El día en que Richard Feynman se encontró con Uri Geller

Por aberron, el 25 julio, 2012. Categoría(s): Escepticismo

* Versión española de José María Bello. Publicada en la revista El Escéptico (ver PDF)

«Cuando en 1975 me encontraba en Malibú probando la flotación de John Lilly en tanques con sales Epsom, pasó por allí todo tipo de gente relacionada con el mundo místico. Un individuo empezó a hablarme de Uri Geller, a quien se suponía capaz de doblar llaves mediante alguna clase de fuerza sobrenatural, de torcer un alambre dentro de un tubo, etcétera. Este hombre me dijo que Geller había convencido de sus poderes sobrenaturales a algunas personas en Inglaterra -por ejemplo, al catedrático de física David Bohm-. Pensaba que me podría gustar investigar este asunto, y me preguntó si estaría interesado en hacerlo. Por supuesto, respondí que sí. Dije: Se supone que las leyes físicas describen todos los fenómenos, y no veo cómo Geller puede hacer esas cosas aplicando las leyes que conozco. Por lo tanto, si eso es demostrable, significa que no sé todo lo que hay que saber acerca de las materias sobre las que me dedico a pensar; como sí que lo sé, me parece interesante.

Desde luego, ya he vivido lo mío, y mis palabras fueron un poco hipócritas, por así decirlo. Digamos que disimulé ligeramente. Ya saben, he conocido un montón de experiencias de ese tipo, y sé que una y otra vez esas cosas no funcionan. He leído mucho material sobre percepción extrasensorial, y estudié todo lo que se sabe al respecto, porque me resulta muy interesante, pero siempre acabó todo en un rimbombante oropel con nada en su interior. Así pues, siempre me espero que haya algún tipo de truco. Pero esas cosas siguen interesándome mucho; quiero decir que me gusta ver cómo lo hacen, por lo que tiene de divertido. Por eso dije: .Sí, me gustaría muchísimo verme con Uri Geller. El tipo se extendió acerca de cómo los profesores escépticos habían estudiado las llaves dobladas por Geller mediante un microscopio electrónico, a fin de comprender las fuerzas que podían haberlas retorcido, y cómo podían haber sido fundidas o no fundidas, y necedades de ese estilo. Yo sabía ya que los magos son muy listos, y que es fácil que nos embauquen, por lo que le dije: Oiga, quiero entrevistarme con Uri Geller, pero le diré algo que me diferencia de los otros: soy lo suficientemente espabilado como para saber que puedo ser un pardillo. […]

Unas semanas más tarde suena el teléfono, y es Uri Geller: está en Hollywood, y puedo ir a verlo a su hotel. Le pregunté si podía ir acompañado por mi amigo Al Hibbs, que estaba interesado en hacer unos programas de televisión (y que es mucho más rápido que yo en descubrir trucos) y mi hijo Carl. Geller asintió. Le gustó en particular que fuese con mi hijo, porque por lo visto es especialmente bueno delante de los niños. Carl dijo: «¡Estupendo! Voy a inventar algunas pruebas para que las haga». Y preparó unas cuantas. Escogió unos finos trozos de plomo procedentes de una máquina sumadora que estaba desmontando, mucho más fáciles de doblar que una llave. También metió en un sobre un trozo de papel en blanco junto a una hoja de papel carbón; todo lo que Geller tenía que hacer era obtener una marca en el papel. Y añadió un tubo de vidrio con tapones en sus extremos, en el que previamente había introducido un trozo de alambre delgado que se suponía debía ser doblado por Geller. Carl inventó estas pruebas, que deberían ser más fáciles que doblar una llave si el resultado fuese debido a efectos mentales, como decía Geller.

Fuimos a la habitación de Geller, y nos encontramos con un hombre muy nervioso, que caminaba sin cesar arriba y abajo mientras contestaba al teléfono que sonaba continuamente. Carl le dio una caja con sus sencillas pruebas, pero Geller la puso a un lado sin mirarla siquiera. Entre telefonazo y telefonazo, nos explicó que sus poderes unas veces funcionaban y otras no, y que él no sabía de dónde venían. Nos relató varias teorías que la gente había sugerido: debido a tal y cual, debe ser esto y lo de más allá; por tumba y dale, debe ser algo extraterrestre. Yo estaba allí, sentado, dejando pasar ese batiburrillo.

Geller nos entregó entonces un pequeño bloc de papel y un lápiz, y nos pidió que trazáramos un dibujo: se suponía que iba a adivinar lo que dibujásemos. Fue fácil ver cómo pretendió hacerlo, pues el extremo del lápiz se mueve al dibujar, y además actuó como suelen hacer los adivinos, sugiriendo que podía tratarse de esto y aquello mientras escudriñaba nuestras caras en busca de una señal de excitación que le indicase que iba por el buen camino. Desde luego, ponía sus manos sobre la cabeza, pero ¿qué podemos saber? Dijo cosas tales como «Hay círculos…» (había visto el movimiento del lápiz). Pero con nosotros no funcionó, porque todo el tiempo pusimos cara de póquer.

La lectura mental de Geller se saldó con un completo fracaso. Entonces cogió una llave, pero dijo que no le venían los poderes. Lo mirábamos como aves de presa. No debimos hacer eso: debimos haberle dejado que fuese adelante con su truco de lectura mental, que se relajase, y dejarle hacer sus tonterías. Atendió el teléfono unas cuantas veces, diciendo entre ellas que no tenía poderes en ese momento. De repente dijo: «¡Hey! A veces funciona mejor bajo el agua. Intentémoslo bajo el agua». No entendí lo que quería decir, pero se metió en el cuarto de baño llevando la llave, y abrió el grifo. Lo seguimos de inmediato, Al a su izquierda, Carl a su derecha, y yo detrás de Geller, los cuatro apechugados en el diminuto cuarto de baño, y nosotros tres vigilándolo estrechamente para ver si tenía una herramienta en la manga o algo así. No ocurrió nada. Me quedé un tanto desilusionado: no había sido capaz de hacer ni un solo truco, no era el mago superstar que me esperaba.

Más tarde me llamó Al para comentarme su hipótesis acerca de la llave doblada bajo el agua. Habíamos estado buscando una herramienta, y no vimos ninguna; pero si Geller hubiera podido distraernos durante un momento, habría podido hacer deslizar la llave hasta la cañería y doblarla con facilidad, y el chorro del agua habría impedido verlo. No sé si es esto lo que intentaba hacer: no le dimos una segunda oportunidad».

* Si queréis leer el artículo completo de Feynman podéis acceder aquí. A visit to Uri Geller, by Richard Feynman. El artículo se publicó en 1999 en la revista El Escéptico (página 32). Acceder al PDF



Por aberron, publicado el 25 julio, 2012
Categoría(s): Escepticismo