¿Y si la Tierra fuera hueca?

Por Miguel Santander, el 3 diciembre, 2013. Categoría(s): Astronomía • Ciencia • Divulgación • Escepticismo • Física
hollowearth
Tierra hueca (Crédito: http://www.welcometonorthkorea.com)

Hace tiempo, durante una conversación, alguien me lanzaba esta pregunta, así, a bocajarro. Había leído en algún libro —o en algún vídeo de YouTube— que en una prospección en Rusia el taladro se había detenido a los 12 km de profundidad, encontrándose con un «sonido a hueco», o algo así. Esto, según el autor del libro, era una prueba de que la Tierra, simplemente, está hueca. Luego, claro, venían las conspiraciones para ocultar la Verdad, etc. etc.

Yo me quedé tan perplejo ante la pregunta que no pude sino contestar con un insatisfactorio «¡Por supuesto que no!». Más tarde, cuando recuperé la plena posesión de mis facultades mentales, se me ocurrieron un par de razones de peso —nunca mejor dicho—, muy sencillas y que cualquiera puede seguir, para demostrar que la idea de marras es una tontería como… como un planeta, vaya. Veámoslas.

¿A cómo está el planeta rocoso? Pues póngame cuarto y mitad

Antes de nada, debemos responder a la siguiente pregunta: ¿cómo sabemos cuánto «pesa» la Tierra? Si lo pensamos un poco, para averiguar la masa de los objetos en el mundo que nos rodea, los pesamos en una báscula, es decir, medimos la fuerza (el peso) con que los atrae la Tierra que tenemos bajo nuestros pies. Pero… ¿y si es la Tierra misma lo que queremos pesar?

La cuestión es tan poco trivial que no fue resuelta del todo hasta finales del s. XVIII. Antes se habían realizado varios experimentos —por ejemplo, midiendo la desviación de una plomada en las cercanías de una montaña masiva cuya masa se podía estimar; o midiendo el periodo de un péndulo, que depende de la gravedad, a dos altitudes muy diferentes— que aproximaban en cierto modo el valor real, pero no fue hasta entonces cuando Cavendish hizo una medición precisa utilizando una versión modificada de la balanza de torsión de Coulomb.

Balanza de Cavendish

¿Cómo funciona esta balanza? Muy sencillo: visualicen una vara muy larga, de 180 centímetros, suspendida horizontalmente de un hilo que pasa por su centro. En cada extremo de la vara se cuelga una pequeña esfera de plomo de masa conocida (730 g), de forma que la vara entera está en equilibrio, suspendida sobre el suelo. A su alrededor construimos una jaula de vidrio para aislar la vara de perturbaciones molestas como corrientes de aire, etc. Ahora, imaginen que situamos una esfera de plomo, mucho mayor (158 kg), a tan solo 23 centímetros de una de las esferas pequeñas, y otra igual de grande a la misma distancia de la otra esfera pequeña, pero en el lado opuesto de la jaula de vidrio.

Pues bien, cada esfera grande atraerá a su homóloga pequeña cercana por atracción gravitatoria, de manera que la vara entera se desviará —realizará un movimiento de torsión alrededor del hilo del que está suspendida— de su posición original un ángulo muy, muy pequeño, pero medible.

Mediante este experimento, Cavendish midió la constante de gravitación universal G. El resto, calcular la masa de la Tierra a partir de la aceleración de la gravedad en la superficie del planeta, es coser y cantar. ¿El resultado? Nada más y nada menos que seis cuatrillones de kilogramos. Un 6 seguido por 24 ceros, o 6 x 1024 kg, como usted prefiera. Casi nada.

¿Podría ser erróneo este resultado? Por supuesto, pero sólo en una cantidad infinitesimal. Desde el experimento de Cavendish, el valor de G se ha medido cientos de veces con gran precisión. La masa de la Tierra, en otras palabras, es la que es, y no otra muy diferente.

Cuestión de gravedad

Supongamos que la Tierra es hueca, un cascarón de 6300 km de radio y 12 kilómetros de espesor. Sabemos su masa y podemos calcular fácilmente su volumen (¿recuerdan la fórmula del volumen de una esfera? Pues se trata simplemente de restar el volumen de la esfera inferior del de la exterior) que sería de unos 6 trillones de metros cúbicos, o 6 x 1018 m3. En otras palabras, podemos calcular su densidad media —seguro que les suena lo de masa/volumen—, que resultaría ser de 1 millón de kilogramos por metro cúbico.

¡1 millón de kilogramos por metro cúbico! Mil veces más denso que el agua o nuestro cuerpo, 100 veces más que el mercurio o el plomo, y 44 veces más que el Osmio, el elemento más denso de la tabla periódica —de los que no se desintegran en elementos más ligeros antes de poder medirlos.

