Houston, tenemos un problema… artístico

Por Iván Rivera, el 9 agosto, 2016. Categoría(s): Astronomía • Ciencia • Divulgación

5 de julio de 2016. La sonda Juno, tras cinco años de singladura por el vacío interplanetario, realiza una arriesgada maniobra —porque ahí fuera todas las maniobras son arriesgadas— de inserción orbital en Júpiter. Apenas horas más tarde dos presentadores de la cadena de televisión peruana RPP realizan un esperpéntico comentario de la misión, que se transforma en su ocurrente magín en un viaje tripulado de «héroes» que «sacrifican su vida familiar» durante años sin fin «en pro del conocimiento mundial». La noticia estaba ilustrada gráficamente con un vídeo de imagen de síntesis producido por la NASA que, cómo no, se transformó por obra y gracia del directo en «imágenes que llegan de la sonda».

Es interesante reflexionar acerca de lo que revelan estos divertidos tropiezos acerca del nivel científico de la población, pero a mí me gustaría detenerme un paso más allá: en esas vistas, en realidad simulaciones, a las que tantas veces confiamos nuestro conocimiento intuitivo y visual de la apariencia real del espacio. Porque no siempre las sondas que mandamos allá lejos nos ofrecen una imagen que nosotros, a fin de cuentas monos erguidos y con poco pelo, podamos entender con las tripas. ¿Hasta qué punto lo que nos muestran los artistas gráficos encargados de ofrecer una perspectiva humana de la astronomía y la astronáutica se ajusta a la realidad? ¿Podemos confiar en los coloridos panoramas espaciales que luchan por nuestra escasa atención entre titular y titular en los medios? Pues… Va a ser que no.

El arte espacial, como ya hemos visto, tiene una misión divulgativa clave. En muchas ocasiones —un buen ejemplo está en los resultados publicados del observatorio Hubble— lo que se muestra es irreal, aunque justificado: los fantásticos colores de nebulosas y galaxias son necesarios para percibir de un primer vistazo matices sutiles que nuestros ojos, tan diferentes de los instrumentos científicos, podrían perderse.

¿Qué hay de malo en aprovechar el falso color para buscar también con él un resultado artísticamente impresionante, que venda en medios de comunicación y mercaderías varias? No es como si el espacio no fuera realmente impactante, aunque siendo nuestros ojos incapaces de percibir el infrarrojo —por ejemplo— ¿por qué no hacer lo necesario para apreciarlo? Cierto: los mass media omiten regularmente el comentario de que el color está sintetizado a partir de tal o cual criterio. ¿Por qué aburrir con esos detalles pudiendo ofrecer sin más complicaciones el goce visual de explosiones titánicas como la nebulosa del Cangrejo o estructuras magníficas como el Dedo de Dios en Carina?

Pero no es difícil traspasar la frontera de lo ideal y lo irreal y lanzarnos por las pendientes de lo falso y lo erróneo, con la complicidad de las agencias espaciales. ¿No me creéis? Vamos a dar un repaso rápido utilizando un puñado de imágenes artísticas recabadas al azar de los archivos de la NASA (el Photojournal del Jet Propulsion Laboratory) y la ESA (Space in Images). ¿Qué esperpentos espaciales encontraremos?

Arriba, recreación artística de Ceres orbitando el sol en pleno cinturón de asteroides (fuente: ESA/ATG Medialab, nº de catálogo del Photojournal PIA17830). Abajo, reconstrucción de la misma vista realizada con Celestia (fuente: el autor).
Arriba, recreación artística de Ceres orbitando el sol en pleno cinturón de asteroides (fuente: ESA/ATG Medialab, nº de catálogo del Photojournal PIA17830). Abajo, reconstrucción de la misma vista realizada con Celestia (fuente: el autor).

Esta imagen, producida originalmente bajo los auspicios de la ESA y encontrada en el Photojournal del JPL, es una prueba de cómo el arte espacial puede caducar francamente rápido. La intención del ilustrador, en 2014, era mostrar la recién descubierta —pero tenue— atmósfera de vapor de agua alrededor de Ceres, el planeta enano más cercano a la Tierra. Tan solo un año más tarde, la sonda Dawn llegó a su órbita y nos envió imágenes que dejaron obsoleta esta vista.

No podemos exigir al artista el don de la precognición, desde luego. ¿Podemos permitirle la licencia de mostrar la atmósfera de Ceres como una bruma cuando sabemos que es —también en 2014— completamente invisible? De acuerdo: se trataba de mostrar precisamente la atmósfera. La misión del arte espacial ha sido tantas veces hacer visible lo invisible… ¿Y el cinturón de asteroides cienciaficcionero? Es bien conocido que las «lluvias de asteroides» como la de El Imperio Contraataca no son precisamente un ejemplo de precisión científica: en realidad sería posible atravesar en una dirección al azar el espacio entre Marte y Júpiter con una probabilidad nimia de toparse con algo más grande que un grano de arena. Sumad a esto los falsos tamaños de todos los objetos mostrados y las órbitas regulares en exceso, como muestra la simulación de un punto de vista similar realizada con Celestia y en la que se muestran las órbitas, fundamentalmente, para poder enseñar algo. ¿Culpable, inocente? ¡Siguiente!

