Impostores y posmodernos: el caso Sokal

Por Arturo Quirantes, el 10 enero, 2014. Categoría(s): Divulgación • Escepticismo • Personajes

En décadas recientes se ha desarrollado una nueva visión de la Ciencia que la aleja del pedestal en que se encontraba desde tiempos de la Ilustración. Esa herramienta maravillosa que la mente humana creó para comprender el Cosmos se ha convertido en algo desconocido y extraño. Ahora resulta que todo tiene tan sólo un valor relativo; que la «verdad objetiva» no existe; que la Ciencia es tan sólo una narrativa más; que la tarea de la gente de bata blanca consiste ahora en inventar mitos culturales en lugar de hacer descubrimientos; y que todas las culturas tienen su parte de certeza, y son por tanto igualmente válidas y respetables. La Verdad se convierte en una convención escogida por consenso.

Animados y arropados por un nuevo paradigma, un conjunto de filósofos y humanistas utilizan la Ciencia como una herramienta extraña. No se trata tan sólo de modificarla o modelarla, sino de usar sus principios en otras ramas de nuestra sociedad. Las paradojas de la Mecánica Cuántica se utilizan en sociología, y la teoría de la Relatividad del tito Albert viene como anillo al dedo para «demostrar» que todo es relativo.

Pueden imaginarse la reacción de los científicos. Los más conservadores se cierran en banda ante esta nueva percepción de las cosas; pero incluso la gente abierta de mente mira estos nuevos paradigmas con recelo, ya que atacan a la Ciencia sin aportar nada a cambio. Como consecuencia, la filosofía y los estudios sociales son vistos por la comunidad científica como una actividad, en el mejor de los casos, dañina y molesta, incapaz de ayudar a los investigadores en su labor.

Alan Sokal
Alan Sokal

Algunos decidieron contraatacar, y es aquí donde entra en liza nuestro participante. Permítanme presentarles a Alan D. Sokal, físico de la Universidad de Nueva York, izquierdista confeso y bromista sin igual. Este último título le viene de la mano de un artículo que escribió en una revista de ciencias sociales. Su acto dio lugar a lo que hoy se conoce como «escándalo Sokal«, que lejos de quedarse en unas risas inocentes provocó una fisura en la forma de entender la nueva Ciencia. Por desgracia, muchos se limitaron a quedarse con las risas y no supieron ahondar en lo que Sokal realmente estaba intentando comunicar a todos, científicos y humanistas (sí, y también a los científicos humanistas).

La historia que subyace a su bromita es muy interesante. Pasen y disfruten del espectáculo.

PRIMER ACTO: EL ARTÍCULO

Alan Sokal es uno de esos científicos que cree en un mundo donde existe una verdad objetiva, no de uno en el que la verdad depende de la subjetividad de las sociedades humanas. Harto de tanto estudioso radical pontificando quee los hechos son invenciones sociales, y de tanto departamento de humanidades que se apropia de conceptos científicos para «demostrar» sus particulares visiones de la sociedad, Sokal se propuso una menta: desenmascararlos. Para ello, nada mejor que la parodia.

El propósito del autor fue averiguar si una revista puntera en estudios culturales sería capaz de publicar un artículo con el único mérito de que sonase ideológicamente bien ante los editores, aunque técnicamente no tuviese pies ni cabeza. El blanco escogido: la revista Social Text, un órgano habitual de expresión en el ámbito de los estudios culturales y sociales norteamericanos. En 1996 esta revista estaba preparando una réplica a un libro que criticaba las tesis del relativismo científico. Los editores de Social Text realizaron una recopilación de artículos, entre los cuales escogieron uno titulado «Transgredir las fronteras: hacia una interpretación hermenéutica de la gravedad cuántica.» El autor era Alan Sokal.

