De drogas y no tan drogas

Por Oihan Iturbide, el 15 febrero, 2014. Categoría(s): Biología • Química

Mi estreno en Naukas tiene como objetivo contaros sobre los beneficios del agua con azúcar. Que sí, no seáis escépticos, lo que oís: agua con azúcar.

Fue hace casi 7 años. Yo tenía 29 cuando llegué a un lugar en el que, en teoría, me convertiría en un hombre nuevo. Estaba absolutamente aterrado. Mientras mi padre y mi hermana se esforzaban en aparentar tranquilidad, yo escudriñaba aquel entorno que se convertiría en mi casa durante tres meses. Observé la fachada, los alrededores y los barrotes de las ventanas de la planta baja. También me pareció ver a alguno de los que, posteriormente, serían mis compañeros.

En recepción me trataron con exquisita educación, mucho más que en el mejor Four Seasons del mundo. Me acompañaron a mi habitación y me registraron la maleta. Después, visité al boss de todo aquel tinglado y de allí a la habitación de nuevo. Sus sábanas y las imágenes de la televisión analógica serían mi universo durante las siguientes 48 horas.

A los dos días me soltaron y aparecí -no recuerdo cómo- en una sala con muchas sillas en forma de media luna. Un círculo raro, ¿tendré que hacer algún tipo de sacrificio? -pensé-. A los pocos minutos algunas personas se sentaron a mi alrededor y una mujer muy seria se sentó enfrente, como presidiendo aquella luna creciente. Tengo ganas de tomar -dijo el primero-. ¿Y qué querrá tomar este buen hombre? -me pregunté yo-.

Las princesas también necesitan terapia
Las princesas también necesitan terapia

Al cabo de un rato lo entendí. Aquellas personas eran yonkis. Tan yonkis como lo era yo. Y las ganas de tomar de aquel hombre se convertirían en mis ganas de tomar en el mismo momento en el que decidieran reducir mi medicación.

Eso ocurrió a las dos semanas y, en ese momento, descubrí lo que hoy, queridos míos, vais a conocer también vosotros. Descubrí las maravillas del “agua con azúcar”. Me levantaba con ganas de beberme un tequila y me daban agua con azúcar, ¿que lo que se me antojaba era una raya de cocaína? Pues agua con azúcar. No importaba lo que pidiera mi cuerpo, mi cabeza o mi espíritu (si es que había alguno), un vaso de agua con un sobre de azúcar eran «mano de santo». La ansiedad se reducía, las manos dejaban de temblar, el sudor frío desaparecía, las paranoias… no, las paranoias no se iban, no voy a engañaros.

El tiempo pasó y las ganas de tomar también. El agua con azúcar empezó a saberme muy dulce y decidí echarle café (siempre descafeinado, claro); lo cual hizo que aquella bebida mejorara de forma sustancial. Más tarde, la curiosidad volvió a actuar en mí, la misma curiosidad que tenía antes de convertirme en un drogadicto, aquella que me hacía preguntar siempre: ¿y por qué? Obviamente, también me pregunté ¿y por qué soy adicto? ¿Acaso mi cerebro tiene algo mal? ¿Se ha entrometido en mi DNA algún gen maldito? ¿Ha sido culpa de mi infancia? ¿Mi adolescencia, quizá? Como todas estas preguntas eran difíciles de abarcar, así de golpe y con sólo unos poquitos años de estudios sobre biología, opté por hacerme una pregunta más asequible:

¿Qué rayos tenía el agua con azúcar que era capaz de aliviar mis síndromes de abstinencia?

Pues bien, lo que descubrí es que la sacarosa, conocida comúnmente como “azúcar” activa la dopamina en una región del cerebro llamada núcleo accumbens, y la consiguiente liberación de este neurotransmisor, se asocia con el placer. De hecho, el consumo repetido de altos niveles de sacarosa crea un aumento en la necesidad de consumirla con el fin de recuperar los sentimientos iniciales de placer. Vamos que… ¡casi sustituyo una droga por “otra”!

