Arquitectos del mañana

Por Colaborador Invitado, el 18 noviembre, 2014. Categoría(s): Divulgación
Arquitectos del mañana por Fernando Cervera
Arquitectos del mañana por Fernando Cervera

Anke miraba por la ventana del comedor. Tenía ese tipo de mirada que lo analiza todo de forma ausente y fría, en la lejanía. Encima de la mesa había un título de Licenciada en Biotecnología Aplicada, el cual acababa de recibir por correo. A veces se extrañaba cuando llegaban cartas a casa, ya que en su infancia no había conocido nada de aquello. África era otro mundo, allí las cosas funcionaban como lo habían hecho cien años atrás en la vieja Europa, pero al menos las cosas funcionaban. Su padre era un diplomático Alemán que, una vez sucedido el desastre, quedó atrapado allí junto a su familia. Ya habían pasado casi veinte años desde aquello, y por ello no tenía muchos recuerdos de Overath, pero eran suficientes para saber que otro mundo existió antes que ese.

La situación era complicada ya que no sabía qué hacer con su vida. Parecía que, al haber terminado sus estudios, había perdido el objetivo principal que había tenido durante los últimos años; terminar su carrera. No obstante todo el mundo parecía tener grandes planes para ella, ya que había obtenido uno de los mejores expedientes académicos de su promoción. Sus elevadas notas y su brillante currículum le podían abrir muchas puertas, pero justamente ese era el problema, ya que ante tantas posibilidades le resultaba imposible saber cuál era la correcta.

A lo lejos, vestida con vivos colores amarillos, venía a visitarla su mejor amiga, Atabong Inoni. Ella también había terminado recientemente sus estudios de Ingeniería Civil, lo cual le aseguraba un trabajo durante los próximos años, ya que Camerún, dentro de la Agrupación Africana, estaba invirtiendo mucho en infraestructuras. No obtante Atabong siempre había tenido un alma inquieta, con miles de proyectos e ideas en la cabeza, y ese día no era una excepción. En la mano llevaba un montón de papeles que, a lo lejos, se agitaban como las hojas de un árbol a punto de desprenderse.

Atabong llamó al timbre tres veces, como hacía de costumbre. Mientras esperaba a su amiga observó a un dron volador de mensajería llevando un paquete en dirección sur, lo cual le dio al panorama un toque futurista, ya que por el resto del paisaje nadie podría haber adivinado que se encontraban en pleno siglo XXII. Anke abrió la puerta y se la encontró allí plantada, absorta y mirando al dron en la lejanía.

–          Buenos días condesa –Anke siempre le saludaba con aquel título ficticio-

–          Buenos días Anke, ¿cómo estás? ¿Me vas a dejar pasar o vamos a esperar hasta que lleguen las lluvias?

–          Pasa. Mi casa es tu casa –dijo Anke a su amiga-

El recibidor era sencillo, sin muchos adornos. No obstante, encima del escenificador había un gran mueble de cristal repleto de monedas bien expuestas, con su correspondiente código de color y una breve explicación. Atabong se acercó hasta la mesa, dejó allí sus papeles y se acercó hasta el mueble. Le llamó la atención la primera de las monedas, que tenía forma redonda y un agujero en el medio. La etiqueta decía: 4,4 gramos. Diámetro de 19,5 milímetros. Año 1996. España. Atabong se fijó en que había un hombre cabalgando en el estampado de la moneda, así que le preguntó:

–          ¿Quién es el hombre que aparece en la moneda con el agujero?

–          ¿Qué color tiene? –Anke se quedó esperando una respuesta sin acercarse hasta el expositor-

–          Rojo, verde y marrón, diría yo. ¿Qué significan los colores?

–          Entonces es el Quijote, un personaje literario español.

–          Conozco al Quijote –le dijo Atabong sin percatarse de que su amiga no le había respondido a la pregunta- ¿por qué está en primera posición?