El artículo utilizaba la terminología habitual de los escritos de estudios sociales: vocabulario humanista, citas, referencias a eruditos del ramo, párrafos de eminentes científicos copypasteados, montones de referencias a pie de página. En apariencia, se trataba de un ataque contra la ciencia de siempre, dogmática y rígida:

Muchos científicos, sobre todo físicos, siguen rechazando la idea de que las disciplinan que practican la crítica social o cultural puedan aportar algo, como no sea de forma marginal, a sus investigaciones… Sin embargo… se ha evidenciado cada vez más que la ‘realidad’ física, al igual que la ‘realidad’ social, es en el fondo una construcción lingüística y social; que el ‘conocimiento’ científico, lejos de ser objetivo, refleja y codifica las ideologías dominantes y las relaciones de poder de la cultura que lo ha engendrado…

Ante este estado de cosas, el planteamiento de Sokal fue sencillo y contundente: presentó un repaso a las cuestiones filosóficas e ideológicas planteadas por la mecánica cuántica y la relatividad general, esbozó algunas cuestiones de la naciente teoría de la gravedad cuántica, y finalmente discutió las consecuencias culturales y políticas de estas innovaciones.

Dicho y hecho. Gracias a una serie de citas sacadas de autores científicos clásicos (Bohr, Einstein, Heisenberg), Sokal incidió en algunos de los aspectos más polémicos de la Física Moderna. A continuación, tomó prestada citas adicionales de autores contemporáneos sobre estudios sociales (Derrida, Lacan, Irigaray) para dar una pátina de relativismo y posmodernismo a su artículo.

Cualquier físico o matemático competente puede ver claramente lo absurdo del planteamiento del artículo. Por ejemplo, Sokal utilizó una cita de Derrida para afirmar que «el número π de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se pensaba que eran constante y universales, se perciben ahora en su ineluctable historicidad» O dicho de otro modo: ¡el número pi ya no es constante!

En esta visión sokaliana, conceptos como la Relatividad de Einstein, la teoría de cuerdas o la del caos se usan alegremente y sin base alguna. Los problemas de frontera y el carácter discontinuo de las transiciones de cambio de fase se convierten en punto de partida para un alegato feminista. La matemática cartesiana es «deconstruida» para trascender las diferencias entre objeto y sujeto, entre humanidad y naturaleza. El atomismo y el reduccionismo dejan paso a una «nueva ciencia» en la que se contextualizan interacciones y flujos. La ciencia posmoderna proporciona «un poderoso apoyo al proyecto político progresivo, entendido en su sentido más amplio: la transgresión de fronteras, la ruptura de barreras, la democratización radical de todos los aspectos en la vida social, económica, política y cultural.» Cuando el artículo acaba con un llamamiento a que «la enseñanza en ciencia y matemáticas debe ser purgada de sus características autoritarias y elitistas, y el contenido de esos temas debe ser enriquecido mediante la incorporación de apreciaciones derivadas de las críticas feministas, homosexuales, multiculturalistas  y ecológicas,» casi podemos imaginarnos a Sokal fijando la bayoneta de su AK-47 mientras las banderas de la revolución cultural ondean sobre la multitud enfervorecida.

Una vez el artículo fue publicado, Sokal mostró sus cartas, y en un segundo artículo a Social Text reconoció la impostura y explicó los motivos que le impulsaron a ello. Molestos por la forma en que fueron engañados, los editores se negaron a publicarla; el motivo oficial fue que «no cumplía sus estándares intelectuales.» Finalmente, se publicó en la revista Lingua Franca.

Podríamos pensar que exigir conocimientos de física a los editores de una revista de estudios sociales sería mucho pedir, y el caso es que, incluso sin sacar a colación la vieja polémica sobre las dos culturas, hubiera sido adecuado pedir la opinión de un experto. La revista no hizo tal cosa. Se tragó un cebo demasiado apetitoso para dejarlo pasar, y ya de paso se zampó anzuelo y sedal.

El eco de la broma llegó hasta publicaciones como el New York Times y levantó ampollas por todos lados (no hay más que ver los debates en la web del autor). El tema levantó las heridas ocultas entre la comunidad científica, harta en buena medida de lo que suena tan sólo a palabrería hueca, y para quienes la broma de un físico contra los humanistas les parecía, como mínimo, un alivio tras tanto ataque a su labor; vean, por ejemplo, cómo el premio Nobel de Física Steven Weinberg reparte estopa a dos manos. Por su parte, los estudiosos sociales no vieron con buenos ojos esta burla a costa de algunos de sus referentes intelectuales más respetados.

