La tablilla de Ammisaduqa, una mirada al cielo de hace 3.700 años

Por Hispa, el 2 agosto, 2010. Categoría(s): Astronomía • Historia

Nínive era la joya del Tigris: una ciudad magnífica cuyas raíces se remontaban a los albores de la civilización. Gracias a las bibliotecas y archivos construídos por sus reyes, Nínive fue la conservadora del conocimiento antiguo de Babilonia, de la historia, las leyendas y la hermosísima literatura de sumerios, acadios y babilonios: los primeros hombres que dominaron el arte de la escritura. Situada en el punto de encuentro de las rutas comerciales que conducían al Mediterráneo y Asia Menor por un lado y las que llevaban a la India y Arabia por el otro, Nínive era una ciudad de riquezas y poder en el violento y semisalvaje mundo del siglo VII a.C.

Pero Nínive era también objeto de las envidias y odios de sus vecinos. Los asirios se distinguían por la crueldad que desplegaban contra sus enemigos, a los que sometían, saqueaban, vejaban, torturaban y desfiguraban a la menor ocasión.

Por eso, cuando medos y babilonios se aliaron en el año 612 a.C. para acabar con el poderío asirio, no hubo piedad para Nínive, que fue incendiada y destruida hasta los cimientos. Era una destrucción ansiada por muchos pueblos, entre ellos los judíos, quienes registraron el evento en sus libros sagrados como un castigo divino por la ignominia de sus habitantes.

En otras circunstancias, el saqueo e incendio de una ciudad como Nínive hubiera significado la desdichada pérdida de su memoria cultural, cosa que sucedería posteriormente en otras ciudades como Cartago, Persépolis o el Bagdad califal.

En Nínive, sin embargo, la destrucción provocada por el fuego permitió que su mayor tesoro fuera conservado en excelente estado durante miles de años: Las tablillas de arcilla donde los escribas asirios habían registrado hechos, nombres, leyes e historia se convirtieron por obra y gracia de las llamas en duros ladrillos capaces de soportar el paso del tiempo.

Grabado de las excavaciones de Layard en Nínive

Casi dos mil quinientos años más tarde, en 1849, el joven aventurero y arqueólogo Austen Henry Layard hizo uno de los mayores descubrimientos de la arqueología a nivel mundial: excavando bajo las recientemente descubiertas ruinas de Nínive encontró los restos de la biblioteca del rey Asurbanipal, uno de los últimos reyes asirios que gobernó el Imperio antes de su caída.

Layard recogió cientos de tablillas escritas en el –por entonces ya bastante conocido– alfabeto cuneiforme, usado con profusión por los persas hasta el siglo I de nuestra era. Las tablillas de Nínive, sin embargo, eran mucho más antiguas que las inscripciones persas. Una vez transportadas hasta Inglaterra y estudiadas en detalle, los historiadores y lingüistas determinaron que estas tablillas no sólo contenían los registros del Imperio asirio, sino que recogían además transcripciones de textos mucho, mucho más antiguos.

Imagen cedida por el British Museum para uso no comercial

Una de las tablillas más importantes encontradas en esta biblioteca es la conocida como «Tablilla de Venus de Ammisaduqa«, numerada como «tablilla 63» en la colección recuperada por Layard. Se trata de una tablilla del siglo VII a.C. que pertenece a una obra mayor dedicada a la astrología conocida como «Enuma Anu Enlil«. Al descifrar su contenido se descubrió que esta tablilla registraba veintiún años de observaciones astronómicas del planeta Venus correspondientes al siglo XVII a.C.

El texto original, del que la tablilla era sólo una transcripción, fue escrito durante el reinado en Babilonia de Ammisaduqa, un monarca amorita de la misma dinastía que Hammurabi (el del famoso Código de leyes).

