«Estancia de investigación” no es que digamos un concepto muy homogéneo. En nuestro diccionario propio puede tener muchas acepciones y significados diferentes; hay personas para las cuales estos 3-6 meses son un mero trámite, un escollo en el camino de los que sólo buscan una mención de Doctorado Internacional, una línea adicional en su Currículum Vitae que aparecerá en otro idioma.
Para otras personas supone un salto de calidad: ese plus que le faltaba a tu tesis, ese cambio de enfoque o de visión que encauza de nuevo tu trabajo, o incluso esa excusa para recuperar de nuevo tu motivación.
Entre las justificaciones oficiales podemos encontrar que las estancias sirven para facilitar el establecimiento de lazos entre centros de investigación, conocimiento de nuevas herramientas o instrumental, acceso a bases de datos o a muestras diferentes. Es indudable que una estancia si está bien enfocada aportará cosas nuevas y útiles al doctorando o al investigador.
Sin embargo querría hacer una reflexión sobre lo que se aprende en la estancia pero no se pone en las memorias, esas cosas que ninguna persona de administración del Ministerio podrá valorar para prorrogar tu ayuda, o si tu memoria de visita ha valido la pena: Hablo del plano personal. Aspecto que además, en el mundo científico, a veces se eclipsa hasta un quinto o sexto plano debido a la frialdad y la burocracia.
Aquí entran en juego muchos factores, y uno de los más peligrosos es la medición de la “efectividad” o “impacto” de la estancia. ¿Cómo vamos a medir el aprovechamiento de una estancia o a quién se la autorizamos? ¿A nivel únicamente productivo? ¿Qué es la productividad a la hora de adquirir competencias que puedas usar en educación? Esta simplificación académica de la movilidad, es un argumento usado muchas veces para recortar y cercenar la movilidad internacional universitaria, muchas veces materializado en frases como “La Erasmus es un desperdicio de dinero”, o “Los estudiantes que disfrutan movilidad lo hacen para divertirse y emborracharse”.
En mi época de estudiante de carrera nunca disfruté de una beca de movilidad internacional, pero considero que mi estancia pre-doctoral me arroja un buen ejemplo de lo que te aporta en diferentes planos esta experiencia, más allá únicamente de la producción académica.
Como vivencia personal que pretende ser este texto, me voy a basar en experiencia (por cambiar un poco la dinámica de divulgación) y voy a permitirme hablar desde un punto de vista personal: Mi estancia ha supuesto a día de hoy el tramo de mi Doctorado que más ha valido la pena. Lo digo sin rodeo alguno, no me tiembla el pulso. Tras dos años con una motivación moderada (siendo generoso) en los que he intentado compaginar el Doctorado con mis quehaceres personales, y tirar de otros estudios adicionales que me marcasen una rutina que “tirase” de mí… no he conseguido enamorarme de mi situación de doctorando (a pesar de que tengo el privilegio de trabajar en un proyecto de Tesis propio, y no impuesto como muchos otros compañeros). ¿Por qué no había encontrado el hambre en España? No ha sido hasta ahora cuando he encontrado una verdadera inspiración y confianza en lo que es la investigación científica, la docencia universitaria y la generación del conocimiento.
Si consideramos el plan de mi actual contrato, que es el Programa FPU, cuyas siglas vienen a significar “Formación del Profesorado Universitario”, nuestra formación debe estar supuestamente enfocada para que acabemos siendo futuros docentes y que no abandonemos el ciclo de vida de la educación universitaria. ¿Hasta qué punto pecaríamos de incoherencia si limitamos la aportación de una estancia al plano profesional únicamente? ¿No se convierte esta incoherencia en una más grande aún si estamos formando a educadores? ¿Qué queremos que nuestros futuros profesores universitarios tenga como inquietudes?
Lo he comentado más veces de las que me hubiera gustado en algunas entradas, yo no quiero ser un malcente que convierta sus clases en misas, tampoco un destripador de ilusiones que extermine la motivación universitaria del alumnado. Educar y transmitir implica marcar desde la vivencia. La estancia a mí no me ha supuesto aprender a manejar una herramienta genial que pueda aplicar a la vuelta en mi Departamento, tampoco usar un instrumental casi privilegiado, ni permitirme acceder a la sección prohibida de la biblioteca de un Hogwarts sueco. La estancia ha removido mi conciencia y ha marcado claro en mi mente qué cosas tengo que hacer, cuáles evitar y cuáles promover el día que me toque motivar y tirar de una clase con un alumnado con hambre. ¿Qué más se puede pedir? A mí me parece una vivencia impagable que marca tu trayectoria, a priori me parece el dinero mejor invertido en mi formación académica, mucho más que las becas y ayudas que he recibido para carreras o másters.
Y si me preguntan ¿qué me llevo de esto?, lo tengo claro: La vivencia, la experiencia, el enfoque y un puñado de relaciones que te marcan la vida. ¿Los amigos dirán? ¿Los contactos?… No me da ningún reparo reconocer que el plano personal es el que más se ha desarrollado aquí.