SEGUNDO ACTO: LA REINCIDENCIA

Si eso hubiese sido todo, la broma de Sokal no habría llegado muy lejos. Ya ha habido otros casos de impostura científica similar en el pasado. Pero este caso era diferente. Sokal tenía miras más ambiciosas. En diversas ocasiones intentó explicar que su preocupación era la creciente moda de utilizar conceptos científicos que han adoptado algunos intelectuales para «demostrar» teorías sociales. Quería denunciar la forma en que muchos filósofos y estudiosos culturales utilizaban e interpretaban citas científicas sin criterio alguno y  como les daba la santa gana.

El resultado fue la publicación en 1997 del libro Imposturas Intelectuales. A lo largo de casi trescientas páginas, Sokal y el físico belga Jean Bricmont ponen a caldo a algunos de los más ilustres pensadores del ramo, al tiempo que aclaran sus propias ideas al respetable. Recomiendo el libro al lector, y estoy seguro de que lo considerará tiempo bien invertido (lo publicó Paidós en 2008).

Me limitaré aquí a dar algunas pinceladas para que se hagan ustedes una idea de cómo se las gastan los autores, quienes no dejaron títere con cabeza. Las vacas sagradas de la filosofía de la ciencia son despellejadas sin contemplaciones, y sus citas son usadas en su propia contra.

Vean, por ejemplo, el ejemplo de Bruno Latour, filósofo y sociólogo de la ciencia. Latour publicó en 1976 un artículo sobre la momia de Ramsés II. Los científicos franceses habían descubierto que el faraón murió de tuberculosis, y Latour se preguntó si eso era un anacronismo. «Antes de Koch, el bacilo no tiene existencia real,» dijo. No contento con ello, descartó que Koch hubiese descubierto un bacilo preexistente, con el argumento de que eso «tiene sólo la apariencia de sentido común

Piensen un poco en ello. Si Latour están en lo cierto, resulta que las cosas no tiene existencia real hasta que se las descubre. ¿Los cuásares, distantes miles de millones de años-luz de la Tierra, no existen hasta que alguien los fotografió? ¿Las islas Cook no existieron hasta que Cook recaló en ellas? ¿Yo no existo hasta que Angelina Jolie cruce sus ojos con los míos? Si a usted le suena extraño este «razonamiento,» bienvenido al club. Ah, y si espera que Latour descubra sus cartas y nos aclare el dilema, puede usted esperar sentado, porque no lo hace.

Podría pensarse que los autores han tomado un artículo desafortunado de un joven Latour y lo han aprovechado para reírse de él, pero no es así. En un capítulo entero, muestran la visión latouriana sobre la teoría de la Relatividad. Latour afirma que la relatividad de Einstein postula la existencia de tres sistemas de referencia: uno en reposo, otro en movimiento (ejemplo típico: el andén y el tren), y un tercero donde un enunciador «intenta superponer las observaciones codificadas que le envían los otros dos.» A continuación, convierte al tercer observador en árbitro de las observaciones de los otros dos, luego equipara la comparación de las observaciones con «una lucha por el control de privilegios, para disciplinar cuerpos dóciles,» y acaba poco menos que llamando a la revolución social:

«Estos combates contra los privilegios en economía o en física son, literalmente, no metafóricamente, los mismos… ¿Quién se beneficiará del envío de todos esos observadores delegados a los andenes, a los trenes, a los rayos de luz, al Sol, a las estrellas cercanas, a los ascensores acelerados, a los confines del Cosmos? … Si la relatividad es correcta, sólo uno de ellos (concretamente, el enunciador, es decir, Einstein o algún otro físico) podrá acumular en un sitio determinado (su laboratorio, su despacho) los documentos, los informes y las mediciones enviados por todos sus delegados.»

