Boquitas de piñón

Por Entomoblog, el 25 julio, 2012. Categoría(s): Biología • Curiosidades

Yo no podría haberme inventado una historia mejor para ilustrar el poder y el alcance de la revisión de Burgess Shale que la crónica real de Anomalocaris: un relato de humor, error, lucha, frustración y más error, que culmina en una extraordinaria resolución que reunió pedazos y fragmentos de tres phyla en una criatura reconstruida, el mayor y más feroz de los organismos del Cámbrico.

Stephen Jay Gould, La vida maravillosa

Los anomalocarídidos fueron los depredadores más grandes de los mares del Cámbrico y su dominio se extendió hasta el Ordovícico. Sus cuerpos, de entre 60 centímetros y dos metros de largo (tamaño basado en la extrapolación de una boca de 25 centímetros de diámetro encontrada en la fauna de Chengjiang, en China), eran propulsado por el batir de pares de aletas dorsales, en un movimiento parecido al de las mantas actuales.

Anomalocarídidos de Burguess Shale y Chengjiang.

En la cabeza tenían un par de ojos compuestos situados sobre unos pedúnculos y un par de apéndices prensores espinosos que les permitían llevar el alimento hacia una boca circular capaz de dilatarse y contraerse hacia su centro, abierto y con dientes en los bordes, para sostener y triturar la comida.

Hasta que no se descubrió un ejemplar completo, las distintas partes encontradas como fósiles separados habían sido clasificadas como fragmentos o cuerpos enteros de tres animales tan dispares como un camarón —los apéndices espinosos, que se interpretaron inicialmente como los restos sin cabeza de un animal parecido a una gamba y recibieron el nombre científico de Anomalocaris o «camarón raro»—, una medusa —la boca, que recibió en nombre de Peytoia— y una esponja —el cuerpo aplastado y distorsionado, que se denominó Laggania.

¿Son tan fieros los anomalocarídidos como los pintan?

Los grandes ojos compuestos de los anomalocarídidos, similares a los de los artrópodos, estaban formados por al menos 16.000 unidades visuales hexagonales denominadas omatidios, lo que sugiere que usaban la vista para capturar a sus presas.

De hecho, se les ha considerado tradicionalmente como grandes y feroces depredadores responsables de los mordiscos en forma de «W» que tienen algunos fósiles de trilobites, por lo que en muchas reconstrucciones se les ve atacando a estos icónicos artrópodos del Paleozoico.

En este fragmento perteneciente al capítulo 2 de una serie documental de 1994 de la televisión pública japonesa NHK (otra cadena que rivaliza con la BBC en cuanto a la calidad de sus documentales) titulada Seimei 40-okunen harukana tabi (La vida: un remoto viaje de 4000 millones de años)  podemos ver a dos de los protagonistas de la reinterpretación de los fósiles de Burgess Shale, Harry Whittington (1916-2010) y Derek Briggs, comprobando los mordiscos en forma de «W» que daba un modelo mecánico de Anomalocaris a réplicas de trilobites.

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Sin embargo, la imagen de los anomalocarídidos como depredadores de trilobites empezó a tambalearse a partir de 2009, cuando James W. Hagadorn, paleontólogo del Museo de Ciencia y Naturaleza de Denver, realizó un modelo por ordenador de la boca de Anomalocaris para analizar cómo funcionaba y la fuerza con la que mordía.

El modelo tridimensional de Hagadorn proporcionó varios resultados interesantes. Además de no poder cerrar completamente la boca, Anomalocaris tampoco podían romper el caparazón de una langosta o gamba moderna, modelos utilizados para simular el exoesqueleto de los trilobites. Además, en las más de 400 bocas que estudió Hagadorn, no encontró ninguna prueba de desgaste en los dientes, algo extraño si se supone que se alimentaba de animales de cuerpo duro. Este modelo y la ausencia de restos de trilobites en los estómagos y excrementos fósiles de Anomalocaris apuntan a que no comía animales lo suficientemente duros como para dejar marcas fosilizadas. También es posible que los comiera y luego escupiera sus restos o que los trilobites pequeños o los que acababan de mudar y aún no habían endurecido su exoesqueleto fueran el blanco de estos emblemáticos protoartrópodos.

En su forma básica, la boca de los anomalocarídidos («cono oral» o «cono bucal» en su denominación técnica, «boquita de piñón» en su descripción gráfica) está formada por 32 placas, cuatro de ellas más grandes y dispuestas en forma de cruz patada, que se podían constreñir pero no unirse completamente, de forma que quedaba una abertura central cuadrada o rectangular cuyos bordes internos estaban revestidos con unos dientes cortos.

En el animal vivo, la boca tenía forma de cono, pero en los fósiles aparece aplastada y recuerda a una rodaja de piña. Todos los anomalocarídidos comparten el diseño bucal básico representado por Peytoia nathorsti, aunque con algunas diferencias que han servido para clasificar los diferentes géneros. Mientras que Hurdia tiene una serie de dientes accesorios en la abertura central, Anomalocaris se aleja un poco del modelo básico, tal como han puesto de manifiesto Allison Daley, del Museo de Historia Natural de Londres, y Jan Bergström, del Museo Sueco de Historia Natural.

Estudiando 44 bocas de A. canadensis procedentes de Burgess Shale han determinado que las placas más grandes no se disponen en forma de cruz, sino de manera trirradial (en forma de «Y»). Además, hay varias placas de tamaño medio y la abertura central es irregular y tiene más dientes. Lo más curioso de todo es que nadie había tenido en cuenta antes esta disposición.

Diseño de las bocas de los anomalocarídidos de Burgess Shale. La forma básica de Peytoia nathorsti (izquierda), los dientes accesorios en la abertura central de Hurdia victoria (centro) y la disposición en «Y» de las placas grandes en Anomalocaris canadensis (derecha).

Los diferentes tipos de boca sugieren que los anomalocarídidos empleaban diversas estrategias para alimentarse, algo que también se refleja en la forma de los apéndices frontales. El descubrimiento de Daley y Bergström viene a confirmar el modelo de Hagadorn e incluso sugieren que la forma irregular y el pequeño tamaño de la abertura central de la boca de Anomalocaris no era muy apropiada para dar mordiscos. La boca era más bien una estructura rígida que podía haber tenido una función chupadora para absorber alimentos blandos.

Así pues, la visión generalizada que se tenía de los anomalocarídidos como depredadores especializados en trilobites está dando paso a otra en la que aparecen como animales generalistas con un amplio abanico de hábitos alimenticios, desde depredadores de emboscada hasta carroñeros tamizadores de sedimentos.

La gula del Cámbrico. ¿Y si los anomalocaris se hubieran alimentado de pikaias?

Referencias:

La vida maravillosa, Stephen Jay Gould. Crítica, 1999.

The oral cone of Anomalocaris is not a classic “peytoia”. Allison C. Daley y Jan Bergström. 2012. Naturwissenschaften 99(6), pp. 501-504.



Por Entomoblog, publicado el 25 julio, 2012
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