Obsolescencia programada: Lecciones de una bombilla

Por Ecos del futuro, el 29 noviembre, 2011. Categoría(s): Divulgación

El documental  “Comprar, tirar, comprar” sobre obsolescencia programada y resultado de una colaboración de varias televisiones de diferentes países, fue premiado recientemente como mejor documental por la Academia de la Televisión. Según la web de TVE, se ha emitido en 12 países, lo han visto unos 12 millones y medio de espectadores y se trata de “un profundo análisis sobre la reducción deliberada de la vida de los productos tecnológicos con el fin de incrementar su consumo”.

La obsolescencia programada es la teoría que afirma que la industria ha conspirado para que sus productos dejen de funcionar antes de que acabe su vida útil factible. Pero un corolario del principio de parsimonia –más conocido como navaja de Occam– nos sugiere que nunca deberíamos atribuir a una conspiración aquello que pueda deberse a simple incompetencia. Así que hagamos en Amazings un análisis “algo más profundo” de algunas de sus afirmaciones.

El punto de partida del documental es la siguiente anécdota.  En 1972, alguien se dio cuenta de que una lámpara de una estación de bomberos del condado de Livermoore (California), llevaba usándose desde 1901. El libro Guiness de los records declaró a la misma como la bombilla de luz más antigua del mundo que seguía encendida (y que puede verse a través de esta webcam).  Y al menos desde 1972 brilla continuamente con una potencia más bien escasa de unos 4W. Un ejemplo claro de que ¡ya no se fabrican bombillas como las de antes!. Y no es el único caso.

Bonita historia. Conclusión equivocada. En los test de longevidad de bombillas se aprecia que su duración es inversamente proporcional a una potencia elevada (en el rango 12-16) del voltaje aplicado. Eso significa que para una disminución de la tensión de tan solo el 5%, la duración de una bombilla aproximadamente se duplicaría.  Asumiendo que esa relación de mantiene para tensiones mucho menores tendríamos que, por ejemplo, a la mitad de tensión nominal, la longevidad de la bombilla aumentaría en un factor de al menos 4000 (aprox. 2¹²), equivalente a ¡más de 400 años! si asumimos además una vida media estándar de unas 1000 horas.

No conozco la razón de que la potencia de la histórica lámpara sea de 4 W, pero sus valores nominales de fabricación eran de 30W y 120 V. No cabe duda de que el filamento de carbono de la bombilla habrá ido disminuyendo su sección por evaporación del material y aumentando por tanto su resistencia, algo que explicaría en parte la pérdida de potencia. Pero los valores medidos de la resistencia sólo parecen compatibles con una tensión de alimentación del filamento a unos 60V, o aproximadamente la mitad de su voltaje nominal.

Sin ninguna duda, la famosa bombilla estaba diseñada con la intención de durar. ¿Por qué las bombillas actuales no?.

El documental parece que tiene la respuesta. El cártel de Phoebus, formado en 1924 por Philips, Osram y General Electric con el objetivo de pactar determinados estándares del sector, estableció la fabricación de bombillas de 1000 horas de duración. Aparte de no haber podido localizar explícitamente ese punto de los acuerdos,  los objetivos del cártel parecen giran en torno a la mejora de la eficiencia.

Imagen:

Se podían fabricar bombillas más duraderas, pero más caras o menos eficientes. Pensemos que el mayor coste de una bombilla incandescente está en lo que pagamos por su consumo eléctrico y no en su precio, de ahí la importancia de llegar a un compromiso entre eficiencia y longevidad (un ejemplo numérico). Y por si no fuese suficientemente convincente,  Eino Tetro, de la universidad de Helsinki y experto en iluminación eléctrica confirma que 1000 horas era un valor óptimo razonable para una bombilla incandescente.

Así que los autores del documental deberían haber empezado al menos en la entrada de wikipedia sobre la bombilla y no conformarse con unos pocos documentos de dudosa credibilidad que además presentan como si de la foto de un ovni se tratase: lejanos y borrosos. El “profundo análisis” queda así reducido a una colección de anécdotas que supuestamente apuntan a una conspiración, pero que se explican fácilmente utilizando las leyes básicas de la electricidad.

A partir de ese momento el documental dejó de captar mi interés.

La leyenda urbana de las medias irrompibles de DuPont, cuyo proceder suena a historia típica de una empresa que se hace con un nuevo producto (el naylon) que podría convertirse en un éxito de ventas y reportarle suculentos beneficios. O el aminomefunciona –es decir, la argumentación a partir de casos particulares– de las baterías de los primeros ipod, no hacen más que confirmar mi sospecha de que las afirmaciones sobre la obsolescencia programada como un recurso general de la industria parecen algo exageradas.

Quizás una de las anécdotas de obsolescencia programada que más ha circulado en la red es la que denuncia un chip que incluían algunas impresoras Epson y que las inutilizaba cuando se alcanzaba un cierto número de copias. Haciéndose eco de la denuncia del documental, la OCU se decidió a utilizar el método experimental para zanjar la cuestión.

Hemos analizado impresoras multifunción de inyección de tinta, y la verdad es que en este análisis no detectamos la práctica que denuncia el documental. Y eso que algunas impresoras las analizamos usando 40 juegos de cartuchos de tinta por modelo. ¿Podría haber pasado con el 41?, ¿o con otro modelo? Quien sabe.

Por supuesto no estoy negando que existan casos particulares donde tenga sentido para una empresa la obsolescencia programada. Dos ejemplo podrían ser las continuas actualizaciones de algunos tipos de software o las continuas revisiones en nuevas ediciones de los libros académicos.

Como toda buena historia de conspiraciones, la obsolescencia programada como complot industrial suena perfectamente plausible. Pero existe sin embargo una explicación más sencilla: muchos consumidores prefieren comprar más barato aunque dure menos o actualizarse al último gadget incluso antes de que el anterior deje de funcionar.  La industria en algunos sectores tiene que competir fabricando productos con nuevas características demandadas por los usuarios a precios cada vez más bajos en una especie de carrera frenética hacia el made in china generalizado.

Es una explicación aburrida de las que daría ya no para un documental, sino siquiera para un tuit. Pero es la más sencilla. Y no parece necesario un documental de casi una hora para transmitir una trivialidad: que las empresas quieren ganar dinero a toda costa y que nuestra sociedad de consumo es despilfarradora.



Por Ecos del futuro, publicado el 29 noviembre, 2011
Categoría(s): Divulgación