Eso es lo que Latour afirma «literalmente, no metafóricamente.» Ante las críticas a su labor, Latour respondió: «las opiniones de los científicos sobre los ‘science studies’ tienen muy poca importancia. En nuestras investigaciones sobre la ciencia, los científicos son los informantes, no nuestros jueces.»

¿Estupefacto, mi querido lector? Pues le aseguro que la cosa mejora. Den la bienvenida a la filósofa feminista francesa Luce Irigaray, quien defiende la teoría de que la mecánica de fluidos está menos desarrollada que la del sólido porque la solidez se identifica con los hombres y la fluidez con las mujeres. Hayles, una de las intérpretes norteamericanas de Irigaray, lo expresa así:

«Mientras que el hombre tiene unos órganos sexuales protuberantes y rígidos, la mujer los tiene abiertos y por ellos se filtra la sangre menstrual y los fluidos vaginales… del mismo modo que las mujeres quedan borradas en las teorías y el lenguaje masculinos y existen sólo como no hombres, los fluidos han sido también borrados de la ciencia y existen como no sólidos… el problema del flujo turbulento no puede ser resuelto porque las concepciones acerca de los fluidos (y de la mujer) han sido formuladas para dejar necesariamente residuos inarticulados»

El propio Einstein sale mal parado. Irigaray afirma que E=mc2 es una «ecuación sexuada.» ¿Argumentos? «Privilegia la velocidad de la luz respecto de otras velocidades que son vitales para nosotros. Lo que me hace pensar en la posibilidad de la naturaleza sexuada de la ecuación no es, directamente, su utilización en los armamentos nucleares, sino por el hecho de haber privilegiado a lo que va más aprisa» Ignoro que pensaría Irigaray de Margaret Thatcher o Indira Gandhi, en su momento dirigentes de potencias nucleares.

Irigaray está convencida de que la ciencia es «masculina» y, en consecuencia, aconseja a las mujeres «no suscribir ni adherirse a la existencia de una ciencia neutra, universal, a la que deberían acceder penosamente, una ciencia con la que se torturan a sí mismas y torturan a las demás mujeres, transformando la ciencia en un nuevo superego.»  Todo basado en principios de Física y lógica matemática carentes totalmente de base.

Jacques Lacan, psicoanalista francés, le sigue a la zaga en esta carrera de sinsentidos. Alguien capaz de declarar con total seriedad que «la vida humana se podría definir como un cálculo en el que el cero sería irracional» ciertamente promete. Para aclarar que no se trata más que de una metáfora, añade que «cuando digo ‘irracional’ no me refiero a cualquier estado emocional insondable, sino precisamente a lo que se denomina un número imaginario» [Pausa para oír a Clara Grima rechinar los dientes desde Sevilla].

A continuación, el doble salto mortal: se saca de la manga la siguiente ecuación:

S (significante) / s (significado) = s(enunciado)

 y, tras afirmar que el «significante» S se puede representar como (-1), concluye que s es igual a la unidad imaginaria i.

«Aquí Lacan se burla del lector,» afirman en este punto Sokal y Bricmont, y yo no puedo estar más de acuerdo con ellos. En ese momento, Lacan matemático deja paso a Lacan el psicólogo:

«Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta en la imagen deseada: de ahí que sea equivalente al [raíz cuadrada de -1] del significado obtenido más arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1)»

Yo una vez demostré que Santa Claus existe, pero debo confesar humildemente que Lacan me da cien vueltas en lo que toca a fantasía.

Julia Kristeva, filósofa y psicoanalista de origen búlgaro, entiende de matemáticas pero las utiliza sin sentido ni lógica. Jean Baudrillard, sociólogo, utiliza la terminología científica como si fuese un magufo («quizá haya que considerar la historia misma como una formación caótica en la que la aceleración pone fin a la linealidad, y donde las turbulencias generadas por la aceleración alejan definitivamente la historia de su final, al igual que alejan los efectos de sus causas«). Deleuze y Guattari no se quedan atrás. Václac Havel postula que la caída del comunismo fue un signo de que el pensamiento moderno, objetivamente cognoscible, ha llegado a su crisis final. Y suma y sigue.

