Decía Joseph Goebbels, principal jefe de propaganda del tercer Reich, que “Una mentira mil veces repetida… se transforma en verdad”, que los hombres atienden más a lo que dice el poderoso que a sus actos o, en definitiva, que yo puedo clavarte un puñal siempre que te diga que en realidad te he dado un abrazo. Han pasado más de setenta años desde la mesiánica retórica del partido nazi y esta frase aún no ha perdido ni pizca de su significado.
Un gran ejemplo de lo que acabo de exponer se puede ver en el discurso sobre ciencia, no sólo del actual gobierno del Partido Popular, sobre el que recae más culpa por no haber sabido más que empeorar una situación ya deprimente, sino sobre el anterior del Partido Socialista.
En los últimos años y con la siempre omnipresente crisis económica europea, mundial e intergaláctica si nos ponemos, el discurso del ejecutivo siempre ha sido el mismo: “España necesita apostar en Ciencia. La ciencia y la tecnología serán las que no sacarán de la crisis. Debemos reconvertir nuestra industria hacia el conocimiento”.
Lamentablemente, de nuevo, repetir una mentira mil veces no la convierte en verdad, y mientras sucesivos presidentes, portavoces, ministros y ahora secretarios han insistido en repetir la cantinela una y otra vez como el dogma de su pervertida religión, sus actos se han dirigido en la dirección opuesta de forma continua, cómica y prácticamente esperpéntica, como si el verdadero objetivo de un gobierno no fuese gobernar sino poner tantas trabas como sea posible al bienestar de sus ciudadanos.
Poniendo la discusión en contexto, en los últimos años hemos visto de manera continuada reducciones en las partidas del plan nacional de investigación que han alcanzado en 2012, si tenemos en cuenta como punto de partida el nivel de gasto de la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, un recorte de cerca del 40%. Una reducción que se transmitió en episodios realmente deleznables como el cierre del Instituto de Investigación Principe Felipe en Valencia, dejando a gran cantidad de personas con el doctorado a medias literalmente en la calle… personas que se habían unido apenas dos años antes a un centro supuestamente puntero en Europa y en el que se habían gastado previamente millones de euros en una inversión veleta que sólo se puede calificar como el equivalente económico de vomitar un buen chuletón.
Sin embargo, la cosa no se queda aquí.
La ciencia no sólo requiere de una inversión directa en proyectos de investigación y equipos para laboratorios sino que una gran parte de su dotación económica se presenta en forma de becas y contratos para científicos, en un sistema que en España es ciertamente caótico. Aquellos que iniciamos nuestra carrera investigadora con la esperanza de poder anteponer algún día las tres letras a nuestro nombre (PhD) prácticamente sólo tenemos una opción de financiación: becas de adjudicación pública.
¿Qué quiere esto decir? Que la única clase de remuneración económica que un estudiante de doctorado (que en este caso no confunda la palabra estudiante, porque somos investigadores como cualquier otro) puede recibir en España depende en casi todos los casos de un concurso público en el que muchas veces los parámetros de concesión son tan absurdos que se llega a valorar más el origen geográfico que las publicaciones en revistas científicas del peticionario.
Por supuesto, en esto, el gobierno también ha metido mano durante años, retrasando cada vez más las adjudicaciones de este tipo de becas, llegando en algún caso a comerse una convocatoria y dar la vuelta al año, aprovechando de paso para reducir la cuantía en la siguiente convocatoria.
Sin embargo, los casos más atroces se están dando este año con las conocidas como Becas de Formación de Personal Investigador(FPI) y de Formación de Profesorado Universitario(FPU).
En el caso de las primeras, la convocatoria fue tranquila y se sucedió como de costumbre, resolviendose sin problemas en Junio la concesión de alrededor de mil becas para todo el territorio español… ¡cuyos beneficiarios aún no han visto un sólo euro! Situación que es doblemente grave cuando la concesión de la beca exige abandonar cualquier otro trabajo remunerado que el investigador pueda tener a la par.
Conclusión: tenemos a mil jóvenes investigadores, algunos seguramente brillantes, con carreras que no son precisamente fáciles y títulos de máster de los que cuestan un ojo de la cara, trabajando gratis mientras el Estado llena sus informes con la excelencia de la investigación española, como Carmen Vela gusta de recordar cada vez que le ponen un micrófono delante.
El segundo de los casos me toca directamente, pues estoy esperando que me concedan una beca FPU para intentar quedarme en España y no huir como han hecho muchos investigadores.
En este caso, el Gobierno prometió convocarlas en Mayo y resolverlas en Septiembre, incorporándose todos los becarios a su puesto de trabajo el 1 de Octubre salvo situación excepcional. Y a la señora Vela le debe gustar tanto esto de la excelencia que aún nadie se ha incorporado, y escribo estas líneas a 12 de Noviembre.
La situación es aún más penosa si tenemos en cuenta el estúpido reparto de unas becas que tradicionalmente se han dedicado a formar investigadores (75 becas en filosofía y filología frente a 30 en física y ciencias del espacio) y que hoy, supuestamente el día antes de que se anuncien las concesiones finales y en forma de puñalada trapera, se publica en el BOE un recorte de 150 becas, pasando de 950 a sólo 800 para todo el territorio del Estado español.
La situación no es mejor para los que han conseguido superar el tramo de predoc y completar su doctorado. Tras el timo de este tipo de becas, existe otro: las becas de excelencia investigadora Ramón y Cajal y Juan de la Cierva. Este tipo de becas, de las que no puedo hablar en profundidad porque soy demasiado joven para poder haber pedido una, funcionan con un mecanismo similar a las doctorales, de manera que un investigador con una de estas becas concedidas recibe un sueldo durante cinco años, con la única diferencia de que tras estos, se le debía ofrecer una plaza en la universidad de acogida, puesto que este tipo de programas se crearon por la necesidad de recuperar y retener mentes fugadas.
Bonito ¿no? Demasiado, ha debido pensar el Gobierno, que este año no sólo ha recortado 75 becas Ramón y Cajal (no tengo la cifra de las JdlC) sino que tras la aprobación del decreto de contratación cero en organismos públicos, tras la finalización de su contrato, investigadores de renombre y con cientos de publicaciones a sus espaldas se quedan, como los becarios, en la calle y muchos deciden abandonar la ciencia.
Estos son sólo algunos ejemplos tangibles del maltrato que la ciencia está recibiendo en España, privando a nuestros hijos y nietos de vivir en un país a la altura de los que le rodean (El ILL en Francia, en Inglaterra han nacido algunos de los mejores físicos de la historia, Italia posee uno de los centros de investigación más importantes del mundo en Gran Sasso…) y sumando a ello el dolor humano de destrozar las ilusiones de tanta y tanta gente que, en algún momento altruista, deciden dedicar su vida a responder a las preguntas que la humanidad se hace. Y mientras tanto, se invierten miles de millones en tener contentos a hombres con faldas largas y colgantes de oro y se les perdonan ad infinitum deudas a señores engominados que patean balones. Pero no os preocupéis, seguro que si repetimos la mentira un par de veces más, puesto que no hay ciencia y debemos confiar en la magia, se hará realidad.
Licenciado en Física por la Universidad de Oviedo y doctor en física teórica por la Universidad Autónoma de Madrid.
Actualmente trabaja en la École polytechnique fédérale de Lausanne (EPF) como postdoc, investigando sobre Teoría Cuántica de Campos en presencia de fenómenos gravitatorios, con especial atención a sistemas no relativistas.