Hace ya varios años que leí Moby Dick. Uno de los párrafos que más recuerdo es este:
Mirad esa obra tan famosa que es «La Naturaleza animada», de Goldsmith. En la edición abreviada de 1807, de Londres, hay grabados sobre una presunta «ballena» y un «narval». No quiero parecer poco elegante, pero esta fea ballena parece una cerda mutilada, y en cuanto al narval, una ojeada basta para sorprenderle a uno de que en este siglo decimonono se pueda hacer pasar por genuino un hipogrifo a cualquier inteligente público de escolares.
El grabado al que hace referencia es el siguiente y, en efecto, el aspecto que imaginó el naturalista para estos animales no podía ser más incorrecto.
Como bien me hizo notar Javier Peláez, en la época en la que se escribió Moby Dick ya se conocía perfectamente el aspecto de un narval, como demuestra esta obra de 1825 y algunas algo posteriores.
Pero todos estos datos objetivos no tienen nada que ver con el motivo que me hizo recordar el párrafo, que es, como suelen ser, un motivo más sentimental que racional. Nada más leerlo me pregunté si alguien, en el siglo XXIII, esbozará una sonrisilla al leer cosas como «¿cómo es posible que haya gente, en el siglo veintiuno, que abomine de las vacunas?»
Pablo Rodríguez (Guadalajara, España, 1984) se siente inclinado de un modo casi suicida hacia las cosas complicadas. Esta cualidad le ha llevado a convertirse en físico, malabarista, ilusionista aficionado y humorista de cuarta categoría. Actualmente trabaja como experto en computación científica en el Netherlands eScience Center. Más información y contacto aquí