Las grandes mentiras en el etiquetado de los alimentos funcionales

Por Colaborador Invitado, el 2 noviembre, 2011. Categoría(s): Divulgación

El gran negocio de los alimentos funcionales, buque insignia del sector alimentario en la última década, se tambalea. Un mercado que factura ni más ni menos que casi 33.000 millones de dólares en todo el planeta y que solamente en Europa supera los 15.000 millones de euros está a punto de estallar…y todo gracias a la investigación aplicada.

Zumos enriquecidos en vitaminas, productos cárnicos con efecto Bífidus, margarinas con esteroles, prebióticos, simbióticos, etc. son claros ejemplos de este tipo de alimentos que, a pesar de que su tendencia de consumo es claramente alcista, han sido puestos en el disparadero debido al tipo de publicidad que les rodea.

Durante muchos años la poderosa Industria Alimentaria ha tenido total impunidad para publicitar auténticos disparates en el etiquetado de los alimentos funcionales con el propósito de llamar la atención del consumidor. Slogans publicitarios tales como “Favorece el desarrollo del sistema inmune”, “Baja la tensión arterial”, “Mejora la salud intestinal”, “Reduce la osteoporis” y hasta “Previene el cáncer” han servido para enganchar al consumidor hasta el punto que las recientes estadísticas muestran que los alimentos funcionales se consumen en el 40% de los hogares de nuestro país.

A pesar de que pocas de estas reclamas publicitarias estaban basadas en estudios rigurosos, la ausencia de una legislación internacional que abarque todos y cada uno de los aspectos concernientes a los alimentos funcionales ha permitido que “todo valga” en el etiquetado de estos productos.

Sin embargo, desde hace años se rumorea que no es oro todo lo que reluce alrededor de los alimentos funcionales y ha tenido que ser la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la máxima responsable continental en temas de alimentación y que se ha convertido en el azote de las grandes multinacionales alimentarias, quien ha abierto la caja de los truenos.

La aprobación por el Parlamento Europeo del Reglamento 1924/2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos, no sin una dura resistencia por parte de las grandes multinacionales alimentarias a las que no les interesa la existencia de una reglamentación estricta en materia de etiquetado, no sea que se les vea el plumero, ha puesto fin a esta bochornosa situación.

Recientemente la EFSA ha culminado el trabajo que ha estado realizando durante más de tres años basado en la aplicación de dicho Reglamento y en el que se han evaluado las solicitudes de miles de empresas para poder publicitar las maravillosas bondades de sus productos. Se presentaron ni más ni menos que 44.000 solicitudes, de las cuales la Comisión Europea seleccionó unas 10.000 que cumplían con los requisitos de la solicitud. Después, la EFSA elaboró una lista de 4.000 declaraciones agrupando aquéllas que eran similares. Finalmente, se devolvieron algo menos de la mitad para que los solicitantes aportasen más información o aclaraciones, evaluándose un total de 2.758 solicitudes.

El resultado ha sido demoledor. Solamente una de cada cinco declaraciones presentadas se basa en pruebas científicas sólidas. El resto de las alegaciones saludables propuestas han sido rechazadas por diferentes motivos por lo que las empresas implicadas se han visto obligadas a retirar la publicidad de determinados alimentos funcionales…al menos hasta que sean capaces de aportar informes que demuestren  la verdad de sus afirmaciones.

Como se podrán imaginar, la tarea de la EFSA no ha sido nada fácil ya que ha sufrido presiones de todo tipo. Sin embargo, y para llevar a cabo su objetivo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria solamente ha tenido que echar mano de un viejo, y a la misma vez surrealista, debate científico: ¿Investigación Básica o Aplicada?

A pesar de que la teoría dice que la investigación bàsica y la aplicada deberían ir de la mano, ya que sin la primera jamás existiría la segunda, el Panel de Expertos en Nutrición, Alergias y Dietéticos de la EFSA que ha evaluado todas las solicitudes presentadas ante la UE acaba de demostrar que no existe un equilibrio entre estos dos tipos de investigación.

Entre los diversos motivos que ha aducido la EFSA para  denegar las famosas”health claims” destaca uno por encima del resto. Es cierto que la EFSA reconoce que existen innumerables estudios de investigación básica publicados en prestigiosas revistas científicas que, además de caracterizar físico-químicamente todo tipo de ingredientes funcionales, certifican su seguridad alimentaria. Sin embargo, la poca de investigación aplicada que se observa en los pocos estudios realizados en humanos, debida principalmente a la falta de  financiación económica necesaria para este tipo de trabajos y al sistema establecido por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación para la baremación de los méritos investigadores donde se favorece la investigación básica al valorarse mucho más la cantidad de publicaciones que la calidad de las mismas, no asegura que las propiedades observadas “in vitro” para los alimentos funcionales pueden reproducirse “in vivo”.

Por este motivo muchas estrellas del panorama de los alimentos funcionales y de los suplementos, como es el caso de los alimentos probióticos con sus conocidos lactobacilos a la cabeza, los productos ricos en ácidos grasos con los Omega-3 o el CLA como abanderados o algunos suplementos para colectivos especiales como los deportistas, han resultado señaladas por la EFSA.

Ante este panorama, y aunque las grandes multinacionales del sector alimentario han puesto el grito en el cielo por lo que han entendido como un ataque injustificado por parte de la EFSA, muchas empresas se han visto obligadas a suprimir de sus productos estrella diferentes slogans publicitarios donde se aseguraba que el consumo de estos productos podría tener efectos beneficiosos sobre la regulación del colesterol, la mineralización de los huesos, los sistemas inmune o digestivo, la absorción de calcio, la función cognitiva, el rendimiento deportivo, la reducción de la obesidad, etc…y, por mucho que protesten acerca del exceso de celo de la EFSA, el chiringuito se les ha desmontado.

Ya era hora que alguien diese un golpe encima de la mesa y parase los pies al potente sector de la industria alimentaria. Durante muchos años los consumidores hemos tenido que soportar absurdas promesas basadas en mitos y leyendas por no decir fraudes y mentiras. ¿Culpables? Muchos. Empresas a las que no les interesaba una legislación clara y contundente que les parara los pies, políticos que sucumbían ante la presión de las grandes multinacionales para no aprobar Reglamentos, científicos de dudosa reputación que caían en las redes económicas del sector alimentario… pocos pueden arrojar la piedra de la inocencia.

Una vez más la Ciencia, a través de un minucioso examen tanto de la investigación básica como de la aplicada realizada sobre todos estos productos, ha servido para poner las cosas en su sitio. A pesar de que hay suficiente investigación básica, queda mucho trabajo por hacer en el campo de la investigación aplicada. En el caso de optar por un tipo de investigación menoscabando a la otra, ejemplos como los del falso etiquetado de los alimentos funcionales se repetirán desgraciadamente y la cascada de consecuencias no solamente afectará al sistema científico y al empresarial, sino que el consumidor seguirá siendo víctima de continuos engaños por parte de determinados sectores…preocupante.

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Este artículo nos lo envía Jose M. López Nicolás (@Scientiajmln) Bioquímico de formación, investigador y docente de profesión, redactor del blog Scientia de afición

Más información:
Web oficial de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria: http://www.efsa.europa.eu/



Por Colaborador Invitado, publicado el 2 noviembre, 2011
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