Henry y el olfato: lecciones póstumas del memorable amnésico Henry Molaison

Por Carmen Agustín Pavón, el 10 junio, 2015. Categoría(s): Divulgación • Neurociencia

El 25 de agosto de 1953, a la edad de 27 años, Henry Molaison fue operado por el neurocirujano William Beecher Scoville para eliminar de su cerebro un foco epiléptico. La epilepsia es un trastorno en el que, de forma impredecible, una zona del cerebro (normalmente una porción del córtex cerebral) tiene tendencia a dearrollar episodios de una actividad frenética e imparable que, a través de las conexiones de sus neuronas se extiende como una onda por la superficie del córtex cerebral.Las crisis epilépticas se suelen clasificar usando los galicismos “grand mal” y “petit mal”.

Las epilepsias de tipo grand mal son las convulsivas, en las que la onda de excitación provocada por la activación descontrolada del foco, llegan al córtex motor desencadenando contracciones simultáneas de músculos flexores y extensores que se traducen en violentas convulsiones que ponen en serio peligro la integridad física del enfermo.

El “petit mal” es una epilepsia no convulsiva, con un foco lejano al córtex motor en términos físicos y conectivos. Provoca lo que se llaman crisis de ausencia, en las que el enfermo simplemente queda en estado de inconsciencia, desconectado de su entorno, durante segundos o minutos y vuelve a la normalidad después sin, en ocasiones, percatarse de que ha pasado el tiempo. Las crisis de ausencia parecen casi inocuas, pero son sólo un poco menos peligrosas que las aparatosas crisis convulsivas. La sobreexcitación provoca muerte neuronal por sobreexcitación, que dañar progresivamente el sistema nervioso del enfermo y mermando así algunas de sus capacidades perceptivas, psicomotrices o cognitivas.

Henry Molaison poco antes de su operación (izquierda). A la derecha en 1986 en el MIT, delante de un ordenador con el que hacía tests psicológicos bajo la atenta mirada de Suzanne Corkin.
Henry Molaison poco antes de su operación (izquierda). A la derecha en 1986 en el MIT, delante de un ordenador con el que hacía tests psicológicos bajo la atenta mirada de Suzanne Corkin.

Henry Molaison comenzó presentando crisis de ausencia esporádicas en la preadolescencia, que sus padres atribuyeron inicialmente a un accidente en bicicleta, si bien en su familia paterna había varios casos de epilepsia. Desgraciadamente, con los años la frecuencia y la gravedad de las crisis se incrementaron y en los años previos a su operación tenía varias crisis convulsivas y ausencias cada día. Sus médicos lo trataron con las drogas antiepilépticas disponibles en la época, Dilantin y fenobarbital entre otras, a dosis crecientes. Pero ni las mayores dosis los fármacos eran efectivas, aunque los efectos secundarios de estas drogas fueron tales que le provocaron lesiones en el cerebelo y una neuropatía periférica. Y, finalmente, la única solución posible que quedó fue la quirúrgica: extirparle la parte medial de su lóbulo temporal, en donde residía el foco de su epilepsia. Ante la dificultad de saber en cual de los dos hemisferios cerebrales estaba el foco con las rudimentarias herramientas diagnósticas de mediados del siglo XX, el Dr. Scoville decidió resecar la amígdala, las áreas corticales entorhinal, perirhinal y parahipocámpica, más la porción posterior del hipocampo de sus dos hemisferios cerebrales. Apenas unos pocos centímetros cúbicos de masa cerebral.

Apenas Henry despertó de la anestesia, el Dr. Scoville se dio cuenta de que había cometido un error fatal, del que siempre se mostró compungido, a pesar de lo imprevisible del mismo cuando él tomó la decisión. Henry Molaison se acababa de convertir en el más famoso de los pacientes de la neurología del siglo pasado, el amnésico H.M. Sólo tras su muerte, el 2 de diciembre de 2008, después de más de 55 años de una vida sin memoria, la identidad de H.M. salió por fin a la luz pública.

Como consecuencia de la operación, la vida de Henry sufrió un cambio dramático, especialmente para sus padres. La lesión bilateral de su hipocampo hizo que, desde el día de su operación su memoria quedara reducida a unos 30 segundos. Afortunadamente, Henry nunca fue plenamente consciente de su propio drama. Porque sin memoria no existe el pasado ni, por tanto, el futuro. Y sin pasado ni futuro, viviendo siempre en el tiempo presente[1], el sufrimiento queda muy mitigado, las preocupaciones no existen porque no hay futuro del que (pre)ocuparse. Todas sus experiencias pasaban por Henry sin dejar huella en su memoria y por tanto ni siquiera su propia condición de amnésico, su dependencia absoluta de la ayuda constante de la gente de su alrededor (sus padres primero, su madre cuando su padre murió, el personal sanitario después) podía provocarle ansiedad. A eso hay que sumar que su amígdala, el centro de nuestro cerebro responsable de nuestros miedos y alegrías, había sido extirpada junto con el hipocampo, si bien parte de su amígdala centro-medial (la más relacionada con la generación de miedos) quedó intacta tras la operación[2].

