La longevidad del “sexo débil”

Por Manuel Collado, el 9 febrero, 2011. Categoría(s): Biología • Divulgación

Si en la mente de algunos aún permanece la idea de que las mujeres constituyen el “sexo débil”, su mayor esperanza de vida (o longevidad) ofrece aún una razón más para cambiar de opinión. Pero empecemos aclarando términos: la esperanza de vida es la media de años que podemos esperar (“esperar” en términos estadísticos) vivir en función de los datos conocidos en ese momento del número de fallecimientos y las edades de los fallecidos en una población. Habitualmente se hace referencia a la “esperanza de vida al nacer”, pero bien podemos expresar también cuál es el número de años que podemos esperar vivir una vez cumplida una cierta edad.

Las mujeres tienen una esperanza de vida, a cualquier edad, más elevada que los hombres. Las diferencias se manifiestan incluso desde el útero, en donde un feto masculino tiene mayores probabilidades de no llegar a término. Se calcula que se conciben 124 fetos masculinos por cada 100 fetos femeninos.

Esta diferencia queda reducida al nacer en 105 recién nacidos niño, frente a 100 niñas. En el caso de los partos prematuros, los bebés de tamaño extremadamente pequeño (aquellos que nacen por debajo de los 900 gramos) tienen mayor probabilidad de supervivencia si son niña que si son niño.

Jeanne Calment, récord de longevidad, pese a todo

Si nos situamos en el otro extremo del periodo de vida, hasta un 90% de aquellas personas que alcanzan los 110 años de edad (los denominados “supercentenarios”) son mujeres. Y si nos vamos por encima de los 120 años, sólo una persona (de manera verificable) logró alcanzar los 122 años y, como no podía ser de otra manera, fue una mujer, la francesa Jeanne Calment (sobre la cual puedes encontrar más información en esta otra entrada del blog Fuente de la Eterna Juventud).

En cualquier caso, es un hecho que los hombres lideran la clasificación de las principales causas de muerte en todos los apartados, lo que implica que no estamos ante un efecto distorsionador producido por una mayor prevalencia de una causa de muerte en particular entre los hombres.

Existen diversas teorías que tratan de explicar esta diferente longevidad de los sexos. Son muchos los que centran sus sospechas en factores socio-sanitarios. Los hombres han ocupado tradicionalmente puestos en la sociedad que los han situado en posiciones más expuestas a daños no intencionados (accidentes) o intencionados (violencia o guerras).

Muchos se apresuran a encontrar la explicación en la tradicional separación de papeles por género: hombre trabajando fuera desarrollando una labor dura y estresante, mientras la mujer se ocupa “cómodamente” de las labores del hogar. Antes de que alguien golpee violentamente la pantalla de su inocente ordenador he de aclarar que, evidentemente, esto no es así. Nadie (confío) en su sano juicio puede pensar que la labor de nuestras madres o abuelas al frente del hogar familiar resultó más sencilla que la de nuestros padres o abuelos en sus ocupaciones fuera del mismo. De hecho, la convivencia familiar es más beneficiosa estadísticamente hablando para el hombre, que vive muchos más años si está casado que si vive sólo; que para la mujer, cuya longevidad se ve mínimamente alterada por el matrimonio. Además, la incorporación de la mujer al mercado laboral no ha traído consigo una disminución equiparable en la distancia en la esperanza de vida entre hombres y mujeres.

Otra explicación reside en que existe tradicionalmente un mayor consumo de sustancias nocivas (tabaco, alcohol, drogas) entre hombres que entre mujeres en la mayoría de las sociedades. Recientemente un estudio publicado por la revista Tobacco Control,  publicada en open access y perteneciente al prestigioso grupo del British Medical Journal, apuntaba al consumo de tabaco fundamentalmente, y de alcohol en menor medida, como responsable de esas diferencias de expectativa de vida entre hombres y mujeres. Según este estudio, el tabaco sería responsable de entre un 40 y un 60% de la diferencia de esperanza de vida entre hombres y mujeres, y el alcohol de entre un 10 y un 30%, según países. Los autores del trabajo resaltan la menor distancia entre hombres y mujeres en los países del norte de Europa y achacan dicha cercanía en las esperanzas de vida de ambos sexos a una incorporación de la mujer al consumo de tabaco y alcohol anterior a la producida en los países del sur europeo. Una predicción por tanto derivada de la asunción de que la diferente longevidad entre hombres y mujeres está fundamentalmente asociada al consumo de tabaco y alcohol, es que las distancias tenderán a disminuir sensiblemente en los próximos años.

