El cuarto plinto

Por jralonso, el 2 junio, 2015. Categoría(s): Biología • Divulgación • Personajes
Imagen: James O Jenkins www.jamesojenkins.co.uk
Plinto vacio en Trafalgar Square. Imagen: James O Jenkins

Trafalgar Square es famoso por la estatua de Nelson subida en una gigantesca columna y las abundantes palomas, esas ratas con alas. En las cuatro esquinas de la plaza hay plintos, tres de los cuáles tienen una estatua encima (el rey Jorge IV y los generales Henry Havelock y Charles James Napier) y el otro está vacío.

Fue usado ocasionalmente por oradores, manifestantes y turistas, a veces por campañas publicitarias y ahora forma parte de un proyecto artístico pero hay un destino que muchos queremos para él: la estatua de un médico, Edward Jenner.

Treinta y cinco años. Hace treinta y cinco años, en mayo de 1980, la OMS, declaró que «el mundo y sus pueblos» estaban por primera vez en la historia, libres de viruela y que una de las enfermedades más terribles había sido definitivamente derrotada. Durante siglos, la viruela fue un azote en todas las familias, en todos los países. Hicieron falta casi doscientos años pero mereció la pena. En la época de Jenner, una de cada tres personas enfermaba de viruela y uno de cada doce moría de ello. Incluso en el siglo XX mató unos trescientos millones de personas y los supervivientes quedaban frecuentemente desfigurados o ciegos.

Se la considera responsable de la caída de población indígena en las Américas y no solo por contagio fortuito. En 1763, sir Jeffrey Amherst, Comandante en Jefe de las tropas británicas en América, ordenó la distribución de mantas contaminadas con viruela a las tribus indias alrededor de Fort Pitt, Pennsylvania con el objetivo declarado de exterminarlos y acabar con la llamada rebelión de Pontiac en memoria del jefe de los ottawas que lideró la guerra. Los españoles también contagiamos la viruela en la Conquista pero fue algo casual aunque terrible, y no un genocidio programado. Algunos angloparlantes critican la actuación de España en América Latina, donde cometimos errores y atrocidades pero donde a los pocos años de llegar construimos hospitales, catedrales y universidades. Quizá deberían repasar un poco su propia historia. Probablemente basta comparar la situación de las poblaciones indígenas entre la América hispana —donde ha habido y hay presidentes indígenas— y la América anglófona, donde todavía existen reservas para los nativos americanos.

Edward Jenner nació en Berkeley, un pequeño pueblo en Gloucestershire (Inglaterra). Cuando fue a estudiar a Londres se encontró una epidemia de viruela. El número de afectados era tan alto que en cada litera del hospital de San Jorge dormían cuatro personas, muchos de los cuales morían en medio de una terrible agonía. Tras sus estudios regresó a su pueblo natal, donde trabajó el resto de su vida como cirujano rural. Preocupado por la viruela, Jenner vio que los trabajadores de las granjas que padecían una enfermedad parecida pero mucho más leve, la viruela bovina, no enfermaban posteriormente de viruela. Así que decidió generar un contagio experimental con la primera, la viruela de las vacas o vacuna y ver si protegía de la segunda, la viruela de los humanos. Para eso cogió pus de una pústula de una muchacha, Sarah Nelms, que ordeñaba vacas y que se quejaba de un sarpullido en las manos. Jenner lo transfirió a una herida en la mano de un muchacho de ocho años, James Phipps, el hijo de su jardinero. Unas semanas más tarde, probó su inmunidad inoculando al pequeño James con viruela humana.