Anke parecía intentar recordar algo y cuando logró encontrar en su mente la información que estaba buscando emitió una leve sonrisa, casi imperceptible:

–          Fue la primera moneda que me regalaron –dijo Anke sin acercarse hasta el mueble donde estaba su amiga- Fue hace muchos años. Podrás ver que hay otras monedas con agujeros. La que tiene la etiqueta verde, azul y naranja, que estará un poco más abajo, también tiene un agujero, pero es cuadrado.

Atabong continuó buscando con la mirada hasta que encontró una moneda que, efectivamente, tenía un agujero cuadrado en el centro y unas letras chinas inscritas en él:

–          ¿Y por qué tiene un agujero cuadrado? –preguntó fijando sus curiosos ojos negros sobre la moneda-

–          Porque antiguamente esas monedas se guardaban en unos monederos especiales, tenían un gancho con un palo cuadrado donde podías introducirlas –concluyó Anke-

–          Mira que eres rara –sentenció Atabong- ¿Y la moneda del Quijote por qué tiene un agujero?

–          Porque fue una copia de un diseño anterior de principios del siglo XX –sentenció Anke de forma casi inmediata-

–          ¿Y por qué tenía esa moneda un agujero? –Atabong era perspicaz y siempre sabía identificar cuando su amiga hablaba en círculos para no contar alguna cosa-

–          Por motivos estéticos. No siempre hay un motivo funcional detrás de todo, aunque tú como ingeniera no puedas aceptarlo –sonrió Anke-

Atabong se rindió y volvió a acercarse a la mesa, donde vio que había dejado sus papeles al lado del título de licenciada de su amiga. Anke se acercó hasta allí, cogió los papeles y los leyó en voz alta:

–          Arquitectos del mañana. Bonito nombre, ¿de qué trata? –dijo con sincera curiosidad-

–          Es el nuevo programa del gobierno, ¿no lo has escuchado todavía? –dijo Atabong-

Anke hizo un gesto pensativo, pero no pareció encontrar nada dentro de su mente con ese nombre. Negó con la cabeza y su amiga comenzó a hablar de nuevo:

–          El gobierno quiere invertir muchos millones en proyectos que fomenten el desarrollo tecnológico de la Agrupación, principalmente aquellos destinados a aumentar la producción propia –Atabong hizo una pausa para pensar- Creo que tienen cinco apartados. Si no recuerdo mal uno es de aplicaciones de bioingeniería.

Si algo se podía decir de Anke Hein es que nunca preguntaba o respondía las cosas de forma directa, y ese día no era una excepción:

–          Entiendo. A ti también te han dado el diploma hoy, ¿no?

–          Sí, he visto el tuyo encima de la mesa –Atabong hizo una pausa- ¿Ya has pensado qué vas a hacer?

Anke observó por la ventana con la mirada perdida, después volvió a dirigirse a su amiga y continuó la conversación:

–          Demasiado.

–          Bueno, yo también he estado pensando –dijo Atabong esperando que su amiga le sonsacara más información-

–          ¿En construir el mañana? –dijo con un tono sincero en su voz-

–          Más o menos, y por eso he venido a verte.

–          Entiendo –dijo Anke como si ya hubieran terminado de hablar-

Atabong miraba a su amiga esperando que añadiera algo más, pero sabía que esos rodeos y silencios formaban parte de su protocolo habitual de conversación:

–          Eres odiosa, ¿lo sabes? –dijo intentando provocar una respuesta-

–          Me esfuerzo mucho en serlo –dijo Anke con una sonrisa en la boca- Entonces, ¿has pensado en presentar un proyecto?

–          Ya que lo preguntas, sí –dijo con un tono de reproche- Por eso he venido a verte.

–          ¿Y en qué has pensado?