Aún siendo razonable esta explicación (y no estando exenta de cierto acomodo con la visión generalizada actual de lo perjudicial que resulta el consumo de tabaco), no cabe duda de que existe “algo más”. Hay una indiscutible base biológica en la distinta longevidad de hombres y mujeres, puesto que esta diferencia es extensible a todas las especies de mamíferos estudiados (para los cuales se desconocen hábitos insalubres específicos entre los individuos macho).

¿Cuál es esta base biológica que establece una distinta longevidad entre sexos? Si entendemos el envejecimiento como un balance entre la cantidad de daño al que estamos expuestos y la capacidad de reparación de ese daño de nuestro organismo, deberíamos asumir que estando sometidos a los mismos factores que afectan a nuestro organismo, una distinta capacidad de reparación entre géneros podría ser responsable de esa distinta longevidad.

¿Qué sentido podría tener que un organismo femenino repare mejor el daño que uno masculino? Entrando, en mi opinión, en un área altamente especulativa, Tom Kirkwood, toda una autoridad de la biología molecular del envejecimiento y director del Institute for Ageing and Health de la Universidad de Newcastle en el Reino Unido, propone una explicación cercana a su conocida teoría del soma desechable.

De modo resumido, esta teoría sobre el envejecimiento con tintes evolucionistas propone que un organismo está constituido por células germinales (reproductoras) inmortales y por células somáticas mortales. El soma es útil únicamente en cuanto que garantiza la reproducción y con ello la transmisión de la información genética presente en la línea germinal. Existe un equilibrio entre el gasto de recursos que son empleados en la reparación y el mantenimiento somático y los necesarios para la reproducción. Una vez garantizada la reproducción, el soma es desechado con la satisfacción del deber cumplido.

Pues bien, Tom Kirkwood especula que el organismo femenino ha evolucionado para ser más resistente, poseer mejores mecanismos de mantenimiento y reparación por ser el garante del éxito de la reproducción. El soma femenino sería pues, menos desechable. Por el contrario, y en una visión que agradará a más de una feminista, el organismo masculino cumple un papel en la reproducción mínimo y una vez realizado es desechable.

Existen algunas evidencias experimentales que apoyan estas teorías. Por ejemplo, existe una cierta correlación inversa entre fecundidad y longevidad en muchas especies (menor longevidad, mayor número de crías y viceversa). También existen trabajos que apuntan a una mejor capacidad reparadora de las células de ratones hembra que de ratones macho, y parece que esta diferencia se elimina tras la extracción quirúrgica de los ovarios. Como muchos dueños de gatos y perros pueden atestiguar, las mascotas castradas viven habitualmente más tiempo que las no castradas.

Tratamiento de rejuvenecimiento «por pelotas»

¿Existe el mismo efecto en humanos? En ciertos periodos históricos la castración masculina fue una práctica habitual de algunas sociedades, como en la antigua China o en Europa con el caso de los castrati; pero los datos históricos son escasos y poco fiables. Sin embargo, mucho más recientemente, aún era una práctica habitual la castración de los enfermos mentales en instituciones psiquiátricas. Existen datos de una de ellas (en Kansas, EEUU) que atestiguan que los hombres castrados vivían una media de 14 años más que sus compañeros no castrados, como recogió un estudio publicado en 1969 en la revista especializada en investigación del envejecimiento, Journal of Gerontology.

Sin duda, una opción mucho más extrema que el consumo de una pastillita de resveratrol, aunque con evidencias científicas de efectividad a su favor.

Para ahondar más en detalle:

– El estudio de Tobacco Control sobre el consumo de tabaco y alcohol como base de la diferente longevidad de hombres y mujeres, aquí.

– El artículo original de 1969 en Journal of Gerontology con los datos de longevidad de internos castrados frente a no castrados en la institución mental de Kansas, aquí.

– Tom Kirkwood especulando sobre el origen de la distinta longevidad de hombres y mujeres en este artículo de Scientific American, aquí.



Por Manuel Collado, publicado el 9 febrero, 2011
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