Los siete de Camazón

Por Arturo Quirantes, el 17 febrero, 2011. Categoría(s): Curiosidades • Historia
Antonio Camazón, 1942

En 1939, cientos de miles de refugiados de la Guerra Civil Española languidecían en campos de refugiados.  Uno de ellos, veterano de las campañas del Ebro, intentaba infructuosamente contactar con conocidos franceses.  Lo intentó una vez más por una ruta clandestina.  Al día siguiente, dos militares franceses de alto rango llegan en un vehículo, amenazan al jefe del campo con abrirle un expediente, recogen al veterano y se marchan, mientras algunos de los refugiados se preguntaban quién sería el enchufado.  Traidores a la República, dijeron algunos, porque si no ¿por qué mostrarían los franceses tanto interés?

El hombre era Antonio Camazón.  Su habilidad: descifrar códigos.

La historia de Camazón es fascinante, y aun hoy sigue siendo un enigma.  Nacido en Valladolid hacia 1901, estudió matemáticas en Madrid.  Ingresó en la policía, donde llegó a comisario, y posteriormente pasó a los servicios secretos.  Su labor en el Norte de África le puso en contacto con un colega francés llamado Gustave Bertrand.  Cuando, tras tres años de lucha, tuvo que cruzar la frontera en 1939, Bertrand le estaba esperando.  Ahora era comandante, y estaba a cargo del servicio de criptoanálisis del Estado Mayor francés.  Bertrand pidió a Camazón que le ayudase a montar un servicio de interceptación y descifrado, a lo que accedió.

Su destino fue un castillo al nordeste de París, el llamado PC (Puesto de Mando) Bruno.  Cuando llegó allí, Camazón y otros seis españoles formaron el Equipo D.  Oficialmente estaban enrolados en la Legión Francesa, pero el hecho de que el propio generalísimo Gamelin diese su beneplácito a los nuevos llegados dejaba claro que no eran reclutas corrientes.  Posteriormente se unieron a ellos un grupo de emigrantes polacos, el Equipo Z, formado por criptoanalistas polacos escapados de la Polonia recién ocupada por los nazis.  Sus nombres, Rejewski, Rozycki, Zigalski, son bien conocidos por la Historia, ya que fueron los primeros en descifrar los códigos de la máquina Enigma militar alemana.  En Bruno, polacos y republicanos españoles, derrotados pero no vencidos, siguieron dando la batalla al enemigo común.  Algunos criptógrafos franceses se unieron en la tarea.

Tras la caída de Francia en 1940, Bertrand y sus compañeros continuaron su labor de espionaje desde la clandestinidad.  Desaparecieron de los ojos de Vichy y se instalaron en el sur de Francia, en un nuevo PC llamado Cadix.  Allí, bajo las narices del enemigo, prosiguieron su labor.  Los informes que recogían y descifraban eran enviados a Inglaterra, donde los aliados les darían buen uso. Finalmente, la Francia no ocupada fue ocupada.  Cadix fue desmantelado, y sus miembros enviados a Argelia a toda prisa.  El grupo de los polacos consiguió con el tiempo llegar a Inglaterra, pero de Camazón y sus hombres nada se supo durante más de 60 años.  Se los había tragado la tierra.

Solamente ahora hemos encontrado y unido algunas piezas del rompecabezas.  Camazón y su grupo  de españoles, decididos a continuar ayudando a su causa, se ocultaron hasta que contactaron finalmente con las tropas aliadas que habían desembarcado en el Norte de África.  Pasaron a Italia, a Alemania, acompañando a los soldados que luchaban contra el nazismo en Europa.  Cuando terminó la guerra, las personas como él eran muy apreciadas, y prontamente aceptó un empleo en Francia, en su Ministerio de Exteriores, donde evidentemente no se dedicaría a labores burocráticas.  Un día, dos representantes norteamericanos se presentaron en su casa para tentarle con una oferta mejor.  Camazón estuvo a punto de aceptar, pero al final decidió permanecer leal al país que le había acogido y con el que había compartido tantos esfuerzos.  Los americanos insistieron, recordándole que Francia no era su país; pero el aragonés lo dejó bien claro: «no me voy a Estados Unidos porque tampoco es mi país.»  Y en Francia se quedó.

Los restantes años de Camazón son oscuros.  Se cree que trabajó en los servicios de descifrado del gobierno francés, y cuando conozcamos sus logros puede que nos llevemos algunas sorpresas, pero por desgracia los galos son herméticos en esas cuestiones.  En todo ese tiempo, no olvidó su afiliación política.  Se conserva una carta, firmada de su puño y letra en 1956, en la que muestra su adhesión a los restos de la República en Francia.  Se jubiló en 1966, y volvió a España.  Aunque la policía lo sometió a una investigación, nadie parecía tener ya nada contra él, y pudo instalarse sin problemas junto con su familia en Jaca.  Allí vivió los últimos años de su vida, hasta su fallecimiento el 19 de octubre de 1982.

Recientemente, la Universidad de Zaragoza presentó de forma oficial un fondo documental que durante muchos años había sido un enigma.  Comprado a un librero local, la temática de sus libros sugería que su dueño había sido espía o diplomático; tanto así, que recibió el nombre oficioso de «Biblioteca del Espía.»  Hemos averiguado ahora que se trata de una parte de la biblioteca de Antonio Camazón, hombre que hablaba más de una docena de idiomas.  La Biblioteca del Espía es un homenaje en sí a la talla cultural de  su antiguo propietario.  Consta de más de 800 diccionarios, gramáticas, léxicos y vocabularios sobre casi doscientas lenguas del mundo, del bretón al sánscrito, del tuareg al nepalí, del maorí al finlandés.  Incluso contiene lenguas tan poco criptográficas como el sumerio o el maya.

Sin embargo, Camazón se ha llevado sus mejores secretos a la tumba.  En la Universidad de Zaragoza se guarda un libro sobre criptografía firmado por él mismo, pero poco más.  Sus cuadernos de notas acabaron en el cubo de la basura, y también su correspondencia postal.  Sus libros sobre criptografía también han desaparecido.  Su trabajo como criptoanalista en las dos guerras que libró sigue siendo secreto.  Este vallisoletano-franco-aragonés nos da el esquinazo después de tres cuartos de siglo.

Y no es el único.  A pocos metros de la Biblioteca del Espía, un pasillo de la Universidad muestra la fotografía de uno de sus hombres ilustres. Se trata de José María Íñiguez Almech, catedrático de Matemáticas, a quien llegué a conocer de joven (demasiado de joven: según mi padre, yo tenía tres años).  También trabajó como criptoanalista durante la Guerra Civil … en el otro bando.

+ Wladyslaw Kozaczuk, «Enigma» University Publications of America Inc, 1984
+ Josef Garlinski, «The Enigma War» Charles Scribner´s Sons, NY 1980
+ David Kahn, «Seizing the Enigma. The race to break the German U-boat codes 1939-1945» Barnes & Noble Books, NY 1998
+ Cripto.es (taller de criptografía de Arturo Quirantes)



Por Arturo Quirantes, publicado el 17 febrero, 2011
Categoría(s): Curiosidades • Historia