Cuento de Navidad: La Conferencia

Por Colaborador Invitado, el 5 enero, 2018. Categoría(s): Divulgación

¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.

(San Agustín de Hipona. Confesiones, XI, XIV, 17).

reloj

Escuché un pitido que se repetía periódicamente con la precisión de un reloj. Tardé un tiempo, que no puedo precisar, en darme cuenta donde me encontraba: era la unidad de cuidados intensivos (UCI) de algún hospital. Lo supe cuando oí voces conocidas que se referían con alabanzas a quien se encontraba postrado en la cama, que indudablemente era yo. Debería estar agonizando pues este tipo de lisonjas eran las típicas de estas situaciones. Me sentía aturdido, pero no incómodo, mis pensamientos vagaban caprichosamente sin que pudiese tener control sobre ellos.

Los pitidos, que hasta ahora había asociado al monitor electrocardiográfico, se convertían en el sonido de las señales horarias de un radioreloj que anunciaba las noticias de las 7 de la mañana. Me sentí aliviado al saber que todo había sido una pesadilla, o eso creí. Presté atención a la radio. El titular anunciaba que Barack Obama había jurado el cargo como 44º presidente de EE UU el día anterior, un martes 20 de enero de 2009. Todo parecería normal excepto que yo sabía que era finales de 2023, aunque no podía recordar el día.

Durante un largo rato traté de discernir si quizás seguía en la UCI y estaba delirando con lejanos recuerdos. Se dice que en la agonía se proyecta ante el que está muriendo su propia vida como si de una película se tratase. Acaso esa era mi situación. Abrí los ojos y miré a mi alrededor. Allí no había ningún monitor electrocardiográfico, ni estaba en ninguna UCI. Lo que vi era una radio en una mesilla que seguía dando noticias, pero ni la cama ni la habitación me resultaban familiares. No tardé en darme cuenta que correspondía a un hotel.

Algo aturdido me levanté, me dirigí al cuarto de baño donde me vi reflejado en un enorme espejo. Mi figura no era la más reciente que tenia de mí. Era yo, aunque mi apariencia era más joven. Encendí un antiguo modelo de televisor que había en frente de la cama. Se repetían las imágenes en las que Obama se desplazaba andando junto al coche presidencial. Sobreimpreso aparecía la fecha de 21 de enero de 2009. Aquellas imágenes las recordaba claramente pues correspondía a esos pocos sucesos históricos en los que uno sabe dónde se encontraba y qué hacía cuando se producen. Entonces, me vino a la memoria que mientras Obama juraba el cargo como presidente yo me encontraba de viaje para asistir a un congreso. De eso ya hacía años.

Bajé al vestíbulo del hotel y pregunté por el restaurante para desayunar. Me esperaban quienes indudablemente eran mis compañeros. Estaban más jóvenes de como los recordaba. Me tenían reservado un sitio en su mesa donde departían animadamente, creo que se referían a una conferencia a la que habíamos asistido el día anterior. Yo permanecía absorto intentando aclarar mi confusión. En esos momentos me sonó el móvil. Experimenté un sobresalto al ver que en la pantalla ponía “Mamá”. No me atrevía a responder. En mis recuerdos mis padres habían muerto hacía ya algunos años. Escuché la voz de mi madre. Casi no pude hilar palabra, un nudo en la garganta me impedía hablar. Palidecí, hasta el extremo que mis colegas me preguntaron si había ocurrido algo grave. Naturalmente lo negué.

Tan pronto pude abrí mi computador, estuve navegando compulsivamente repasando mis correos. Lo que leía no correspondía a lo que para mí era mi presente. Asistí impertérrito a las presentaciones del congreso pero no presté ninguna atención, estaba absorto intentando ordenar mis pensamientos dándole un sentido lógico. Quizás lo que había ocurrido era que esa noche había estado soñando imaginando un futuro. Me asaltaban una enorme cantidad de recuerdos futuros que podía recordar con claridad.