Pero la cosa no quedó ahí, este descubrimiento me llevó a otro todavía más asombroso: de pronto, entendí por qué mi abuelita consumía de forma compulsiva una sustancia vendida en farmacias bajo el nombre de Sedatif PC. Ah… ¿Que no sabéis qué es? Pues, se trata de un producto homeopático que se vende como medicamento en la farmacia de mi barrio.

Imagen obtenida de la web de Boiron
Imagen obtenida de la web de Boiron

Hacía tiempo que venía observando que mi abuelita cada vez tomaba más comprimidos de esos. Primero empezó con 6 al día (recomendación del laboratorio). Cada uno de ellos contiene 225 mg de sacarosa, por tanto, consumía un total de 1350 mg al día; si además le añadimos la lactosa (72 mg cada pastilla) las cuentas quedan así: 1350 mg de sacarosa + 432 mg de lactosa en total. Teniendo en cuenta que la lactosa es un disacárido formado por la unión entre una molécula de glucosa y otra de galactosa, llegamos a la conclusión de que estas pastillitas son absolutamente capaces de endulzarte la vida.

Mi abuelita empezó a tomarlas porque la vecina, consumidora habitual de homeopatía, le dijo que iban muy bien para los nervios. La pobre andaba un poco revuelta desde que falleció su hermana. Yo le había recomendado hacer algo de ejercicio: estiramientos, paseos, alguna cosa que le ayudara a generar endorfinas, pero la Paqui tuvo mayor influencia y mi abuelita se hizo con la primera caja.

Al principio, no le di importancia porque, a día de hoy, el efecto que me ha hecho a mí la homeopatía ha sido igual a cero; así que pensé: bueno, quizá el efecto placebo le ayude. No obstante, cuando la abuelita triplicó la dosis, empecé a preocuparme. Fue entonces cuando recordé que, mientras yo estaba en desintoxicación, mis dosis de agua con azúcar iban aumentando a medida que se sucedían las semanas. Y también recordé cómo la ingesta de aquella bebida “milagrosa” hacía que me encontrara mejor, con más energía y un poquito más optimista. Así que tras el típico ¡EUREKA! de Arquímedes, llegué a la conclusión de que el efecto de aquellos comprimidos homeopáticos probablemente no se debía a los principios activos que anunciaba Boiron en su caja, sino que, quizá, fuera el azúcar el que convertía la vida de mi abuelita en un carnaval. Obviamente, yo ingería mucha más sacarosa de la que obtenía mi abuela de esos comprimidos pero, teniendo en cuenta que una de las consecuencias que sufre el cerebro del adicto es la disminución de la expresión de los receptores D2 que se encuentran en la membrana presináptica (segregadora de dopamina) o en la postsináptica, era muy probable que mi necesidad de azúcar fuera mucho mayor de la que tiene mi abuelita, pues yo buscaba el mismo efecto contando con un hándicap: mis neuronas tienen (o tenían) menos receptores con los que unir dopamina.

Representación de la vía dopaminérgica con el uso de diferentes drogas. Imagen obtenida de la Revista SEBBM
Representación de la vía dopaminérgica con el uso de diferentes drogas. Imagen obtenida de la Revista SEBBM

Pero claro, esto son sólo suposiciones, hipótesis de un estudiante de cuarto de Biología. Sin embargo… ¿Cómo evitar que mi abuelita siguiera consumiendo cantidades ingentes de Sedatif PC? ¿Cómo convencerla de que aquello era un falso remedio? Pues muy fácil, comprando un bote de Nutella (nunca Nocilla) cada dos semanas para mantener sus niveles de dopamina en los valores óptimos.

La desintoxicación fue un proceso doloroso a través del cual aprendí que siempre hay que buscar la verdad. Eso incluye el hecho de cuestionar determinadas opciones y sustituirlas -en caso de ser necesario- por un poco de Nutella.

Referencias: