La «energía» y los cañones de Thompson

Por maikelnai, el 22 julio, 2010. Categoría(s): Física • Personajes

La energía, ese concepto que domina la física desde la primera letra de la celebérrima ecuación de Einstein, y que fastidia a cualquier vecino que se enfrente mensualmente a la factura de la luz, no está aquí desde el principio de los tiempos. De hecho, la idea no aparece hasta el siglo XIX cuando el científico e inventor norteamericano Benjamin Thompson (además de soldado de fortuna) echa por tierra el concepto de «calórico» del químico francés Lavoisier.

Lavoisier, que a su vez había desechado el uso de la teoría del flogisto ideada por Johann Joachim Becher, creía no obstante (sin duda influenciado por la teoría desechada) que el calor era un «fluido imponderable» (al que llamaba «calórico») que se desprendía en las reacciones químicas. Su idea permaneció vigente muchos años hasta que Benjamin Thompson se dio cuenta, mientras supervisaba una remesa de cañones nuevos, de que el calor podía ser una forma de movimiento y no una sustancia carente de peso como pensaba Lavoisier.

Supongo que la mala fama de Thompson, considerado por muchos como un notorio oportunista y espía, no ayudó demasiado a que sus primeros pasos en pos de explicar los procesos de intercambio de masa y energía entre sistemas térmicos diferentes, fueran tomados en serio. No obstante, todo esto cambió – gracias a la innegable fuerza de los experimentos – cuando el cervecero y científico amateur inglés James Prescott Joule introdujo el término termodinámica.

Y después ya sabéis… se empezó a hablar de la energía, de su incapacidad de crearse o destruirse (ya que solo se transforma de una forma en otra) y de ahí se llegó a la que algunos consideran la ley más fundamental de la física: la ley de la conservación de la energía (o primer principio de la termodinámica) que afirma que que la cantidad total de energía en cualquier sistema aislado permanece invariable con el tiempo, aunque dicha energía pueda transformarse de una forma en otra.

Así que démosle al cazafortunas de Thompson el papel que se merece en la historia de las obsesiones humanas. De no ser por él y los que le sucedieron, jamás habríamos llegado a preocuparnos del alarmante (y siempre creciente) nivel de entropía de nuestro entorno.

Me enteré del papel de este personaje leyendo en New Scientist la crítica del libro «Energy, the Subtle Concept» escrito por Jennifer Coopersmith.



Por maikelnai, publicado el 22 julio, 2010
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