El hombre que quiso hablar delfino

Por jralonso, el 18 febrero, 2013. Categoría(s): Sin categoría

El peso medio del cerebro humano es de 1,3 kg y el del delfín mular  (Tursiops truncatus) es de 1,7 kg. El cerebro más grande es el de los cachalotes (7,8 kg), lo que es lógico porque el tamaño cerebral va ligado, entre otros factores,  al tamaño corporal (por eso el cerebro medio de los hombres es mayor que el de las mujeres). Un indicador másdidáctico es el índice de encefalización que compara el tamaño real del cerebro con el esperable para un animal de esa masa corporal. El índice es de 7 para los humanos (similar para hombres y mujeres) pero está entre 4 y 5 para distintas especies de delfín, lo que indica que junto a nosotros y los grandes simios están entre  los seres con un mayor desarrollo del sistema nervioso central de todo el reino Animalia.

Los delfines producen varios tipos de sonidos incluyendo chasquidos, pulsos repetidos de sonidos fuertes –las “carcajadas” de Flipper-  y en algunas especies, silbidos. Los chasquidos los usan para ecolocalizar, construyendo con los sonidos reflejados una imagen sónica o representación mental del espacio, objetos y otros animales que les rodean. Los pulsos repetidos de sonidos indican el estado emocional del delfín incluyendo “sentimientos como el placer o la ira” y los silbidos van asociados a algunas circunstancias concretas como a momentos de estrés y según algunos autores también servirían para establecer una comunicación entre varios individuos. Se pensaba que los delfines eran expertos auditivos con mala visión pero se ha visto que salvo los bufeos, los delfines de río, que son casi ciegos, son animales multimodales que integran informaciones sensoriales de la vista, el oído y probablemente el tacto.

John C. Lilly fue un neurocientífico y escritor que exploró algunas de las fronteras de la ciencia, en ocasiones desde dentro del sistema y en otras como un outsider con un gusto por la provocación y el espectáculo. Lilly había estudiado Medicina y completó su formación con estudios sobre cosas serias como la biofísica y teorías actualmente desprestigiadas como el psicoanálisis.

Durante la II Guerra Mundial  investigó la fisiología del vuelto a gran altitud, la descomprensión explosiva e inventó instrumentos para monitorizar las presiones de los gases en la cabina del piloto y evitar los desvanecimientos. Lilly tenía un principio expresado en la frase “mi cuerpo es mi laboratorio” por lo que probaba en sí mismo cualquier método o experimento antes de proseguir en su investigación.

Tras el conflicto bélico trabajó en la Universidad de Pennsylvania explorando el psicoanálisis, estudiando las estructuras físicas del cerebro y buscando donde se escondía el llamado “yo consciente”. Continuó esos estudios en los Institutos Nacionales de Salud tras inventar el “bavatrón” un registrador de impulsos que era no invasivo y proporcionaba información útil. Además, fue ampliando, de una forma llamativa, sus intereses y su proyección pública. Parte de su trabajo lo plasmó en revistas científicas bien evaluadas y otra parte, fundamentalmente experimentos consigo mismo, incluyendo la ingestión abundante de drogas alucinógenas, la publicó en formas de libros dirigidos a los lectores interesados en la espiritualidad  y el conocimiento de uno mismo. 

Lilly vendió millones de libros de los diecinueve títulos que escribió y fue también el inventor del tanque de aislamiento, una bañera insonorizada, con una suave iluminación, con agua a 37 ºC y una alta concentración de sales que diseñó en 1954 para estudiar la deprivación sensorial. Pasaba largas horas flotando en una de ellas y decía que la mente se activaba allí de formas sorprendentes, mostrándole imágenes plenas de colores, memorias, sueños despierto y un nivel atípico de consciencia, incluyendo sentir que estaba en contacto con “otros seres inteligentes”. Lilly invitó a probarlo a Richard Feynman, una experiencia que el premio Nobel de Física recuerda en ¿Está usted de broma, Mr. Feynman?, donde al ver que no pasa nada decide “ayudarse” con una dosis de ketamina, consiguiendo posteriormente alucinar sin tomar drogas. El difunto Michael Jackson fue también un gran devoto de los tanques de aislamiento para relajarse y luchar contra la ansiedad.

