Cuando todos los caminos conducen a la bioarqueología

Por Colaborador Invitado, el 1 marzo, 2016. Categoría(s): Historia
Milliarium Aureum
Milliarium Aureum

Dicen que allá por el año 20 a.C. Augusto, primer emperador romano, mandó a plantar en el centro de Roma un monumento llamado Milliarium Aureum. Descrito como una columna de mármol -posiblemente bañada o al menos con incrustaciones de bronce- simbolizaba el punto en donde todas las rutas del imperio terminaban. Eran cerca de 400 caminos, con más de 70.000 kilómetros de longitud, y conectaban a la capital con lugares distantes. Por ellos llegaban ejércitos generalmente victoriosos, mercancías y provisiones diversas, también numerosos inmigrantes. ¿Pero quiénes migraban a Roma durante los primeros siglos del imperio? ¿Desde dónde? ¿Qué experimentaban en la Ciudad Eterna? Esas son solo algunas de las preguntas que se hacen los estudiosos de la antigua demografía romana. Las respuestas podrían surgir de una disciplina conocida como bioarqueología y del empleo de técnicas bioquímicas.

En sus comienzos la Roma Imperial era una urbe densa, con alrededor de 14 kilómetros cuadrados amurallados y rodeados por una extensa periurbe. Según algunas estimaciones en ambas vivían no más de un millón y medio de personas. Los censos o registros de la época son incompletos. Ocurre que para aparecer en ellos se debía pertenecer a cierta elite conformada en su mayoría por varones, ricos, poderosos y alfabetizados. Los datos de niños, mujeres, pobres, esclavos e inmigrantes libres directamente no contaban.

Notorio si se tiene en cuenta que alrededor del cuarenta por ciento de la población por esos años estaba conformada por esclavos. Algunos eran locales, hijos de madres esclavas, otros provenían de sitios más o menos distantes del imperio. También se cree que el cinco por ciento de la población estaba representada por inmigrantes libres. No es en Roma fácil una arqueología de la esclavitud, fundamentalmente debido a que a diferencia de otros lugares -como por ejemplo los Estados Unidos- los esclavos eran generalmente alojados en la misma casa de sus dueños y no en dependencias aparte. Tampoco la epigrafía -una ciencia que por medio del estudio de inscripciones en tumbas y otros sitios busca recolectar información de antepasados- según los expertos es aquí de mucha ayuda. Cuando todos los caminos que llevan a conocer más acerca de la población de la Roma imperial parecen cerrarse, surge una nueva vía llamada bioarqueología.

Vidas pasadas

La bioarqueología tiene ya algunas décadas de desarrollo. Está enfocada en el estudio de restos humanos -como por ejemplo huesos y tejidos momificados- provenientes de contextos arqueológicos. Posee un costado que solo intenta identificar y clasificar de manera individual restos hallados: edad de la muerte, sexo, variables antropométricas, lesiones especificas compatibles con enfermedades o traumatismos. Pero tiene también una arista superadora y una mirada comunitaria y biocultural. Analiza los restos en su contexto histórico, social y geográfico. De ese modo permite conocer condiciones de vida de poblaciones pasadas. Así es que cuestiones como estilos de vida, dieta, salud, ocupaciones, patrones migratorios entre varias otras salen a la luz.

Para Kristina Killgrove, investigadora del Departamento de Antropología de la estadounidense Universidad de West Florida, Roma ofrece un terreno fértil para la implementación de la bioarqueología. Recientemente público un artículo iniciático en la revista PLOS ONE. Lo hizo en compañía de Janet Montgomery, científica del Departamento de Arqueología de la británica Universidad de Durham. Ambas se propusieron comenzar a desentrañar como fueron los fenómenos migratorios que sucedieron en la Antigua Roma. Para ello analizaron restos óseos de decenas de individuos provenientes de dos cementerios de la era imperial, conocidos como Casal Bertone y Castellaccio Europarco. Dichos sitios fueron construidos en los suburbios de Roma por cuestiones religiosas o de salud pública y alojaban a personas que vivieron en la urbe o bien extramuros.

Rastros isotópicos

Los huesos fueron examinados por medio de técnicas bioquímicas de detección de isótopos.  Los isótopos son átomos de un mismo elemento químico que cuentan con el mismo número atómico o número de protones. Pero presentan distinta masa atómica o número de neutrones en su núcleo. Han sido empleados en diversas aplicaciones científico-tecnológicas y en áreas muy disímiles como medicina, geología, o arqueología, entre otras. Las investigadoras eligieron trabajar con isótopos de estroncio, oxígeno y carbono.

