Elena hace sus deberes

Por Biotay, el 10 julio, 2012. Categoría(s): Divulgación

Elena hace sus deberes. Un lápiz en una mano, una goma de borrar en la otra. Es una página entera llena de operaciones; sumas y restas.

Va haciéndolas resoplando ayudándose de los dedos:  ¿9 menos 2? , ¿7 menos  3

No es malo que utilices los dedos para calcular, le dice su madre, pasado un tiempo el cerebro se habrá acostumbrado y te dirá el resultado, así es cómo lo hacemos los mayores.

¿Sí? Dice la niña, a ver mamá ¿cuántas son 7 más 7?.

¡Catorce! Responde la madre al instante. Ves, así te pasará a ti, tu cerebro te dirá el resultado.

¡No!, eso es trampa, la profesora nos lo ha dicho, ¡nadie nos puede decir el resultado! ¡nadie!

Pero si es tu cerebro, el que tienes en la cabeza.

Sé muy bien donde lo tengo, pero eso es trampa, ¡él no puede decirme el resultado!

Esto ocurrió en mi casa hace solo unos días, Elena tiene seis años, y con esta conversación demostró haber descubierto lo que al distinguido filósofo Peter Hacker le ha valido su fama, la falacia mereológica. Es algo en lo que, según Hacker y el neurocientífico Max Bennet, casi todos hemos caído alguna vez, en especial aquellos que disfrutamos de la divulgación científica.

La falacia mereológica se da cuando atribuimos cualidades propias del “todo” a las partes. Pensar que la obtención del resultado de “7 + 7” es objeto del cerebro y no del individuo nos acercaría “peligrosamente” a una nueva forma de dualismo, en la que habríamos substituido el yo, o el alma,por un cerebro (o encéfalo), que hace la función de homúnculo.

Daniel Dennett acuño el término del “teatro cartesiano” para burlarse de una forma de pensar tan intuitiva como poco acertada, la noción de que en algún lugar de nuestro cerebro hay un ente que interpreta la realidad. Muchos pensaréis que es algo que tenéis completamente superado, pero me atrevo a afirmar que no es así, me valdré de un ejemplo usado por el filósofo Alva Noë; muchas veces habréis leído eso de que nuestros ojos captan una imagen invertida de la realidad, imagen que nuestro cerebro se encarga después de volver a invertir.

Si os pregunto; ¿invertir respecto a qué? ¿O a quién? “Invertir la imagen respecto al mundo externo”, supongo, pero;¿Cuál es la referencia? ¿Hay un homúnculo en algún lugar del cerebro?, y, ¿está orientado en el espacio dicho homúnculo? Como comprenderéis, no tiene sentido pensar que el cerebro invierte alguna imagen.

Dejando a un lado el teatro cartesiano y volviendo a la falacia mereológica, decir que nuestro cerebro ve, oye, o piensa, estaría carente de sentido para estos autores, únicamente el individuo es capaz de hacerlo. No es muy difícil vislumbrar por donde van las críticas a las que se enfrenta esta idea, en el caso de que sea absurdo dotar al cerebro de, por ejemplo, intencionalidad, igualmente lo es hacerlo para el individuo, pues éste, en el caso de que careciese de su entorno, tampoco sería “nada”.

De este modo, si fuese incorrecto decir que nuestro cerebro oye o ve, igualmente lo sería el decir que el individuo oye o ve, pues es necesario algo que ver o que oír para realizar dichas acciones. Es tan necesario un entorno para el individuo como lo es el individuo para el cerebro.

El hecho de que una idea sea atacada con los mismos argumentos que defiende es algo paradójico, ¿verdad? Aunque bien es cierto que la falacia mereológica puede prevenirnos de caer en una versión moderna de la falacia del teatro cartesiano, además, nos hace pensar como si tuviésemos la inmensa creatividad de una niña de seis años, algo que siempre debería ser de agradecer.



Por Biotay, publicado el 10 julio, 2012
Categoría(s): Divulgación