Cuando llegó la noche me sentía enormemente inquieto. No me atrevía a cerrar los ojos. Estuve largo tiempo zapeando. Me parecía estar reviviendo un déjà vu: series que me resultaban lejanas, un mobiliario anticuado, un televisor obsoleto…

Esperaba que después del descanso nocturno volviese la normalidad. La gran sorpresa ocurrió al día siguiente. Realmente no hubo un día siguiente, al menos en lo que se entiende por cronología normal. Detrás del 21 de enero de 2009 cabría esperar que le seguiría el 22 de enero de 2009, pero no ocurrió así. Desperté un 21 de marzo de 2008, ya no estaba en la habitación del hotel en la que me había acostado la noche anterior. Era la cama de mi casa, al menos de la que era mi casa en 2008, y junto a mi estaba mi mujer, eso sí con un aspecto bastante más joven de como la recordaba. Ya no me valía la explicación de que lo que me había ocurrido la noche del 21 de enero era que había estado soñando imaginando un futuro. Mi desbarajuste cronológico fue en aumento cuando los siguientes días se repetía la situación, me despertaba en algún día, aparentemente aleatorio, de un pasado cada vez más distante. Dentro de cada día el tiempo parecía transcurrir en el orden normal.

Obama tras la jura como 44 presidente de EE UU (20-01-2009
Obama tras la jura como 44 presidente de EE UU (20-01-2009

En algún momento tuve la sensación de estar sumido en la película Atrapado en el tiempo (Groundhog Day) donde Phil (Bill Murray), un hombre del tiempo de una cadena de televisión, revive una y otra vez el mismo día. La película transcurre por una senda claramente cómica, pero mi caso tenía poco de cómico, era mucho más extraño, y además no era una película.

Durante un tiempo pensé que sufría algún tipo de trastorno mental que me hacía sentir ese desorden temporal. Incluso fui a un psiquiatra. Me dio la sensación de me escuchaba con incredulidad. En un arrebato de soberbia me dirigí a él y le dije: “Escuche lo que le voy a decir, le voy a dar una prueba que con los años recordará: en 2016 llegará a presidente de EE UU un extraño personaje de pelo anaranjado que gobernará a golpe de tweets”. Me interrumpió y con sorna me dijo “¿Qué me quiere decir que ese futuro presidente, que no sé quién es, se comunicará emitiendo tweets, es decir chirridos como un pajarito?” Le expliqué que en el futuro la palabra tweet se emplearía para referirse a mensajes cortos, habitualmente boberías, escritos por famosetes, y consignas panfletarias, difundidas por activistas de distintos tipos, que serían seguidos por legiones de followers. Se rio y me citó para la semana siguiente. Como forma de vengarme de su incredulidad antes de despedirme le dije: “Registre la marca twitter, se hará inmensamente rico”. Soltó una carcajada. Naturalmente nunca asistí a dicha cita (realmente no sé si lo hice). Me imagino que en 2017 se preguntaría quién fue el chiflado que hacía más una decena de años predijo que Trump sería presidente de EE UU, que los tweets desplazarían como fuente de opinión y de información (frecuentemente inventada) a periódicos incluso a los libros. Lo que probablemente más lamentaría es no haber registrado Twitter, más que haber tirado a la basura decenas de décimos de lotería premiados con el gordo.

Intenté racionalizar la situación. Probé a hacer anotaciones y esconderlas para poder leerlas posteriormente. Me hice tatuar la fecha del día en la que me encontraba, pero al despertarme todo rastro desaparecía. Al menos en eso había coherencia: si iba hacia atrás en el tiempo, difícilmente podría leer un mensaje escrito en el futuro.

¿Y si no se padecía ningún trastorno mental? ¿Y si mi cerebro había experimentado algún tipo de cambio que hacía que el tiempo no lo percibiese con la cronología convencional? Tenía que aprender a convivir con esta situación, informarme lo más posible del día en el que me encontraba, y hacer las preguntas apropiadas que me permitiese saber qué se esperaba que yo hiciese ese día.

