Mozart y el oído absoluto

Por jralonso, el 19 diciembre, 2012. Categoría(s): Divulgación • Historia

Cuando el Coro de la Universidad de Salamanca va a cantar, el director, Bernardo García-Bernalt hace sonar un pequeño diapasón. En una orquesta a menudo se le pide a uno de los músicos que dé una nota, al pianista que toque una tecla. Esa nota, la del diapasón o la del piano, actúa de referencia para todos antes de iniciar concierto, algo que no haría falta si todos los intérpretes tuvieran oído absoluto.

El oído absoluto es la habilidad que tienen algunas personas de identificar una nota musical o de cantar exactamente una nota solicitada sin la ayuda de una referencia externa, un sonido determinado producido por un instrumento. Se calculaba que solo una de cada 10.000 personas tenía esta capacidad pero estudios en niños de Asia oriental han hecho cambiar esta proporción. Muchas lenguas y dialectos de la región (vietnamita, cantonés, mandarín) son tonales y el significado de una palabra depende del tono con el que se pronuncia. Sería como si decir “pan” en tono de fa o en tono de sol, significase cosas distintas.

Puesto que casi una tercera parte de la población mundial habla estos idiomas y todos los niños pueden reconocer palabras en su lengua nativa, parece que el oído absoluto sería una propiedad prácticamente universal que cualquier niño puede tener y que la inmensa mayoría perdemos a lo largo de la primera infancia.

Los adultos poseedores de oído absoluto pueden retener información exacta sobre una nota dentro de ese continuum unidimensional que son las frecuencias sonoras que entran dentro del rango del oído humano y son capaces de:

  • Identificar y etiquetar dentro de la escala musical occidental (el famoso do-re-mi-fa-sol-la-si-do o el A-B-C-…G) las notas tocadas en distintos instrumentos.
  • Nombrar la tonalidad de una determinada pieza musical.
  • Cantar o entonar una determinada nota sin una referencia externa.
  • Nombrar las notas de sonidos domésticos tales como el claxon de un coche o un timbre.
  • Reproducir a la perfección una canción jamás tocada previamente sin necesidad de leerla en una partitura.
  • Identificar y nombrar varias notas que se tocan simultáneamente.

Esta habilidad no es únicamente musical ni es tampoco exclusiva de los seres humanos. El oído absoluto se ha encontrado también en animales como murciélagos, lobos, jerbos y algunas aves, a los que esta capacidad ayuda a la hora de encontrar pareja o comida, dos temas siempre interesantes. También parece evidente que se trata de un tema cerebral y no exclusivamente auditivo. El procesamiento neural de las frecuencias sonoras y posteriormente la interpretación melódica se lleva a cabo principalmente en la mitad derecha del cerebro, mientras que la izquierda es la relacionada con el lenguaje, la que pondría nombre a cada nota.

El oído absoluto tiene ventajas y desventajas en el ámbito musical. Las ventajas son que su poseedor puede afinar un instrumento sin ayudas, juzgar correctamente si una obra se está tocando en la clave correcta e identificar si instrumentos específicos de una orquesta están tocando de una forma bien integrada con el resto o fuera de tono. La principal desventaja es que las personas con oído absoluto tienen más dificultades para disfrutar la música, pues para ellos los errores son mucho más patentes y destacan sobremanera en un concierto.

Hay quien piensa que el oído absoluto se debe a haber recibido unos buenos genes, la versión moderna de los regalos de las hadas en el nacimiento de la Bella Durmiente, o a haber iniciado muy pronto la formación musical. Aunque hay familias con varios miembros con oído absoluto, lo que sugeriría una conexión genética, muchos músicos que provienen de familias de músicos y que son introducidos a la música muy tempranamente no lo desarrollan y, por otro lado, se sabe poco de qué más tiene de especial el cerebro de una persona con oído absoluto. Algunos psicólogos del desarrollo consideran que es justo al revés y que todos tendríamos oído absoluto en la niñez temprana y lo perderíamos al no necesitar un procesamiento exacto de tonos y al cambiar nuestro estilo de procesamiento cognitivo, realizando una computación global y relacional de la información sonora. Las investigaciones en niños asiáticos irían en esta dirección.

Existen investigaciones que sugieren que el oído absoluto podría ir unido a ciertos déficits ya que esta habilidad que podríamos denominar “sobrenatural” o superior a lo normal la tienen más las personas que tienen trastornos del desarrollo y déficits sensoriales. Hay artículos científicos que indican que el oído absoluto es más común en personas con ceguera de nacimiento, con síndrome de Williams o con un trastorno del espectro autista (TEA). Hay incluso un trabajo que muestra el caso de una persona con autismo y buen nivel intelectual que no tenía formación musical y sin embargo, mostraba resultados mejores en la identificación de notas que personas sin autismo y con formación musical temprana que también tenían oído absoluto. Estos resultados sugieren que la génesis del oído absoluto puede ser diferente en las personas con TEA y en las normotípicos y que el procesado cerebral de los sonidos puede codificarse de forma aún más específica en las personas con oído absoluto afectadas de autismo.