A pesar de ser una víctima directa de este terrible error, Henry es seguramente una de las personas que más ha contribuido activamente al avance de la neurociencia y la neurología en toda la historia de estas disciplinas. Incluso una vez muerto, Henry continuó sirviendo bien a la neurociencia y la medicina gracias a que decidió donar su cuerpo. Así que, inmediatamente tras su deceso, el cuerpo de Henry fue introducido en equipo de resonancia magnética para obtener una RMN postmortem de su encéfalo, su última RMN. Después, con sumo cuidado, un equipo de anatomistas expertos abrió su cráneo y fotografió su encéfalo desde todos los ángulos posibles dentro aun de su cabeza, para finalmente extraerlo y repetir la sesión fotográfica ahora ya del encéfalo aislado. Finalmente, fijaron el encéfalo para su estudio histológico y lo seccionaron en cortes muy finos para poder observar cada detalle al microscopio. En la web http://thebrainobservatory.ucsd.edu/hm se puede leer su historia y contemplar el fascinante vídeo (al menos para un histólogo como yo) en el que se muestra cómo un micrótomo de congelación automático, supongo que hecho a medida, permitió que durante 53 horas ininterrumpidas se obtuvieran miles de secciones horizontales del encéfalo de Henry. De éstas se seleccionaron 2401 que fueron teñidas y fotografiadas para realizar una reconstrucción 3-D del encéfalo del entrañable amnésico Henry Molaison. Este trabajo permitirá establecer correlaciones entre sus (mermadas) capacidades mentales y cognitivas y las zonas de su encéfalo sanas o lesionadas. Entender mejor la compleja relación entre anatomía y función en el sistema nervioso central, desentrañar la anatomía de la mente2.

El encéfalo de Henry, mientras es seccionado con un microtomo de congelación especial. Imagen captada del video disponible en The Brain Observatory: http://thebrainobservatory.ucsd.edu/hm
El encéfalo de Henry, mientras es seccionado con un microtomo de congelación especial. Imagen captada del video disponible en The Brain Observatory: http://thebrainobservatory.ucsd.edu/hm

Y todo esto es posible porque, poco después de su operación, las psicólogas clínicas Brenda Milner primero y Suzanne Corkin después (Milner se jubiló y tiene actualmente casi 97 años) pasaron miles de tests psicológicos al bueno de Henry, quien siempre se mostró colaborador y optimista y se sometió a los tests no sólo sin quejas, sino incluso con entusiasmo. Así Milner y Corkin observaron que la mayor parte de las capacidades perceptivas de Henry estaban intactas, pero que no había perdido completamente sus capacidades de aprendizaje (como comentaré después). Suzanne Corkin ha relatado la historia de Henry y la extraordinaria relación que los unió en un libro que transpira cariño por Henry y pasión por la ciencia1 y que, por tanto, no puedo sino recomendar vivamente (aunque de momento solo esté en inglés; si alguna editorial está interesada yo me ofrezco a hacer una traducción fiable). En una entrevista con motivo de la muerte de Henry, Corkin menciona lo que una vez le dijo Henry acerca de su relación: «Es algo divertido: – normalmente se vive y se aprende. Pero [en nuestro caso] yo vivo y tu aprendes«. Y Corkin describió así su relación: “Parece imposible tener una relación con alguien que no te reconoce, pero yo la tuve”. Y es que, tras 40 años viéndolo con frecuencia, en ocasiones a diario, cada vez que Corkin visitaba a Henry tenia que presentarse como si fueran desconocidos. No obstante, a menudo Henry demostraba cierta familiaridad con la Dra. Corkin, y si se le preguntaba acerca de su relación sugería que debían conocerse desde la adolescencia, quizás en el instituto.

En sus primeros estudios, Milner descubrió pronto que aun siendo amnésico, Henry aprendía algunas cosas inconscientemente. En 1962 publicó los resultados de un test de aprendizaje visuo-motor: frente a un espejo has de intentar reseguir una estrella de cinco puntas con doble línea, sin salirte de la las líneas. Tu no ves la estrella ni tu mano directamente, sino a través del espejo y, por tanto, la imagen está invertida y tus movimientos, en principio, son contrarios a los deseados. Probad, es difícil. Pero con la práctica se aprende. Y Henry también aprendió. Pero cuando ya era un autentico virtuoso con el test, cada vez que se le presentaba y, casi de inmediato, lo realizaba sin dudar decía lo mismo: “Mmmm, es más fácil de lo que pensaba”. La memoria motora, ahora lo sabemos gracias a Henry y a Brenda Milner, no depende del hipocampo.

