Wellcome, el magnate que nació en una cabaña y alumbró un museo universal

Por Colaborador Invitado, el 26 octubre, 2017. Categoría(s): Historia • Personajes
Henry Solomon Wellcome fotografiado en 1879 por E. Courret_Wellcome Library, London
Henry Solomon Wellcome fotografiado en 1879 por E. Courret_Wellcome Library, London

De una infancia dura en el rural de Wisconsin, que arrancó con un alumbramiento en una mugrienta cabaña de madera, a una placentera y cómoda vejez como acaudalado magnate en Londres. De presenciar los sangrientos enfrentamientos entre los colonos y sioux en su adolescencia, en Garden City, Minnesota, a movilizar a miles de operarios para una excavación arqueológica en Jebel Moya, Sudán. De ayudar a su tío en una sencilla farmacia de barrio, a cofundar y liderar una multinacional farmacéutica, génesis de la actual GlaxoSmithKline (GSK).

La vida de Henry Solomon Wellcome transcurrió por el terreno de lo improbable. Empresario farmacéutico, viajero, coleccionista empedernido, genio del márquetin, filántropo…, el periplo vital de Henry Solomon está a la altura de la de su gran amigo, el archiconocido explorador Henry Morton Stanley. A su paso dejó una de las compañías farmacéuticas más grandes del mundo; la Wellcome Trust, que impulsa la investigación biomédica; y una colección única, inabarcable, colosal, sin fronteras discernibles, fruto de una curiosidad enciclopédica.

Henry Solomon Wellcome llegó al mundo el 21 de agosto de 1853 en una cabaña de madera de Almond, una pequeña localidad de Wisconsin al más puro estilo Wild West. Su padre, Solomon, era un pastor adventista y granjero que se arruinó tras sufrir una mala cosecha en 1861. Para capear la situación, la familia decidió trasladarse hacia el interior del país, a Garden City, donde Henry empezó a trabajar en la pequeña farmacia de su tío Jacob. El paso de Wellcome por la villa de Minnesota fue decisivo. Allí germinaron dos sentimientos que marcarían su rumbo a lo largo de toda su vida: el interés por la Medicina y su fascinación por otras culturas, una tendencia que creció alentada por el estrecho contacto con el pueblo Sioux. Se cuenta que poco después de que la familia se asentase en Garden City, la localidad fue escenario de un encarnizado enfrentamiento entre colonos y nativos. Durante el levantamiento Henry –que por entonces era solo un niño de nueve años–  habría ayudado a su tío en el cuidado de los heridos e incluso echó una mano para proveer de balas a sus convecinos.

Si la infancia de Wellcome no fue fácil, tampoco lo fue su adolescencia. En 1870 trabajaba en una farmacia en la pequeña localidad de Rochester (Minnesota). Poco después, en 1874, se graduó en el Philadelphia College of Pharmacy, donde conoció a una de las figuras más determinantes en su vida: Silas Burroughs, futuro socio empresarial de Henry. No fueron años sencillos. Como recoge The Pharmaceutical Journal, durante aquella época en Filadelfia el futuro magnate llegó a escribir que no tenía siquiera un par de botas a su nombre.

Silas Mainville Burroughs_Wellcome Collection
Silas Mainville Burroughs_Wellcome Collection

Tras su graduación trabajó durante varios años para la casa farmacéutica Mckesson&Robbins. En las actas de la American Pharmaceutical Association encontramos sin embargo un primer destello de su espíritu intrépido: un estudio sobre los usos de la quinina. Para obtener sus conclusiones sobre el alcaloide Henry tuvo que realizar un viaje en mula por los bosques de Perú y Ecuador. Años antes ya había dado muestras de su genio empresarial. Aún niño, se cuenta que quiso comercializar una tinta invisible compuesta con zumo de limón.

Henry Wellcome (izquierda) y su guía J. Bazi durante su viaje por Centro América en 1878_ Wellcome Library London
Henry Wellcome (izquierda) y su guía J. Bazi durante su viaje por Centro América en 1878_ Wellcome Library London

En 1880 Henry dio un giro a su vida. Ese año se trasladó a Reino Unido para –mano a mano con Silas Mainville Burroughs– lanzarse a la aventura de fundar su propia compañía farmacéutica: Burroughs Wellcome & Co. El futuro magnate de Wisconsin frisaba entonces la treintena y no tardó en dar muestras de sus grandes dotes para los negocios. “Entre los dos revolucionaron el negocio farmacéutico en Europa, a través del marketing imaginativo y prestando la atención adecuada a la buena ciencia”, reflexionaba en 2011 Ross MacFarlane, de la Wellcome Library, en un artículo publicado por The Guardian.