Atabong comenzó a dudar de si debía o no contarle todo. Su intención real era convencerla de participar en la redacción del proyecto e intentar conseguir el premio, pero ahora no estaba segura de si todo era una buena idea. Atabong tenía el don de la palabra y una imaginación viva. Lograba en muchas ocasiones convencer a los demás de que algo era una buena idea, pero convencer a Anke era una tarea ardua y peligrosa para la paciencia. Intentó ordenar sus ideas en la cabeza y decidió que comenzaría con una pregunta, ya que era la mejor forma de atraer la atención de su amiga:

–          ¿Qué sabes acerca de la irrigación de desiertos? –dijo tanteando a su oponente-

–          Que se ha intentado durante muchos siglos –Anke hizo una pausa para intentar recordar algunos ejemplo- Desde desalar agua para usarla en zonas desérticas, hasta intentar captar agua del ambiente para hacer crecer cultivos en zonas secas. ¿Estás pensando en algo parecido?

–          En algo parecido. Se ha intentado muchas veces, y lo que pretende el gobierno no es innovar, es aplicar lo que ya se conoce –hizo una pausa para intentar pensar cómo continuar- Han comprendido que el mundo desarrollado ha caído, y que lo que antes era un territorio sin esperanza ahora tiene el potencial de liderar el mundo. Cuando África no estaba unida, la pobreza, la violencia y el hambre eran nuestra mayor plaga. Pero ahora que el mundo está destruido nuestra pobreza vale mucho más que un montón de escombros radioactivos –Atabong ya había practicado esta parte antes de ir a la casa de Anke, así que logró imprimir la solemnidad que buscaba a sus palabras-

–          Te pregunto esto con todo el respeto. ¿Por qué van a darte a ti el dinero en vez de a cualquier otra persona? Es lo primero en lo cual tendrás que pensar.

Atabong había pensado superficialmente en esa cuestión, pero no con la suficiente precisión como para poder responder a la persona más concienzuda que conocía, así que reconoció el estado de la situación:

–          Bueno, el proyecto se me ha ocurrido en estos días. Obviamente tenemos que pulir muchos detalles, pero si quieres te comento algunas cosas por encima.

Atabong, sin darse cuenta, había desvelado sus intereses con esta última frase. Anke, que ya sospechaba desde el primer momento que su visita no había sido casual, le pregunto de forma parcial, tal cual solía hacer de manera habitual:

–          ¿Tenemos?

Atabong sabía por su larga experiencia convenciendo a los demás que la mejor forma de conseguir que alguien participara en un proyecto era hablar como si ya estuviera dentro:

–          Bueno, había pensado en preguntarte algunas cosas. ¿Te puedo contar un poco más sobre el tema?

Anke sabía que no tenía más remedio que escuchar, aunque a decir verdad sentía mucha curiosidad por lo que su amiga tenía que contarle:

–          ¿Tengo otra opción? –dijo mirando con una sonrisa cómplice a su amiga-

–          No lo creo –Dijo Atabong devolviéndole la sonrisa- Lo primero que habría que preguntarse es lo siguiente, ¿se podría hacer fértil un desierto? ¡Por supuesto que sí! –dijo con sincera emoción ensayada- Desde hace siglos se sabe que los suelos de muchos desiertos contienen sedimentos que alguna vez formaron parte de pastizales, ríos y lagos, y es sabido que muchos de esos suelos son ricos en nutrientes. Por otro lado los desiertos suelen ser lugares muy cálidos y bien iluminados, por lo que sería posible producir cosechas todo el año si hubiera irrigación. No obstante, muchos de los ensayos llevados a cabo no fructificaron de manera adecuada, principalmente por falta de voluntad política. No obstante, en nuestro siglo XXII y con un territorio superpoblado, hay que preguntarse si no sería conveniente llevar gran parte de nuestra producción agrícola a las grandes zonas desérticas despobladas. También somos conscientes de que para hacer fértil un desierto no basta con irrigarlo, ya que regar de una manera inadecuada un suelo puede hacerle perder sus propiedades. Por ejemplo si el drenaje no es el adecuado este puede anegarse de agua. Además, no podemos olvidar la lección que aprendimos en Egipto, ya que si el agua que se usa para regar contiene más sales que el agua de lluvia, la sal se acumulará en el suelo e irá reduciendo su fertilidad –Atabong hizo una pausa para interrogar a su amiga- ¿cómo voy por ahora?