El motivo de este post es que Lilly fue un estudioso del comportamiento y el cerebro de los delfines, un órgano un 40% más grande que el cerebro humano. Dos de sus libros más famosos, “Man and dolphin” y “The mind of the dolphin”  tienen a los delfines como protagonistas.  Su particular Rohatsu, el día de la iluminación para los budistas, sucedió en uno de sus tanques de aislamiento.

Según él “durante una sesión en una cámara de aislamiento, construida sobre una piscina donde nadaban los delfines, participé en una conversación entre ellos. Me mareaba toda la información que había, lo rápido que se comunicaban.

Lilly fundó el Instituto de Investigación sobre la Comunicación en las Islas Vírgenes destinado a estudiar la posibilidad de conseguir comunicarnos con un delfín. No hay ninguna duda de que los delfines son de los animales más inteligentes del planeta y son considerados como juguetones y amistosos, debido entre otras cosas a la línea curvada de su boca, que hace que parezcan estar siempre sonriendo. En la década de 1960 Lilly y su equipo publicaron varios artículos mostrando que los delfines con sus chasquidos, chirridos y sonidos estridentes imitaban algunos aspectos del lenguaje humano.

La teoría de la época era que los niños aprendían a hablar por el contacto constante y próximo con sus padres, sobre todo con sus madres y que si un animal inteligente, como un primate, pasaba tiempo suficiente en unas condiciones similares a las de un niño, es posible que pudiera aprender a expresarse como un ser humano. Lilly planteó una idea parecida con los delfines, para lo que propuso un proyecto a una joven colaboradora, Margaret Howe. Howe tenía experiencia con los delfines, durante ocho meses había trabajado observando a tres de ellos, un macho, Peter y dos hembras, Pam y Sissy y llevó un detallado diario donde recogió sus movimientos, sus peleas, los avances sexuales del macho y, sobre todo, los sonidos emitidos por el delfín en las diferentes circunstancias: persecución, agresión, enfado, cortejo, separación…

Lilly le propuso a Howe una nueva fase en la que ella y un delfín compartiesen las 24 horas del día tiempo durante el cual ella le intentaría enseñar los rudimentos del idioma. Lilly hizo un análisis preliminar de las necesidades de supervivencia del humano (contacto con otras personas, poderse poner ropa seca cada poco tiempo, períodos donde la cuidadora pudiera estar sola, etc.) y convenció a Margaret para convivir con Peter durante dos meses y medio, aunque no sé porqué la elección recayó en el macho.

Lilly financió lo que se llamó un cohábitat, que básicamente era una pequeña casa en la costa, inundada en torno a medio metro de agua marina para que en aquel espacio pudiera vivir un humano y un delfín, compartiendo la vivienda, las comidas, clases de lengua e incluso las horas de sueño. La altura del agua permitía a Peter nadar y a Margaret ir de una habitación a otra. Margaret dormía en una cama embebida en agua marina y trabajaba en una mesa flotante. También pasó horas jugando con Peter a la pelota, tratando de que sus sonidos se asemejaran más a los de los humanos e intentando enseñarle palabras de inglés.

Según fueron pasando las semanas quedó claro que Peter no quería una madre ni una profesora, quería una novia. El delfín empezó a hacer la corte a Margaret mordisqueando sus pantorrillas y sus pies. Como su estrategia de seducción no tuvo respuesta, el delfín cambió de táctica e inició unos avances mucho más agresivos. Utilizando su nariz y sus aletas, de forma comparable a como haría con un delfín hembra, golpeaba las espinillas de Margaret que rápidamente se llenó de moratones. Durante un tiempo, Margaret se puso botas de goma y usó una escoba para defenderse de su ardiente galán. Finalmente, los responsables del experimento decidieron organizar unas excursiones sexuales para Peter, llevándole de vuelta al delfinario donde pudo tener relaciones con algunas hembras. Ello no obstante, el grupo de trabajo pensó que si pasaba demasiado tiempo con animales de su especie, perdería el aprendizaje conseguido para acercarse a la sociedad de los humanos y le devolvieron a la casa inundada. De nuevo, Peter empezó a intentar seducir a Margaret pero cambió de nuevo su estrategia. En vez de mordisquear o golpear a la diana de sus ardores, empezó a frotar sus dientes con suavidad arriba y debajo de sus piernas y a nadar boca arriba para enseñarle sus genitales erectos. No está claro si debemos felicitar al delfín o a su cuidadora pero esta última estrategia funcionó y Margaret utilizó su mano para satisfacer la lujuria del delfín. Como resultado secundario, el satisfecho cetáceo se mostró mucho más proactivo en las clases de lenguaje humano.