Sokal y Bricmont terminan Imposturas Intelectuales con un interesante epílogo en el que expresan sus propios puntos de vista. Explican qué tipo de enseñanzas pueden extraerse de los textos incluidos en su libro, hacen algunas consideraciones sobre cómo se ha llegado a este punto, y finalmente discuten qué valor tiene toda este impostura. En su opinión, las ciencias físicas están sufriendo los ataques injustificados del posmodernismo, pero aún peor lo llevan las ciencias sociales, que sufren «cuando los sinsentidos y los juegos de palabras a la moda sustituyen el análisis crítico y riguroso de las realidades sociales… los estudiantes aprenden a repetir y adornar discursos de los que casi no entienden nada.»

TERCER ACTO: LA RESPUESTA

Si el artículo de Sokal generó polémica y risas, el libro provocó un auténtico escándalo. La discusión saltó fronteras, y sorprendentemente, fue en Francia donde el tema consiguió irritar a más personas con más intensidad y furia.

En realidad, no es tan sorprendente. Los estudios sociales de EEUU están muy influidos por el pensamiento francés. En palabras de Sokal y Latour, «durante los años ochenta, esta forma de pensar [de Lacan, Kristeva, Deleuze, etc] se ha difundido fuera de Francia, principalmente en el mundo de habla inglesa.» No es casualidad, pues, que muchos de los autores ridiculizados sean de nacionalidad francesa.

En este punto podríamos hacer chistes fáciles sobre los estereotipos culturales y las tradicionales pullas existentes entre franceses y norteamericanos (que si estos son unos comequesos derrotistas, que si los otros unos imperialistas palurdos, que si las baguettes por aquí y las freedom fries por allá). No lo haré, y tampoco Sokal o Bricmont hicieron la menor alusión a razones de rivalidad internacional, pero de todos modos el chauvinismo francés se añadió al potaje para llevarlo hasta el punto de ebullición. El honor de la France, por no hablar de la reputación de la filosofía posmoderna, estaba en juego.

La respuesta llegó en la forma de Imposturas Científicas, una colección de artículos de intelectuales franceses (ninguno de los aludidos por Sokal en su artículo o en su libro aprovecharon esta oportunidad para ejercer su turno de réplica), escritos con el doble propósito de a) defender los autores patrios y b) darle estopa a ese payaso norteamericano y su bufón belga (y, ya de paso, a ese tal Weinberg, por meterse donde no le llaman). El título del libro ya dejaba bien claro que era hora de la venganza. Payback.

Lo primero que noté es que, aunque la contraportada (Frónesis, Cátedra Universitat de Valencia, 2003) lo presenta como un libro que «con la dosis necesaria de humor, aboga por la reconciliación entre filósofos y físicos,» hay muy poca dosis de humor, menos aún de reconciliación, y mucho deseo de revanchismo. La génesis del libro fue un seminario («informal y pluridisciplinario») llevado a cabo el 4 de julio de 1997 en París. En palabras de Baudouin Jurdant, el editor: «Esta reunión puso de manifiesto muchas tensiones en el seno del grupo, así como una violencia latente que se traducía en actitudes y comportamientos impregnados de agresividad. No se trataba de un mero desacuerdo… también otras discusiones posteriores con variados interlocutores fueron muchas veces muy tensas, al punto de desencadenar auténticos estallidos de cólera.» Irónicamente, el mismo editor afirma unas páginas después que gracias a su libro «se entiende mejor por qué las investigaciones sobre la ciencia o los estudios culturales pueden llegar a exasperar tanto a los científicos.» No sé ustedes, pero no es a los científicos a los que veo subiéndose por las paredes con espumarajos en la boca.

