Intelectuales que hacen papers o hacedores de papers que son intelectuales

Por Juan Ignacio Pérez, el 2 junio, 2014. Categoría(s): Actualidad • Divulgación

AULAS

El posible que el sistema universitario español no haya acertado en los últimos tiempos a la hora de diseñar e impulsar políticas eficaces para mejorar las actividades de formación, investigación y proyección social que le son propias. Y también es muy posible que no haya acertado a la hora de diseñar y aplicar las mejores políticas posibles de selección de personal docente e investigador. Pero si no ha seleccionado bien a su profesorado y si no ha acertado con sus políticas para mejorar la forma en que desempeña sus funciones, ello no ha obedecido a que haya puesto excesivo énfasis en la promoción de la actividad investigadora o en incentivar el que es uno de sus productos más genuinos, las publicaciones científicas.

Vienen estas afirmaciones primeras al hilo de un artículo publicado el pasado sábado, por Fernando García Quero de Economistas sin fronteras, en eldiario.es. El artículo lleva por título “Crisis y Universidad: de intelectuales a hacedores de papers”. El autor sostiene que durante las últimas décadas el sistema universitario español ha incentivado la producción de artículos de investigación en revistas especializadas de forma excesiva y en detrimento de la actividad formativa del profesorado y de su condición de referente intelectual ante su propio alumnado y la sociedad en su conjunto.

Para empezar, me veo obligado a negar la mayor.

No es cierto que, como señala García Quero, la reflexión y el pensamiento crítico estén desapareciendo en la sociedad española. Es posible que se expresen en medios diferentes y de formas distintas a como lo hacían antes, pero el pensamiento crítico se sigue practicando y se sigue haciendo público. Su propio artículo y el medio en el que lo publica son buenos ejemplos de ello; pero no son los únicos, ni mucho menos. Varios medios convencionales y numerosos medios digitales acogen hoy una gran diversidad de puntos de vista, nada complacientes con los designios del poder, y muchos de sus autores son profesores universitarios. Podremos estar de acuerdo con lo que en ellos se publica o no, pero internet permite hoy el acceso a todo tipo de medios y en ellos podemos encontrar reflexiones de los más diversas.

Se olvida con sorprendente frecuencia que el sistema universitario español cuenta desde hace décadas con un incentivo a la actividad docente. Se llama quinquenio, y es un complemento salarial que se concede por tramos de cinco años. Sí, lo sé, su concesión es automática y en la práctica se convirtieron desde el primer día en un complemento de antigüedad, pero eso es así porque las universidades así lo quisieron, o sea, porque así lo quisimos los universitarios. Dejando al margen esa consideración, no deja de resultar curioso que muchos profesores universitarios se quejen de que la investigación se premie y la docencia y actividades complementarias, no. Y digo que es curioso porque, en realidad, lo normal sería que no fuera necesario incentivar aquellas actividades, dado que son la razón principal de la existencia de nuestros puestos de trabajo.

Sí, también lo sé: entonces, ¿por qué incentivar la actividad investigadora? A esto puede responderse de dos formas. Por un lado, lo que en realidad se incentiva es una determinada forma de desarrollar la actividad investigadora o, mejor dicho, de plasmar esa actividad en forma de artículos de investigación, o papers, en nuestra jerga. Pero por otro lado, en el pasado la actividad investigadora era tan pobre en resultados homologables internacionalmente, que se entendió que había que incentivar de forma especial la obtención de esos resultados: artículos en revistas internacionales de gran difusión, por la sencilla razón de que esa es la forma en que se reflejan los resultados de la investigación en los países donde mejor ciencia se hace. En todo caso, los resultados de esas medidas a favor de la investigación no pueden considerarse particularmente brillantes. En la actualidad, dudo que el porcentaje de profesores universitarios que participa en proyectos de investigación financiados mediante programas con convocatorias competitivas supere el 50%. Y de los que participan en esos proyectos, me temo que no más de la mitad produce papers publicados en revistas indexadas.

