El 15 de febrero de 2013 será recordado como el día en el que la naturaleza nos recordó lo indefensos que estamos ante los pequeños cuerpos que vagan por el Sistema Solar. Sin previo aviso, un pequeño asteroide de unos quince metros de diámetro entró hoy en la atmósfera terrestre sobre la región rusa de Cheliábinsk. La energía liberada por la explosión del objeto ha sido equivalente a la de una explosión termonuclear de 300 kilotones, aunque por suerte tuvo lugar en la alta atmósfera. Aún así, la onda de choque causó centenares de heridos, la mayoría por culpa de cristales rotos. Que sepamos, ha sido el impacto más importante desde el suceso de Tunguska en 1908. Y todo en el mismo día que el asteroide 2012 DA14, de unos cincuenta metros de diámetro, ha decidido sobrevolar la Tierra a una distancia récord de 30.000 kilómetros.
La lección más importante que debemos aprender del ‘suceso de Cheliábinsk’ es que nos ha pillado completamente desprevenidos. Nadie detectó este pequeño asteroide antes del impacto, y eso a pesar de las numerosas redes de telescopios que escudriñan el cielo continuamente en busca de cuerpos menores del Sistema Solar. Y no es la primera vez. Ya en 2008 otro asteroide de cinco metros de diámetro y ochenta toneladas chocó contra la Tierra sobre el desierto de Sudán. Cierto es que en esa ocasión el asteroide fue descubierto apenas veinte horas antes del choque -de ahí que fuera bautizado con un nombre oficial: 2008 TC3-, pero no deja de ser otra sorpresa espacial bastante desagradable.
Esto es muy diferente a lo que nos tienen acostumbrados en las películas de Hollywood. Se supone que somos capaces de detectar cualquier asteroide peligroso y, llegado el caso, destruirlo con una buena explosión nuclear sin más contemplaciones. ¿Cómo es posible que nuestra civilización, con todos sus adelantos tecnológicos y con capacidad para alcanzar el espacio, permita que pasen cosas así? ¿De verdad estamos indefensos ante sucesos de este tipo?
Bueno, veamos. Las malas noticias son que, efectivamente, no hemos detectado todos los asteroides peligrosos que acechan a la Tierra. Las buenas son que tenemos la tecnología para hacerlo. Antes de nada debemos conocer a nuestro enemigo, que en este caso son los asteroides cercanos a la Tierra, también conocidos como NEAs (Near Earth Asteroids).
Así que, ¿cuántos asteroides cercanos existen? Gracias a los datos del telescopio espacial WISE de la NASA sabemos que deben existir nada menos que unos 20.500 ± 3.000 asteroides con un diámetro superior a los cien metros, de los cuales solamente hemos descubierto unos 5.200. O sea, que aún nos queda mucho camino por recorrer. Pero el verdadero peligro radica en los miles de NEAs con un tamaño inferior a los cien metros, ya que la inmensa mayoría no han sido descubiertos. Por supuesto, no todos los NEAs son asteroides peligrosos o PHA (Potentially Hazardous Asteroids), pero todos los PHAs sí que son NEAs.
¿Y cómo podemos descubrirlos? Además de los observatorios terrestres actualmente en funcionamiento, la mejor forma de descubrir NEAs es situar telescopios infrarrojos en el espacio. Lo ideal sería mandar un telescopio infrarrojo a la órbita de Venus para que pudiese observar desde allí la práctica totalidad de NEAs que circulan por las cercanías de la órbita terrestre. De todas formas, no hace falta irse tan lejos. Observatorios en órbita baja o en órbita solar también podrían llevar a cabo esta función. Algo me dice que a partir de hoy muchas agencias espaciales lo van a pasar bastante mal a la hora de explicar cómo es posible que ninguno de estos proyectos haya recibido la financiación adecuada para salir adelante. Curiosamente, las únicas propuestas de telescopios espaciales infrarrojos para descubrir NEAs han venido de la mano de exóticas compañías privadas de minería de asteroides como Planetary Resources.
Una vez detectados todos los NEAs, hay que tener en cuenta que las órbitas de los mismos pueden sufrir cambios a lo largo del tiempo por culpa de las interacciones gravitatorias con otros cuerpos del Sistema Solar, así que no basta con determinar su órbita, sino que también debemos calcular las perturbaciones sufridas, algo que dista de ser trivial. Y eso sin tener en cuenta fenómenos como el efecto YORP o el Yarkovsky.
