Cuando pensamos en experimentos psicológicos crueles o desprovistos de ética siempre dirigimos nuestra mirada a regímenes totalitarios e imaginamos que estos se llevan a cabo en oscuros campos de concentración, en sótanos de cárceles o de fríos hospitales psiquiátricos.
Incluso a veces la realidad se queda corta y tenemos que hacer fantasías elaboradas como un “mundo feliz” con la estricta separación de castas, las películas que tienes que ver sin parpadear de “la Naranja mecánica” o incluso los experimentos de la isla de “Perdidos”.
Se hace difícil imaginar que un experimento psicológico desprovisto de la ética más elemental se pudiera llevar a cabo en una de las más reconocidas instituciones académicas de un país que tiene a gala ser democrático como los Estados Unidos, en un entorno de clase media y lo que es más cruel, llevando al extremo la máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios.
El conductismo es una corriente de la psicología que enfatiza que lo que condiciona la personalidad de un individuo es su ambiente físico, biológico y social, por lo tanto la educación y el entorno tienen mucha más importancia que la carga genética. Cuando nacemos somos hojas en blanco que vamos escribiendo con la educación y la experiencia, independientemente de nuestros genes. El creador de esta corriente fue John Watson, aunque el que la hizo famosa fue B.F. Skinner. En los años 60 el conductismo tuvo un fuerte impulso por… el ambiente político. 20 años antes los nazis habían propuesto sus alocadas teorías de la raza superior, de forma que todo el mundo estaba marcado desde el nacimiento.
El conductismo proporcionaba una gran base científica para el concepto de que todos nacemos iguales y la justificación necesaria para desbancar las ideas nazis o de desigualdad social. El problema es que el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones. La naturaleza y por tanto la psicología, es la que es. Tratar que los resultados experimentales se adapten a tus ideas políticas y sociales, por muy nobles o legítimas que estas sean, es una fórmula segura para el desastre.
El propio Watson, realizo estudios que hoy juzgaríamos aberrantes. Influido por las publicaciones de Pauvlov y los reflejos condicionados en perros, quiso realizar experimentos de este tipo en humanos, y para esto utilizó un bebé de nueve meses de un orfanato (conocido como “el pequeño Albert”). Con el fin de demostrar que el sentimiento de miedo no era algo innato sino un reflejo condicionado le dejo jugar durante dos meses con diferentes animales (como ratas de laboratorio o monos), juguetes, máscaras o tejidos. Durante este tiempo no desarrolló ningún tipo especial de aversión. Pasados estos dos meses volvió a poner los mismos objetos, pero cada vez que trataba de acercarse a una rata de laboratorio blanca golpeaba con un martillo una barra metálica que producía un sonido estridente. El niño acabó llorando cada vez que se le acercaba la rata y por extensión, cualquier cosa blanca o suave que asociara con esta. Puede parecer cruel, pero no es nada comparado con lo que hizo alguno profesor años después para llevar al extremo sus teorías.
En Agosto de 1965 nacen los gemelos Bruce y Brian Reimer, en Canadá, en el seno de una familia de clase media. A los 8 meses les es diagnosticada una fimosis y el urólogo decide operar a Bruce con una técnica novedosa basada en la cauterización. La intervención es un auténtico fiasco que tiene como resultado que el pene de Bruce quede mutilado. Brian nunca fue operado y su fimosis se solucionó por si misma con el tiempo.
En aquella época el Dr Money, en el Johns Hopkins Hospital de Baltimore era una autoridad mundial en psicología relacionada con identidad sexual, gracias a sus estudios pioneros en casos de hermafroditismo y pacientes con problemas de desarrollo sexual. Los padres de los gemelos, lógicamente preocupados por las consecuencias que esta mutilación podría tener en el futuro desarrollo de su hijo consultaron con el doctor. Cuando conoció el caso, al Dr se le abrieron las puertas del cielo.
El Dr., acérrimo defensor del conductismo, había proclamado la teoría de la “neutralidad de sexos” según la cual las conductas propias de cada sexo no viene determinadas por al herencia genética sino por el condicionamiento social. Ahora tenía la posibilidad de encontrar la evidencia experimental. Tenía dos hermanos gemelos, es decir, con la misma dotación genética y criados en la misma familia.
