El mercurio de los osos

Por El Buho del Blog, el 29 diciembre, 2011. Categoría(s): Divulgación • Química

Como mucha gente que ha tenido contacto con el mercurio, siento una extraña fascinación por él desde que, durante el Bachillerato, un fraile que nos daba Química se vino a clase con un pequeño bote que pesaba como una botella de litro de agua. Su brillo, su tendencia a formar gotas tanto más esféricas cuanto más pequeñas, gotas extraordinariamente traviesas en cualquier superficie y con tendencia a juntarse en cuanto se encuentran en sus trayectorias, es algo que no deja insensible a casi nadie.

Luego, como profesor de Química Física en la Uni y durante muchos años, he tenido tiempo para hablar de los valores elevados de la densidad y la tensión superficial del mercurio (causantes de esos sorprendentes efectos), y he jurado en hebreo cuando mis estudiantes han roto decenas de termómetros del mismo y he tenido que recoger, con mimo de detective (y muchas veces a cuatro patas en el suelo), hasta la más mínima gota que se hubiera derramado (labor casi imposible hasta sus últimas consecuencias).

Ahora ya me quedan pocas cosas en el laboratorio que empleen mercurio pues, pese al cariño que yo le pueda profesar, ha caído en desuso. Las normativas medioambientales en USA y Europa lo prohíben en prácticamente todas sus antiguas aplicaciones, las minas españolas de Almadén se han cerrado para dar lugar a un parque temático y similares acciones se seguirán tomando en otros países en los próximos años. Todo ello como consecuencia de la peligrosidad del propio mercurio y sus derivados y, sobre todo, de su carácter acumulativo tanto en sedimentos como en los organismos vivos. Lo que no quita para que deba quedar claro que el mercurio ha estado siempre con nosotros, desde los remotos tiempos en los que las romanas usaban cinabrio (el mineral del que se extrae el mercurio) para maquillar sus mejillas con un tinte rosado. Nos ha ayudado a extraer oro, nos hemos curado con él vergonzosas enfermedades venéreas y el sombrerero loco de Alicia en el País de las Maravillas no es sino el reflejo de una enfermedad profesional causada por el uso de mercurio en la fabricación de sombreros de fieltro.

Las consecuencias de esas acciones tomadas por los estados están teniendo ya repercusión en el mercurio que pulula por el ambiente. Hace unos meses, la OSPAR, un mecanismo creado por quince países europeos (España incluida) para controlar la calidad de las aguas del Atlántico europeo (y asegurar así una captura sostenible en sus caladeros) junto con la Agencia Europea para el Medio Ambiente (EEA) publicaban un informe en el que se constataba el continuado descenso, en las dos últimas décadas, de una serie de sustancias químicas de carácter acumulativo. Tomando como base resultados experimentales sobre su concentración en esas aguas en el año 1990, y asignándoles un índice de referencia 100, el informe recoge su evolución hasta el pasado año 2008. El lindano o los PCBs han pasado de 100 a menos de 20. Y el mercurio se queda en torno a un valor de 30.

Hace pocos días, la revista Journal of Environmental Monitoring publicaba online [DOI: 10.1039/c1em10681c] un artículo que parece confirmar esos datos. Usando dientes de osos polares conservados en el Museo de Historia Natural de Oslo, y utilizando absorción atómica como técnica analítica, llegaban a la conclusión de que el nivel de mercurio acumulado en las piezas dentales de estos plantígrados (que parecen especialmente sensibles a la acumulación de mercurio) está decayendo de forma bastante clara desde los años setenta, pasando de unos 6 ng/g (6 ppb) al entorno de 2 ng/g, un descenso francamente relevante, aunque estemos hablando de cantidades muy pequeñas (del orden de un gramo en mil toneladas).

Todos esos datos confirman también un estudio más antiguo (junio 2002), en el que se determinaba el nivel de mercurio a lo largo de casi 300 años, tras analizar muestras de hielo a diferentes profundidades provenientes del glaciar Fremont en Wyoming y cuya gráfica se muestra arriba. Gráfica  interesante donde las haya, que ilustra sobre el hecho de que, ya en épocas pretéritas, se produjeron concentraciones de mercurio tan importantes como las actuales, a veces por efectos puntuales como la erupción del Krakatoa, a veces por influencia del hombre, como es el caso de la época de la fiebre del oro en buena parte del siglo XIX, en la que el mercurio era el componente fundamental para amalgamar y extraer el preciado elemento. El inicio de la era industrial (en rojo) marca el inicio de un crecimiento sostenido desde principios del siglo XX, con picos como la actividad acelerada de la segunda guerra mundial o, de nuevo, la erupción de un  volcán (el Santa Elena). Desde los ochenta la concentración parece ir decayendo y acercándose poco a poco a esa especie de concentración basal que se marca en el gráfico en color verde.

El problema que se plantea es si estos resultados, muy centrados en el hemisferio Norte y en el entorno occidental, tendrán sus homólogos en áreas similares próximas a gigantes como China. Porque no debemos olvidar que el 65% del mercurio puesto en la atmósfera proviene de las centrales térmicas, sobre todo las que emplean carbón.

La gráfica plantea también una reflexión interesante. La rebaja de los preocupantes niveles alcanzados es una consecuencia de actuaciones llevadas a cabo una vez que se fue consciente del incremento continuado provocado fundamentalmente por derivadas de la creciente actividad industrial.

Pero si se ha decidido actuar así es porque esos aumentos de concentración se han detectado gracias a las modernas técnicas analíticas que los químicos empezamos a utilizar con profusión a partir de los años sesenta del siglo pasado. Nuestros antepasados estuvieron soportando sin enterarse niveles en algunos casos similares o incluso superiores. Curiosamente, y en mi opinión, esa accesibilidad de muchos laboratorios a técnicas capaces de detectar cantidades muy pequeñas de todo tipo de sustancias químicas en entornos naturales o animales han provocado, sin quererlo, una parte importante de la quimifobia social actualmente existente. Y los límites de detección están constantemente evolucionando a la baja así que cada vez vamos a ver más cosas en nuestros análisis.

Es evidente, por tanto, la necesidad de una divulgación adecuada en torno a la potencia de esas herramientas instrumentales, para no dar lugar a situaciones delirantes que, en el caso del mercurio, ha llegado a límites de tener casi un plan de emergencia en casa, por si se rompe una de esas nuevas bombillas de bajo consumo que emplean unos pocos miligramos de mercurio en su interior (ver el cartelito adjunto). Por cierto, el anuncio es una extrapolación interesada de las razonables recomendaciones emanadas del Departamento en él mencionado.



Por El Buho del Blog, publicado el 29 diciembre, 2011
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