–          Bueno, una introducción muy pasional pero poco informativa –concluyó Anke sin intención de ofender-

–          ¿Continuo? Intentaré ser más informativa.

–          ¿Has ensayado esto? –preguntó Anke de forma directa, algo que no era nada habitual en ella-

–          Solo una vez –dijo sin mentir-

–          Tienes una gran habilidad para contar las cosas. Continúa si quieres.

–          Perfecto. Durante muchos años se ha especulado sobre la posibilidad de irrigar desiertos, y la realidad es que es algo totalmente factible. Lo era hace 200 años, así que ahora lo es mucho más. La clave está en combinar la tecnología y la biología de forma adecuada, y bien es sabido que la modificación genética de especies vivas es posible con pocos recursos económicos. Durante mucho… –Atabong se dio cuenta de que su amiga quería decir algo-

–          ¿Te puedo matizar algo? –preguntó Anke- Habrían varias cosas importantes en esta cuestión.

–          Claro, para eso estamos aquí –Atabong usó el plural de nuevo de manera intencionada-

–          Hace más de 200 años que se utilizan los transgénicos, y aunque el mundo desarrollado superó hace mucho tiempo el miedo que suponía la palabra, la intolerancia desatada en algunos momentos de la historia contra ellos fue elevada. Además, tienes que tener en cuenta donde estamos. En bioética nos enseñan muchas cosas, pero una de las más importantes es que las aplicaciones de la ciencia deben de tener en cuenta la sociedad donde se pretenden aplicar. Y sabes perfectamente que en algunas zonas de África hay cosas que no han cambiado en 200 años. Hay zonas del sur donde una mujer tiene más posibilidades de ser violada que de aprender a leer. ¿Sabías que hasta hace cincuenta años en algunas zonas de África se comían a los albinos porque pensaban que eran mágicos? –Anke dio a entender con su tono que no esperaba una respuesta- No sé quién evaluará estos proyectos, pero hay que tener mucho cuidado con qué cosas se plantean a una población que tiene miedo de cualquier cosa nueva. La gente no va a entender que es una tecnología que lleva usándose 200 años, la gente va a entender que si occidente fue barrido de la faz de la tierra fue por algo.

–          Sabes perfectamente que la guerra no tuvo nada que ver con la biotecnología –dijo Atabong-

–          Yo lo sé. Pero hay mucha gente que solo creerá que Dios los barrió de la tierra por perturbar la naturaleza –dijo Anke en un tono serio- Aunque bueno, esto solo es un proyecto, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué digan que no? Tal vez podrías ganar con ese proyecto, pero hay mucha competencia. Creo que la concepción social de los transgénicos en los poblados no será tu peor enemigo.

A Atabong no se le había pasado por alto que su amiga usaba el singular para referirse al proyecto, y Anke jamás decía algo por casualidad:

–          Bueno. Entonces, continuando por donde iba, hay muchos factores que pueden afectar a un proyecto de irrigación masiva de tierras desérticas –Atabong hizo lo posible por recordar lo que tenía que decir después- El primero de ellos son las especies a cultivar, las cuales deberían de estar optimizadas para tener la máxima producción en función de los tipos de suelos. El segundo factor es el medio ambiental, ya que irrigar una superficie desértica implica modificar una zona que tiene su flora y su fauna característica. Así que habría que estudiar cómo reducir ese impacto. El tercer factor a tener en cuenta es la infraestructura para movilizar esas cantidades de agua, y el cuarto es cómo obtener la energía suficiente para mantener todo el sistema.

