La desconocida muerte de Patrick B. Kennedy

Por Txema Campillo, el 7 agosto, 2015. Categoría(s): Medicina • Personajes

Nací el 26 de febrero de 1978  pero la primera vez que mi madre me tuvo en brazos fue el 1o de abril. Sin ser prematuro pasé 42 días en una incubadora. Mi madre nunca supo explicarme bien que fue lo que tuve pero una frase que le dijo el médico, y me repitió años después, se me quedó grabada: «Si llega a nacer 5 años antes no lo cuenta.» Y si llego a nacer 15 años antes, entonces sí que hubiera sido misión imposible.

El 7 de agosto de 1963 nace prematuramente, a las 37 semanas, Patrick B. Kennedy, el tercer hijo de John y Jackie Kennedy. Lo hace en la Base Aérea Otis de cabo Cod. A pesar de ser un prematuro desarrollado y pesar unos dos kilos, Patrick comienza a mostrar problemas para respirar. Estaba afectado por el síndrome del distress respiratorio neonatal (SDRN). El SDRN es una anomalía que, en aquella época, le costaba la vida a 25.000 bebés al año, causado la mayoría de las veces por una membrana, la hialina, que impide a los bebés una normal espiración al mantener la tensión superficial contra el aire y colapsar los pulmones.

Pulmón afectado de SDRN. La parte opaca es la hialina.

Rápidamente fue trasladado al Hospital Infantil de Boston pero, al ser verano, todos los adjuntos estaban de vacaciones y solo trabajaban los residentes en formación. Los residentes se vieron sobrepasados por las circunstancias. Necesitaban un adjunto que les supervisara, así que un especialista de cardiología infantil interrumpió sus vacaciones y se desplazó al hospital. Con todo eso, lo único que podían ofrecerle al pequeño Patrick eran incubadoras templadas y una cámara hiperbárica en la que metieron al pequeño para ver si podía sobrevivir con más oxígeno.

También se produce el «síndrome del recomendado» cuando la hermana de Jackie informa de que el doctor Samuel Levine fue capaz de salvar a su hijo prematuro. Imagínense la escena: el Servicio Secreto localiza al doctor Levine en Central Park y lo traslada rápidamente a Boston. El presidente Kennedy telefonea a Levine y le traslada que cuenta con él para salvar al recién nacido. Al más puro estilo de cine americano, la policía llega a su casa, lo mete en un coche y sale en sentido contrario con las sirenas a todo trapo. Lo meten en el Air Force One y lo manda a Massachusetts (con tanta prisa que el doctor no pudo coger su cartera y un residente le tuvo que que dejar dinero para que cogiera el tren de vuelta). Pero el presidente de la Asociación Americana de Pediatría tampoco podía hacer mucho por el pequeño.

Dra. Maria Delivoria-Papadopoulos, una de las dos madres de la neonatología.

En plena crisis alguien recuerda que, pocos meses antes, la doctora Maria Delivoria-Papadopoulos del Hospital Infantil de Toronto había logrado salvar a un prematuro de 34 semanas con un ventilador de su invención basado en los pulmones de acero que usaban los enfermos de poliomielitis. Cuando acudieron a ella su gélida respuesta fue que no iba a enviar nada porque nada podía hacerse ya por el niño. En efecto, los éxitos de la doctora Papadopoulos, salvando a seis prematuros ese año, se debían en gran parte a una intervención temprana, a las pocas horas de su nacimiento, ventaja con la que el hijo del presidente ya no contaba. 39 horas después de su nacimiento, Patrick fallece.

Gravestone_for_Patrick_Bouvier_Kennedy_in_Arlington_National_Cemetery

Pero para la ciencia su muerte no fue en vano. Puso el foco (y la pasta de los National Institutes of Health) sobre ese síndrome y sobre los cuidados intensivos a los neonatos. También hay que añadir cierta vergüenza patriótica al ver cómo los canadienses habían conseguido salvar la vida de algunos neonatos con afecciones parecidas a las del pequeño Kennedy. Podíamos decir que este fallecimiento marcó un hito, un punto de inflexión en la atención sanitaria a neonatos tan importante como el vuelo de los hermanos Wright lo fue para la aviación.

Para mayor oprobio resulta que ya habían localizado el problema. Años antes, en 1959, el equipo de la doctora Mary Ellen Avery, primera mujer jefa de departamento en el Hospital Infantil de Boston (que ya es casualidad), había descubierto el problema: no es que «sobre» hialina en los pulmones sino que falta un complejo de fosfolípidos y proteínas, el surfactante pulmonar, que la elimina al madurar el pulmón. Con la administración de surfactantes exógenos bovinos y porcinos, desarrollados durante los 70 y los 80, y otras técnicas como la respiración auxiliar, el 95 % de los neonatos afectados por el SDRN se salvan en la actualidad.

Ese 5 % de fallecidos por SDRN se debe en gran medida a los musulmanes de la India. Ya que no pueden usar surfactantes porcinos y muchos doctores hindúes se niegan a usar los bovinos (sí, la religión causando muertes en el siglo XXI). Para evitarlo hay equipos de investigadores tratando de desarrollar, con éxito al parecer, surfactantes exógenos procedentes de cabras.

La Dra. Mary Ellen Avery el día que recibió la Medalla Nacional de Ciencias de manos del presidente.

Todo ese esfuerzo invertido en el SDRN dio lugar a una carrera de avances científicos y tecnológicos que llevaría a la creación de la especialidad de Neonatología, la invención de las modernas UCI neonatales y a salvar miles de vidas de bebés no necesariamente afectados por SDRN en el camino.

Decimos mucho que sin ciencia no hay futuro, pero esta vez no es ese futuro etéreo que nos puede parecer lejano. Esta vez sin ciencia no hubiera habido futuro para millones de niños entre los que se encontraba el que escribe esto.

Nunca la muerte de un Kennedy fue tan desconocida pero a la vez tan beneficiosa para la humanidad.


Nota: quiero agradecer a José Ramón Fernandez (@jramonfernandez), adjunto de Neonatología del hospital Santa Lucía de Cartagena que me pusiera en la pista de esta historia.

Si quieres saber más puedes leer reportajes sobre este tema en The New York Times y en Daily Mail.

Artículo actualizado el 18 de diciembre de 2018 con datos que usé para una charla en la quinta edición de Desgranando Ciencia.



Por Txema Campillo, publicado el 7 agosto, 2015
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