A Baco le encantaban el teatro y el vino, era una persona muy particular, pues entre otras cosas había nacido dos veces. Realmente no era lo que la mayoría entiende por una persona, hijo del mismísimo Zeus, era un dios. En aquella época los dioses tenían por costumbre interaccionar con los mortales mucho más de lo que lo hacen ahora. Cuando Baco era aún joven tuvo la intención de navegar desde Icara hasta Naxos. Para ello se disfrazó de mortal y contrató los servicios de unos piratas tirrenos.
Los piratas al verlo creyeron que se trataba de un príncipe, y decidieron engañarlo y llevarlo secuestrado hacia Oriente, donde lo venderían como esclavo. Una vez en el mar, trataron de atarlo con fuertes cadenas, pero estas caían al suelo alrededor de Baco, no podían sujetarlo. Entonces el barco se llenó de vino, el mástil se cubrió de vides y parras, los remos se convirtieron en serpientes, y comenzaron a sonar flautas invisibles por todos los rincones del barco. Baco se convirtió entonces en león e hizo aparecer a un oso enorme a su lado, los piratas, en estado de pánico, se arrojaron al mar, y mientras lo hacían constataban asombrados como se iban convirtiendo en delfines.
Desde entonces, cada vez que hay un naufragio, los piratas convertidos en delfines, y por mandato del dios Baco, son los encargados de salvar a los marineros que caen al agua.
Hace miles de años que los delfines acompañan a los marineros en sus travesías, y durante todo ese tiempo se han ido acumulando en diferentes pueblos los relatos sobre delfines que salvan a personas de fallecer ahogadas. Los mediterráneos somos adoradores de delfines, tal como los hindúes lo son de las vacas, es un sentimiento profundamente arraigado en nuestra cultura. Si me permitís la opinión de un mediterráneo más, los delfines lo merecen.
Que un delfín salve a una persona requiere de una moral extendida, de un error del pavo inglés que lleve al cetáceo a preocuparse por la salud de un individuo que nada tiene que ver con su círculo social.
Pese a la cantidad de narraciones en las que la empatía de los delfines salva a algún humano, es ahora, y gracias a la tecnología, cuando podemos presenciar acontecimientos de este tipo.
Está bien documentado el hecho de que la presencia humana altera el comportamiento de cetáceos, es el motivo por el que son pocos los lugares del mundo donde se puede estudiar su comportamiento social en libertad, son aquellos lugares donde, por cultura, se han acostumbrado a la presencia de esos monos raros que somos los humanos.
El vídeo que quiero que veáis no es el de uno de estos casos, es incluso más sorprendente, pues es el delfín el necesitado de socorro. Un grupo de buceadores en la isla de Kona (Hawái) se encuentra haciendo una inmersión rutinaria para avistar mantas, cuando un delfín dañado por un anzuelo y su hilo, pide ayuda a uno de los buzos para que lo libere. Tiene el anzuelo clavado en la aleta pectoral, y el hilo enrollado impidiéndole nadar bien, una difícil situación que fácilmente podría llevarlo a morir debilitándolo poco a poco. El enorme animal salvaje se gira y espera la ayuda del humano pacientemente, se expone vulnerable a un desconocido de otra especie, con la clara esperanza de que lo libere; es sencillamente increíble. Baco estaría orgulloso de haber convertido a los terribles piratas en delfines.
Este es el vídeo:
[youtube]http://youtu.be/CCXx2bNk6UA[/youtube]
Noticia vista en KiTV gracias a un tweet de @Uhandrea
Biólogo-Ninja Ph.D. Sociópata, felizmente obsesionado con el comportamiento/cognición animal. Autor de El error del pavo inglés y del blog Biotay.