Supongo que habéis visto la película Parque Jurásico, basada en la obra de Michael Crichton y dirigida por Steven Spielberg. En ella, un excéntrico millonario consigue llenar una remota isla tropical de auténticos dinosaurios de diversas especies creados mediante técnicas de clonación. (Por supuesto, la ambición de los malvados científicos termina causando un terrible desastre, pero no va esta entrada por esos derroteros).
La fuente del DNA que les permitía traer a la vida aquellos formidables reptiles era el tubo digestivo de mosquitos preservados en ámbar. Con las actuales técnicas de clonación, las mismas que permitieron crear a la oveja Dolly, no sería descabellado pensar en la posibilidad de hacer real un Parque Jurásico (o mejor, un Parque Cretácico, pues los reptiles de la obra pertenecen a este periodo, posterior al Jurásico) siempre que encontráramos una muestra de DNA lo suficientemente intacta.
El problema es que esta es una molécula que se degrada tras la muerte de la célula. Los enzimas celulares rompen los enlaces entre nucleótidos, y los omnipresentes microorganismos aceleran su descomposición. Además el agua, abundante en muchos entornos subterráneos, parece ser la responsable de la rotura de la mayoría de los enlaces del DNA.
De cualquier manera, ¿podría hacerse ciencia real esta historia de ciencia ficción? Parece ser que no.
Según podemos leer en Nature, un estudio realizado por paleogenetistas de las Universidades de Copenhague, en Dinamarca, y Perth, en Australia, concluye, tras determinar el ritmo al que se degrada, que no es posible encontrar DNA inalterado de épocas tan alejadas en el pasado. Para ello, examinaron DNA obtenido del hueso de las patas de tres especies de moas, aquellas aves gigantes de Nueva Zelanda extinguidas tras la llegada de los europeos.
Estos restos, con una antigüedad de entre 600 y 8.000 años, se habían recogido de tres localizaciones cercanas, en unas condiciones de conservación similares. Comparando las edades de los especímenes y el estado de degradación del ADN, han calculado que la vida media del ADN es de solo 521 años. Para que se entienda, dada una cierta cantidad de ADN, al cabo de 521 años se ha degradado el 50%; 521 años más tarde se degrada el 50% de lo que quedaba, es decir el 25% del ADN inicial, y así sucesivamente.
De cualquier manera, la investigación no está cerrada; esta es la opinión de Michael Bunce, uno de los responsables del estudio:
«Tenemos mucho interés en averiguar si estos resultados son similares en otros ambientes, como permafrost y cuevas. Hay que tener en cuenta, además, que hay muchos factores que pueden influir en la velocidad de degradación del material genético, como las condiciones de almacenamiento de las muestras, la química del suelo o incluso la época del año en que se produjo la muerte del animal».
El equipo de investigadores ha calculado que incluso en unas condiciones ideales de conservación, a – 5 ºC, todo el ADN de una muestra está completamente degradado en un máximo de 6,8 millones de años. Teniendo en cuenta que el Cretácico, y con él la era de los dinosaurios, terminó hace 65 millones de años, la probabilidad de encontrar ADN con la información para crear un dinosaurio es muy parecida a cero. De momento, y hasta que seamos capaces de sintetizar el genoma completo de una especie obteniendo la información de sus restos fósiles (?) no habrá un parque Jurásico.
Biólogo, profesor y divulgador. Editor del blog «La ciencia es bella» y escritor de los libros «Ciencia para Nicolas», «El yeti y otros bichos, ¡Vaya Timo!» y recién salido del horno, «Más ciencia para Nicolás».