La vocación docente, el miedo y la ignorancia: hacia la revolución por el pensamiento

Por Colaborador Invitado, el 9 abril, 2015. Categoría(s): Divulgación
Baruch Spinoza
Baruch Spinoza

El sustantivo vocación me ha surgido para titular esta entrada a pesar de sus reminiscencias nacional-católicas. Pero tranquilos, no voy a escribir de la llamada divina a seguir el camino de su rebaño sino de todo lo contario. De la voz interior que te impele a salirte del rebaño, a pensar por ti mismo, a cuestionar toda doctrina. La que convirtió a Baruch Spinoza en un ilustre proscrito[1].

Pensar es fácil, es algo espontáneo que nuestro córtex prefrontal hace por nosotros (algún día debería escribir sobre eso, también sobre eso he pensado) ¿Quién no se ha sorprendido a si mismo pensando sobre lo que no desearía pensar?. Y es, sin duda, lo que nos hace animales singulares, capaces de tanto bueno y de tanto malo. Cuando has tenido que construir tu ideario de la nada, en un entorno estéril (una familia tardofranquista ultra-religiosa), aprecias más que otros la libertad de pensar sin límites, de romper los límites con tu pensamiento. Y mostrar eso a los jóvenes es lo que me movió a ser profesor. Enseñarles que no somos corderos que seguimos al pastor. Que, sin miedos, podemos decidir nuestro camino, separarnos o aproximarnos a los demás con toda libertad. Y mostrarles, además, que algunos sí que quieren ser pastores. Y para hacer de nosotros su dócil rebaño usan dos armas infalibles: el miedo y la ignorancia.

Mi madre, como gran parte de su generación, fue el blanco perfecto de esa estrategia. No olvidaré nunca el día en que lo verbalizó. Ese día, en una de tantas discusiones familiares, fue plenamente consciente de que sus hijos, todos estudiantes universitarios con más que notable rendimiento académico, habían perdido la fe en Dios. Y con cara de miedo y de dolor reveló su frustración con una sentencia célebre (para mi): “Más os valdría saber menos y creer más en Dios”.

Llamadme paranoico si queréis, pero la estrategia del miedo y la ignorancia sigue hoy tan vigente como cuando mi madre fue educada, niña de la guerra civil y la postguerra. Meternos miedo para truncar nuestro pensamiento es a lo que se dedican muchos de nuestros políticos, en España y Europa, para que no nos descarriemos. Usan dos miedos, el del terrorismo (que sí que da miedo, vista la crueldad de los asesinatos y secuestros de grupos radicales islamistas en los últimos años) y el del apocalipsis financiero. Sólo los ignorantes tienen miedo de este último: si piensas tienes la certeza de que el apocalipsis financiero es un farol, o que ya hace tiempo que llegó a nuestro país (y a Grecia). Que es evidente que ellos son los responsables y caerán antes o después, que saben que están en peligro y que son sus propios miedos los que nos transmiten. Así que, señoras y señores, podemos pasarnos la apocalipsis financiera por el forro.

Pero más grave que todo esto es la política deliberada de promoción de la ignorancia. Y eso se ha hecho sistemáticamente mediante la manipulación del sistema educativo y su empobrecimiento progresivo. Uno de mis sobrinos fue alumno de uno de esos colegios privados bilingües (inglés-español) que sigue el sistema educativo público británico. Un día le vi estudiar historia: analizaba un texto del primer ministro británico Neville Chamberlain (1869-1940), un discurso que dio en la cámara de los comunes a mediados de los años 1930, acerca de la oportunidad de llegar a un acuerdo con Hitler. Chamberlain finalmente firmó el llamado acuerdo de Múnich en 1938, lo que permitió que la Alemania nazi se anexionara la región checoeslovaca de Sudetenland comenzando así una escalada que acabó en la segunda guerra mundial (perdonad los que sepáis historia si he simplificado las cosas). Le pregunté cómo era posible que estuvieran estudiando un período histórico tan reciente y conflictivo, cuando nosotros nunca llegamos a estudiar ni la primera república española, aunque nos hartábamos de Reyes Católicos. Y, para mi asombro, me dijo que ellos estudiaban la historia desde el presente hacia atrás. Y lo hacían analizando críticamente textos de discursos de sus políticos, a la vista de las consecuencias posteriores de sus decisiones.

Algo así es impensable en una sociedad como la nuestra, que tiene el lastre de tantos años de dictaduras y de represión del pensamiento libre. Y no mejoraremos mientras el poder (los gobiernos y sus acólitos) usen las escuelas para mantener el status quo. Las medidas de la LOMCE (de nombre tan rimbombante como engañoso), el incremento del número de estudiantes por aula (¡que vuelve a ser el de mi infancia!), la disminución progresiva del presupuesto para educación obligatoria, secundaria y universitaria, la gradual disminución de las plantillas de docentes con la aplicación de la tasa de reposición del 10% de las jubilaciones (¡ahora del 50%, oh generosidad!), la precarización del trabajo docente, son medidas que, con la palanca del miedo al apocalipsis financiero, están entrando en nuestra mente sin que las cuestionemos. Y así seguirán criando generaciones de ignorantes, temerosos de pensar, ovejas dóciles de su rebaño. Hace falta una revolución, una revolución desde las barricadas del pensamiento.

 

Este artículo nos lo envía Ferrán Martínez-García,(@Perguelofici) biólogo que evita, contra viento y marea, especializarse demasiado. Aun asi ha estudiado sobre todo Neurociencias y actualmente es catedrático de Fisiología e Histología en la Universidad Jaume I, investigador del comportamiento animal y de las rarezas de la conducta y el cerebro humanos.

[1] El azar ha querido que en los últimos meses haya leído dos textos que invocaban a Spinoza como adalid del pensamiento libre. La tentación de Spinoza es una narración corta de Lorenzo Silva, el segundo de su libro El déspota adolescente (Destino). Y, cómo no, Looking for Spinoza: Joy, Sorrow, and the Feeling Brain, del neurólogo lisboeta (como el ilustre proscrito) Antonio Damasio (Mariner Books).



Por Colaborador Invitado, publicado el 9 abril, 2015
Categoría(s): Divulgación