A la izquierda, representación artística de un géiser en Europa (fuente: NASA/JPL, nº de catálogo del Photojournal PIA17659). A la derecha, recreación simulada con Celestia de una vista similar desde Europa (fuente: el autor).
A la izquierda, representación artística de un géiser en Europa (fuente: NASA/JPL, nº de catálogo del Photojournal PIA17659). A la derecha, recreación simulada con Celestia de una vista similar desde Europa (fuente: el autor).

Esta sugerente reconstrucción artística nos traslada a Europa, misterioso satélite de Júpiter que, desde los tiempos de 2001: A Space Odyssey nos lleva tentando con su superficie de hielo de agua que oculta —sabemos— un océano líquido, templado y quizá incluso lleno de vida. Las pruebas de la existencia de criovolcanes (géiseres, en la Tierra) sobre la superficie europana, que no europea, son en la actualidad indirectas, pero sugerentes. No hay, pues, problema en mostrar una erupción de vapor de agua en una representación imaginada. ¿O sí?

Olvidémonos de la bruma: la atmósfera real de Europa es doce órdenes de magnitud menos densa que la terrestre. Júpiter a contraluz queda francamente bonito, pero su cara oscura sería casi completamente invisible —salvo por el parche negro que dejaría en el cielo estrellado y los destellos provocados por las tormentas eléctricas de su agitada atmósfera (en la simulación realizada con Celestia escogí iluminar tenuemente el lado nocturno de Júpiter para poder ver algo). Además, la fase que nos mostraría si estuviéramos sobre el hielo de Europa, con el Sol tan cercano en el cielo, sería tan cercana a «Júpiter nuevo» que no habría prácticamente diferencia con lo que se vería en un eclipse —salvo, naturalmente, porque el Sol no nos iluminaría y ni siquiera veríamos nuestros propios pies. ¡Siguiente!

Arriba, visión artística de Kepler-186f, el primer exoplaneta de tamaño terrestre descubierto en la zona habitable de su estrella (fuente: NASA/JPL, nº de catálogo del Photojournal PIA17999). Abajo, una vista simulada con Celestia de la Tierra en una fase similar (fuente: el autor).
Arriba, visión artística de Kepler-186f, el primer exoplaneta de tamaño terrestre descubierto en la zona habitable de su estrella (fuente: NASA/JPL, nº de catálogo del Photojournal PIA17999). Abajo, una vista simulada con Celestia de la Tierra en una fase similar (fuente: el autor).

Vayámonos un poco más lejos. Concretamente, a unos 492,3 años luz en dirección a la constelación del Cisne. Por ese barrio está la estrella Kepler-186, a la que gracias al buen hacer del observatorio espacial homónimo (aunque es al revés, el número de catálogo de la estrella viene del nombre del observatorio) y, tampoco lo neguemos, a un poco de suerte con el alineamiento de los planos orbitales, se le conocen no uno ni dos, sino cinco exoplanetas. El más exterior de ellos, el conocido como Kepler-186f, está en la zona habitable de su estrella —la distancia a la que no hace ni mucho frío ni mucho calor para el agua líquida, y que los astrónomos angloparlantes denominan, de una forma más divertida que los nuestros, zona Ricitos de Oro. No contento con ello, Kepler-186f tiene un radio solo un 17% mayor que el de nuestra querida Tierra. Como para no hacer volar la imaginación plasmándolo en un lienzo, ¿verdad?

Nada que objetar a los vuelos de la fantasía, aunque esa luz… ¿No está mal puesta? El artista ha querido mostrar los otros cuatro planetas interiores del sistema Kepler-186, junto con la estrella central, y eso es simplemente imposible si se pretende que la superficie del planeta protagonista esté algo iluminado. Con la fase que muestra, si estuviéramos ahí mirándolo desde el espacio tendríamos que girar nuestra cabeza 90 grados a la izquierda para ver su sol y los otros planetas como puntos (aunque al telescopio mostrarían fases como las de Mercurio y Venus desde la Tierra).

La simulación de la vista con Celestia muestra que la reflexión especular de su sol sobre la —supuesta— superficie cubierta de mares de Kepler-186f está colocada un poco así, pero ese detalle podríamos perdonarlo. Pero ¿qué hacen las —también supuestas— nubes proyectando sombras, vistas desde tan lejos? A unas decenas de miles de kilómetros sobre la superficie de la Tierra, distancia necesaria para apreciar de un golpe de vista toda su esfera sin lentes de gran angular, las sombras de las nubes, tan aparentes desde la órbita baja, son un detalle totalmente invisible. Para que pudieran verse en Kepler-186f como lo hacen en esta imagen, su atmósfera debería tener nubes similares en su forma a las de la Tierra, solo que del orden de cien veces más altas. Sí, las sombras daban volumen y quedaban bien, pero… Simplemente no. ¡Siguiente!