Hacia mediados de la década de 1880 la firma lanzó su comprimido “Tabloid”, una marca ideada por el propio Henry al fusionar las palabras “tablet” y “alkaloid”. Como la mayoría de los grandes ingenios, la creación se escapó de las manos de su autor y voló por sí misma. El término “Tabloid” alcanzó tal éxito que su uso se desprendió del producto y empezó a extenderse, obligando a Wellcome a acudir a la justicia para reclamar su autoría. En 1898 el vocablo se usaba ya de forma general para referirse a una dosis comprimida de cualquier sustancia. La industria periodística se terminó apoderando de la palabra y hoy el Diccionario de la Real Academia Española recoge su forma adaptada, “tabloide”, con el significad de un diario de pequeñas dimensiones –comprimido, como el fármaco– o de contenido sensacionalista. Al margen de esa anécdota, el auténtico mérito de la compañía fue tener la iniciativa de importar de Estados Unidos una nueva forma de compactar las píldoras, mucho más fiable que el procedimiento tradicional con mazo y mortero.

Cabaña de un cazador de cabezas de Nueva Guinea en el Museo de Historia de la Medicina de Wellcome_Wellcome Collection
Cabaña de un cazador de cabezas de Nueva Guinea en el Museo de Historia de la Medicina de Wellcome_Wellcome Collection

Burroughs Wellcome & Co. no tardó en despegar. Con el paso del tiempo sus laboratorios dieron muestra del gran potencial del desarrollo farmacéutico. Estableció instituciones dedicadas a la investigación, entre otros campos, de la fisiología, la química o las enfermedades tropicales. En 1895 Burroughs falleció de una neumonía con apenas 48 años, con lo que Henry asumió el control de la compañía, que seguía con su avance imparable. A partir de ese momento parte de la energía del wisconsinés se orientó hacia su gran pasión y uno de los motivos por los que se le recuerda: su faceta de coleccionista empedernido. Durante décadas persiguió por todo el mundo vestigios, cuadros, estatuillas, máscaras, reliquias, piezas rituales… con las que componer una completa Historia de la Medicina en mayúsculas, por encima de las fronteras geográficas, las culturales o incluso los propios muros de la disciplina académica. De la etnografía y la antropología a la alquimia, la brujería o la superstición, su visión abarcaba una rica y desbordante amalgama. Hacia finales de 1890 se estima que empezó a coleccionar libros de forma más o menos metódica. Poco después sumó también toda clase de artefactos. Al final de su vida, su titánica colección –que él mismo fue incapaz de catalogar, pese a sus intentos– superaba el millón de piezas. Muchas las adquirió en viajes o subastas. Se cuenta que, en su celo por alimentar aquel vasto maremágnum de conocimiento, Wellcome llegó a recurrir a agentes que asistían a las pujas de incógnito, bajo seudónimos, para hacerse con material de forma anónima.

Figuras de medicina primitiva_Wellcome Collection
Figuras de medicina primitiva_Wellcome Collection

Una selección de esa gigantesca amalgama de libros y reliquias se mostró al público por primera vez durante el verano de 1913, coincidiendo con el XVII Congreso Internacional de Medicina celebrado en Londres. Hoy su rico legado permanece disperso en instituciones de todo el mundo, desde Australia a Zimbabue. En Londres se pueden ver numerosas piezas en la Wellcome Collection o el Science Museum. Un paseo entre sus vitrinas evoca a los gabinetes de curiosidades de los siglos XVI y XVII. Al igual que los europeos de la época de los grandes viajes y descubrimientos geográficos, quien se asoma a la colección de Wellcome tiene la sensación de encararse a un universo desconocido, de adentrarse en la mente de un apasionado de la Medicina dotado de una mirada abierta y global: una cabeza reducida de Ecuador, la única pintura que Van Gogh realizó a su médico, amuletos, aparatos protésicos de todo tipo, cabellos que pertenecieron al rey Jorge III, el horóscopo de Iskandar, sierras para amputaciones, fórceps, ofrendas votivas de terracota romana, botellas de veneno de principios del XX, frascos de boticario que en su día contuvieron elementos tan extravagantes como ojos de cangrejo o penes de toro, un libro recubierto de piel humana, fotografías de chamanes, calaveras pintadas, viejos modelos anatómicos, la máscara mortuoria del político y aristócrata Benjamin Disraeli… Hay crónicas incluso que aseguran que entre su legado se cuenta un cepillo de dientes de Napoleón, el bastón de Charles Darwing o unas zapatillas de Florence Nightingale. “Mi objetivo no ha sido simplemente reunir muchos objetos curiosos a modo de diversión. Esta colección está pensada para ser útil a los estudiantes y a todas aquellas personas comprometidas en la investigación. He descubierto que el estudio de las raíces y los fundamentos de las cosas ayuda mucho a la investigación”, dejó escrito el empresario.