Vivo en un pasillo con 17 personas, entre todos sumamos 15 países distintos. Este melting pot es una escuela sin pretenderlo, cada momento compartido es una experiencia, cada cena un intercambio de culturas y cada debate una mesa redonda de congreso. Sé que cuando vuelva a Granada echaré de menos el tener “simposios internacionales gratuitos” como yo les llamo.
Dejadme que destaque el valor de compartir esa experiencia con otros doctorandos, estudiantes de máster o investigadores. No todos los días te actualizas en neurociencia mientras friegas los platos, descubres nuevas proteínas con una sartén en la mano, o debates epidemiología mientras haces un sofrito. Visto así parece friki a niveles estratosféricos, de hecho leo lo que acabo de escribir y es Nerd a más no poder, pero la pasión que ves en los ojos de la gente te hace entender que son personas que sienten y viven su trabajo. Eso también es aprendizaje vivencial.
El aprendizaje está presente en cada día, no sólo aprendes de una ciudad, un país o una cultura extranjera, de Estocolmo y de Suecia como sociedad (creo que no voy a entrar en ello, ya que conllevaría demasiado esfuerzo señalar las diferencias que hay entre lo nórdico y lo mediterráneo). Pero quizás es necesario vivir esto para entender esos pequeños detalles que te inspiran día a día la famosa frase de “nos llevan años de ventaja”.
Aprendo en mi departamento, con los debates que tenemos aquí (sí, los profesores se reúnen en una mesa y se cuentan los avances de sus investigaciones y comparten información), disfruto con las charlas improvisadas, las actualizaciones de nuestro proyecto, con los 4-5 cafés diarios que toman los suecos y con los breaks “fika” que se hacen ocasionalmente para tomarte un respiro. Es curioso, pero no sé en qué otro contexto podrías encontrar más bibliografía para tu tesis tomando un café con gente desconocida, que 4h buceando en PubMed esa misma mañana. Me gusta el ambiente de trabajo de la universidad aquí, es distinto, los premios Nobel e investigadores famosos no vuelan ni levitan a 5cm sobre el suelo, comen en las mismas mesas que tú y mean en los mismos baños que tú. Quizás deberíamos aprender que cuando te pones una bata no te vuelves más alto ni necesariamente se te hincha el pecho.
Aquí he seguido haciendo mi vida, y confío más que nunca en la divulgación gracias a la motivación que he encontrado nuevamente. Disfruto de lo que queda como un gotero que se acaba, me lo cobro en pequeños momentos y experiencias que me está enseñando esta etapa de la vida. Sigue habiendo gente que piensa que no vale la pena esta inversión, que son borracheras a costa de fondos públicos y excusas para “desaparecer” un tiempo de las aulas y los despachos.
Sé que mi perspectiva ahora es diferente a la que puede tener un estudiante Erasmus de 20 años, y que quizás se tilde mi contexto de excepción; pero hasta el que se va fuera sin pretender aprender en lo académico sacará algo en claro en el futuro, cuando el tiempo le deje ver con claridad, y que lo que perduró es lo que no está escrito.
Estando fuera se aprenden cosas académicas distintas, distintas pero ordinarias al fin y al cabo. Lo extraordinario no aparece en las memorias, ni en el currículum ni en la tesis.
Ha terminado mi jornada de trabajo, de ese del que no he hablado nada pero del que rindo cuentas y actualizaciones al Ministerio (para la tranquilidad de vuestros impuestos clarificar que ha tenido también un avance asombroso en este periodo, pero de eso no iba la entrada). Ahora me voy a otro sitio donde sigo aprendiendo por actitud, fuera de un despacho, y que será lo que le dará verdadera calidad a lo que algún día haga con alumnos delante. Motivos que una vez más me harán pensar que esta experiencia vale la pena, también los fondos y la inversión.
Quizás precisamente hoy más que nunca necesitemos divulgación científica de la que inspira historias, que sea vivencial y humana, de la que haga sentir a la gente el valor de la investigación y que acerque el método científico tal y como es: una aventura. Una aventura que merece la pena ser vivida.
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Por contextualizar: la estancia corresponde a la convocatoria de movilidad internacional del CEI BioTic de Granada, en el área de Ciencia de la Salud. La institución de destino es el Karolinska Institutet (Estocolmo), concretamente en el Department of Biosciences and Nutrition, que tiene una línea de investigación de factores sobre obesidad infantil (mi tesis Doctoral es sobre Educación Alimentaria en la infancia y la adolescencia). Actualmente estamos investigando sobre el impacto y los potenciales usos que pueden tener las nuevas tecnologías a la hora de hacer intervenciones educativas.
(Albacete, 1988) Dietista-Nutricionista, investigador en Educación Alimentaria y Epidemiología. Realiza su Doctorado en Nutrición Humana y Ciencias de los Alimentos en la Universidad de Granada, actualmente está investigando en el Karolinska Institutet (Department of Nutrition and Biosciences). Es formador y educador no formal en el ámbito el asociacionismo juvenil y el voluntariado.