Transhumanismo, los arquitectos del futuro

Por Colaborador Invitado, el 13 marzo, 2012. Categoría(s): Divulgación

Cuenta la mitología que Ícaro fue uno de los primeros humanos en volar. Y lo hizo gracias a la habilidad de su padre: Dédalo construyó unas alas a base de plumas y cera para que ambos pudieran escapar de la torre de Creta en la que estaban presos. Esta historia demuestra que la tecnología ha estado unida a la humanidad desde hace milenios. Los seres humanos siempre han buscado ir más allá de sus posibilidades y para lograrlo han utilizado todos los medios a su alcance, modificando su entorno y, también, sus cuerpos.

Hoy ya no fabricamos alas pero sí trasplantamos órganos de otras personas, fecundamos a nuestros hijos fuera del útero o implantamos dispositivos para aliviar la sordera. Pero todavía no hemos llegado a nuestro límite, todavía podemos mejorar. Eso es lo que opinan los científicos, ingenieros y filósofos adscritos a una corriente de pensamiento llamada transhumanismo.

En pocas palabras, los transhumanistas sostienen que gracias a la tecnología y los avances médicos los seres humanos podrán mejorar sus capacidades, tanto físicas como mentales, y corregir los aspectos negativos de la vida (como el sufrimiento, la enfermedad o el envejecimiento). La consigna de este movimiento es “liberar a la raza humana de sus limitaciones biológicas” y su objetivo llegar a la posthumanidad, el siguiente estadio de la evolución.

Los profetas del transhumanismo describen un futuro en el que moriremos a los 1000 años, tendremos un cociente intelectual de 200 y podremos eliminar gran parte de las enfermedades gracias a la selección genética. Ante estas afirmaciones caben dos preguntas: ¿están en lo cierto o son teorías sin fundamento? y, en caso de que se cumplan sus predicciones ¿el resultado será positivo o se desvirtuará la esencia del ser humano?

Antes de abordar estas cuestiones veamos a qué nos referimos exactamente al hablar de transhumanismo. Primero vamos a examinar los aspectos de la vida que según los transhumanistas serán modificados y después descubriremos a los principales promotores de este movimiento.

LOS CAMBIOS

Longevidad

Se calcula que hasta el siglo XIX, la esperanza media de vida al nacer no superaba los 40 años. Hoy llega a los 80 años en los países desarrollados. Las razones de esta evolución se deben a los progresos médicos y sanitarios, a la conjunción de higiene y antibióticos. Surge entonces una duda: ¿existe un límite biológico para la extensión de la vida humana?

Los transhumanistas aseguran que es posible sobrepasar los 150 años, incluso hay quien afirma que igualaremos a Matusalén, que según el Génesis vivió casi un milenio. La clave reside en actuar en los genes que producen el envejecimiento; si se desactiva su función, dicen, se abre la puerta a vivir eternamente.

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Modificación genética

En el año 1997 se logró secuenciar el primer genoma humano; costó 1 millón de dólares. Hoy es posible secuenciar tu propio ADN por lo que cuesta un iPad.

El diagnóstico y tratamiento de enfermedades mediante terapia genética ya no es una utopía. En las últimas semanas hemos conocido un caso de curación de ceguera mediante la inserción de un gen y el nacimiento en España del segundobebémedicamento, un niño concebido con la misión de salvar a su hermano de una enfermedad mortal. También es posible modificar los genes de un embrión para que no padezca ciertas dolencias mediante el diagnóstico genético preimplantacional.

Los transhumanistas auguran que la ingeniería genética será una técnica común en el futuro. No sólo podremos evitar enfermedades, también elegir las características físicas de nuestros hijos. Y cuando cada paciente pueda secuenciar su genoma con la misma naturalidad que hoy nos hacemos un análisis de sangre se podrán elaborar fármacos a medida de la estructura genómica de cada persona; así se potenciarían los efectos de la medicación y se evitarían rechazos.

Aumento de la inteligencia

Actualmente existen métodos de estimulación craneal que modifican la actividad cerebral; se utilizan, por ejemplo, en enfermos de Parkinson. Esta técnica también ha demostrado mejorar la neuroplasticidad, facilitando las conexiones entre neuronas.

También hay fármacos destinados al tratamiento de enfermedades o problemas mentales y que si se aplicann a cerebros sanos aumentan la capacidades cognitivas. Son el metilfenidato y el modafinilo. El primero se prescribe para la narcolepsia pero los soldados del ejército de Estados Unidos y numerosos estudiantes en época de exámenes lo utilizan para no dormir y estar en alerta más tiempo de lo normal. El modafinilo se diseñó como tratamiento en niños con déficit de atención y muchos universitarios lo consumen para aumentar su concentración. El periodista Jonathan Hari escribió un reportaje sobre su experiencia con esta droga.