Pronto percibí algunas pautas. Algunos autores dejaron aflorar claramente la vena militarista. Desde el principio, la impostura de Sokal (Sokal hoax) fue calificada como «affaire Sokal,» que algún autor asoció explícitamente al «affaire Dreyfus,» un escándalo social que caló muy hondo en la Francia de finales del siglo XIX. Michel Pierssens (de la Universidad de Montreal) calificó la «trampa Sokal» como «una temible máquina de guerra dirigida contra ciertas corrientes del pensamiento universitario norteamericano, impugnado desde distintos sitios por su tendencia hegemónica.» Isabelle Stengers considera que «determinados modos de descripción ‘equivalen a la guerra,’ y de nada sirve que, como hacen algunos de nuestros amigos norteamericanos, se confiera a esta guerra la naturaleza de lucha poscolonial o antiimperialista

Jean-Michel Salanskis, profesor de Filosofía en la Universidad de Lile-III, considera la publicación del libro de Sokal y Bricmont «injuriosa y que nos afecta inevitablemente ‘como franceses’ » Este caballero dedica un total de treinta y siete páginas a contradecirse a sí mismo. Apoya la teoría de la «acción ejemplar» y de introducir «trampas» o «cebos» para descubrir la verdad, al tiempo que niega tal posibilidad a Sokal («nos resulta difícil no sentirnos irritados por una trampa que parece darnos lecciones acerca de lo que teníamos más bien la sensación de profesar«). En el colmo de la incongruencia, se pregunta «si Sokal y Bricmont han leído a Deleuze desde la perspectiva adecuada«… en el mismo artículo en el que confiesa no haber leído el libro que critica («sólo he ojeado el libro Imposturas Intelectuales»).

Hay quienes aducen contra Sokal y Bricmont lo que podríamos denominar «fallos de procedimiento.» Según parece, nadie puede replicar correctamente las conclusiones de Deluze o Latour a menos que esté dispuesto a pasar años profundizando en la vida y obras del autor, a entenderlo como un auténtico filósofo, y luego a pasarse años debatiendo aspectos menores de su filosofía en revistas de humanidades o cualquier otro medio habitual de debate en ciencias sociales; al cabo de lo cual, digo yo, la réplica será tan abstrusa y indescifrable como el propio objeto de la réplica. Es necesario, por tanto, usar las reglas de los filósofos. «Plotnitsky sostiene que si Sokal quisiera entrar en los debates y las críticas filosóficas, debería utilizar las convenciones normales en filosofía,» afirma Joan H. Fujimura.

Otros autores, en formas diversas, utilizan el ataque de la descontextualización, afirmando que sacar de contexto tal o cual párrafo de un autor desvirtúa su discurso y lo hace más difícil de entender.  Y sin embargo, los críticos de Sokal y Bricmont comenten el mismo pecado capital que ellos. Tras usar el látigo del «no saquéis esto de contexto,» algunos de los autores toman un capítulo o un párrafo de Sokal, y dedican decenas de páginas a criticarlo.

¿Ejemplos? Daniel Fixari (profesor, Escuela de Minas, París) se pasa doce páginas justificando que la visión de Latour sobre la Relatividad es correcta, sin molestarse ni un solo momento en contrastarla con las ideas del propio Einstein. Tampoco Fujimura, antropóloga de la Universidad de Stanford, está dispuesta a aplicarse su propia medicina, y utiliza 22 páginas para criticar un solo párrafo del artículo de Sokal. Ni siquiera era un párrafo. Sokal aprovechó una cita de Derrida para soltar la siguiente parrafada posmodernista:

«El π de Euclides, y la G de Newton, que otrora se creían constantes y universales, son hoy percibidos en su ineluctable historicidad; y el hipotético observador acaba fatalmente des-centrado, desconectado de todo vínculo epistémico en un punto del espaciotiempo que no puede ya definirse mediante el uso exclusivo de la geometría»

Lo que hace la antropóloga Fujimura es demostrar que, en efecto, el número π no es constante. Para ello, considera que π es la relación entre circunferencia y diámetro, lo que es correcto en la matemática euclidiana. ¿Pero qué pasa en espacios no euclidianos? Pues que π tendrá otros valores. ¿Y si usamos métricas diferentes? Lo mismo. Quod erat demostrandum.

