Alerta magufo: la burbuja que limpia el aire… ¿o que vende humo?

Por Juan Ignacio Pérez, el 4 diciembre, 2012. Categoría(s): Alerta Magufo

“Bubble Pure Air” es el nombre de una burbuja que obra milagros fisiológicos. Esa es, al menos, la conclusión que cabe extraer de la información que al respecto ofrece la empresa que la comercializa, información que pone especial énfasis en las aplicaciones del artilugio en cuestión al mundo del deporte y, más en concreto, al rendimiento físico de los deportistas.

Tuve la primera noticia de la burbuja gracias a @estebanumerez, quien hace más de dos años me hiciera una consulta en relación con una información según la cual, el Athletic Club había decidido probar la burbuja con sus futbolistas durante un mes, y otra, de pocos días después, en la que se afirmaba que, entre otros prodigios, “con este dispositivo se reduce el nivel de ácido láctico -un 22%- y el de glucemia -un 10 %-. El aire puro, además, permite una mejor oxigenación cerebral y favorece la regeneración celular”. Esteban, quien en aquella época producía Incrédulos Podcast, le dedicó a este asunto el que creo que fue su último podcast.

Todo eso hubiera quedado en el olvido si no hubiera sido porque hace unas semanas me he vuelto a encontrar con la burbuja de marras. Y ha sido en otro equipo vizcaíno de alto nivel, el Bilbao Basket. Según informa el Canal Bilbao Basket, el club de baloncesto de Mirivilla se ha apuntado a la burbuja para el cuidado de sus “hombres de negro”. La cosa, no obstante, no se circunscribe a Bizkaia ni al deporte del balón y la canasta. La federación española de tenis y los conocidos tenistas Rafa Nadal y Carlos Moyá parecen ser también usuarios del prodigio tecnológico, y muy probablemente, alguno más.

El fabricante de la burbuja, la empresa catalana Zonair 3D, sostiene que la Bubble Pure Air es “el primer espacio móvil donde es posible respirar aire puro al 99,995% en continua regeneración -libre de partículas contaminantes, agentes víricos, bacteriológicos y alergénicos-“, y esa es, por lo visto, la razón de sus portentosos atributos.

La burbuja es un invento de Xavier Trillo, quien dice que la idea se le ocurrió en 1976 tras ver The boy in the plastic bubble. En esa película, protagonizada por John Travolta, un niño que sufre el síndrome de inmunodeficiencia combinada grave (SCID) tiene que vivir aislado del mundo para evitar la exposición a gérmenes que podrían acabar con su vida porque carece de defensas. Trillo no empezó a trabajar en su proyecto hasta 2004, cuando fundó la empresa que ahora dirige. La burbuja milagrosa mide 3,5 metros de ancho y 2,5 metros de altura, y está equipada con un motor que filtra el aire.

Zonair 3D afirma, en su sitio web, que la burbuja en cuestión elimina la inhalación de las partículas en suspensión del aire, disminuye significativamente las dificultades respiratorias al aislarnos de las sustancias potencialmente alergénicas, revitaliza los mecanismos naturales de eliminación de toxinas y células muertas, reduce drásticamente el nivel de metales pesados que respiramos del aire, mejora el rendimiento físico por la reducción de la contaminación en CO2, optimiza el proceso de recuperación después del ejercicio físico, favorece los mecanismos antioxidantes del organismo, proporciona un tratamiento antienvejecimiento de forma natural, reduce significativamente cualquier riesgo de proceso infeccioso durante su utilización, no tiene ninguna contraindicación ni efecto secundario y mejora la calidad de vida de quiénes lo respiran» (referencia: aquí).

¿Tiene todo esto algún sentido? En mi opinión, rotundamente no.

Para empezar, se supone que el aire que se introduce en la burbuja, al pasar por el filtro, elimina todo tipo de partículas, desde las más grandes que pueden mantenerse en suspensión, a las más pequeñas. Pero eso no se sostiene. Como saben todas las personas que tienen un mínimo conocimiento al respecto, para garantizar que en una atmósfera no haya partículas, se requieren instalaciones de seguridad biológica, y deben observarse protocolos muy estrictos que va mucho más allá que lo que puede ofrecer una burbuja en la que entran y salen deportistas y masajistas cargados de “partículas contaminantes, agentes víricos, bacteriológicos y alergénicos”. No es que sean sucios porque no se aseen; es solo que, aunque lo intenten, no lo pueden evitar: nuestros cuerpos y nuestras ropas son cultivos andantes de todo tipo de organismos (artrópodos minúsculos, protozoos, bacterias y virus), un verdadero vergel microscópico. Solo una instalación de seguridad biológica, y los procedimientos adecuados a tal condición, permitirían garantizar grados predeterminados de limpieza y ausencia de partículas.

Por otro lado, es una exageración pensar que el aire que respiramos normalmente puede ser nocivo y que conviene filtrarlo para mejorar su calidad. En términos generales, el aire que respiramos es de calidad aceptable o buena. Es cierto que en condiciones extremas en una gran ciudad se pueden llegar a dar concentraciones perjudiciales de SO2 y partículas en suspensión (con su correspondiente carga de metales pesados); pero, normalmente, el aire que respiramos es saludable. Además, hablar de aire puro al 99,995%, en los términos utilizados en la publicidad del producto, no tiene ni pies ni cabeza.