Como en otros campos, los transhumanistas argumentan que este tipo de técnicas serán comunes dentro de unos años. Las smartdrugs serán tan frecuentes como las las pastillas de hierro o la píldora anticonceptiva y nuestro cerebro evolucionará.

Cyborgs

En realidad, ya existen. Neil Harbisson es el primer cyborg reconocido por un gobierno. Nació sin la facultad de ver los colores y a los 20 años se instaló un dispositivo en la cabeza que traducía los colores del mundo a notas musicales.

El transhumanismo afirma que en un futuro cercano la implantación de chips en el cuerpo será la norma. Ya no llevaremos la tecnología con nosotros (como un reloj, unas gafas o un móvil) sino dentro de nosotros; la integración entre las partes físicas y las partes cibernéticas será total. ¿Llegará el día en que tengamos instalado un navegador web en el cerebro?

LOS «PROFETAS»

Ray Kurzweil

A los 17 años creó un ordenador capaz de componer música; hoy dirige varias compañías dedicadas, entre otras cosas, a inventar productos de reconocimiento de voz que puedan ser utilizados por invidentes y en instalaciones médicas.

Su principal contribución al movimiento transhumanista es el concepto de Singularidad Tecnológica, desarrollado en su libro La era de las máquinas espirituales. Kurzweil sostiene que llegará un momento en que las máquinas serán más inteligentes que los humanos; entonces podrán mejorarse a sí mismas y transformarán el entorno hasta tal punto que alguien nacido antes de ese momento no comprenderá la realidad. ¿Cuándo será eso? Según Kurzweil alrededor del año 2040.

Nick Bostrom

Filósofo sueco asociado a la Universidad de Oxford. En 1998 fundó la World Transhumanist Association, hoy renombrada como Humanity+. Sus trabajos son especulativos y abordan cuestiones como el fin de la Tierra o de la Humanidad (lo que denomina “riesgo catastrófico”) o la hipótesis de que nuestra realidad no sea más que una simulación creada por un ser superior (algo parecido a Matrix).

Ya en un terreno más concreto, es partidario de mejorar las capacidades físicas y cognitivas del ser humano, tal y como expone en su libro Human Enhancement. En esta fábula se acerca a la posibilidad de impedir o retrasar el envejecimiento.

Aubrey de Grey

Este gigante barbudo está convencido de que llegaremos a vivir mil años. Estudió ingeniería de software y se introdujo en la biología gracias a su esposa; el dominio de estas dos disciplinas le faculta para aproximarse al tema del envejecimiento desde un punto de vista único.

Según de Grey, el envejecimiento y la muerte no son necesarios; por lo tanto, no debemos resignarnos a ellos. Cinco son las causas del envejecimiento, todas relacionadas con la degeneración y mutación de las células. Reparando estos tejidos, nos dice, lograremos retrasar la decadencia física de forma extraordinaria.

Pero el verdadero reto, argumenta de Grey, no es alcanzar la destreza científica y técnica necesaria para retrasar el envejecimiento (algo que llegara más pronto que tarde), sino organizar una nueva sociedad en la que las vidas se miden en siglos y no en décadas.

Gregory Stock

Es el abanderado de la modificación genética. Stock sostiene que “estamos empezando a comprendernos a un nivel tan íntimo que empezamos a controlar los procesos de la vida y nuestro propio futuro evolutivo”. No cree que estemos en el punto final de la evolución, sino que nos queda mucho camino por recorrer; y gracias a la tecnología podemos decidir cómo lo recorremos. Stock desarrolla sus argumentos en el libro Redesigning Humans: Our Inevitable Genetic Future.

Stock se muestra partidario de poder seleccionar los genes de nuestros hijos para mitigar las enfermedades y aumentar las capacidades físicas y cognitivas. Dentro de 200 años seremos más guapos, más fuertes y más listos. Conocer nuestra estructura genética, dice, también servirá para personalizar todavía más los tratamientos médicos y aumentar su efectividad.

Se ha acusado a Stock de jugar a ser Dios, pero él responde que es normal querer lo mejor para nuestros hijos. También aparta el argumento de que el futuro habrá dos clases de humanos (los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y tontos); la tecnología se estandarizará, igual que ha sucedido con los móviles o los ordenadores.

