Manías danzantes (I): el Tarantismo

Por Carmen Agustín Pavón, el 26 agosto, 2014. Categoría(s): Historia

Si viaja usted a Apulia (ya sabe, el tacón de la bota italiana), tenga en cuenta varias cosas. La primera es que en Bari roban. Si no le roban el coche alquilado, lo harán los de la agencia de alquiler al sacarse de la manga un rascón en los bajos que aparece de manera misteriosa al darse usted la vuelta; si no le roban la cartera, le desaparecerá la cámara de fotos. Verá usted pueblos preciosos (ejem, no adjunto fotos), y comerá usted muy bien, como se come en Italia, pero en la cuenta aparecerán unos gastos imprevistos con los que no contaba, que quedarán reflejados como ‘servicio de cubierto’ y ascenderán a lo que al dueño se le antoje. (Y todo esto a una servidora que domina su lengua y parte de sus costumbres por haber vivido en Italia, no quiero imaginar qué le podría pasar a usted). Además, hace mucho calor: hasta 42 grados en un día de cualquiera de verano.

Pero anécdotas aparte (y espero que ningún pugliese se ofenda, he de reconocer que soy un poco gafe a veces), yo he venido aquí a hablar del verdadero peligro en Apulia: tiene ocho patas y la bautizó, cómo no, Linneo. Se llama Lycosa tarantula, y si usted, para recobrarse de tanta desventura, se aventura a echar la siesta en el campo (digamos, cerca de Taranto, donde estos animalitos deben abundar), corre el peligro de que le muerda la oreja.

Imagen de una partitura de tarantella, mapa de Apulia y dos tarántulas, de “Magnes, sive De Arte Magnetica” Athanasius Kircher. Fuente: http://www.artship.org/inquiry_paper_magnagraeca.html

No sólo la tarántula es de temer, también el escorpión podría morderle a uno y provocarle una extraña enfermedad, el tarantismo. Descrito por primera vez en el siglo XV, el tarantismo alcanzó la categoría de epidemia allá por el siglo XVII. La picadura de estos arácnidos provocaba, dicen las crónicas, ansiedad, fiebre, palpitaciones, sed, excitación extrema o letargo, impulsos sexuales incontrolados, e incluso la muerte: la única manera de salvarse era danzar sin descanso un tipo de música compuesta especialmente para este fin, la tarantella [Aquí la melodía de la que aparece en la imagen adjunta, cortesía de Paco, amable lector]. Algunos bailarines atarantados utilizaban espadas en sus danzas, con las que se inferían cortes en manos y pies (ya hablaremos otro día de la sangría, esa cura para todo heredada de la teoría de los cuatro humores). Raramente había un solo danzante: si bien un solo atarantado podía haber iniciado la danza, muy pronto la enfermedad se manifestaba en decenas de ellos. Tras horas de tarantella, los enfermos bebían vino en abundancia o cualquier otro alcohol (ya se sabe que el alcohol es un remedio universal), se tumbaban a dormir, y al día siguiente más. Después de varios días de baile, se curaban. Hasta el año siguiente, cuando los calores del verano reavivaban el veneno adormecido y los atarantados volvían a danzar como locos al son de los tambores, panderetas y zambombas.

Aunque el tarantismo se produjo fundamentalmente en Apulia, se documentaron episodios también en Sicilia, Albania o incluso España. Aquí la enfermedad se detectó sobre todo en el sur, incluyendo Andalucía, Extremadura y la Mancha, donde queda registro de un músico ciego especialista en tarantelas. Porque el músico, como el médico, debía ser especialista, y administrar la melodía y el ritmo adecuado.No valía tocar música de cualquier manera para sanar.

Los más escépticos comenzaron pronto a dudar que el tarantismo fuese una enfermedad real. Ya en el siglo XVII parece que algunos científicos recogieron ejemplares de tarántula pugliese y las llevaron a otras partes de Italia para probar el efecto de su veneno en otros sujetos, así como en pollos y conejos. Los resultados de tales experimentos no fueron concluyentes, y con gran criterio se concluyó que era necesario combinar la picadura de la tarántula con el tórrido clima de Apulia para enfermar de tarantismo.

Pero la verdad es que las arañas de la familia Lycosidae, aunque venenosas, no presentan demasiado peligro para la vida humana (las hembras de tarántula sí son peligrosas para sus machos, y se los meriendan con suma facilidad). Algunos apuntan la posibilidad de que el tarantismo no fuese más que la velada continuación de los cultos orgiásticos en honor a Dionisio suprimidos con la llegada del cristianismo, quizá fenómenos de histeria colectiva, o tal vez simples vías de escape a la dureza de la vida campesina, especialmente para las mujeres. (Y ya se sabe que la cultura católica siempre ha abogado por la abstención de todo placer terrenal: todo ese beber, esos impulsos sexuales, esas fiebres y esas ganas de bailar sólo son compatibles con el pecado y la enfermedad).

Hoy día en Apulia sigue sonando la tarantella, pero la excusa para bailar como un loco ya no es que a uno le pique una incómoda pero inofensiva tarántula. Ahora la excusa bien puede ser la celebración de, digamos, una boda.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=ZtCQXJwN96o[/youtube] Visité Apulia para la boda de unos queridos amigos (que me advirtieron nada más llegar que en Bari roban), que valió las desgracias padecidas. Ésta es una de las tarantelas que bailaron los atarantados, digo, los invitados.

Seguro que, aunque no le haya picado la tarántula, no ha podido evitar que se les fuesen los pies al ritmo de Capossela. Si ha conseguido afinar el oído entre saltos y piruetas, no le habrá pasado desapercibido el estribillo: Ho il ballo di San Vito e non mi passa. Esta frase nos traslada a la denominación de las manías danzantes en otros lugares de Europa. Ya que estamos cerca de Taranto, emulemos a Tarantino en la conducción de la línea temporal de esta historia, y saltemos del siglo XVII al XI: invito al lector a acompañarme, en la próxima entrega de esta serie, al Sacro Imperio Romano Germánico, donde las epidemias de manía danzante fueron el pan (de centeno) nuestro de cada día, y donde la prescripción contra las epidemias bailarinas no era danzar más, sino peregrinar en busca de la protección de San Vito.

Referencias



Por Carmen Agustín Pavón, publicado el 26 agosto, 2014
Categoría(s): Historia