En cualquier caso, imaginemos que descubrimos que un asteroide se dirige hacia nuestro planeta, ¿qué hacemos? Actualmente, no podemos hacer nada de nada, salvo rezar y evacuar las posibles zonas de impacto. No hay interceptores mágicos esperando ser disparados ni aguerridos astronautas capaces de instalar bombas nucleares en el interior de un asteroide. De todas formas, en el caso de un pequeño asteroide como el de Cheliábinsk, lo mejor es usar un interceptor cinético para destruirlo, especialmente si no tenemos mucho tiempo por delante. Al chocar a unos 2-30 kilómetros por segundo contra el asteroide, nuestro interceptor podría vaporizarlo fácilmente. Los trozos supervivientes serían lo suficientemente pequeños para que se desintegrasen durante la entrada atmosférica sin causar daños. Una idea que resulta sencilla en teoría pero que es muy complicada en la práctica. Y es que guiar una sonda que se mueve a alta velocidad hasta un pequeño blanco de pocos metros de diámetro que se encuentra en medio del espacio no es nada fácil. Además, debido al retraso en las comunicaciones con la Tierra, el interceptor debería estar dotado de un sistema de navegación autónomo muy sofisticado.
¿Y si usamos armas nucleares?
Si lo que queremos es vaporizar el asteroide con total seguridad, necesitamos un impacto directo, pero en este caso hay un problema, y es que las armas nucleares modernas sólo permiten choques a velocidades inferiores a 1 km/s para evitar que el mecanismo de ignición se destruya antes de activar el artefacto (efectivamente, este dato no suele mencionarse en las películas). Por lo tanto, deberíamos usar una sonda doble formada por un interceptor cinético convencional seguida a poca distancia del interceptor con la cabeza nuclear. El interceptor cinético crearía un agujero en el asteroide que permitiría la detonación del arma nuclear en su interior. Y sí, si suena complejo es porque lo es.
Si tenemos más tiempo antes del impacto, digamos que varios meses o unos pocos años como mínimo, podemos jugar con la posibilidad de cambiar su órbita mediante choques cinéticos o explosiones nucleares no directas, aunque aquí sí que corremos un riesgo importante de que el cuerpo se fragmente dependiendo de su tamaño, características y composición.
En 2005 la sonda Deep Impact chocó contra el cometa Tempel 1, pero no debemos olvidar que en este caso estábamos ante un enorme objetivo de varios kilómetros de diámetro cuya órbita se conocía muy bien. Los desafíos tecnológicos que presenta la intercepción de asteroides son tales que se han propuesto misiones precursoras como Don Quijote -actualmente cancelada- o AIDA/AIM de la agencia espacial europea (ESA) con el fin de desarrollar las tecnologías necesarias para desviar asteroides mediante interceptores cinéticos. Huelga decir que a día de hoy ninguno de estos proyectos ha sido aprobado formalmente.
Claro que si el tiempo no nos preocupa en absoluto porque el choque se va a producir dentro de muchos años o décadas, sin duda la mejor opción es el tractor gravitatorio. Este concepto es tremendamente simple a la par que elegante. Situamos una sonda de varias toneladas cerca de nuestro asteroide y utilizamos motores iónicos de bajo empuje para mantener una distancia constante con respecto a la superficie. El asteroide atrae a la sonda, pero la sonda también atrae al asteroide y el resultado es que podemos cambiar la órbita del mismo. El efecto es casi despreciable, pero lo suficiente para evitar un impacto contra la Tierra tras varios años ‘tirando’ del asteroide.
Como vemos, no será por ideas. Parafraseando a Neil DeGrasse Tyson, los asteroides son la forma que tiene la naturaleza de preguntar cómo va nuestro programa espacial. Y sin embargo, aquí estamos, después de sufrir un impacto directo con un asteroide y a pesar de que cada vez son más las naciones con un programa espacial propio, seguimos sin tener una red de observatorios espaciales ni un sistema de interceptores antiasteroides.
Respondiendo a la pregunta que da título al artículo, resulta triste constatar que sí, a día de hoy estamos indefensos. Por supuesto, hay pocos asteroides de gran tamaño que amenacen a la Tierra y las probabilidades de impacto directo de un cuerpo pequeño en un área densamente poblada son muy bajas, pero con el tiempo suficiente dicha probabilidad tiende a uno. ¿Qué tiene que pasar para que nos demos cuenta de la gravedad de la situación? Esperemos que el suceso de Cheliábinsk pase a la historia como un punto de inflexión y que tomemos medidas de una vez por todas.
Referencias:
http://arxiv.org/pdf/1109.6400v1.pdf
http://www.adrc.iastate.edu/files/2011/09/2134720_wie.pdf
http://www.adrc.iastate.edu/files/2012/06/AAS-12-225.pdf
http://esamultimedia.esa.int/docs/gsp/completed/AIDA_MissionRationale_InterimRelease.pdf
Daniel Marín es astrofísico de formación y divulgador científico de pasión. Ha recibido el Premio Bitácoras 2012 y el Premio 20Blogs 2015 al mejor blog en la categoría de ciencia, así como el Premio Naukas 2013 al mejor blog de divulgación científica. Colaborador de la revista Astronomía, es miembro de la Agrupación Astronómica de Gran Canaria (AAGC) y de la Asociación Astronómica y Educativa «Henrietta Leavitt» (AAEC). De vez en cuando suele asistir al lanzamiento de alguna nave espacial.