Atabong dio por finalizado lo que tenía que decirle a su amiga, al menos la primera parte. Después de decir sus últimas palabras se quedó mirándola esperando una respuesta:

–          Bueno, creo que te has informado bien sobre algunas cosas, pero hay otras muchas que te has dejado olvidadas. Por ejemplo lo que ya te he comentado antes de la concepción social. Si vas a pedir dinero a la Agrupación querrán que lo acompañes con un plan de concienciación social –Anke sabía de buena mano por su experiencia en proyectos de la Agrupación que le daban mucha importancia a esos aspectos- Por otro lado, aunque los bancos de semillas ya tenían muchas plantas preparadas para este tipo de planteamientos, muchos de esos bancos han sido destruidos. Además, habría que hacer esas modificaciones en especies locales. De nada te valdría tener unos tomates italianos creciendo en Argel, porque la gente de allí desconfiará de ellos. También sería importante explicar de dónde vas a sacar el agua, ¿las vas a desalar?, ¿la vas a captar del aire? Cualquier cosa que plantees ya será antigua y llevará haciéndose más de dos siglos, pero combinar muchos procesos puede ser innovador frente a otros proyectos similares. Por otro lado, en cuanto a la energía, tendrías que explicar muy bien cómo la vas a obtener. Te recomendaría decir que vas a utilizar energía solar. Los captadores para generar electricidad lograron en occidente casi una eficiencia del 100%, y también se podrían utilizar condensadores de calor para hacer circular el agua durante grandes recorridos si hiciera falta. Aunque bueno, he de reconocer que con un trabajo adecuado podría salir un buen proyecto. ¿Qué requisitos piden?

Atabong leyó el interés en la pregunta de su amiga, lo cual era una buena señal:

–          Piden varias cosas –mientras decía eso intentaba hacer memoria- Un equipo compuesto por no menos de cinco personas, creo que un 60% tiene que tener menos de 28 años. Un plan de proyecto, una presentación oral, una escenificación y muchos trámites.

–          Entiendo –dijo Anke- ¿Cinco personas? Un ingeniero civil, un ingeniero energético, un ingeniero hidráulico, un edafólogo y un biotecnólogo, ¿me dejo alguno?

Atabong miró durante unos momentos los papeles que había cogido de la mesa para ver si se había olvidado de algo. Despues volvió a mirar a su amiga y continuó con la conversación:

–          ¿Sabes que hasta ayer no sabía qué es un edafólogo? Quien iba a imaginarse que había una ciencia para estudiar el suelo –Adabong también sabía jugar al juego de no responder preguntas, y a su amiga no le gustaba nada-

–          Bueno, ¿entonces me he dejado alguno? –preguntó de manera inquisitiva-

–          Había pensado también en un ambientólogo. Y bueno, ya sabes que me gustaría que tú participaras en el proyecto.

La pregunta cayó en mitad de la conversación como un jarro de agua fría. Anke ya sabía que desde el principio su amiga había estado tratando de convencerle para presentar el proyecto de forma conjunta, pero a ella le incomodaban los momentos de sinceridad directa. Ya tenía demasiadas cosas en las que pensar como para ponerse a redactar un proyecto para irrigar desiertos, ¡menuda locura!, pensó.

Anke miró encima de la mesa y vio su diploma de papel. Era curioso pensar en ello ahora, ya que recordaba que de pequeña siempre se había preguntado cómo sería el papel que aparecía en las escenificaciones del mundo antiguo. Quién iba a decirle que cuando se hiciera mayor viviría rodeada de papel por todas partes. La joven biotecnóloga miró a su amiga y le dio la única respuesta que tenía:

–          Ahora no puedo darte una respuesta, tengo muchas en las que pensar, pero prometo decirte algo mañana, ¿de acuerdo?

Atabong sabía que cualquier cosa que no fuera un no era valiosa. También sabía que su amiga no era tan solo inteligente, sino que además era brillante y poseía una gran capacidad para el análisis objetivo. Con ella, el proyecto tenía muchas más posibilidades de funcionar, pero Atabong sabía reconocer cuando no había nada más que hacer. Estuvieron hablando durante varias horas de otras cosas; recuerdos de la infancia y viajes hechos y por hacer. Cuando Anke se quedó sola volvió a pensar en sus cosas.