El estroncio es un metal alcalino, plateado, blando y maleable. Las rocas, el suelo, el agua, el aire, las plantas y hasta los animales contienen diversas cantidades de estroncio. Las principales fuentes de exposición humana al citado elemento son los alimentos y el agua potable. Una vez ingresado en el organismo, el estroncio se comporta desde el punto de vista biológico como el calcio. Tiende a acumularse en el tejido óseo, incluido el esmalte dental. El oxígeno en tanto es el elemento más abundante de la corteza terrestre. También presenta isótopos, cuyos valores en un área geográfica varían según la latitud, altitud, precipitaciones, humedad, temperatura, entre otras variables reinantes. La principal fuente de exposición humana a dichos isótopos es el agua de consumo.

Como los de estroncio, los isótopos de oxígeno también se acumulan en el esmalte dental.  La detección a ese nivel por ejemplo permite diferenciar individuos que durante el proceso de formación ósea consumieron agua local de aquellos que lo hicieron de una fuente situada en otra área geográfica. Según los expertos, individuos locales de un área tendrán valores de isótopos de estroncio y oxígeno en concordancia con el agua, suelo y rocas de la región. En cambio aquellos que luego del desarrollo óseo migraron a la zona desde otras regiones generalmente tendrán resultados discordantes. Si se conocen los valores isotópicos de otras localidades es factible determinar el sitio desde donde ocurrió tal migración.

Marcas

Guiadas por ese fundamento y en medio de una cruzada de reparación histórica Killgrove y Montgomery intervinieron numerosas piezas dentales con la finalidad de extraer el esmalte. Luego este fue procesado y los isotopos finalmente extraídos del tejido óseo de los moradores de ambos cementerios. Los resultados obtenidos según los propios autores pueden ser considerados individuales y preliminares. Creen que nuevos estudios bioarqueológicos que involucren el empleo de otros isótopos, e incluso ácido desoxirribonucleico (ADN), aportarán información valiosa. Permitirán conocer mejor  la demografía de la Antigua roma y entender con qué magnitud los fenómenos migratorios modelaron el Imperio.

Foro de Roma
Foro de Roma

Por lo pronto las científicas encontraron alrededor de ocho individuos cuyos isótopos detectados no mostraban similitud con los disponibles para la geografía de Roma. Inmigrantes de ambos sexos, pero con predominio de varones. Adultos, pero también varios niños. Habrían llegado desde los Alpes, de alguna isla en el Mar Tirreno, o desde el norte de África. La detección de isótopos de carbono permitió inferir que algunos modificaron de manera marcada su dieta luego de arribar a Roma.

Allí llegaron por distintos caminos, con la esperanza de un nuevo comienzo, o la resignación ante una vida de servidumbre. Diferentes colores de piel, acentos, e isótopos en los huesos. Todos frente al Milliarium Aureum. De ellos quedan solo historias escritas en los esmaltes dentales. Sus vidas quedaron lejos de los censos y el bronce, cerca de la bioarqueología “Aunque no podamos recuperar cada intención, cada acción, cada detalle, con el elogio de esos inmigrantes logramos que la historia romana y el paisaje imperial se vuelvan ineludiblemente corpóreos”, sintetizó Killgrove.

Este artículo nos lo envía Fernando Fuentes. Nació en Argentina. Recorrió aulas de universidades y salas de hospitales tratando de emular a Hipócrates. También pasó algunas horas en un curso de periodismo científico en la Fundación Instituto Leloir, en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace algunos años se dedica a la divulgación científica. Ha escrito numerosos artículos acerca de diversas temáticas científicas, siempre destinados al público en general. Puedes visitar su blog o seguirle en twitter.

Referencias científicas y más información:

Kristina Killgrove , Janet Montgomery “All Roads Lead to Rome: Exploring Human Migration to the Eternal City through Biochemistry of Skeletons from Two Imperial-Era Cemeteries (1st-3rd c AD)” PLOS ONE 2016 DOI: 10.1371/journal.pone.0147585



Por Colaborador Invitado, publicado el 1 marzo, 2016
Categoría(s): Historia