Desenlace del plagio, digo duplicación, en la Universidad de Vigo

Por Arturo Quirantes, el 7 enero, 2012. Categoría(s): Divulgación

Hace algún tiempo, Francis (en amazings.es) y el que firma (en Física de Película), entre otros, nos hicimos eco de un caso de «duplicación creativa» acaecido en la Universidad de Vigo.

Dos artículos científicos, escritos en 2010 bajo la dirección del el catedrático Juan Carlos Mejuto, de la Universidad de Vigo (Departamento de Química Física, en Orense) fueron retirados de la revista en la que se publicó (Journal of Chemical and Engineering Data).  El motivo: parte de dichos artículos fueron copiados … no, lo diré mejor así: parte de dichos artículos eran idénticos a otros artículos, de investigadores distintos, publicados con anterioridad.

En declaraciones al diario El País, Mejuto asumió la responsabilidad, pero negó las acusaciones de plagio (reconozco que soy un chapucero, pero no un tramposo) y achacó la polémica a manos negras no identificadas (una política de acoso y derribo).  La revista, que no entiende de tales sutilezas, mantiene los artículos, pero con la indicación «retirado con fecha 11 enero 2011» (enlaces a los artículos aquí y aquí), y ha sancionado a los autores con dos años sin poder publicar en sus páginas.

La polémica, para vergüenza de la ciencia española, tuvo eco fuera de nuestras fronteras, llegando hasta el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), uno de los mayores diarios de Alemania (traducción en español).   Eso hacía imperativa una investigación seria, exhaustiva e independiente.  Y eso se hizo.  Más o menos.

Aunque la Sociedad Americana de Química retiró ambos artículos el 11 de enero de 2011, la Universidad no tomó medidas hasta el 29 de marzo, con la creación de un comité para investigar el asunto, y eso a petición de unos de los decanos de la Universidad; una comisión, por cierto, compuesta enteramente por miembros de la Universidad de Vigo incluyendo un doctorando del propio Mejuto (al parecer, al final se estimó que no era necesaria la participación de nadie de fuera).  Los resultados son sorprendentes.  A pesar de confirmar la, digámoslo así, copia de algunos párrafos (el análisis realizado indica que existe reproducción textual de partes de los manuscritos de otros autores), el hecho de que la revista implicada se especializarse en datos permite a la comisión deducir que no se trataría de un plagio de datos, ideas o resultados en el sentido estricto del término, sino de duplicación de ciertas partes de los textos.

Dicha «duplicación de datos«, en opinión de los miembros de la comisión, constituyen una evidente mala práctica investigadora, acumulándose sucesivos errores y negligencias totalmente impropias de investigadores de calidad.  Los demás redactores de los artículos son exonerados, ya que el profesor Mejuto asumió toda la responsabilidad.

La comisión concluye que los hechos aquí tratados deben conducir a una profunda reflexión seria sobre los códigos éticos y de buenas prácticas investigadoras. Nada de sanciones o amonestaciones. El informe fue presentado en el Consejo de Gobierno de la Universidad de Vigo el 21 de julio (acta aquí, en gallego).  Sin preguntas.  Sin aclaraciones.  Sin votación alguna. Eso fue todo. No hay plagio en el campus.

No es que me sorprenda.  A los que trabajamos en la docencia e investigación universitaria nos gustaría pensar que aquí no hay corrupción, malicia o malas prácticas.  Como somos humanos y tenemos ojos y oídos, preferimos creer que, al menos, somos en promedio más decentes en nuestras torres de marfil que los que pasean por la calle o gobiernan nuestro ayuntamiento.  Pero el escándalo de Vigo nos devuelve al mundo real.  No podrán encontrar ustedes a un solo profesor universitario que, sin mentir, niegue haber oído hablar de algún caso de favoritismo, endogamia, trato de favor u otras vertientes del viejo juego «barrer para casa.»  Cada vez que llega un nuevo decano o rector, recibo el mismo tipo de email: seré innovador y conciliador, quiero aunar esfuerzos y trabajar para todos, aunar todas las tendencias, trabajar para llevar a la Universidad a lo más alto. Se rodean por su equipo de fieles, comienzan a elaborar propuestas que son torpedeadas por todos los demás grupos, gastan tiempo y esfuerzos en defenderse de la oposición, de los sindicatos y del PAS como si de una guerra se tratase, y acaban dividiendo el mundo en «nosotros» y «ellos.»  Hay celos entre grupos de investigación, puñaladas entre departamentos.  Lo digo con tristeza, porque yo vivo en ese mundo.  Y, a despecho de los esfuerzos de muchas personas (que haberlas, haylas) para intentar expurgar a la Universidad de sus vicios, queda mucho trecho todavía.  Muchísimo.

Este caso de plagio-convertido-en-duplicación ha puesto en evidencia lo peor de la Universidad en España, y de la de Vigo en particular. Gracias a una fuente anónima, he podido averiguar, por ejemplo, que el catedrático de Ingeniería Química Juan Carlos Parajó envió el 23 de mayo una carta al rector de la Universidad de Vigo en la que intenta reivindicar al profesor Mejuto.  Lo que en principio era un propósito loable pronto derivó en una serie de acusaciones sobre otros casos de desvió de fondos, concursos irregulares y desapariciones misteriosas de material.  Esta especie de «y tú, más» se une a acusaciones de caza e brujas, venganzas personales.

Lo más triste del asunto es que, como bien dice este Samuel Bentolila en este artículo, el crimen sí paga.  Y muy bien, por lo visto. El profesor Mejuto no sólo ha salido indemne de todas las acusaciones (salvo quizá en su reputación), sino que un grupo de investigadores en el que él aparece como co-director recibió en septiembre un premio de 112.000 euros.

Para rematar la faena, hace apenas un mes, Gonzalo Astray, el primer firmante de los dos artículos plagiados duplicados ha sido propuesto a los premios extraordinarios de doctorado de la Universidad de Vigo.  Como lo oyen. Si les extraña que una persona a quien se le retiraron dos artículos de una revista de la American Chemical Society haya recibido tal distinción, pueden preguntarle a cualquiera de los miembros del tribunal que así lo decidió (Armando Caballero Rúa, Adolfo Cordero Rivera, Rafael Durán Barbosa, Mª Generosa Gómez Palacios y Pablo Hervés Beloso).  Gustosamente le aclararán las dudas.  O no.