Aunque creía que tenía una buena memoria, cuando revivía una situación frecuentemente no era tal como la recordaba. A veces difería de forma apreciable de mis recuerdos. Estaba convencido de que lo que cambiaba no era la realidad sino que los recuerdos no reflejan lo realmente ocurrido.

Probablemente lo peor o lo mejor de mi situación era los fuertes impactos emocionales a los que estaba sometido: encontrarme de nuevo con personas especialmente queridas que habían muerto. Mis días no podían ser rutinarios. Siempre encontraba alguna excusa, con alguna excepción, para no ir a trabajar ¿En qué podría trabajar si no recordaba exactamente lo que había hecho el día anterior?

Sabía que no habría un mañana, al menos un mañana en el sentido habitual. Fui consciente de que cada día era irrepetible. Mi sentido del paso del tiempo se fue agudizando. Me ocurría como a los niños cuya duración del tiempo se alarga indefinidamente.

Ya que no podía planificar el futuro podía intentar planificar el pasado. ¿Qué pasaría si memorizaba un número de lotería y lo compraba con una fecha anterior al sorteo, y se lo regalaba a algún familiar o amigo? ¿O si intentaba aprender una artículo o descubrimiento científico extraordinario? Podría escribirlo con anterioridad a que el auténtico autor lo hiciese y llevarme el mérito del descubrimiento (de hecho, el propio autor nunca llegaría a serlo). Incluso podía dedicarme a causas nobles: ¿Podría impedir el 11 S o el 14 M? ¿qué pasaría si a una persona que yo sabía había muerto de cáncer le anunciaba el riesgo de padecerlo y de esa forma impedirlo? Sobre estas paradojas temporales había leído en más de una ocasión. La verdad es que yo nunca sabría las consecuencias. Quizás no las habría pues si el futuro era el que era, dudo que yo pudiese hacer nada para cambiarlo o ¿no?

Hay algo que podría hacer: aprovechar la vida para vivirla más felizmente. Volver a ver a mis padres jóvenes era una autentica oportunidad. Le empecé a dar más importancia a las pequeñas cosas que a aquellas otras que parecían trascendentes. Sabía que con el paso del tiempo aquello que creíamos importante se convierte en anecdótico y viceversa. También podría enmendar esas acciones e inacciones de las que uno con el paso del tiempo se arrepiente.

Así transcurrieron los días, mi lógica poco tenía que ver con la de los demás. Cuando no hay un mañana, en el sentido habitual, se pierden ciertos hábitos como es el de comprar objetos cuya duración sea más de un día. Me hice asiduo del uso de la tarjeta de crédito, pues tenía la sensación de que nunca tendría que pagar los gastos. En más de una ocasión me presenté ante mi familia con un espectacular descapotable que había alquilado para pasar el día. Especulaba con lo que ocurría cuando volviese a tener 20 años incluso menos ¡qué bien me lo iba a pasar! Aunque no sabía si conservaría mi experiencia o solo los recuerdos ¿Podría enamorarme? ¿Conseguiría llamar la atención de aquella joven que nunca me prestó atención?

Juan Maldacena, físico argentino. Aunque en el cuento utilizamos este nombre, es pura coincidencia.
Juan Maldacena, físico argentino. Aunque en el cuento utilizamos este nombre, es pura coincidencia.