Si uno de los hermanos era educado como si fuera una mujer y se convertía en una mujer (aunque por supuesto, estéril) demostraría que todo nuestro comportamiento se basa en la educación y que la carga genética tiene una influencia menor, es decir, todos nacemos iguales.
El Dr. Money les propuso a los padres que la mejor solución era someter a un cambio de sexo a Bruce y educarlo como una mujer.
Nunca sabría que había nacido hombre y podría tener una vida más feliz que como un hombre horriblemente mutilado. Para convencerles de algo tan radical se valió del argumento de autoridad de ser un respetado profesor y les convenció que era un tratamiento establecido, cuando en realidad, era el primer caso.
Con 22 meses de edad David fue sometido a una operación de cambio de sexo y fue rebautizado como Brenda, aunque el experimento no paró ahí. El Dr. Money tenía unas ideas sobre la conducta sexual que hoy se considerarían estrambóticas y sobre todo profundamente erróneas, aunque en los años 60, en plena eclosión de la revolución sexual podrían tener, incluso cierto aval académico.
Según él, los niños escenifican el comportamiento sexual como parte de su educación, por lo que en su terapia obligaba a los dos hermanos gemelos a imitar comportamientos sexuales con Brenda haciendo el papel de mujer. Digno de alguien que se hubiera leído las obras completas de Sigmund Freud chutado de LSD. Durante la niñez de los gemelos el Dr. Money describió el caso de “John y Joan” como era citado en las comunicaciones científicas, como un éxito de sus postulados. No obstante, la familia Reimer no tenía esa visión.
Brenda tuvo una infancia amarga y nunca se sintió feliz en un cuerpo aparentemente femenino y obligado a vestir y a comportarse de esa forma. Al llegar a la pubertad siguió un potente tratamiento con estrógenos, y a pesar que desarrolló pecho y aspecto femenino, esto no mejoró sus problemas, sino más bien los agrandó.
Cuando llegó a los 14 años sus padres decidieron confesarle que el nunca había sido una mujer. Brenda decidió recuperar su masculinidad. Se cambió el nombre a David, empezó un tratamiento de tetosterona y se sometió a una doble mastectomía y a cirugía de reconstrucción para su pene. Se casó y adoptó a los tres hijos de su mujer, habidos en un matrimonio anterior.
No obstante nunca superó el rencor hacía sus padres y la historia dista mucho de tener un final feliz. Para empeorar las cosas su hermano gemelo fue diagnosticado como esquizofrénico y en el año 2002 se suicidó. Esto le afectó gravemente.
En el 2004 su esposa pidió la separación y esto, añadido a su desempleo, fueron la causa por la que el 5 de mayo del 2005 decidiera pegarse un tiro.
¿Y que pasó con el Dr. Money? pues prácticamente nada. Siguió siendo considerado una eminencia y acumulando premios y honores hasta su muerte en el año 2006. No obstante todo él es un caso digno de estudio. Educado bajo férreos postulados religiosos, decidió rebelarse y dedicar toda su vida a investigar temas sexuales.
Se consideró a si mismo una especio de “misionero del sexo” siendo un abierto defensor de los matrimonios abiertos y del sexo bisexual en grupo. No obstante muchos de sus postulados pueden resultar “agresivos” por decirlo de alguna manera… como considerar legitima una relación entre un niño de 10 y un hombre de 30 si hay atracción mutua o considerar el incesto justificable en determinados supuestos. En un principio consideró su experimento un éxito, pero cuando fue evidente que no, decidió tirar tierra sobre el asunto. Hoy en día sigue siendo una personalidad respetable en Nueva Zelanda, su tierra natal.
Catedrático de biotecnología (área de bioquímica y biología molecular) en la Universidad Politécnica de Valencia, Director del Máster de Biotecnología Molecular y Celular de Plantas (CSIC-UPV) e investigador en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (IBMCP) un instituto mixto que depende del CSIC y de la UPV. Divulgador de temas relacionados con la biotecnología y la alimentación. Autor de la columna «Ciencia sin ficción» en El País Semanal y de libros como «Comer sin Miedo» y «Medicina sin Engaños» (Destino). Su último libro es «Ecologismo real»