Pero hablemos de uno de los más grandes compositores de la historia. A partir de 1762, la familia Mozart se embarcó en una verdadera gira por Europa que cristalizó en el reconocimiento del pequeño Wolfgang Amadeus como un prodigio musical. Una carta sin firma al periódico Augsburgischer Intelligenz-Zettel, de la ciudad de Augsburgo en Baviera describía las extraordinarias habilidades del muchacho de siete años. La carta incluía lo siguiente:

Aún más, vi y oí cómo cuando le hacían escuchar desde otra habitación y le iban dando notas, unas altas y otras bajas, no solo en el pianoforte sino también con cualquier otro instrumento imaginable, él identificaba el nombre de la nota en un instante. De hecho, oyendo el tañido de una campana, o a un reloj, incluso de bolsillo, dar las horas, era capaz de identificar en ese mismo momento a qué nota correspondía.

Es una descripción ajustada de lo que ahora llamamos oído absoluto. Algo que por lo que sabemos no solo tenía Mozart sino también otros compositores como Frederic Chopin o Ludwig van Beethoven e intérpretes como Yo-Yo Ma, Nat King Cole o el mismísimo Stevie Wonder.

En 1773 los Mozart estaban en Viena. Wolfgang Amadeus y su padre Leopoldo se reunían frecuentemente con varios médicos que combinaban importantes avances en el conocimiento médico con una intensa afición por la música. El más conocido fue Mesmer, famoso por sus ideas sobre el magnetismo animal del que derivarían toda una serie de ideas esotéricas sobre la sanación con imanes y el espiritismo pero el más reputado era un profesor de la vieja Facultad de Medicina vienesa, el Dr. Josef Leopold Auenbrugger (1722-1809).

Hijo del propietario de una posada que quiso dar a su hijo la mejor formación, Auenbrugger se había formado en la Universidad de Viena, trabajó diez años al licenciarse en el Hospital Militar Español de misma ciudad y finalmente había conseguido ascender hasta la cátedra en la misma universidad donde estudió. En 1761 publicó un pequeño librito titulado Inventum novum en el que describía una nueva técnica, barata, sencilla y eficaz que sigue en amplio uso 250 años más tarde: la percusión del tórax para el diagnóstico de enfermedades de las distintas vísceras. La idea inicial parece que venía de percutir los toneles de vino de la bodega de su padre para saber qué cantidad quedaba en cada uno de ellos, pero parece que este ferviente melómano tenía un oído educado que le permitía diferenciar con exactitud los cambios tonales asociados con los procesos patológicos aplicando la oreja al tórax de sus pacientes y dando suaves golpecitos con un dedo.

Auenbrugger describió como el sonido normal de un tórax se alteraba y se convertía en un sonus altior (un sonido agudo o timpánico), un sonus obscurior (un sonido indistinto) o el llamado sonus carnis percussae (sonido apagado, sordo) en función del estado de sus pacientes. Se dice que era capaz de dibujar aproximadamente la silueta del corazón con su método y lo usó para diagnosticar por primera vez  el estado del corazón o los pulmones en enfermedades como la pericarditis o la tuberculosis. Perfeccionó su técnica realizando experimentos en cadáveres, inyectando líquido en la cavidad pleural y demostrando que podía establecer mediante la percusión el nivel de ocupación del líquido en dicha cavidad.

Para terminar de cerrar esta relación entre buen oído, buena medicina y buena música, el médico Auenbrugger fue padre de dos muchachas que Mozart describió como maravillosas pianistas, Marianna y Katerina Franziska, que fueron alumnas de Joseph Haydn y Antonio Salieri. Haydn dedicó su ciclo de seis sonatas opus 30 a las dos hermanas y cuando Marianna murió, a los 23 años, Salieri pagó de su bolsillo la publicación de la sonata para teclado en mi bemol que ella había compuesto. El propio Mozart murió a los 35 años señalando también la necesidad de nuevas herramientas diagnósticas para la lucha contra las enfermedades como la que puso en marcha el bueno de Auenbrugger.

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Este artículo participa en la II Edición de los Premios Tesla de divulgación científica y nos lo envía Jose Ramón Alonso, Licenciado y Doctor en Biología por la Universidad de Salamanca. Catedrático de Biología Celular y director del Laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León. Jose Ramón ha sido ganador por partida doble en los Premios Prismas de 2012.

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