Tras la gran acogida que obtuvo el artículo «Respirando Salitre, historias de un buzo» que publicamos en Naukas hace unos meses, durante esta semana os ofrecemos una serie inédita de otros cuatro artículos más, continuando con el fascinante viaje de JM Valderrama y David Acuña.
A medida que las conversaciones se van pautando, David saca a flote recuerdos que parecían sepultados. Un día aparece en mi correo electrónico, a modo de cuaderno de bitácora rescatada de un naufragio, el relato en primera persona de unas experiencias que me sitúan en la isla de Wolf. Son las notas de alguien que recoge hechos. Es un cuaderno de campo sabiamente aderezado con la rutina de abordo. A veces, como profano en la materia, relleno los espacios en blanco que ha dejado David, explicaciones accesorias para un profesional del buceo que no tiene ni hojas ni tiempo más que para lo estrictamente relevante.
“El día amanece nublado y algo ventoso, oscuro y desapacible. Son las 6 am. Con el olor a café recién hecho y el ruido de fondo de los cientos de piqueros de patas rojas y de Nazca que anidan en la isla de Darwin, el equipo se va despertando y reuniendo en cubierta. Sin embargo yo llevo despierto hace rato, esperando con cierta ansiedad, algo nervioso, a que comience la jornada.
“El motivo es que hoy toca hacer algo diferente, algo especial. Casi todos los días salimos a bucear para marcar y tomar datos sobre el pez más grande del océano, el tiburón ballena. Equipados con dispositivos de buceo autónomo, nos colocamos a unos 20 metros de profundidad, en una pequeña terraza bajo el Arco de Darwin. Ahí permanecemos atentos a que aparezca el “gran” tiburón. En cualquier otra circunstancia diría que odio esperar, pero en este caso tengo que decir que ésta es una espera deliciosa, amenizada por la abrumadora cantidad de vida que se concentra en este sitio”.
Puedo sentir el olor a café, que no da tiempo a saborear porque seguro que la premura acosa a los biólogos. No se trata de una embarcación de recreo, ni están allí simplemente para deleitarse con el furor de la vida marina. Comprueban los equipos por última vez y las frescas aguas de la mañana tardan poco en empapar el neopreno y alcanzar la tibieza de la piel. En otras circunstancias se podría reparar también en este detalle pero, como cuentan las notas de ese diario, un híbrido entre el cuaderno de campo y el de navegación, aquel día toda la atención se concentra en los tiburones martillo.
“Sin embargo hoy todo es distinto. Hoy nuestra misión es marcar tiburones martillo. Para conseguirlo deberemos abandonar la comodidad y seguridad que nos confiere nuestro equipo de buceo autónomo, ya que estos tiburones son muy tímidos, y muchas veces el ruido de nuestras burbujas los mantiene a cierta distancia. En estos casos lo mejor es tratar de pasar desapercibidos, integrarnos en el medio lo mejor posible. Ser “uno más” entre la infinidad de tiburones, tortugas, delfines, rayas y atunes que nos rodean.
“La forma de conseguirlo: el freediving o buceo en apnea. Además de evitar las molestas burbujas, de esta manera ganamos en movilidad, al quitarnos el pesado equipo de buceo. Por contra, tenemos un tiempo mucho más limitado en el fondo, tan sólo el que seamos capaces de permanecer sin respirar. Pero además hay otro detalle, y es el que me tiene despierto desde hace rato: pasaremos la mayor parte del día flotando en la superficie del mar. Un mar lleno de tiburones”.
La rutina a bordo se disipa ante semejante perspectiva. Se va a sumergir en un mar lleno de tiburones y otras criaturas. Van a pasar flotando horas, las que sean necesarias, para marcar tiburones martillo. La técnica de marcado es diferente de la que presentamos en otra ocasión, en la que era necesario amarrar al animal a la embarcación. Esta vez hay que acercarse al tiburón, buceando a pulmón, y clavarle un dardo con una marca acústica con la que se podrán estudiar sus movimientos en el agua.
Acostumbrado a estas dosis de adrenalina, comprendo un poco mejor el enorme esfuerzo que para David significa sentarse delante de un ordenador, día tras día, para sacar adelante la tesis. Pero la investigación requiere reposar la información tomada, darle vueltas, buscar sentido a los datos y sacar algunas conclusiones útiles para la conservación de la especie. Muchos de los numeritos que visualiza en la pantalla, allá en Auckland, tienen una pequeña historia detrás, allá en Galápagos.
