#LunesTetas: Tetas y conejos (y feromonas)

Por Carmen Agustín Pavón, el 12 enero, 2015. Categoría(s): Biología

Aunque dicen por ahí que nada funciona como reclamo mejor que unas tetas, lo cierto es que siempre que he asistido a un congreso con mis trabajos sobre feromonas (ojo, no ferormona ni ferohormona, como a veces he escuchado por ahí) he conseguido un público entregado. Por dos razones: primera, porque algunos científicos jovenzuelos suelen creer que les voy a hablar sobre sustancias con las que podrán rociarse y convertirse en irresistibles a los ojos (narices) de anheladas parejas sexuales; segunda, porque el tema sobre la existencia y/o naturaleza de las feromonas desencadena debates de lo más encendidos.

Desde que en 1959 unos tal Karlson y Lüscher acuñaron el término feromona (del griego pherein, transferir; hormon, excitar) como “sustancias secretadas hacia el exterior por un individuo y recibidas por un segundo individuo de la misma especie, en el cual provocan una reacción específica, por ejemplo, un comportamiento definido o un proceso de desarrollo” los científicos no se han puesto de acuerdo sobre la validez de extender a otros animales un término que originariamente se definió para los insectos. Para que una sustancia se considere una feromona, debe ajustarse a cinco criterios:

  1. Una feromona es una única sustancia, no una mezcla de ellas
  2. Una feromona debe desencadenar un comportamiento estereotipado. (No necesariamente de tipo sexual, al contrario de las creencias populares).
  3. Este comportamiento debe expresarse de manera innata, es decir, independientemente del aprendizaje y la experiencia del animal.
  4. Su actividad debe ser selectiva, es decir, ninguna otra sustancia debe desencadenar la misma reacción.
  5. Debe ser específica de especie. (Imagínense qué poco adaptativo sería que una feromona de elefante resultase atractiva a un ratón.)

Como pueden imaginar, demostrar que una sustancia cumple los cinco criterios para ser considerada una feromona no resulta muy complicado en insectos, y ya desde los años sesenta del siglo pasado se conoce, por ejemplo, el bombicol, la feromona sexual que atrae a los machos de la mariposa Bombyx mori. En mamíferos es otra historia: además de la dificultad de diferenciar las respuestas innatas de las aprendidas en individuos con un comportamiento tan complejo, encima la mayoría de ellos poseen dos sistemas olfativos. Pero de las maravillosas antenas de estas polillas que les permiten detectar la sustancia a kilómetros de distancia, y de las funciones del sistema olfativo y el vomeronasal hablaremos otro día. Hoy hemos venido a hablar de tetas y conejos.

La coneja es una madre prolífica, pero no demasiado entregada. De hecho, los gazapillos pasan solos 23 horas y 55 minutos al día en su nido de hierba y pelo. Durante los cinco minutos que restan, la coneja se coloca sobre ellos y queda inmóvil para permitirles alimentarse. En esos 5 minutos, antes de que la madre pegue un salto y los vuelva a dejar solos, los gazapos deben encontrar los pezones, engancharse a ellos e ingerir un 30% de su peso en leche. Pueden imaginar que esta tarea es titánica, y que una de las cuestiones más importantes para los gazapos, ciegos hasta los nueve días de edad, es encontrar rápidamente el pezón para no perder tajada. No se preocupen por estos gazapos, que son tan eficientes localizando tetas como algunos humanos adultos: encuentran el pezón en alrededor de seis segundos. Guiados por su olfato.

El 2-metilbut-2-enal, o feromona mamaria del conejo, fue la primera sustancia que cumplía los cinco criterios que hemos visto arriba para ser considerada una feromona en un mamífero. Se trata de una sustancia bastante pequeña, que provoca en los conejitos una respuesta inmediata de orientación y mordida, lo cual les permite engancharse a su madre sin perder un momento.

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La estructura química de la feromona mamaria del conejo, y una secuencia del comportamiento de mordida de un gazapo de 2 días de edad al «esnifar» tan atractivo compuesto. Fuente: Schaal et al, 2003.

Todo esto está muy bien, pero como siempre habrá quien piense que la investigación básica, la investigación en animales, no sirve más que como curiosidad (cuando no resulta cruel y especista, ejem). ¿Qué hay de las tetas humanas?