Teniendo en cuenta lo anterior, decir que hacer bien el trabajo docente y desarrollar alguna forma de actividad divulgativa dificulta la consolidación en las plantillas universitarias, como afirma García Quero, no se sostiene.

Por otra parte, decir que los papers no sirven para mucho o no aportan nada a la sociedad es desconocer cuál es la función de la actividad investigadora en la Universidad o ignorar el valor de los artículos científicos como muestra de intensidad y calidad de la investigación que se realiza. La investigación que desempeñamos los profesores universitarios es, ante todo, una actividad autoformativa, es nuestra particular forma de reciclarnos profesionalmente, de mantenernos al día en el campo en el que trabajamos. Y es algo más importante aún: es la forma en que adquirimos la mirada crítica con la que nos relacionamos con los conocimientos que impartimos, la que tratamos de transmitir a nuestros alumnos, porque esa es la que permitirá a quienes salen de la universidad utilizar los conocimientos ya adquiridos y los que adquirirá con criterio propio y espíritu crítico. Por eso es tan importante en el desempeño docente. Sí, es verdad que hay investigadores que no son buenos docentes, pero no lo serían mejores si no investigasen y, sin embargo, si no desarrollasen esa componente de su trabajo, carecerían del punto de vista crítico sobre la materia que imparten y que es, en última instancia, lo que diferencia a un centro universitario de otro que no lo es.

Por lo anterior, la universidad española actual no anula intelectuales al obligar al profesorado a escribir papers como afirma el autor del artículo en eldiario.es. Cuando un profesor universitario imparte una conferencia o escribe en su blog denunciando las triquiñuelas de que se sirven las empresas de alimentación o las de cosmética haciendo uso fraudulento de la ciencia ¿se trata de un intelectual anulado? Cuando otra profesora recurre a su experiencia como investigadora y a los conocimientos que ha adquirido en su carrera para poner de manifiesto las bases matemáticas de los fenómenos que mantienen en el tiempo la desigualdad entre hombres y mujeres ¿se trata de una intelectual anulada? Cuando otro investigador denuncia los falacias científicas que impregnan el discurso contra la biotecnología en el campo de la agricultura ¿se trata de un intelectual anulado? Los que he puesto son sólo unos pocos ejemplos. Pero en todos los campos podemos encontrarnos con profesores y profesoras universitarias que basan en su experiencia investigadora su magisterio y su capacidad para transmitir conocimiento crítico a la sociedad.

No es cierto que el sistema de incentivos esté diseñado para generar estudiantes mediocres, sin reflexión y manipulables. En mi experiencia no he tenido mejores estudiantes que los que tengo estos años. El mérito es del conjunto del sistema educativo, no de la universidad en exclusiva, pero en la universidad seguro que adquieren elementos valiosos para su formación como ciudadanos críticos y personas libres. No en todos los casos, no con todos los profesores, pero lo cierto es que nunca antes las condiciones fueron mejores para que así fuera.

Tampoco es cierto que el sistema genere intelectuales sin intelecto. La condición de cada persona, su nivel intelectual, su vocación para ejercer socialmente como tal no depende de que la universidad o el sistema incentiven este o aquel aspecto de nuestra actividad, sino de la propia inclinación de cada cual. Unos profesores tienen la vocación de llegar más allá de las aulas, laboratorios y seminarios en que imparten docencia. Cuando eso ocurre tienen la disposición y encuentran la ocasión para ello. Otros prefieren trabajar formando profesionales e investigadores sin especial inclinación a proyectar de forma directa su trabajo al entorno social (de forma indirecta ya lo hacen mediante la actividad formativa). Y por otra parte, tampoco sería lógico que un país con más de 100.000 profesores universitarios tenga más de 100.000 intelectuales con vocación de ejercer socialmente como tales.