En casi 20 años que lleva buceando, ha tenido la gran suerte de hacerlo con frecuencia entre tiburones; a veces entre muchísimos ejemplares. Nunca tuvo una mala experiencia, ningún “susto” importante. Los escasos ataques de tiburones que se registran cada año en el mundo son la excepción, no la norma. De hecho, la mayoría de estos ataques se consideran errores de los tiburones, que confunden a bañistas y surfistas con algunas de sus presas habituales, como lobos marinos o tortugas. Y eso es lo que le tenía nervioso aquella mañana, que le tomasen por una tortuga.
“A las 8 am saltamos al agua. Siempre es un momento emocionante el primer vistazo. ¿Habrá tiburones martillo? ¿Nadarán tranquilos en escuelas[1] o se moverán más desorganizadamente? ¿Se mantendrán a poca profundidad para poder marcarlos? De lo que sí estoy seguro es de la presencia de tiburones de galápagos y silkys[2], dos especies más inquietas y agresivas que los tranquilos martillos, y que son de las que tenemos que estar bien pendientes durante el marcaje.
“Nada más meter la cabeza en el agua veo una pequeña escuela de martillos que se dirige hacia nosotros. Cuando me estoy preparando para iniciar el descenso veo que una enorme hembra de tiburón de galápagos se separa del fondo y nada directamente hacia mi compañero. Él ya la ha visto y se mantiene firme frente a ella, en la actitud adecuada. Si tratase de nadar rápido en otra dirección, el tiburón podría interpretarlo como el comportamiento típico de una presa y actuar en consecuencia. Cruzamos miradas y me acerco a él para permanecer juntos, lo que nos da más seguridad frente al curioso tiburón”.
Cuando leo en el diario de David acerca del binomio predador-presa dos escenas me vienen a la cabeza. La primera protagonizada por Gerardo, el buscador de felinos, mi gran amigo. Aquella vez en el PN Bardia, en Nepal. Un viaje que resultó durísimo por la tensión que se vivía en el país, por el desgaste que nos produjo el Himalaya y por lo insoportable de la tropicalidad. Pasamos penurias en aquel viajecito, aunque Gerardo pudo engrosar su lista de avistamientos con el tigre de bengala y el gato pescador. Además se llevó una experiencia que milagrosamente pudo contar.
Fui el primero en escuchar su avistamiento, su cara a cara con un leopardo a las afueras del poblacho en el que teníamos el campamento, un maltrecho resort abandonado por el turismo en medio de la jungla. Estuvo acechando un regato al que, nos decían los lugareños, un leopardo solía acercarse. Por fin apareció la criatura. Gerardo lo iluminaba con su linternón, que debía apagar cada cierto tiempo para no fundir la bombilla. Fogonazo tras fogonazo, Gerardo pasó de acechador a acechado. Hasta que, me dijo, o me tiraba yo a por él o el leopardo me saltaba al cuello. Lo peor que puedes hacer es huir, decía. Había que plantarle cara.
Joder, una cosa es decirlo y otra hacerla. La segunda escena me tiene a mí de protagonista. Corriendo delante de un mastín enorme que se le había escapado al vigilante del Pryca. Aquel trabajo de limpiador nocturno, con el que me financiaría el siguiente viaje, me tenía barriendo y fregando pasillos, hasta que una noche vi a aquella bestia babeante que se me venía encima. Ni calma, ni hostias: salí zumbando. Una presa que huía en busca de la sección de colchones. Allí trepé cual gato. Me libré de las zarpas y bocados de aquel monstruo, que el vigilante solo pudo domar a base de bandejas con condumios para el cocido.
Pero volvamos a las aguas del Pacífico. Ahí teníamos a David, sin doblegarse frente a un pedazo de tiburón que, afortunadamente, solo mostró cierta curiosidad por aquellos especímenes sin escamas.
“Por un momento pienso que va a ser casi imposible marcar hoy. Hay un montón de martillos alrededor y las condiciones son perfectas, pero también patrullan el área con insistencia 3 ó 4 tiburones de Galápagos muy grandes. Decidimos entonces salir fuera de la plataforma, hacia el azul. A veces los martillos forman escuelas y nadan cerca de superficie en esta zona. Si tenemos suerte y se dan estas condiciones puede ser que marquemos algunos.
