¿Momias a la espera del Juicio Final?

Por Planeta Sapiens, el 12 julio, 2010. Categoría(s): Curiosidades • Historia
Las criptas de la iglesia de la abadía benedictina de Riesa, en Sajonia, conservan 29 momias en un estado de conservación sorprendente. Crédito: Wilfried Rosendahl / Reiss-Engelhorn-Museen.

Desde hace algunos años, los arqueólogos alemanes Wilfried Rosendahl, Andreas Ströbl y Renier Sörries han dedicado buena parte de sus esfuerzos a la investigación de las momias. Una labor que, en principio, no tiene nada de extraordinario dada la profesión de los investigadores germanos. Sin embargo, la naturaleza de sus pesquisas resultan, sin duda, fuera de lo común. Las momias que estos tres arqueólogos y el resto de su equipo llevan años estudiando con ahínco no son egipcias, incas, chinas o tibetanas –fruto de complejas y elaboradas técnicas de embalsamamiento–, ni tampoco son cadáveres salvados de la putrefacción gracias a condiciones ambientales especiales, como sucede de forma fortuita en algunos casos.

El origen de los desvelos de Rosendahl, Ströbl y Sörries está en un nutrido número de momias –hasta el momento han catalogado más de un millar– descubiertas en territorio alemán, y datadas en una época relativamente reciente: el siglo XVIII. Para más inri, la práctica totalidad de estas momias pertenecen a antiguos miembros de familias aristocráticas o de la alta burguesía –y por tanto con un notable poder económico–, y han sido descubiertas en criptas ubicadas bajo iglesias, castillos o monasterios de distintas regiones del país.

El número de hallazgos crece casi mes a mes, pues como explica Rosendahl, cada cierto tiempo acuden hasta su despacho clérigos o nobles para advertirle del hallazgo de cuerpos momificados en criptas ubicadas bajo iglesias o edificios de la aristocracia. Al principio, Andreas Ströbl, otro de los arqueólogos, pensó que aquellas curiosas momificaciones se habían producido por azar, fruto de particulares condiciones ambientales de los lugares de enterramiento. Sin embargo, tanto él como sus colegas están ahora convencidos de que estos espectaculares cadáveres congelados en el tiempo son producto de un procedimiento intencionado. Aclarado este punto, los interrogantes que surgen a continuación son inevitables: ¿Cómo consiguieron este resultado? Y lo que parece más interesante: ¿Con qué finalidad?

Momia de un noble alemán, el Barón von Holz, sometida a una tomografía computerizada. El cadáver todavía conserva parte de sus vestiduras y calzado en un estado casi perfecto. Crédito: Wilfried Rosendahl / Reiss-Engelhorn-Museen.

Una de las pistas clave la descubrió Ströbl mientras revisaba documentos de comienzos del siglo XVIII conservados en los archivos del consejo eclesiástico de Berlín. Allí, el investigador alemán descubrió una carta, datada en 1710, en la que una adinerada dama, Catharina Steinkoppen, solicitaba al clero de la capital que se dispusieran las medidas necesarias para que el cadáver de su nieta “no se descompusiera en la cripta bajo la iglesia” en la que debía ser enterrada. A cambio, el padre de la criatura, un noble llamado von Schütz, ofrecía la nada despreciable cifra de diez Reichsthalers –monedas de plata de uso en la época–, una suma que equivalía al salario anual de un cochero.

El descubrimiento de Ströbl condujo a los arqueólogos hasta la cripta en la que había sido enterrada la niña, en una iglesia ubicada en el centro de Berlín y en cuyos subterráneos únicamente recibían sepultura miembros de la alta sociedad de la época. Fue así como descubrieron el sistema empleado para preservar de forma tan eficaz los cadáveres: las cámaras funerarias contaban con un ingenioso sistema de ventilación, que además conectaba todos los distintos enterramientos mediante una serie de pequeños huecos. Un rudimentario sistema de “aire acondicionado” que, sin embargo, permitía la momificación de los cuerpos sin recurrir a técnicas de embalsamamiento. Además, los investigadores descubrieron que los ataúdes habían sido revestidos con serrín, de forma que cualquier fluido que surgiera de los cadáveres fuera inmediatamente absorbido, evitando la descomposición.

Aclarado el procedimiento empleado para crear estas singulares momias, queda sin resolver el mayor de los interrogantes: ¿cuáles fueron los motivos que llevaron a miles de nobles y ricos germanos del siglo XVIII a desear que sus cuerpos sobrevivieran a la putrefacción? Renier Sörries, director del Museum of Sepulchral Culture de Kassel (Museo de Cultura Sepulcral) y arqueólogo especializado en tradiciones funerarias, cree que podría haber hallado una respuesta al misterio. Teniendo en cuenta el hecho de que la práctica totalidad de las momias catalogadas fueron descubiertas en zonas del país de mayoría protestante, Sörries cree que los textos de Lutero podrían haber tenido mucho que ver en esta curiosa moda funeraria. El célebre reformador religioso tradujo en su momento un pasaje del capítulo 19 del Libro de Job, en el que puede leerse: “Yo sé que mi Redentor está vivo, y que él, en el final de los tiempos, se levantará sobre la tierra. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios”.

Aunque Sörries reconoce que quedan muchos interrogantes por responder, piensa que es muy posible que los nobles y ricos germanos del momento quisieran preservar sus cadáveres por temor a no resucitar y ascender a los cielos si sus restos mortales se habían descompuesto. “Es concebible que la gente sólo quisiera asegurarse y preservar sus cuerpos hasta el día del Juicio Final”, explica Sörries.

Mientras confirman sus hipótesis, Rosendahl, Ströbl y Sörries, reunidos en el German Mummy Project del Museo Reiss-Engelhorn de Mannheim, están sometiendo a algunas de las momias descubiertas a modernos análisis con la ayuda de tomografías computerizadas lo que, sin duda, permitirá arrojar nuevos datos sobre esta sorprendente costumbre que se extendió durante décadas por algunas de las regiones germánicas más de un siglo antes de la unificación del Estado Alemán.

Fuente: The mystery of Germany’s aristocratic mummies (Spiegel Online)



Por Planeta Sapiens, publicado el 12 julio, 2010
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