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Si al principio Peter interrumpía las sesiones de inglés de forma continua y había que darle un refuerzo, un pescado, para que “atendiera las clases”, al cabo de varias semanas, se vio que Peter asimilaba mucho mejor y repetía unos sonidos mucho más parecidos a los de los humanos. Se pudo comprobar que el mamífero acuático emitía unos sonidos diferentes en relación con objetos presentes en el acuario como una pelota o un muñeco. Si a Peter se le repetía el sonido asociado a uno de esos objetos, recogía ese juguete concreto sin errores. El siguiente paso conseguido fue que Peter demostrara que era capaz procesar sintácticamente las palabras; es decir, distinguía cuando la orden era “Lleva la pelota al muñeco” de cuando era “Lleva el muñeco a la pelota”. Eso hizo pensar que el lenguaje de los delfines no debería ser tan solo un vocabulario de sonidos y mensajes asociados sino que también debería incluir una sintaxis. Finalmente se vio que el delfín imitaba en cierta manera las frases de su maestra, como hacemos todos cuando queremos aprender un idioma. Es decir si Margaret Howe le decía una frase formada por 35 sílabas que duraba ocho segundos, el delfín respondía con una serie de 35 ruidos que duraba exactamente ocho segundos.

Lilly creyó que el experimento apuntaba a que sería posible establecer una comunicación humano-delfín si la interacción se mantenía un tiempo suficiente pero los aspectos económicos entraron en juego porque mantener todo ese tiempo era demasiado costoso y Lilly habiendo abandonado la “Ciencia” oficial, había abandonado también la financiación oficial. El siguiente paso fue aun más controvertido: intentó conseguir que los delfines mejorasen en su comunicación administrándoles LSD, una sustancia de la que él era un usuario aventajado. Lilly comentó que el equipo de humanos y los delfines tuvieron unos “viajes excelentes” pero la comunidad científica -sosos y aburridos como somos- no estuvo de acuerdo con algo así y la imagen del grupo de Lilly se fue volviendo deplorable y pronto perdió el apoyo económico que había tenido hasta entonces. Lilly terminó cerrando el centro de investigación porque decía que “no quería ser el responsable de un campo de concentración para mis amigos, los delfines”.

Independientemente de los aspectos económicos, el tema de aprender a hablar o entender “delfino” nunca prosperó. Lilly confiaba que la comunicación delfín-hombre sería algo rápido y comentaba “quiero saber si tienen sagas, historias para enseñar, relatos…”. Los resultados no fueron llamativos y esa comunicación nunca superó la comprensión por el delfín de una docena de palabras de inglés. En sentido inverso, se “etiquetaron” algunos sonidos de los delfines, como un pitido ascendente-descendente, parecido a un pájaro que pía, que se supone que significa “Ayuda”. En otros casos parece que cada animal emite un mensaje personal, intransferible, una especie de firma que diría algo parecido a “Soy Flipper”. También se ha visto que distintas poblaciones de cetáceos tienen distintos dialectos regionales así como que se producirían cambios en los mensajes que implicarían un intercambio de información, una comprensión de esos mensajes y una nueva elaboración. Se sigue trabajando en intentar descifrar el “delfino”, el posible “lenguaje” de los delfines.

Lilly era todo un personaje. Trató con premios Nobel, como Feynman, filósofos como Aldous Huxley o Buckminster Fuller, pioneros de la psicoterapia como R.D. Laing, gurús como  Baba Ram Dass y una gran cantidad de escritores, inventores o estrellas de Hollywood. Sus libros y las películas que de ellos se hicieron nos hicieron ver a los delfines como nunca se habían visto antes, ampliando el conocimiento y la simpatía de la que siempre han gozado estos animales. Lilly confiaba en la llegada de una época donde terminaría la captura y muerte de ballenas y delfines pero “no porque se aprobara una ley –aunque él fue crucial en la aprobación de la Ley de Protección de los Mamíferos marinos en Estados Unidos– sino porque cada humano entendería de una forma innata que se trata de antiguos residentes de la Tierra, plenos de sentimientos, con una inteligencia tremenda y una enorme fuerza vital. No alguien a quien matar sino alguien de quien aprender”. En eso tenía toda la razón.

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Por jralonso, publicado el 18 febrero, 2013
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