Saturno visto desde Titán, con Cassini apenas visible (fuente ESA).
Saturno visto desde Titán, con Cassini apenas visible (fuente: ESA).

Saturno es la quintaesencia de la belleza clásica en lo que a panoramas planetarios se refiere. La sonda Cassini lleva doce años —se dice pronto— poniendo nuestros ojos en ese rincón de nuestro sistema planetario y mostrándonos arrebatadores paisajes de inabarcables superficies nubosas, elegantes y misteriosos anillos y tantas lunas como queramos imaginar. El sistema saturniano ofrece a la vista lo más parecido a las típicas tomas de efectos especiales de una película de ciencia ficción. Con tantas referencias reales y tanta base para la espectacularidad, ¿por qué es tan sistemáticamente maltratado por los artistas?

Esta reconstrucción artística, previa a la llegada de Cassini (y al nunca bien ponderado aterrizaje de su compañera Huygens en la superficie de Titán, la luna más grande del sistema) muestra casi todos los males del género «arte en Saturno». ¿Por dónde empezamos? Estamos en la superficie de Titán, como atestiguan las montañas —un poco demasiado terrestres— que vemos en el horizonte. Arriba vemos al propio Saturno, dos lunas más no nombradas y a la propia sonda Cassini… que es del tamaño de una furgoneta. Para verse así tendría que estar a punto de estrellarse contra Titán, algo que, afortunadamente, no sucedió. Debería ser, si acaso, un punto en el cielo. ¿Si acaso?

En efecto: Titán es un lugar misterioso, envuelto en una atmósfera una vez y media más densa que la terrestre, compuesta en su práctica totalidad por nitrógeno y coloreada de naranja por compuestos orgánicos nitrogenados. También es casi completamente opaca en longitudes de onda visibles, así que si nosotros no podemos ver la superficie de Titán desde fuera, un observador ubicado allí tampoco podrá ver casi nada arriba. Quizá el Sol, cuando fuera de día, sería una zona algo más brillante en el cielo. ¿Se vería Saturno? Con una iluminación diurna tan tenue como la de un anochecer terrestre y una opacidad tan acusada, solo veríamos un cielo casi uniforme de color naranja oscuro. Una suerte, de hecho.

Una suerte, decía, porque así tampoco podríamos ver lunas en el cielo mostrando una fase distinta al propio Saturno —recordad que la fase la determina la posición relativa del observador, el objeto iluminado y el Sol; aquí, y en cualquier otro lugar, el Sol está muy lejos y puede modelarse como una fuente de luz de rayos paralelos. ¿Y los anillos? ¡Otra decepción! Resulta que los anillos y todas las lunas grandes de Saturno excepto Jápeto están, esencialmente, en el mismo plano (el del ecuador saturniano). Eso haría que desde cualquiera de ellas los anillos serían siempre invisibles. 73000 km de anchura, pero un solo kilómetro de grosor —y eso, como máximo. Si queremos ir a Saturno y disfrutar de anillos lo mejor es parar en Jápeto y aprovechar sus 15 grados de inclinación orbital. Podríamos también hacer como Cassini y quedarnos dando vueltas en un plano distinto al de los anillos. O conformarnos con ver su sombra, variable a lo largo del año local, sobre la superficie de Saturno gracias a la inclinación de su eje de rotación algo superior a los 26 grados.

Cuánto maltrato, pero ¿se puede hacer peor? Siento que la respuesta sea sí.

Entrando en la atmósfera superior de Titán (fuente: ESA).
Entrando en la atmósfera superior de Titán (fuente: ESA).

Aquí tenemos a la sonda Huygens disfrutando la misma vista imposible de los anillos de Saturno desde Titán, pero hay un problema más: ¡Saturno no es esférico! El radio polar de Saturno es un 10% menor que el ecuatorial, dando como resultado una apariencia elipsoidal muy marcada, cortesía de su baja densidad y alta velocidad de rotación. Se aprecia con telescopios normales desde la Tierra… Como para no notarlo estando allí.


Tras este breve alimento para el escepticismo sano es posible que no volváis a ver otra pieza de arte sideral con los mismos ojos vírgenes. ¡Lo habéis visto, no lo podéis des-ver! Ahora, entre otros divertimentos de fuera de este mundo, podréis revisaros la saga completa de Star Wars en busca de panoramas espaciales con las fases de varios planetas y lunas desajustadas como los engranajes de un reloj de pared arrojado al fondo de un barranco, o ver la entradilla de las tres primeras temporadas de Star Trek: The Next Generation y gritar ¡ese Saturno! De nada.

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Por Iván Rivera, publicado el 9 agosto, 2016
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