Tras unos años en los que se alentó y prefirió la “comodidad” de la leche de fórmula, muchas mujeres están volviendo a la lactancia materna (siempre apoyadas en nuestro país por una legislación en la que todo son facilidades para que las madres trabajadoras puedan disfrutar de bajas extensas, y no vean peligrar sus puestos de trabajo por ello). La OMS recomienda que los bebés se alimenten exclusivamente de leche materna durante los primeros seis meses de vida (el tiempo en que una madre tiene derecho a disfrutar de su baja por materni…ah,  ¿no?), ya que la leche materna proporciona tanto los nutrientes que el bebé necesita como las inmunoglobulinas que le protegen de muchas enfermedades, y el contacto con la madre facilita su desarrollo sensorial y cognitivo. Y encima, la leche materna ¡es gratis!

Pero a veces, por sorprendente que parezca, los bebés rechazan la teta, no “se enganchan”. Una de las razones es la poca experiencia de las madres. Parece que las madres primerizas no saben ayudar bien a sus pequeños a adoptar la postura adecuada, se ponen nerviosas, acaban exhaustas y abandonan. El bebé de una madre primeriza debe hacer gran parte del trabajo solo, casi como los gazapos de la mamá coneja. Pero la mayoría de las mamás humanas cuentan con una ayuda en su propio cuerpo: sus tetas no sólo son productoras de leche, sino también órganos olorosos.

El mismo grupo que identificó la feromona mamaria del conejo, dirigido por Benoist Schaal en el Centro de las Ciencias del Gusto en Dijon (ya ven que apropiado, como la mostaza), tiene una activa línea de investigación sobre la importancia del olfato en la lactancia humana. Resulta que en la aréola del pecho humano, las glándulas de Montgomery emiten una secreción sebácea durante la lactancia. La mayoría de las mujeres poseen entre 10 y 20 de estas glándulas por aréola, aunque se estima que alrededor de un 3% de las mujeres blancas carecen por completo de ellas. Pues bien, sus estudios han mostrado que si se les acerca el producto de estas glándulas a neonatos, los bebés responden con un incremento de su frecuencia respiratoria y respuestas estereotipadas de succión. Es más, se ha visto que en madres primerizas la mayor presencia de estas glándulas puede ayudar a la efectividad de la lactancia, con lo que disminuye la pérdida de peso inicial que muestras los neonatos. Por el contrario, en las madres primerizas que carecían de glándulas de Montgomery, el inicio de la lactancia se retrasaba en media unas 10 horas, y la variación en el peso de los neonatos era mayor. Aunque diez horas parezcan pocas en una vida, de nuevo la OMS advierte sobre la importancia de iniciar la lactancia durante la primera hora de vida del bebé. Como imaginarán, identificar las putativas feromonas mamarias en el humano podría utilizarse para ayudar a algunas  madres y a sus bebés a superar algunos problemas de la lactancia.

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En la imagen de arriba, comparen la aréola de una madre sin glándulas de Montgomery con la de una de las madres con más de estas glándulas (flechas). En la imagen de abajo, reacción de succión de un bebé al olfatear la secreción tomada de esas glándulas. Fuente: Doucet et al, 2012.

Si gracias al reclamo alevoso de las tetas han llegado hasta aquí, aprovecho para meter mi mensaje con calzador: la próxima vez que vean una teta, acuérdense de los conejos y las feromonas, y de cómo mucha de la investigación básica que se lleva a cabo algún día dejará de ser una mera curiosidad y nos podrá ayudar en algunos aspectos cruciales de nuestra vida.

Y si con todo esto todavía se han quedado con ganas de más conejos y más tetas, les recomiendo el visionado de una de mis películas preferidas. Seguro que con estos dos fotogramas no necesitan que les diga cuál es…

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A ver quien adivina cual es una de mis películas favoritas sobre tetas y conejos…

Referencias

  • Doucet S, Soussignan R, Sagot P, Schaal B. (2012) An overlooked aspect of the human breast: areolar glands in relation with breastfeeding pattern, neonatal weight gain, and the dynamics of lactation. Early Hum Dev. 88(2):119-28.
  • Karlson P, Luscher M (1959). Pheromones’: a new term for a class of biologically active substances. Nature. ;183(4653):55-6.
  • Schaal B, Coureaud G, Langlois D, Giniès C, Sémon E, Perrier G. (2003) Chemical and behavioural characterization of the rabbit mammary pheromone. Nature. 424(6944):68-72.


Por Carmen Agustín Pavón, publicado el 12 enero, 2015
Categoría(s): Biología