Gracias a las observaciones astronómicas recogidas en esta tablilla y a las listas reales donde estaban registrados los nombres y años de reinado de los monarcas babilonios, los expertos pudieron acotar la hasta entonces desconocida cronología absoluta de la antigua Babilonia. Al poder calcular los modernos astrónomos los periodos de ocultación del planeta Venus para aquella época y cotejarlos con las observaciones de la tablilla, pudieron también determinar a qué periodo cronológico se correspondían las observaciones de la tablilla. Aún así, para el periodo comprendido entre el 2500 a.C y el 1500 a.C. existen tres posibles cronologías distintas, debido a la ambigüedad de estas fuentes tan antiguas.

Esquema de movimiento orbital de Venus

La órbita de Venus es más cercana al Sol que la de la Tierra, y por tanto su velocidad es más rápida, de modo que un año en Venus tiene menor duración que el terrestre. Esta órbita más interna hace que, desde nuestro planeta, Venus aparezca siempre en la región del cielo en la que se encuentra el Sol (alejándose 47º de éste como máximo). Además, la brillante superficie de las nubes que lo engloban hace que sea un astro fácil de ver cuando el Sol ya se ha puesto o aún no ha salido, y fue esto lo que le hizo ganarse los sobrenombres de Lucero Vespertino o Lucero del Alba respectivamente. La diferente velocidad con que recorre su órbita, a su vez, hace que Venus «adelante» a la Tierra una vez cada 584 días, y es en este momento en el que deja de verse al atardecer y empieza a observarse poco antes de que amanezca. Sin embargo, como las órbitas de Venus y la Tierra están prácticamente en el mismo plano, Venus nos adelanta en su órbita pasando entre nosotros y el Sol, cuyo fulgor en el cielo hace imposible ver nuestro planeta vecino durante unos días.

Algo parecido ocurre cuando Venus da la vuelta por el otro lado del Sol para volver a aparecer como el lucero del alba, cuando pasa por detrás de nuestro astro rey. Como en estos momentos es muy difícil de ver, es como si el planeta desapareciera desde nuestro punto de vista. Y es precisamente este ciclo de apariciones y desapariciones, con las fechas en las que sucedían, lo que registraron los babilonios en esta tablilla.

Esto, junto con otro tipo de observaciones astronómicas, es lo que permite hoy en día averiguar a qué fechas actuales corresponden las del calendario babilónico, puesto que somos capaces de calcular las posiciones que los astros tenían tantos siglos atrás.

Sin embargo hay un pequeño problema: Venus regresa al mismo punto del cielo respecto a las estrellas cada 8 años, cíclicamente. De modo que este método no da un resultado único, sino varias soluciones, correspondientes a varios períodos que deben ser acotados utilizando otras observaciones o correspondencias con diferentes registros históricos.

Pero independientemente de la importancia del documento para la datación historiográfica, la Tablilla de Venus es relevante porque su existencia implica que el hombre se ha preocupado desde los albores de la civilización de observar los astros, sus movimientos y particularidades, y de registrar para la posteridad estas observaciones casi desde el comienzo de la historia escrita de la humanidad.

Aún faltaban más de mil años para la aparición de los primeros matemáticos y filósofos griegos, que establecerían las bases del conocimiento del mundo desde un punto de vista científico; sin embargo, no cabe duda de que estos primeros registros astronómicos son una prueba del innato interés del ser humano por entender y analizar unos fenómenos naturales que por entonces estaban todavía fuera del alcance de su comprensión.

Hoy puede contemplarse la Tablilla de Venus de Ammisaduqa en el British Museum, dentro de su colección dedicada a Mesopotamia (sala 55).

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Nota: Una de las ideas que planteamos cuando iniciamos este proyecto de blog fue facilitar la participación y colaboración entre diversos bloggers. Este artículo es un ejemplo de ello y ha sido elaborado gracias al trabajo conjunto de Hispa y Darksapiens.

Agradecemos al British Museum la cesión de la imagen de la tablilla Ammisaduqa para usos no comerciales.

Para saber más:

Descripción en profundidad del contenido de la tablilla 63

Descripción de la tablilla 63 en la página del British Museum

La Tablilla de Venus de Ammisaduqa, en la página de la doctora Ana María Vázquez Hoys

The Venus Tablet and Refraction, en la página de la Universidad de Cornell



Por Hispa, publicado el 2 agosto, 2010
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