El aire “puro” tiene dióxido de carbono (CO2); es ridículo que se utilice un dispositivo para, supuestamente, retirarlo del aire que respiran unos deportistas cuando son atendidos por el masajista o se retiran a descansar. El CO2 es un residuo fisiológico de la respiración y, al contrario que el monóxido de carbono (CO), no es tóxico. A concentraciones normales es inocuo y salvo que se eleve muy por encima de los valores normales, no provoca problema fisiológico alguno. Harían falta condiciones extremas de escasez de aire y falta de ventilación para que la concentración del CO2 en la atmósfera alcanzase valores que alterasen el equilibrio ácido-base en la sangre o afectase a la transferencia de oxígeno o a su eliminación normal en el proceso respiratorio. Habrían de ser condiciones próximas, por ejemplo, a las que experimentan los topos en las cavidades que horadan, o a esas que, al parecer, experimentan quienes se colocan una bolsa en la cabeza para practicar sexo.

Por otro lado, el caso del niño burbuja David Vetter, en el que está basada la película que supuestamente inspiró al inventor de este dispositivo, no tiene nada que ver con lo que estamos hablando. Si el sistema inmune no funciona bien, nada se arregla con mantenerse una hora o dos al día dentro de una burbuja; habría que estar aislado de cualquier patógeno de manera eficaz. Respirar un aire especial durante dos horas al día es como beber agua embotellada dos horas al día y el resto del día beber de un charco en la calle. A todos los efectos, el resultado sería similar. Ocurriría lo mismo con el polen; estar aislado de sustancias alergénicas, como el polen, durante un rato tampoco sirve para nada. ¿Qué ocurre luego, al salir de la burbuja? La reacción alérgica no se evitaría por permanecer dentro unas horas (si es que se llega a esos tiempos de permanencia en el interior). En definitiva, no tiene sentido estar aislado durante un rato de alérgenos y de agentes infecciosos.

Otra de las afirmaciones extravagantes que se hacen en la publicidad de la burbuja es que “revitaliza los mecanismos naturales de eliminación de toxinas y células muertas”. La combinación de las palabras “revitaliza”, “naturales” y “toxinas” es de esas que hacen saltar las alarmas escépticas automáticamente. El término “revitalizar” no se sabe muy bien qué quiere decir, pero nuestros organismos no necesitan nada de lo que se dice en esa frase.

Las células muertas se eliminan o sus constituyentes se “reciclan” con normalidad de manera permanente; no necesitan ninguna “revitalización”. Otra palabra fetiche es “toxina”, aunque no se sepa muy bien a qué se pretende aludir. No solemos ingerir ni respirar productos tóxicos, -toxinas-, y cuando lo hacemos, las vías para su expulsión o eliminación metabólica tampoco han de ser “revitalizadas”.

Lo de que “mejora el rendimiento físico por la reducción de la contaminación en CO2, optimiza el proceso de recuperación después del ejercicio físico” también tiene su aquél. Ya me he referido antes al sinsentido que supone considerar al CO2 como contaminante en este contexto, pero es que, además, que la permanencia durante un tiempo limitado en el interior de una burbuja de aire filtrado pueda mejorar algún rendimiento físico (¿cuál? ¿se hace ejercicio dentro?) carece de cualquier soporte lógico. Claro que quizás tenga que ver con aquella otra afirmación que citaba al comienzo relativa al ácido láctico y la glucemia. Es de todo punto inverosímil que una diferencia mínima en la concentración ambiental de oxígeno o, si se quiere, no tan mínima en la de CO2, reduzca el nivel de ácido láctico en sangre en un 22%; ¿cuándo? ¿bajo qué condiciones? ¿tras una sesión de ejercicio anaeróbico intenso?

Y lo de la reducción de la glucemia en un 10% carece de todo fundamento fisiológico; es otro sinsentido absoluto.

Como tampoco se sostiene eso de que “favorece los mecanismos antioxidantes del organismo, proporciona un tratamiento antienvejecimiento de forma natural”. ¿En virtud de qué mecanismo? No tiene sentido. Y lo más increíble de la lista de efectos beneficiosos, es que viene avalada por un informe de un responsable médico del grupo hospitalario Quirón. [Ver para creer].

Zonair 3D, en apoyo a lo que predica, dispone en su sitio web de un apartado en el que hace constar las entidades que la avalan, y entre ellas, para mi sorpresa, se encuentra la Universidad Politécnica de Cataluña, aunque el informe que adjunta, no supone en realidad ningún aval a las virtudes que la empresa atribuye a la burbuja, puesto que se limita a hacer constar una serie de carácterísticas técnicas. Además, esgrime un estudio publicado en la revista “científica” Apunts medicina de l’esport, descargable de su sitio web en formato pdf que, a mi modesto entender, tiene más agujeros que un colador, pero que, para mi asombro, ha sido aceptado y publicado[1]. En cualquier caso, incluso si las conclusiones fuesen válidas desde el punto de vista científico (que a mi juicio no lo son), ese estudio no serviría para sostener las afirmaciones que se hacen en la página web de la empresa.

En conclusión, no hay ningún argumento de base científica que apoye las pretensiones de la empresa que vende la “Bubble Pure Air”, ni los estudios e informes que aporta son, a mi juicio, aval de esas pretensiones; lo que sí hay son unos cuantos argumentos científicos que las contradicen radicalmente. No niego que la burbuja pueda tener efectos beneficiosos sobre algunos de sus usuarios, pero eso es algo que se conoce de sobra: se llama efecto placebo. Ni más ni menos. Y termino con un dato que no es en absoluto baladí: la burbuja cuesta entre 7.700 y 8.575€ (razón, aquí).


[1] Ignasi De Yzaguirre, Joan Vives, José Antonio Gutiérrez, Daniel Brotons y Antonio Tramullas (2010): “Ergometría y cambio climático” Apunts Med Esport. 45 (168): 219–225



Por Juan Ignacio Pérez, publicado el 4 diciembre, 2012
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