Así, cada cucharada de corteza terrestre pesaría la friolera de 15 kilogramos. Esto es un sinsentido, pues, ¿de qué estaría hecha la corteza terrestre entonces? Tendríamos qué inventarnos elementos nuevos con propiedades mágicas y tejer una conspiración en la que entrarían desde el gremio de enterradores hasta el de geofísicos, mineros y prospectores petrolíferos; todos ellos estarían ocultando la Verdaderamente-Sorprendente-Verdad.

Tierra hueca 1
Tierra completamente hueca. Dibujo perpetrado por el autor del post.

Y no solo eso. Vivir en el interior de la esfera —asumiendo que uno puede internarse cual profesor Lindenbrock y compañía en Viaje al centro de la Tierra— no sería todo lo cómodo que uno esperaría: resulta que en el interior de una corteza esférica, el campo gravitatorio se anula. Esto se debe a lo que se conoce como el teorema de Gauss, que, expresado de forma muy rudimentaria, viene a decir que el tirón del trozo de corteza que tienes bajo tus pies se compensa con el de todos los trozos que tienes, más lejos, sobre tu cabeza. Así, lo único que te pegaría a la pared interior de la corteza, haciendo las veces de ‘gravedad’, sería la fuerza centrífuga del planeta al girar sobre su eje. Una gravedad que sería máxima —300 veces más débil que la gravedad que experimentamos cotidianamente, ya ven qué «máxima»— en la cara interior del ecuador, y que iría disminuyendo de forma progresiva hacia los polos, al mismo tiempo que aumenta la ‘pendiente’ del paisaje, hasta hacerse completamente vertical.

Todo eso por no hablar del campo magnético terrestre, que nos protege del viento solar y produce unas auroras espectaculares. El núcleo interno de la Tierra está rodeado por un océano de hierro líquido que al girar y circular sobre él genera este campo magnético. Como pueden imaginarse, sin núcleo, no hay campo magnético alguno que nos proteja, con lo que el viento solar barrería la superficie y la atmósfera, destruyendo la capa de ozono y haciendo de la Tierra un planeta del que mejor pasar de largo. Adiós vida.

Modelo inadecuado busca realidad que ajustar, o lo que surja

¿Podemos arreglar el modelo de la Tierra hueca para que ajuste a las observaciones y no nos tomen por locos cuando defendamos nuestra postura y exijamos el respeto que merece? Pues… sí, pero no. Y la culpa es, nada más y nada menos, de la Luna.

Me explico: podemos añadirle un núcleo a nuestra Tierra hueca para generar el campo magnético del que disfrutamos. Incluso podríamos dotarle de suficiente masa como para arreglar nuestro pequeño problema de materiales y explicar la fuerza de la gravedad en la superficie. Hasta ahí ningún problema.

Tierra hueca 2
El Sol interior, o cuando la solución empeora el problema. Dibujo perpetrado por el autor.

Ahora, olvídese de la civilización interior. Si ya antes se tiraban meses yendo a recoger por la dichosa pelota de fútbol cada vez que alguien la sacaba del campo, ahora su situación es peor: el núcleo de hierro sobre sus cabezas, un inmenso océano de hierro fundido, tiraría de ellos con mucha más fuerza que la que les pega al suelo por la débil fuerza centrífuga. Caerían cual Gollum al magma del Monte del Destino. ¡Chof! Pssssssshhhhh…

Pero eso no es lo peor (bueno, para ellos sí). Imagine la situación. Un núcleo de hierro esférico en el centro, rodeado por aire —o vacío, casi mejor— y una corteza enorme, de 6300 km de radio y 12 km de espesor, sobre la cual vivimos nosotros, felices en nuestra ingenua creencia de que la Tierra es una esfera de roca. ¿Por qué no cae la corteza sobre el núcleo? Pues porque está perfectamente centrada sobre él, de forma que la gravedad que actúa sobre un lado se compensa perfectamente con el otro, que está exactamente a la misma distancia.

¿O no? Antes mencioné la Luna. La Luna también tira de nosotros. Y hay un lado de la corteza que le queda más cerca que el otro. La Luna deformaría la corteza y rompería el delicado equilibrio de fuerzas que nos habíamos montado, de manera que la corteza caería irremisiblemente sobre el núcleo de hierro fundido.

Tierra hueca con Luna
Añadiendo la Luna, de mal en peor. Dibujo perpetrado por el autor.

¡Chof! Pssssssshhhhh…

¿Cómo solucionamos esto? Pues no sé a ustedes, pero a mí solo se me ocurre una manera: llenando de roca el espacio intermedio entre la corteza y el núcleo. O sea, volviendo a nuestro aburrido —pero eficaz— modelo según el cual la Tierra NO es un planeta hueco.



Por Miguel Santander, publicado el 3 diciembre, 2013
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