Calavera humana decorada por la tribu Konyak Nagas. Fotografía por John Henry Hutton hacia 1929
Calavera humana decorada por la tribu Konyak Nagas. Fotografía por John Henry Hutton hacia 1929

Si daba con algún objeto que creía digno de su colección pero que –por una razón u otra– estaba fuera de su alcance, el magnate encargaba una copia lo más realista posible. Hubo también quien se aprovechó de su curiosidad voraz para venderle falsificaciones, algunas más realistas que otras. En ocasiones cuando los vendedores exigían precios disparatados, el propio Henry optaba por encargar copias de los originales. El resultado es una intrincada amalgama que da bandazos de lo racional a lo supersticioso, de lo práctico a lo recargado, de lo bello a lo grotesco, de lo profundo a lo frívolo. En el Science Museum de Londres puede verse, por ejemplo, una reproducción europea de una estatua de Lara Kidul, una deidad javanesa relacionada con las enfermedades de la piel. En la misma muestra se incluye además la copia de una porción de diente postizo de George Washington o la imitación de un primitivo botiquín romano.

El empresario farmacéutico no solo pagó en libras su pasión por el coleccionismo. Según dejó escrito la que fue su mujer, Syrie Barnardo –hija del filántropo Thomas Barnardo–, fue también una de las razones que precipitó su desastroso matrimonio. “La mayor parte de nuestro tiempo se lo ha gastado en lugares que yo detestaba, coleccionando curiosidades”, anotaba su esposa. Es probable que la pasión de Henry fuese solo uno de los factores que terminó por condenar a la pareja. Cuando se casaron, en 1901, ella apenas pasaba de la veintena; él rondaba los 50. En 1903 tuvieron a su hijo, Mounteney. Siete años después se separaron. Antes el affaire de Syrie con el escritor William Somerset Maugham protagonizó uno de los escándalos más jugosos de la época, que alimentó páginas y páginas en aquellos “tabloides” que tomarían su nombre del propio Wellcome.

Syrie Wellcome y Henry Mounteney Wellcome fotografiados por Lambert Weston & Son_Wellcome Collection
Syrie Wellcome y Henry Mounteney Wellcome fotografiados por Lambert Weston & Son_Wellcome Collection

El norteamericano moriría varias décadas después, en 1936, no sin antes crear una fundación para proteger su legado, una biblioteca y un fideicomiso, entidades activas en la promoción de la ciencia. La Wellcome Trust es de hecho una referencia en la investigación. La empresa que fundó con Burroughs evolucionó hasta formar parte hoy de la gigante GlaxoSmithKline. Y su colección es un referente de visita obligada para quien recale en Londres. Por si ese legado se quedase corto, su mito se ensancha con excavaciones arqueológicas en Sudán, un campo al que también aportó su granito de arena como pionero en el uso de la fotografía aérea. Sir de Reino Unido, condecorado por salvar a un hombre de ser ahogado, filántropo, autor del libro “The story of Metlakahtla”, amigo de exploradores… Como su colección, la vida de Wellcome es reacia a los moldes convencionales.

Este artículo nos lo envía el periodista Carlos Prego Meleiro (@CarlosPrego1). Trabaja en Faro de Vigo y en la actualidad cursa el Máster en Periodismo y Comunicación Científica de la UNED. Amante de la historia, colabora con webs de divulgación científica como E-cienciaAcercaciencia y Mujeres con ciencia.

Bibliografía

Arnold, Ken, “Medicine Man: Una nueva mirada a la colección de Henry Wellcome” en Quark. Vol. 2005 (35), p. 50-56

Arnold, Ken and Olsen, Danielle, “Medicine Man: The Forgotten Museum of Henry Wellcome” en Medical History. Vol. 2003 (47), p. 369-381

Skinner, Ghislaine M. “Sir Henry Wellcome´s Museum for the Science of History” en Medical History, Vol. 1986 (30), p. 383-481

Ahmed Awad A. Adeel, “Henry Solomon Wellcome: A philanthropist a Pioneer sponsor of medical research in the Sudan” en Sudanese Journal of Paediatrics, Vol. 2013 (2), p. 84-102

MacFarlane, Ross. “Henry Wellcome in the Heart of the Andes” en Wellcome Library. 21/08/2014

Mckie, Robin, “Henry Wellcome: from backswoods boy to medicine man” en The Guardian. 9/01/2011

Stilling, Marjorie, “Henry Solomon Wellcome-pioneer and humanist” en The Pharmaceutical Journal. 23/12/2000.



Por Colaborador Invitado, publicado el 26 octubre, 2017
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