Una mañana me desperté y comprobé, como siempre hacia, el día en el que estaba: era el 20 de enero de 2009 ¡Mi tiempo no siempre iba hacia atrás! Me percaté de que ese día era justo el anterior al 21 de enero de 2009, el primer día en el que me vi inmerso en ese desconcierto temporal. Comprobé que estaba en un hotel, era la misma habitación en la que me había despertado el 21 de enero de 2009. Rápidamente me situé: había venido a un congreso. Abrí la cartera, esa que regalan en todos los congresos donde viene el programa de actividades. Vi que para hoy se anunciada lo que al parecer era la conferencia estrella: “Mas allá del universo holográfico: Conservación de la información en un universo atemporal”, la impartía el joven físico teórico Juan Maldacena. El título me sobresalto. Me apresté a situarme en una de las primeras filas del auditorio dispuesto a escucharla con toda atención.

planets

Maldacena empezó su charla con una pregunta “¿Por qué el tiempo va del pasado al futuro?” y seguía: “Todos sabemos que las leyes de la física aparentemente no requieren una flecha del tiempo preferente y que los físicos habitualmente recurrimos a la entropía para explicar la dirección del tiempo” [recordé que la entropía, quizás el concepto más fascinante de la física, es una medida estadística del grado de organización de un sistema: el universo en su conjunto va aumentando el desorden con el trascurrir del tiempo y es el aumento del desorden el que justifica la dirección del tiempo del pasado al futuro].Y continuó: “¿Y si el tiempo es una ilusión? o mejor ¿Y si el tiempo no es una magnitud fundamental?” A partir de ahí Maldacena proyectó en la pantalla las ecuaciones que los físicos consideran básicas y realizó sobre ellas ciertas transformaciones para obtener otras que ya no incluían el tiempo. Estas nuevas ecuaciones resolvían muchas especulaciones que existían sobre la interpretación de la física cuántica y sobre cosmología. Continuó explicando: «El universo puede interpretarse como una cebolla donde cada capa es un holograma que contiene toda la información correspondiente a un instante de tiempo, lo que conocemos como tiempo de Planck. Entre hologramas adyacentes se establece una conexión en la que la información tiene una dirección que va desde el interior al exterior de la cebolla (naturalmente, en sentido figurado)». Finalizó la charla diciendo, en su habitual tono humilde: “En resumen, no es que el tiempo no tenga una dirección preferente, es que quizás todo lo que ha ocurrido, está ocurriendo o va a ocurrir forma parte de un universo donde todo es presente. Es el orden en la que se almacena esta información la que crea la flecha del tiempo”.

Ecuación de Schrödinger
Ecuación de Schrödinger

Aunque seguro que Maldacena no estaba pensando en situaciones como la mía, no dudé que lo que él contaba era lo que yo percibía: Me imaginaba el universo como una película donde cada fotograma (u holograma en la interpretación de Maldacena) representaba a un instante de tiempo. Las personas normales percibían el paso del tiempo siguiendo el orden de los números naturales. Realmente en una película el tiempo no es tal, es la ilusión que crean los fotogramas al proyectarse en cierto orden. Sin embargo, en la película (el universo) ya están todos los fotogramas. En mi caso podía percibir la conexión entre fotogramas como una secuencia aleatoria donde cada fotograma estaba conectado con el anterior y el siguiente, mientras que las personas normales solo perciben la conexión con el fotograma anterior. Me preguntaba ¿no existiría una copia de mi yo en cada fotograma y por tanto todos los instantes de la vida los estaremos viviendo simultáneamente?

Sentí que alguien golpeaba suavemente mi cara y me decía: “Gregorio ¿se siente mejor? Lleva unos días inconsciente, pero se repondrá”. Abrí los ojos, y pude ver un monitor en el que aparecía reflejado los latidos de mi corazón. Frente a la cama observé un calendario digital en el que se leía claramente: 26 de diciembre de 2023, 11:05:07. Lo lógico era pensar que todo había sido un delirio, pero yo estaba convencido de que mi cerebro durante ese tiempo dejó de seguir la lógica normal para percibir el tiempo de otra forma. Había vuelto de nuevo al mundo de lo que entendemos por realidad.

 

Este cuento nos lo envía Guillermo Sánchez León, Profesor en la Universidad de Salamanca y autor de más de 100 artículos y ponencias,  algunos de divulgación científica que podéis encontrar en su web.

Guillermo ha escrito además varios artículos en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.



Por Colaborador Invitado, publicado el 5 enero, 2018
Categoría(s): Divulgación