Enséñame tu microbioma y te diré quién eres

Por Rosa García-Verdugo, el 22 noviembre, 2013. Categoría(s): Biología • Divulgación

Cuando estudiaba en la facultad reconozco que la clase de microbiología no revestía más interés que el de entretenernos con la sintomatología de alguna que otra infección bacteriana, que por supuesto solía incluir diarrea de más colores que el arcoiris y alguna que otra diapositiva de las cosas que bichitos como el de la sífilis pueden hacernos. Sin embargo, desde que he empezado a oir hablar del microbioma y de la influencia que se está demostrando que este tiene sobre nosotros desde el sistema inmune al nervioso, nuestros microbios se han ganado mi corazón. El resto ya lo tienen -casi- ocupado.

Ejemplo de cultivo bacteriano. No son huellas dactilares pero ambos son especies que pueden aparecer en la piel.
Ejemplo de cultivo bacteriano. No son huellas dactilares pero ambos son especies que pueden aparecer en la piel.

Una de esas cosas divertidas/sorprendentes que hacíamos allá por la facultad era poner nuestra huella dactilar en una placa de agar sangre (medio de cultivo) y esperar unos días a ver qué vivía en nuestras manitas. Ya entonces pudimos ver con nuestros propios ojos que:

a) independientemente de ser más o menos limpios, en todos los casos crecían bacterias.

b) la variedad de colonias bacterianas era diferente para cada uno, aunque algunos tuvieran una diversidad similar entre ellos.

Imagen SciAm
Imagen SciAm

Esta pequeña anécdota sirve para ilustrar algunas de las características de nuestro microbioma, que comprende no sólo bacterias sino también hongos y algunos viruses, y que en números superan en diez veces el número de células de nuestro cuerpo. Entre las curiosidades asociadas al microbioma cabe mencionar que como fetos estábamos limpios de bacterias pero que ya al abandonar el cuerpo de nuestra madre somos sembrados por microorganismos que se asientan en mucosas como la boca, la piel, la vagina y sobre todo el aparato digestivo. Aquí son tan importantes que sin ellas no seríamos capaces de hacer la digestión (1), tanto es así que se les relaciona con problemas como la obesidad (2) o incluso el desarrollo de tumores tanto en el tubo digestivo como en el colon (3), aunque lo cierto es que no se sabe muy bien cuál es la relación causal entre uno y otro, es decir, quién fue antes ¿el microbioma alterado o la patología?

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Nuestro microbioma es como una huella digital, único. Lo que se vio hace ya tiempo tomando muestras de teclados de ordenador (4). En el caso de nuestro aparato digestivo depende de nuestra alimentación -aunque se ha visto que a pesar de que un cambio en la dieta puede producir cambios rápidos en la composición de la microbiota del ap.digestivo, en general su composición a largo plazo es bastante estable (5)-, nuestra edad y el microbioma que heredamos de nuestra madre pero además recientemente se ha encontrado una correlación entre nuestro propio genoma y el de nuestros colonos -porque si atendemos a números, creo que nos ganan por la mano- así que personas con mayor similaritud genética, como los emparentados, también tienden a tener microbiomas similares. Curiosamente cuando los investigadores estudiaron las funciones principales de los genes para los que había una correlación en el microbioma vieron que había una amplia presencia de genes del sistema inmune (6), lo que tiene bastante sentido atendiendo a resultados de otros grupos que muestran que alteraciones en la flora intestinal pueden producir desde alergias (7) a enfermedades de espectro autoinmune como la artritis reumatoide (8).

Es común utilizar expresiones como visceral para explicar el comportamiento humano, o en inglés usar expresiones como gutfeeling, para expresar una sensación física que de alguna manera se traduce en un comportamiento, normalmente la toma de una decisión. Sin embargo, creo que pocos se plantearían que quizá no sean sus tripas sino sus microbios quienes le están “hablando” en ese momento. Además de secretar enzimas, muchas de las cuales intervienen en la digestión,algunas de las bacterias que pueblan nuestro intestino también producen neurotransmisores, (las sustancias químicas que permiten la transmisión de la información entre neuronas). De ahí a que esos bichitos decidan si voy a vivir en Barcelona o en Pekín hay un trecho podrían decirme, pero resulta que, por ejemplo, dando de comer Lactobacillus -sí, la bacteria de los yogures- a ratones hizo que disminuyeran no sólo sus niveles de ansiedad y depresión en test de comportamiento sino que también disminuyó los niveles de corticoesterona, la hormona del estrés (9). Y también se ha visto que ratones limpios, es decir, sin ningún tipo de flora intestinal tienen mayores niveles de ansiedad (escribí sobre este trabajo en detalle aquí).

A estas alturas creo que estaremos de acuerdo en que nuestro microbioma no es un extra en la película de nuestra existencia. Y también creo que estaréis conmigo en que es un compañero de viaje con dos caras: por un lado hace nuestra alimentación altamente eficiente, por otro lado ejerce de barrera defensiva frente a patógenos e incluso parece que podría influir en nuestro estado de ánimo; por el otro, puede volverse en nuestra contra y convertirse en nuestro peor enemigo. Del cómo y de nuestro papel en su transición al lado oscuro hablaremos en otro artículo, que por ahora ya tenéis bastante para digerir. ;)



Por Rosa García-Verdugo, publicado el 22 noviembre, 2013
Categoría(s): Biología • Divulgación