La clásica historia de amor entre drones

Por Colaborador Invitado, el 13 noviembre, 2015. Categoría(s): Divulgación • Tecnología
La clásica historia de amor entre drones, por Marina Trigueros
La clásica historia de amor entre drones, por Marina Trigueros

-¡Uf, qué batacazo! Con la cara de buenos que tienen y la mala uva que se gastan los kokaburras estos.

Así se quejaba Mini, la intrépida Quadcopter, mientras su colega humano la llevaba a la sala de reparaciones del Instituto de Investigación Forestal. La fantástica mañana tomando imágenes térmicas de las copas de los eucaliptos se había visto truncada cuando un cabreado kokaburra atacó a la fotógrafa al creer que su nido corría peligro. En el ataque, Mini se había roto una de las cuatro hélices y, muy a su pesar, ya no podía continuar recopilando datos para su estudio sobre el cambio climático en Australia.

-¿Qué hace Jack tan pronto en el taller? ¡Me parece que hoy me va a tocar sesión doble de limpieza!- pensó Roberto Escobar, un iRoomba último modelo, mientras empezaba a calentar las ruedas y estirar las escobillas, preparándose para una sesión de lo que él denominaba Parkour anti-pelusas.

A Roberto le encantaba su trabajo. Quizá por la influencia de sus antepasados latinos, era muy energético y minucioso, subía sin miedo por difíciles obstáculos como alfombras antideslizantes y, en su misión de combatir la suciedad, sorteaba sillas y mesas efectuando movimientos seguros y hábiles para no dejar un rincón sin limpiar.

Después volvía a su estación de carga para descansar y recuperar fuerzas para la siguiente sesión de limpieza. En esas estaba, cuando de camino al cargador detectó una pequeña señal de radio que le llamó la atención.

Mini, ya con su nueva hélice, estaba descargando los datos de su sesión matutina al ordenador principal y de repente su micrófono captó una señal.

– Perdona, ¿esos vídeos los has grabado tú? – Gracias a su detector de obstáculos por infrarrojos todavía en pruebas, determinó de dónde venía la señal y miró bajo la mesa. Allí se encontró con un morenazo de tres ruedas que la miraba con curiosidad. Era uno de esos drones terrestres de los que sus amigas de la academia de pilotos siempre hablaban entusiasmadas. Decían que tenían unos sensores que eran espectaculares y unos filtros HEPA que capturaban el 99% de partículas incluso tan pequeñas como una micra. Sus escobillas eran súper resistentes y duraderas, y también contaban que era una maravilla ver cómo rompían la suciedad con su sistema AeroForceTM.

Ella no estaba interesada en romances, así que nunca les había prestado atención; su trabajo era lo más importante: el cambio climático era un hecho irrefutable y la investigación que ella…

-¡Oye, que te he hecho un pregunta! ¿Acaso no te funcionan los sensores de sonido?

-Ah, sí, esto…, sí, los videos los he hecho yo esta mañana­-contestó Mini mientras se giraba para que el robot del suelo no se diera cuenta de que la luz roja de la cámara se le había encendido por la vergüenza.

– ¿Vuelas utilizando el sistema de GPS para posicionarte? ¿Puedes hacer vuelos en autónomo o tiene que guiarte siempre Jack? ¿Si te encuentras un árbol en tu camino puedes esquivarlo? ¿Qué tipos de cámaras llevas instaladas?- preguntaba Roberto como un fan a su artista preferido.

– ¿Y tú cómo sabes tanto del funcionamiento de los drones?- preguntó Mini, bastante sorprendida.

-¡Pues porque yo también soy un dron! Quizá no tenga tanto glamour como vosotras las Quadcopters o vuestros primos militares, pero los drones limpiadores también hacemos una labor importante junto a los humanos- contestó Roberto un poco molesto.

-Perdona, no te enfades, es que me sorprende tu dominio del vocabulario.- dijo Mini.

-Qué pasa,¿pensabas que no estaba a la altura porque alguna vez has visto a colegas míos anunciados en la teletienda? -le contestó Roberto, encantado de haber conseguido impresionar a la atractiva piloto.

Se pasaron toda la tarde hablando de sus sensores y de sus sistemas de mapeo; por la noche todavía seguían comparando la autonomía que cada uno tenía y el tiempo que tardaban en cargarse. Y aún seguían hablando por la mañana cuando su conversación se vio interrumpida por la llegada de Jack. El científico había quedado con Mini para que tomara datos con los que estimar el contenido de humedad de los eucaliptos y hacer mapas de riesgo de incendios.

-Bueno Mini, parece que tenemos que despedirnos…-dijo Roberto.

-Sí, eso parece, pero si te apetece esta noche podemos seguir hablando, ¿quedamos en la puerta de la sala blanca?- preguntó Mini.

– ¿La que está libre de partículas de polvo? De acuerdo, ¡apunto las coordenadas en el GPS de mi Arduino, que no me gustaría perderme esta cita por nada del mundo!- exclamó Roberto.

-¿Cita? -preguntó sonriendo Mini mientras las aspas de sus cuatro hélices comenzaban a girar, dos en sentido de las agujas del reloj y las otras dos al contrario- ¡Ya veremos si tienes tanta suerte!- gritó mientras despegaba en vertical. -Por ahora lo llamaremos protocolo de comunicación…– y así, Mini se despidió de Roberto mientras salía por la puerta del taller junto a Jack.

Esta no fue la última noche que Mini y Roberto iniciaron un protocolo de comunicación, de hecho fue la primera de una larga serie de noches (y días) de risas e historias .Os contaría más pero me estoy quedando sin batería y tengo que ir a mi estación de carga Tesla. Sí, a los Roomcopters también se nos agotan las baterías. Además mañana tengo un día intenso dedicado a limpiar el aire de emisiones de CO2 y otros gases para disminuir el efecto invernadero. Y lo que es más duro, por la noche me toca ir a cenar con mis padres (Mini y Roberto) para presentarles a mi novia AquabotTM, que es socorrista en una piscina.

¡Hasta el futuro!

Este relato nos lo envía Marina Trigueros (@cariboo_design). Marina es Doctora en Biología por la Universidad Politécnica de Valencia, vive en Australia aunque es alicantina de nacimiento. Tras muchos años de experiencia en investigación científica decidió combinar sus dos pasiones- ciencia y diseño- y creó el estudio de diseño gráfico Cariboo Design. Cariboo Design es una compañía de diseño gráfica muy especial, dedicada a la ilustración científica. Hacen desde animaciones 3D hasta portadas y figuras para revistas científicas. Su objetivo es la divulgación científica y están empeñados en hacer la ciencia más comprensible y atractiva para todos.



Por Colaborador Invitado, publicado el 13 noviembre, 2015
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