Kevin Warwick

Profesor de Cibernética en la Universidad de Reading. Es conocido por probar los experimentos del Proyecto Cyborg en sus propias carnes. Literal.

Hace 15 años se implantó un chip en el brazo y durante unos días lo usó para controlar las puertas, luces y temperatura de su casa. Poco después, introdujo en su muñeca un dispositivo más complejo el que podía controlar objetos a distancia, desde una mano robótica a una silla de ruedas. El tercer experimento consistió en conectar el sistema nervioso de su esposa con el suyo, cuando ella movía la mano, Warwick lo sentía. Todas estas experiencias han sido relatadas en su libro I, Cyborg.

Warwick preconiza que dentro de un tiempo las personas con algún tipo amputación o parálisis podrán utilizar un miembro o un exoesqueleto biónico, conectado directamente a su sistema nervioso. En última instancia, será posible conectar nuestro cerebro a un ordenador y llegar a descargar o subir información entre ambos.

EL DEBATE

Las críticas al transhumanismo se pueden agrupar en 3 bloques, atendiendo a su carácter tecnológico, social o moral.

Hay voces que consideran inviables muchas las predicciones de este movimiento; dentro de unos años, aseguran, los libros y artículos sobre transhumanismo formarán parte del paleofuturo, el futuro imaginado que nunca llegó a suceder. Entre los propios transhumanistas también hay debates técnicos. Gregory Stock, por ejemplo, no confía en la integración hombre máquina; los cambios vendrán, dice, del lado de la modificación genética.

La desigualdad en el acceso a estas tecnologías y avances médicos centra el segundo bloque de críticas. Según autores como Bill McKibben, las tecnologías de perfeccionamiento humano sólo estarían disponibles para los ciudadanos con más recursos. Esta desigualdad tendría un carácter distinto a la puramente económica; aquellos con medios serían en cierto modo superiores a los humanos que no pudieran costearse un mapa genético o pastillas para aumentar su intelecto. A muy largo plazo, aseguran los más críticos, existirían dos clases de humanos: los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y tontos. También existe preocupación ante la posibilidad de que los gobiernos o las grandes corporaciones puedan controlar las tecnologías de modificación genética o de control del cerebro y, a través de ellas, a nosotros mismos.

Pero el grueso de las críticas tienen un marcado componente moral, ético y religioso. El ser humano, dicen muchos, es demasiado importante como para jugar con él, casi sagrado. De llevarse a cabo todos esos hipotéticos avances ¿cuál sería el resultado? Una criatura diseñada genéticamente, alimentada con pastillas para aumentar su intelecto y conectada a un ordenador a través de una entrada de USB implantada en su nuca ¿es un ser humano?

EL DEBATE: A FAVOR

La tecnología no es buena o mala per se; lo importante es el uso que queramos darle. Es necesario abandonar los argumentos apocalípticos y discutir serenamente las posibles implicaciones de la biotecnología. Sobre todo porque ésta parece inevitable y cuanto más preparados estemos, mejor. Aunque, como dice Gregory Stcock, la sociedad nunca está preparada para ningún cambio.

Parece que es correcto tomar pastillas para retrasar la evolución del alzheimer o tratar el déficit de atención pero no lo es tomar medicación para aumentar la inteligencia. Algo similar ocurre con los fármacos que quitan el sueño; ¿pero acaso no tomamos café cada mañana? ¿Dónde está el límite? Hoy las smart drugs, todavía presentan importantes efectos secundarios; una vez eliminados o reducidos, no veo por qué no utilizarlos.

Se suele argumentar que el cerebro humano puede modificar su estructura y funciones si se toman ciertos fármacos. Pero también la lectura modificó nuestro cerebro hace unos cuantos siglos, y también existen indicios de que Internet lo está modificando. Si todos los órganos deben evolucionar ¿porqué nuestro cerebro no?

Están en lo cierto quienes afirman no todos los ciudadanos tendrán acceso a la tecnología, que habrá brecha entre humanos y “superhumanos”. Pero el problema aquí no es la tecnología sino la desigualdad. También hoy hay brecha entre ricos y pobres; la clave está en erradicarla, no en detener las investigaciones médicas. En la actualidad resultaría ridículo prohibir la fabricación de ordenadores bajo el argumento de que sólo un porcentaje de la población puede acceder a ellos; la misma lógica debería aplicarse a otros avances.

