Siempre me ha resultado curioso e incluso algo cómico el ritual de la cata de vinos: oler, mover, probar, paladear, degustar… todo para extraer el máximo de sensaciones de nuestras papilas gustativas y reconocer todas las sutilezas que la etiqueta describe. Por supuesto, esto es así tanto más cuanto más cara la botella.
No es que dude del paladar de los connoisseurs mucho menos de la experiencia de los sumilleres, de lo que dudo y con razón, y espero que después de leer el siguiente artículo estarán conmigo, es de nuestros sentidos.
En la escuela una de las primeras cosas que nos enseñan es que tenemos cinco sentidos y que la información que recibimos por medio de los mismos es cuasi una copia fidedigna de la realidad que nos rodea. Cuando crecemos (y si seguimos ahondando más en Biología) descubrimos que existen sistemas de procesamiento de esta información sensorial básica en el cerebro y que estos sistemas comprenden desde experiencias anteriores, hasta recuerdos, y que las expectativas determinan en gran medida el cómo percibimos las cosas y cómo las interpretamos -y si no que se lo digan a Proust y a su famosa magdalena-.
De vuelta al vino, un psicólogo americano decidió comprobar hasta qué punto el precio del vino de verdad correlaciona con la opinión de los consumidores sobre su calidad.
Para ello, eligió vinos con precios desde 5$ hasta 50$ (3’5-35 euros aproximadamente) y preguntó a unas 600 personas cuales creían eran los vinos más caros (este era un estudio doble ciego, donde ni el investigador ni los sujetos del experimento sabían qué vino era el caro y cual el barato).
Aunque a primera vista parece obvio que todos seríamos capaces de distinguir un vino de «brick» de un Vega Sicilia, la evidencia parece sugerir lo contrario porque los más de 600 entrevistados sólo fueron capaces de acertar cuál era el vino más caro cerca del 50% de las veces, es decir, que lanzar una moneda al aire hubiera dado los mismos resultados. ¿Significa esto que es una estupidez comprar vinos «buenos»/caros y que disfrutaremos igual con un vino del Caprabo?
Pues afortunadamente para los viticultores y empresarios dedicados a promover la experiencia del vino no es así porque ésta es más que la suma de moléculas que componen dicho brebaje. Así parece ser según los resultados de un estudio del año 2007 llevado a cabo por neuroeconomistas en Caltech.
El experimento consistió en poner a 20 personas dentro de un escáner de resonancia magnética funcional (RMF), que mide la actividad en diferentes áreas cerebrales en base a los cambios en el flujo sanguíneo a dichas áreas, y una vez dentro del escáner les dieron a probar con una pajita (no puedes meter una botella y una copa y hacer todo el ritual dentro del escáner. Falta el espacio, como puede ver en la foto a la derecha) 5 vinos con precios desde 5$-90$ (3.5-60 euros aprox.) aunque en realidad sólo 3 eran diferentes, lo que significa que el mismo vino aparecía dos veces en la cata, una con bajo precio y otra como un vino caro, en ocasiones la diferencia de precio impuesta al mismo vino llegó a ser de un 900% (de 5$ a 45$). Como en este caso los sujetos del test SÍ conocían el precio de los vinos que degustaban, en todos los casos afirmaron que los vinos caros eran mejores, incluso en los que se trataba del mismo vino con diferente precio.
En cuanto a lo que ocurría en el cerebro mientras disfrutaban de los vinos, aunque diversas áreas se activan como resultado de la experiencia sólo una parecía responder exclusivamente al precio del vino, el lóbulo orbitofrontal, que es una parte del lóbulo frontal, región implicada en la toma de decisiones, en la integración de pensamientos y acciones con los deseos internos y en el caso que nos ocupa de añadir el valor del precio del vino a la sensación que perciben nuestros sentidos del gusto y olfato (si no fuera por el olfato no podríamos distinguir el sabor de la comida/bebida por eso cuando estamos acatarrados la comida no sabe a nada, si aún no estais convencidos hacer la prueba de probar un poco de canela con la nariz tapada, os llevareis una desilusión).
En conclusión puede decirse que si atendiéramos SÓLO al sabor a la mayoría nos engañan las etiquetas, el precio y toda la vestimenta que decora la experiencia de un vino, una cerveza o incluso ¡la Coca-Cola! De hecho, en pruebas ciegas de sabor parece que Pepsi gana la partida (The Pepsi Challenge) pero ¿quién no quiere vivir The CocaCola Experience?
Bioquímica de-formación que tras un picotear por unos cuantos campos (genética clínica,inmunología, biología de sistemas) acabó decidiendo que lo suyo era darle al coco, literalmente. Y de Asturias (tras un pequeño de-tour) emigró a Munich a estudiar el sistema nervioso de esos bichinos peludos tan monos (por las dudas hablo de ratones, no hombres). En el tiempo libre que me queda escribo un blog sobre neurociencia y otras cosas, según el humor de la musa.