Jenner fue terriblemente criticado. En una época en la que la enfermedad se consideraba un castigo divino, intentar oponerse a ello era oponerse a los designios de Dios. Muchos médicos importantes, por celos o desprecio al cirujano de pueblo que era Jenner, se dedicaron a desprestigiar la vacuna. Numerosos clérigos, horrorizados también a que se administrara «pus de una bestia» a seres humanos recurrieron a textos bíblicos para demostrar que la vacunación era un invento del diablo. Un famoso dibujo muestra personas vacunadas a las que les surgen cabezas de vaca de sus brazos o le salen cuernos. Pero poco a poco, sin embargo, el éxito de la vacuna fue evidente. En 1805 Napoleón dio órdenes de vacunar a todas sus tropas y ordenó acuñar una medalla en honor de Jenner, la emperatriz de Rusia le envió un anillo y los Jefes Indios de Norteamérica le enviaron un collar y un cinturón de cuentas de Wampum, un objeto sagrado usado en los pactos los homenajes. En 1806 el presidente Thomas Jefferson escribió a Jenner para felicitarle, diciéndole que la Humanidad jamás olvidaría su nombre pero no estoy seguro de que haya sido así.

Statue_of_Edward_Jenner_-_geograph.org.uk_-_1452436
Estatua de Jenner, ahora en Kensington Gardens

La estatua de Jenner en Trafalgar Square fue inaugurada por el Príncipe Alberto en 1858. Cuatro años más tarde era trasladada a los Kensington Gardens, donde todavía sigue. Fue retirada por las fuertes presiones de los grupos antivacunas, irresponsables que siguen existiendo un siglo después, con nuevos argumentos igualmente falsos y nocivos. Ahora la tontería no es que te salen cabezas de vaca en la nariz o en los brazos sino que las vacunas causan autismo. Igualmente estúpido e igualmente peligroso: se calcula que 150.000 personas, la mayoría niños, han enfermado entre 2007 y 2015 porque sus padres no les pusieron las vacunas requeridas y de ellos, más de 9.000 murieron. Ése es el «éxito» de los antivacunas.

El cuarto plinto estaba originalmente pensado para una estatua ecuestre de Jorge IV pero el dinero se acabó antes de terminarla. En 1998 la Royal Society of Arts diseñó un proyecto artístico para hacer exposiciones temporales sobre el pedestal. La primera estatua fue el Ecce Homo de Mark Wallinger, una estatua a tamaño real de un Cristo maniatado y coronado de espinas. Frente al gigantesco plinto, la estatua parecía minúscula transmitiendo un sentimiento de humildad y fragilidad. Luego han seguido distintas esculturas incluyendo un caballito de niño en bronce y la estatua del esqueleto de un caballo, que para algo era un plinto diseñado para una estatua ecuestre. También hubo propuestas para colocar estatuas definitivas, entre las que se incluyen de Nelson Mandela, del mariscal Keith Park –el hombre que dirigió la defensa aérea durante la Batalla de Inglaterra de la II Guerra Mundial, de Margaret Thatcher, de la Reina Isabel II y, quizá con cierta guasa, de Wallis Simpson. Esta última candidata es la divorciada americana cuyo matrimonio con el rey Eduardo VIII forzó su abdicación lo que en opinión de algunos «salvó al país y salvó la monarquía» porque el monarca británico era un pronazi que muchos piensan que habría sido la regia marioneta de Adolf Hitler.

El Museo Edward Jenner y el British Medical Journal iniciaron una campaña para que el cuarto plinto fuese ocupado por la estatua de Edward Jenner. Parece que el Almirantazgo y ciertos veteranos se quejaron de que se pretendiera llevar a un simple civil junto a aquellas glorias militares ¡y encima sentado cuando todos los demás estaban en pie! Ya en serio sería un mensaje a los antivacunas y al conjunto de la sociedad, un reconocimiento rodeado de estatuas de personajes que consiguieron su fama por matar gente a otro que hizo lo contrario, salvar vidas, vencer a un enemigo de toda la Humanidad, a un asesino que mató más gente que todas las guerras de la historia juntas, una estatua al triunfo de la ciencia y la razón. ¡Qué vuelva Jenner a Trafalgar Square!

Para leer más:



Por jralonso, publicado el 2 junio, 2015
Categoría(s): Biología • Divulgación • Personajes