“Fuera de la plataforma siempre hay una densa nube de gringos, los peces más comunes de Galápagos, que alcanzan hasta 30 cm de largo y se alimentan de plancton. Los gringos constituyen un camuflaje perfecto para nosotros y los martillos empiezan a acercarse al área, primero en pequeños grupos y más tarde en escuelas muy numerosas. Para marcarlos, primero me centro en un tiburón de la escuela, aquel que tenga el rumbo y la dirección adecuada para poder interceptarlo desde arriba. Justo en este ángulo el tiburón no puede verme. Sus eficaces sistemas sensoriales seguro que detectan mi presencia a través de las vibraciones del agua, pero al formar escuelas densas, los tiburones no se alarman ante lo que probablemente piensen que es otro tiburón martillo. Una vez escojo el objetivo trato de colocarme en la mejor posición, con sigilo. Sé por experiencia que cualquier movimiento brusco asustará a los tiburones. Tomo una última inhalación profunda y me sumerjo, manteniendo la vista en el tiburón todo el tiempo.
“Cuando por fin estoy a la distancia adecuada, unos segundos antes de disparar mi vara hawaiana con la marca, me doy cuenta de que estoy totalmente rodeado de martillos nadando a un metro de mí, que formo parte de su escuela. No me había dado cuenta hasta este momento, al haber centrado toda mi atención en un solo tiburón.
“La sensación que vivo en ese momento, comprimida en esos pocos segundos, es indescriptible. No sólo estoy observando muy de cerca a uno de los animales más alucinantes y hermosos del planeta, un depredador ‘tope’. Estoy nadando con ellos, entre ellos, formando, aunque sea por unos segundos, parte de su escuela”.
Esa imagen de verse inmerso en uno de los lugares más puros de la Tierra es, para los que nos gustan los animales y disfrutar de la naturaleza, la máxima expresión de gozo. Liberado de sus miedos, David, durante esos instantes, concretaba el sueño que tenía de pequeño: ser biólogo marino.
“Algo suena en mi cerebro y me dice que tengo que reaccionar. En ese momento, tras apuntar bien, disparo la vara y acabo con la magia del momento. La marca queda perfectamente instalada en el lomo del animal, tras su aleta dorsal. De esta manera sabremos si este tiburón pasa por alguno de los receptores que hay colocados por todo el Pacífico Este Tropical. Mientras subo a superficie me quedo mirándolo, calculando su tamaño y tratando de determinar su sexo, datos que también necesitamos.
“Parece que hemos elegido el sitio adecuado, pues tras este primer marcaje cada vez más escuelas de martillos vienen hacia donde estamos. En menos de dos horas marcamos más de 20, además de dos tiburones ballena que se nos han acercado varias veces. Acabamos la mañana con la satisfacción por cumplir nuestros objetivos”.
Las palabras con las que cierra el episodio en ese cuaderno de bitácora son memorables. Yo no puedo mejorarlas, así las dejo:
“Yo además me llevo un regalo extra. Esos segundos ‘bailando con tiburones martillo’ jamás se me van a olvidar, jamás”.
J.M. Valderrama es investigador contratado (a ratos) de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC). Combina su actividad científica con la escritura y la divulgación. Autor del blog Dando bandazos y de tres libros: Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía. Es coautor, como miembro de la Asociación Harmusch, del libro Expediciones zoológicas al Sahara Atlántico y colabora con diversos blogs, como este.
David Acuña es biólogo marino con experiencia en gestión de recursos marinos a través de administraciones públicas, consultorios ambientales, instituciones científicas y ONGs. En los últimos años se ha especializado en el estudio de la ecología de los tiburones y de sus relaciones con el ser humano.
[1] Conjunto de tiburones que avanzan sincronizadamente
[2] Tiburón sedoso (Carcharhinus falciformis)
J.M. Valderrama (Madrid, 1973) es Doctor Ingeniero Agrónomo por la UPM especializado en Desertificación y Cambio Global. Tiene más de 20 años de experiencia en zonas áridas de Europa meridional, África, Asia y América del Sur. Desde 2019 es investigador post-doctoral en la Universidad de Alicante. Ha participado en más de 25 proyectos de investigación y tiene varias publicaciones en revistas de alto impacto además de varios libros, entre los que destaca Los desiertos y la desertificación. Combina su actividad científica con la escritura y la divulgación. Autor del blog Dando bandazos y de tres libros: ‘Días de nada y rosas’, ‘Altitud en vena’ y ‘Aquí Bahía’. Como miembro de la Asociación Harmusch ha colaborado en el libro ‘Expediciones zoológicas al Sahara Atlántico’.