El test psicomotor de la estrella de cinco puntas. A pesar de su amnesia Henry aprendió esta tarea y la realizaba con gran destreza
El test psicomotor de la estrella de cinco puntas. A pesar de su amnesia Henry aprendió esta tarea y la realizaba con gran destreza

La amnesia de Henry era tan impactante e impresionante que ha dejado en un segundo plano una alteración importantísima de sus capacidades perceptivas. Su olfato no era normal. Suzanne Corkin sometió a Henry a una serie de tests de percepción olfativa: le presentaba viales con una solución de una sustancia química olorosa común (por ejemplo, odorantes con olor a coco, menta o almendra) y pedía a Henry que identificara el olor de entre 5 posibles indicados en una tarjeta. El único olor que reconoció fue el agua destilada, a la que respondió “nada” es decir, reconoció la ausencia de olor. Todos los demás odorantes fueron detectados pero sin ser identificados: indicaba unos de los 5 posibles olores al azar (un acierto de cada 5 como media). Además, no sabía si dos olores presentados consecutivamente eran el mismo o dos diferentes, no discriminaba entre olores. Y si se le pedía que, sin tarjeta alguna, indicara qué olor estaba oliendo, daba descripciones estrambóticas: por ejemplo, un día identificó el clavo de olor (especia) como “madera recién cortada”. Y en otra ocasión el mismo odorante lo identificó como “pez muerto encontrado en la orilla”. Y si se le presentaba un objeto a ciegas y se le dejaba olerlo (por ejemplo un limón) cuando por fin se le retiraba la venda de los ojos decía: “curioso, no huele como un limón”.

Esta alteración del olfato que mostraba Henry no era, sin embargo, una hiposmia o una anosmia. Si se le hacía una prueba de discriminación de intensidad, presentándole distintas concentraciones de un mismo odorante y pidiéndole que ordenara los viales por concentraciones, lo hacía correctamente. Podía detectar la presencia o ausencia de olor y podía discriminar la intensidad del estímulo (olor fuerte, olor débil) pero no identificar el olor[3] .

Otros pacientes amnésicos por lesiones de hipocampo (Henry no es el único, aunque sí el más famoso) no presentan alteraciones del olfato similares. Por eso el cerebro de Henry aun esconde un misterio. Nos indica que tenemos sistemas separados: uno para detectar olores e inferir la intensidad de los mismos y otro para identificar los olores que detectamos. El primero estaría intacto en el cerebro de Henry, el segundo residiría en alguna de las áreas que perdió en la operación. Y tenemos unos cuantos candidatos. Entre ellos la corteza entorhinal y la amígdala.

Ya he mencionado la amígdala unos cuantos párrafos más arriba. Con la forma y el tamaño de una almendra (amygdala es almendra en griego y latín) esta pequeña porción del lóbulo temporal tiene un papel clave en las respuestas emocionales primarias[4]. Pero además, la amígdala es receptora de proyecciones desde los bulbos olfativos, lo que convierte a una parte de la misma, la llamada amígdala cortical, en un área olfativa. En los circuitos internos de la amígdala residiría el impacto emocional de los olores: si un día pasamos junto a alguien que lleva la colonia que solía usar nuestra madre (uso este ejemplo porque la mía murió hace más de 20 años) el impacto es tremendo. Y es ese impacto, quizás, el que nos permite asignar identidad a los olores y reconocerlos, distinguiéndolos de los demás. Aparentemente, Henry también perdió la amígdala cortical en su operación, y con ello un limón no olía a nada relevante, solo olía.

Desde su tumba, Henry aun nos da lecciones, con la misma generosidad con que lo hizo en vida.

 

Este artículo fue escrito originalmente en catalán por Carmen Agustín Pavón y Ferran Martínez-García, @Perguelofici y hoy os ofrecemos su traducción en Naukas.

Notas y más información:

[1] Conocía el caso de HM desde hace años. Pero la lectura de Permanent Present Tense: The Unforgettable Life of the Amnesic Patient, H.M. de Suzanne Corkin, la psicóloga que lo trató durante los últimos 40 años de su vida, permite calibrar la magnitud del drama de Henry y sus padres (no tenía hermanos) y los terribles episodios que las modas médicas basadas en el supuesto pragmatismo y los delirios de fama de algunos, pueden llegar a generar en la población. Algún día tendré que escribir sobre psicocirugía y neuropsiquiatría.

[2] Annese et al. 2014. Postmortem examination of patient H.M.’s brain based on histological sectioning and digital 3D reconstruction. Nature Communications. 5:3122 / DOI: 10.1038

[3] Eichembaum et al. 1983. Selective olfactory deficits in case H.M.. Brain 106:459-72

[4] LeDoux J. 1998. The Emotional Brain: The Mysterious Underpinnings of Emotional Life. Touchstone Pr. ISBN-10: 0684836599; ISBN-13: 978-0684836591.

Olucha et al. 2015. Amygdala: Structure and Function. In: Paxinos G (ed.) The Rat Nervous System. Academic Press/Elsevier



Por Carmen Agustín Pavón, publicado el 10 junio, 2015
Categoría(s): Divulgación • Neurociencia