método de Semion Korsakov, que básicamente consiste en echar el producto en un vaso, agitarlo, tirar el contenido y volver a llenarlo de agua para mezclarla con el líquido que se haya quedado adherido en las paredes y el fondo del recipiente. La precisión de semejante procedimiento nos la podemos imaginar, y de hecho los propios homeópatas no se ponen de acuerdo sobre si equivale a 1/100, 1/150 o vaya usted a saber qué. Pero da igual, porque dado que el proceso se repite nada menos que doscientas veces el resultado es obvio: el remedio final está formado única y exclusivamente por agua.

Agua que, según los homeópatas, conserva la memoria lejana de aquella bacteria inexistente. Lo que no aclaran es cómo consiguen que esa memoria, suponiendo que existiera, se traslade a los gránulos de lactosa impregnados con la mezcla final y dejados secar, que es lo que nos venden en el envase.

Con estas premisas es comprensible que el italiano Samuele Riva emplease la imagen del Oscillococcinum de Boiron para hablar en su blog de lo absurdo de la homeopatía. Hay muchos remedios homeopáticos ridículos, pero este se caracteriza porque lo comercializa con gran éxito una potente multinacional, para la cual se trata de un negocio impresionante: como contaba hace tres años Simon Singh, para recaudar más de veinte millones de dólares anuales entre sus incautos clientes Boiron no necesita emplear más que un solo pato. De hecho, les basta con unos trocitos del corazón y el hígado del pato, así que con lo demás sus directivos pueden hacerse un buen asado para celebrar el éxito económico.

Pero claro, con semejantes cifras es lógico que Boiron pretenda defender a capa y espada su negocio, y lo han hecho de una manera que empieza a convertirse en costumbre en el mundo de las terapias de mentirijillas: recurriendo a la amenaza de acciones legales. Así que han remitido al blog una carta en la que exigen la retirada de las menciones a su empresa y sus productos y la revocación de los permisos de edición de Samuele Riva.

Como se pueden imaginar, en su carta Boiron no esgrime ningún resultado científico que avale la eficacia del Oscillococcinum. Al fin y al cabo, según sus propios datos la multinacional francesa gasta al año en investigación y desarrollo aproximadamente un 1% de su volumen de ventas, una cifra muy alejada de lo que suelen invertir las industrias farmacéuticas convencionales (que oscila entre el 15 y el 20%) y que además en su mayor parte se destina a cosas tan útiles desde el punto de vista científico como el diseño de sus nuevos envases de colorines o la compra de una cátedra en la Universidad de Zaragoza. De modo que se limitan, como suele ocurrir en estos casos, a exhibir su musculatura legal en lugar de sus evidencias.

Pero si esta respuesta es la que cabe esperar en una empresa que gasta tan poco en investigación, resulta bastante chocante si nos fijamos en otro capítulo de sus cuentas: Boiron emplea nada menos que el 25% del producto de sus ventas en marketing, por lo que cabría esperar que tuviesen un poco más de cuidado a la hora de comprometer su imagen. Sin embargo, tal y como podría haber previsto hasta el más novato en esto de internet, las amenazas a Samuele Riva han servido para provocar el inevitable efecto Streisand y que decenas de blogs, webs y medios italianos se hayan hecho eco del caso. Y eso es solo el principio, porque la publicación de una nota sobre lo ocurrido nada menos que en el British Medical Journal incrementará sin duda la potencia con la que Boiron se ha propinado esta patada en su propio trasero.

Recordemos que, por lanzar a sus abogados contra el divulgador británico Simon Singh, la quiropráctica británica consiguió ponerse a sí misma al borde de la desaparición. Y no olvidemos tampoco que la propia Boiron se enfrenta a un par de demandas colectivas en California precisamente por realizar afirmaciones falsas acerca del Oscillococcinum, como pueden leer aquí y aquí.

Si añadimos datos como la más que dudosa legalidad de la comercialización de sus productos en España o el indiscutible fracaso de sus productos como medio para suicidarse, seguramente lo más conveniente para la multinacional francesa habría sido estarse calladita y no levantar la liebre.

Pero, en fin, lo han hecho, así que si se toman todas estas molestias arriesgándose a hacer público todo el tinglado que hay detrás de ese medicamento inverosímil basado en una bacteria inexistente, ¿quiénes somos nosotros para llevarles la contraria? Venga, vamos a contarlo.



Por Fernando Frías, publicado el 17 agosto, 2011
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