El diseño genético es el aspecto del transhumanismo que produce un rechazo casi unánime. Los críticos advierten del peligro de seleccionar a los hijos no sólo para evitar enfermedades, algo que cada vez está más aceptado, sino para conseguir unas características físicas e intelectuales determinadas. Se teme que en 50 años una pareja pueda acudir a una clínica a “pedir” un hijo guapo, rubio, atlético y con un coeficiente intelectual de 150. Se teme, en definitiva, que juguemos a ser Dios.

Mi pregunta es: ¿por qué va a ser peligrosa esta situación? Todos los padres quieren lo mejor para su hijo. Ya desde su concepción, la madre trata de cuidar su alimentación, deja de fumar y beber y toma los fármacos que le aconseja su médico; una vez nacido, los padres lo alimentan con comida sana, le matriculan en una buena escuela y controlan sus amistades… Los avances genéticos simplemente extenderían este cuidado hasta el instante previo a la concepción.

El argumento definitivo contra los avances médicos y científicos es que es antinatural. ¡Qué paradoja! Vivimos en una sociedad tecnificada y muchos sienten un extraño deseo de volver al estado “natural”. Pero lo cierto es que casi nada es natural. No es natural el coche, los antibióticos o Internet; tampoco la gastronomía y el erotismo; la lectura y la escritura, claves de la cultura y el progreso, son actividades sumamente artificiales.

TS Elliott se preguntaba: “¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?” A veces se olvida que la humanidad ha llegado donde ha llegado porque ha limitado y arrinconado su naturaleza, porque ha sustituido el instinto y la tradición por el pensamiento científico.

Cada vez que se ha producido un avance en ciencia o medicina, han surgido voces que aseguraban que aquello (rotación de la Tierra, autopsias, Teoría de la Evolución, fecundación in vitro…) iba contra natura. También hubo quienes no quisieron mirar a través del telescopio de Galileo; hoy nos parece absurdo. Quizá la frontera se vaya moviendo, quizá siempre haya críticos. Tal vez en 100 años nos burlemos de quienes eran reticentes a implantarse un chip en su nuca o elegir los genes de sus hijos.

Por último, se ha argumentado que los seres que habitaran este hipotético futuro no serían humanos. Los propios transhumanistas están de acuerdo: serían posthumanos. Pero las críticas van en otro sentido. ¿Hasta qué punto llevar un chip en la nuca o ser diseñado genéticamente no desvirtuaría nuestra esencia? Para eso, claro, hay que saber qué nos hace humanos. No es tarea fácil.

¿Se es menos humano por llevar un chip? ¿Y por llevar un corazón de una persona muerta? Los transplantados ¿son cyborgs? Yo tengo una placa de metal anclada en mi pierna; ¿soy menos humano? El atleta Oscar Pistorius no tiene piernas; en cambio, corre a velocidades asombrosas gracias a unas prótesis. Este año hubo un serio debate sobre su aceptación en los Juegos Olímpicos, no en los Paralímpicos; muchos adujeron que sus prótesis le daban ventaja sobre los atletas no discapacitados. ¿Es Pistorius un cyborg?

Hay quien afirma que, en realidad, todos somos cyborgs, que nuestra interacción con ordenadores y móviles nos convierte en una especie algo diferente al Homo Sapiens: el Homo Interneticus.

De nuevo, la pregunta se repite: ¿dónde está el límite? Quizá exista un punto de no retorno, una línea divisoria entre un humano y… otra cosa. Pero todavía no sabemos dónde está.

Un estudio del Instituto Max Planck afirma que los humanos nos diferenciamos de los simios, entre otros factores, porque tenemos genes que hacen nuestro cerebro más plástico. Es decir, que puede formarse y cambiar durante más tiempo (hasta los 5 años) que el de los simios (sólo hasta el año). Así que quizá al modificar nuestro cerebro ya de adultos únicamente estemos llevando la función de estos genes más lejos. Quizá la posibilidad y el deseo de mejorar nuestros cuerpos y nuestras mentes sea lo que nos hace humanos.

En cualquier caso, debemos recorrer con precaución este camino. No nos pase como a Ícaro y el Sol queme nuestras alas.

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Este artículo participa en los Premios Nikola Tesla de divulgación científicay nos lo envía Raúl Gay,Periodista en Aragón TV y autor de los blogs Viajero a Ítaca y Aprendiz de guionista. Puedes seguirle en el twitter @viajeroaitaca

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Referencias, fuentes y enlaces de interés:

Asociación Transhumanista Mundial

¿Better Humans?

Documental El mal del cerebro

Gregory Stock

Nick Bostrom

Aubrey de Grey

Kevin Warwick

Ray Kurzweil



Por Colaborador Invitado, publicado el 13 marzo, 2012
Categoría(s): Divulgación