El día era soleado y por la ventana se veían algunas personas paseando. También los drones de transporte hacían su trabajo, cargados de las materias primas que iban hasta las grandes fábricas de Buea. A lo lejos se divisaba la silueta de la megalópolis, y en sus adentros Anke se sintió afortunada de poder vivir lejos de allí, en la tranquilidad del extrarradio. En las tardes que no tenía nada que hacer le gustaba coger el deslizador que llevaba hasta la costa. Allí daba largos paseos por la playa, observando las aves que surcaban los cielos sin preocupación alguna. Aquel día decidió dar uno de esos largos paseos mientras pensaba en todas sus posibilidades. Emigrar no era una mala opción, Oceanía era un destino bastante atractivo, del mismo modo que también lo era el sur de la antigua Argentina. También tenía muchas ofertas para trabajar en la Agrupación Africana, y aún no había decidido si quería dedicar su vida a la investigación o a la empresa. La idea del proyecto que le había planteado su amiga le resultaba una locura en la soledad de su paseo, pero a decir verdad tampoco tenía por qué tomar una decisión sobre su futuro en ese mismo momento.

Tal vez por los viejos tiempos en la universidad o por la idea de pasar más tiempo junto a su amiga, Anke comenzó a ver con diferentes ojos la conversación que habían mantenido esa misma tarde. Cuando llegó a su casa encontró todo donde lo había dejado y el título seguía reposando encima de la mesa. Al ver que todo estaba en orden se acercó hasta la vitrina donde guarda su preciado tesoro de monedas, aunque a decir verdad tenía cientos de ellas archivadas en otros lugares. Fue leyendo el código oculto que escondían los colores, y mientras cerraba los ojos intentó acordarse de dónde había obtenido cada una de las monedas. Oceanía, América o las ruinas de la vieja Europa. Los rostros de la gente sucia de barro y sudor. La música sonando entre las casas destruidas en aquella ciudad. Finalmente llegó hasta la primera moneda que había en aquel expositor y se quedó mirándola durante un buen rato. Después se perdió en sus pensamientos y se sentó en el sofá. Cuando había aclarado su mente dijo en voz alta y en un tono frio:

–          Casa. Llamar a Atabong Inoni-

Una voz que casi parecía humana le respondió inmediatamente:

–          Hecho. Esperando una respuesta

Después de unos segundos el escenificador se encendió y proyecto una imagen tridimensional en el centro de la sala, en la cual se podía ver la cabeza de su amiga:

–          Hola Anke, ¿cómo estás?

–          Muy bien. He estado pensando en lo que me has dicho hoy.

El silencio acompañó a la respuesta de la biotecnóloga. Era obvio que Atabong estaba esperando a que su amiga le dijera algo, pero sabía que eso no iba a ocurrir.

–          ¿Y qué has pensado? –dijo Atabong rindiéndose ante su amiga-

–          Que no seré yo quien presente el proyecto en público. De nosotras a ti se te da mejor.

Atabong sonrió se manera evidente, sintiendo que les esperaban un par de meses de trabajo duro:

–          Entonces nosotras, ¿no? –concluyó Atabong-

–          Eso parece –dijo Anke de manera cómplice- ¿nos vemos mañana a las ocho?

–          Cuenta con ello.

Las hojas de los árboles parecieron moverse al otro lado de la ventana. Mientras el sol se escondía al otro lado de la llanura y la noche fue haciéndose dueña de todo. A lo lejos los enormes edificios de la ciudad parecían hormigueros a los que se dirigían todas las pequeñas luces voladoras de colores. Iban a ser unos meses divertidos.

Este artículo nos lo envia Fernando Cervera Rodríguez, biólogo especializado en temas de salud pública. Escribe sobre temas científicos en diversos medios y podéis encontrarlo en twitter con el usuario @FernandoCervera



Por Colaborador Invitado, publicado el 18 noviembre, 2014
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