En diversos autores se aprecia un temor (o quizá envidia, decídalo el lector) hacia el predominio de las ciencias físicas sobre las sociales. Patrick Petitjean, físico del CERN, calificó el libro Sokal-Bricmont como «manifestación de un cientificismo más bien arrogante y ya superado, incluso de una policía del pensamiento: los físicos y los matemáticos serían los únicos en condiciones de decir la ciencia, de decir la Verdad y el Bien que de ella derivan necesariamente…»

Isabelle Stengers, profesora de Filosofía en la Universidad Libre de Bruselas, va más allá y no duda en aplicar su propia Ley de Godwin para advertir contra el peligro de tomar en consideración las críticas de Sokal:

Proponer a los científicos que asocien su justa indignación con una referencia aniquiladora, una referencia que por su propia naturaleza se hace para excluir toda posibilidad de negociación, es someterlos a la tentación de erigirse en defensores de la civilización con derecho a exigir al otro una rendición incondicional: toda discusión de lo que se ha dado en llamar ‘objetividad científica’ abre la puerta a los Mussolini, los Hitler y a otros Le Pen.

Por cierto, que su ira parece ir dirigida particularmente hacia los físicos: «No es en absoluto casual que [Sokal y Bricmont] sean físicos. Jamás un químico hubiera soñado con la ‘broma’ de Sokal... Hoy en día, los físicos ven a la química ‘reducida,’ una suerte de física aplicada que obedece a las leyes de la física.» Ignoro qué le habremos hecho en el pasado. No sé si será relevante, pero la propia Sengers reconoce que antes había sido química. Soy físico y doy clase a químicos, así que prefiero no sacar conclusiones en este punto.

Por último, es necesario resaltar un punto sórdido y del que se habla poco, pero que está siempre presente. Me refiero a la financiación, o como decía el abuelo Simpson, «a lo de la pasta.» Es indudable el beneficio que la sociedad obtiene de los resultados obtenidos por científicos e ingenieros, y por ello vivimos en un mundo que gasta cantidades obscenas de dinero en sustentar la ciencia y la tecnología. Algunas veces el beneficio es inmediato, otras no tanto, pero en general dudamos poco a la hora de dar a la ciencia prioridad en lo de la pasta, con recortes o sin ellos.

Por contra, ¿qué beneficios aparentes nos aporta la filosofía o el humanismo? O, malparafraseando a Stalin, ¿cuántas divisiones tiene Platón? Para desgracia común, los gestores de cortas miras ven con mejores ojos al médico que trabaja en una vacuna contra el sida, o al físico que prepara una patente sobre fluidos magnetorreológicos, y desprecia la labor del filósofo que puede demostrar en sesudo libro la relación entre la epistemología prearistoteliana y la hermenéutica del poder fáctico establecido durante las dinastías fatimitas.

Quizá por ello, Fujimura termina su artículo señalando la atención del respetable hacia ese punto:

Lo que está en juego en estas batallas de autoridad es importante. Abarca tanto los recursos institucionales como los créditos para la investigación, los cargos y las promociones universitarias y el acceso a la publicación. Estos recursos institucionales no son simples ventajas personales para los individuos del mundo académico, sino medios que permiten reproducir diferentes posiciones intelectuales a través de la formación de estudiantes y de doctorandos.

¿Es casualidad que nuestro ínclito y nunca bien ponderado Ministro de Educación Wert haya eliminado la obligatoriedad de dos de las tres asignaturas de filosofía en secundario y Bachillerato? Wert, quizá por primera vez en su vida, tiene algo en común con Sheldon Cooper: ambos se equivocan cuando critican los presupuestos de las ciencias sociales; y si el público (y los de la pasta) tienen la percepción de que los estudios de ciencias sociales y humanísticas son inútiles, caprichosos o poco fundamentados, éstos tendrán cuesta arriba la batalla por la pasta.  En ese aspecto, el affaire Sokal les ha hecho mucho daño. Es comprensible que se muestren tan enfadados.

EPÍLOGO

La gente de ciencias decimos siempre que el público necesita una buena cultura científica. En Naukas es tema de conversación habitual, y a pesar de nuestros esfuerzos puede que no estemos haciendo nuestro trabajo si resulta que personas como Punset o Iker Jiménez son considerados los campeones de la divulgación científica en España. Sokal no tiene reparos a la hora de entonar el mea culpa:

La enseñanza de matemáticas y ciencia es a menudo autoritaria; y esto es una antítesis no sólo a los principios de la pedagogía radical/democrática sino a los principios de la ciencia en sí misma. No es de extrañar que la mayoría de los norteamericanos no puedan distinguir entre ciencia y pseudociencia: sus profesores de ciencia nunca les ha dado motivos racionales para ello. ¿Es de sorprender, pues, que el 36% de ellos crean en la telepatía y que el 47% crea en la creación según la narración del Génesis.

Es indudable que queda mucha tarea por hacer en el campo de las ciencias físicas.

Del mismo modo, las ciencias humanísticas llevan su propia parte de culpa y su tarea pendiente. En este sentido, y aunque parezca a primera vista un simple ajuste de cuentas, el discurso de Sokal y Bricmont va más allá de la pretendida «guerra» entre ciencia y humanismo. Suscribo sus palabras cuando afirman que

En una época en que la superstición, el oscurantismo y el fanatismo nacionalista y religioso se extienden por muchos lugares del mundo -incluido el Occidente ‘desarrollado’-, es, como mínimo, una irresponsabilidad tomarse con tanta ligereza aquello que, históricamente, ha sido el principal valladar contra esas locuras, es decir, una visión racional del mundo. Sin duda alguna, no es su intención de los autores posmodernos favorecer el oscurantismo, pero es una consecuencia inevitable de su enfoque

Este oscurantismo llega a las más altas esferas. Ni siquiera me molestaré en describir cómo la cantinela de «todas las creencias son respetables y no hay una verdad absoluta» llevó a importantes jefes de Estado a consultar a videntes y echadores de cartas. Noam Chomsky, citado en el libro, comparte su experiencia:

Cuando daba conferencias [en Egipto] sobre la situación actual, incluso en institutos de investigación dedicados al análisis de problemas estratégicos, los asistentes querían que eso se tradujera en términos de jerga posmodernisma. Por ejemplo, en lugar de pedirme que hablara de los detalles de la política norteamericana o de Oriente Medio, donde ellos viven, algo demasiado sórdido y falto de interés, querían saber cómo la lingüística moderna brinda un nuevo paradigma discursivo sobre los asuntos internacionales que sustituirá al texto postestructuralista. Eso era lo que les fascinaba, y no lo que revelaban los archivos ministeriales israelíes sobre su planificación interior. Es verdaderamente deprimente.

Sin filosofía, sin historia, sin arte podemos llegar muy lejos, pero como dijo Paul Newman en una película, allí no hay nadie. Las dos culturas se complementan y se necesitan mutuamente. La gente de ciencias necesitamos contar con los estudiosos de la filosofía de la ciencia para indicarnos el camino y despejar nuestras dudas, y manifestaciones del tipo «La visión que desarrollamos de la ciencia no tiene por qué parecerse a lo que los científicos piensan de la ciencia» (Bruno Latour) ciertamente no nos ayudan. Necesitamos los estudios sociales, las humanidades. Más aún, no deberían existir «los de letras» o «los de ciencias» porque todos deberíamos participar de ambos mundos.

No es casualidad que algunos de los mayores científicos de la Historia hayan sido asimismo grandes filósofos y pensadores profundos. Mis hijos (estudiante universitario de Físicas uno, proyecto de megaconstructor el otro) han flipado con la filosofía, nunca los he visto tan entusiasmados con una asignatura, y yo la gocé igualmente en mis tiempos de BUP. Ahora necesitamos que el camino opuesto se recorra de la misma forma, y que tanto los estudios sociales sobre la Ciencia como los estudios científicos sobre la sociedad avancen a mayor beneficio de todos. Si el caso Sokal ha servido como revulsivo, bienvenido sea, con independencia de lo que haya escocido.



Por Arturo Quirantes, publicado el 10 enero, 2014
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